La fuerza de algunas mujeres cristianas es impresionante e inspiradora, especialmente cuando están arraigadas en Dios.
Me gusta mucho oír historias de personas. Y, en medio de tantas historias inspiradoras, nosotras, las mujeres, tenemos una forma peculiar de contar las nuestras.
Mi madre tiene varias hermanas. Cuando yo era niña, me gustaba acostarme entre ellas mientras conversaban de lo cotidiano. Ellas hablaban de los romances que estaban viviendo, se desahogaban, siempre mirándome de reojo para asegurarse de que yo no estaba escuchando «ciertos detalles». Yo fingía estar durmiendo para poder escucharlas.
En esos muchos años, «escuchando», desarrollé una profunda admiración y respeto por la resiliencia y la tenacidad femeninas. La fuerza de las mujeres muchas veces contrasta con su imagen; algunas son pequeñas y físicamente frágiles, pero tienen una fuerza interior inmensa.
El cristianismo está lleno de historias de mujeres increíblemente fuertes. Y nosotras necesitamos conocer esos relatos para hacer de ellos pilares para nuestras narrativas. Independientemente de la forma como las culturas se organizan, siempre hay mujeres haciendo historia, y voy a contarle algunas.
Aiko Araki, en Japón

Aiko Araki leyendo su Biblia en braille (por el año 1980)
Inexplicablemente, Aiko quedó ciega en la adolescencia. Ella buscó formas de restaurar su visión, inclusive con métodos que involucraron mucho dinero. Pero, lamentablemente, los intentos no tuvieron éxito y ella pensó en quitarse la vida.
En aquella época, la masoterapia era una ocupación tradicional en Japón para personas con deficiencia visual. Aiko se volvió una excelente maso terapeuta y las cosas parecían haber cambiado para ella.
Aiko conoció a Araki. Pronto se casaron y tuvieron un hijo. Pero, en seguida, Araki murió de tuberculosis. Aiko, entonces, era una mujer joven, viuda, ciega y con un niño para criar sola. Piense en el tremendo sufrimiento de esa joven.
A los 26 años, Aiko conoció a Jesús. Fue bautizada y comenzó a trabajar como instructora bíblica. Ella llevaba la Biblia a la casa de algún amigo o vecino y le pedía que se la leyera. Elegía textos que intrigaban a los lectores para que ella pudiera explicarlos. El interés por las Sagradas Escrituras solo aumentaba y Aiko era una inigualable ganadora de almas.
Japón, hostil al cristianismo
Pero, una serie de conflictos políticos y guerras volvió a Japón hostil al cristianismo. Las iglesias cristianas eran vigiladas por el gobierno y a los misioneros adventistas extranjeros se les prohibió entrar al país. En 1943, parecía que la Iglesia Adventista había sido erradicada del país, pero, silenciosa e incansablemente, Aiko continuaba compartiendo el Evangelio con personas cercanas. Ella hacía visitas y marcaba grupos de estudio de la Biblia con personas de confianza.
Sin embargo, su actividad llegó al conocimiento de las autoridades. Aiko tuvo que entregar su preciosa Biblia en braille, la que fue confiscada por la policía, y fue hostilmente interrogada. Los policías, al mirar a esa mujer ciega, pequeñita y de modales serenos, no vieron ninguna amenaza, entonces la liberaron. Pero le ordenaron no hablar más sobre Jesús.
En aquella mañana de septiembre, Aiko salió sola del edificio de la policía y no tenía adónde ir, porque su casa había sido destruida por los ataques aéreos. Ella no tenía qué comer y muchos de sus compañeros creyentes estaban presos. Sufriendo con el recuerdo de su pequeña y amada iglesia, Aiko siguió orando. Ella siempre les había hablado a otros de la importancia de la oración y en ese momento era lo único que tenía. «Mi vida está repleta de oración. En verdad, mi vida es la oración», afirmó.
Perseverancia y fuerza del Cielo
Con su perseverancia y fuerza provenientes del Cielo, Aiko logró reunir más de cuarenta adventistas en una ciudad portuaria y los lideró. Sus hermanos de fe dijeron que la simple presencia de Aiko los llenaba de valentía. Ellos se encontraban en montañas, cementerios y lugares que no despertaban sospechas. En cada reunión estaba Aiko, envuelta en una manta en invierno, o bajo un paraguas al inicio del verano.
Pequeña, ciega y frágil, Aiko mantuvo la Iglesia Adventista en Japón y fue un instrumento implacable en la expansión del cristianismo en aquella región. Si Dios pudo usar a una mujer como ella, también podría usar una grande, alta y de maneras rudas, ¿verdad?
Carrie Nation, en los Estados Unidos

Carrie Nation sosteniendo su Biblia y su hacha con las cuales militaba en favor de la seguridad de las mujeres (por el año 1900)
¿Alguna vez ha oído hablar de Carrie Nation? Ella era parte de un grupo de mujeres activistas del siglo XIX. Su lucha era para proteger a las mujeres y los niños de maridos abusivos que se volvían aún más agresivos por el consumo de alcohol.
A pesar de haber sido una mujer importante en ese movimiento, su biografía fue reducida a una media docena de bromas. Tenía una forma poco convencional de actuar: invadía los bares con la Biblia y un hacha en las manos, expulsaba a los borrachos, partía los barriles de bebidas alcohólicas y derribaba las botellas de los estantes. En 10 años de «ministerio», fue llevada presa más de 30 veces.
Ella se describía como el «bulldog de Jesús». Al contrario de Aiko, Carrie era una mujer alta y fuerte: 1,80 cm y 76 kg de mucha valentía. El simple anuncio de su llegada a una ciudad era suficiente para que los bares cerraran las puertas hasta que ella se iba de allá. Carrie Nation fue un nombre importante en la causa de la temperancia (que llevó a la Ley Seca) y de los derechos de las mujeres en los Estados Unidos.
Marie Durand, en Francia

Prisonnières huguenotes à la Tour de Constance, de Jeanne Lombard (1907)
Marie fue confinada en la Torre de Constance con otras mujeres. Si ella renunciaba a su fe, la liberarían inmediatamente. Ese ofrecimiento le hacían todos los días. Bastaba que dijera «yo renuncio». Sin embargo, ella siempre decía «yo resisto». Ella grabó en una piedra la palabra «résister», como señal de su posición inflexible. Esa inscripción está hasta hoy en la torre de Constance.
Marie Durand estuvo presa por más de 38 años. Ella fue liberada en 1768 y murió 8 años después, con su fe inquebrantable.
Historias como esas fortalecen nuestra fe y nuestra conciencia de femineidad. Que tu corazón, mujer, esté en Dios, firme como una roca, y que en él esté grabado «yo resisto», como una señal de permanencia siempre firme en Cristo.
Autora: Vanessa Meira es educadora y doctora en Teología.
Publicación original: Inquebrantable
Este artículo fue publicado originalmente en Espacio Afam.