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Sigue los 10 días de oración con nosotros. Descarga aquí el pdf.: Dia 8 Sumisión al Espíritu Santo

«Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada» (Mat. 12: 31).

Testimonio

«Nadie necesita considerar el pecado contra el Espíritu Santo como algo misterioso e indefinible. El pecado contra el Espíritu Santo es el pecado de un rechazo persistente a responder a la invitación a arrepentirse» (Elena G. de White, A fin de conocerle, p. 242).

Aun las personas llenas del Espíritu a veces cometen errores. Abraham, Moisés, David y Pedro tenían, todos ellos, defectos de carácter y ocasionalmente fallaban en la hora de la tentación. Incluso Jesús fue tentado (ver Mat. 4), aunque él nunca cedió. Así que el solo hecho de que andemos en el Espíritu en este momento no implica que estemos libres de la posibilidad de cometer errores, y un error no es lo mismo que endurecer nuestros corazones en el pecado.

Una mujer en sus últimos años se había vuelto insensible, pesimista y antipática. Tenía poca tolerancia con los demás excepto con sus más íntimos amigos de años atrás. Cuando llegaban visitantes a la iglesia, a menudo hacía comentarios humillantes relativos a sus hijos, a su vestimenta, o sobre alguna otra cosa. Ofendía con sus rudas críticas a los miembros recién bautizados y a otros. Algunos llegaron a sentirse tan desalentados que no regresaron a la iglesia. Yo ignoraba todo esto hasta que se celebró una reunión de ancianos. Pregunté a estos si sabían por qué algunas personas no volvían a la iglesia. Varios de ellos agacharon la cabeza en silencio. Finalmente uno dijo:

–Pastor, tenemos una mujer en la congregación que no sabe controlar la lengua. Chismorrea y critica a casi todo el mundo. Por este motivo esas personas no regresarán a nuestra iglesia.

–¿Desde cuándo sucede esto?– pregunté.

–Desde hace muchos años– fue su respuesta.

–¿Por qué nadie ha hecho nada acerca de ello?– añadí.

–Un par de pastores lo intentaron, pero no hubo cambio alguno.

–Esto, sencillamente, no puede seguir así –dije–, de modo que propongo lo siguiente: visitaré a esa mujer para exigirle que cambie su conducta en dos semanas. Si no está dispuesta a hacerlo, entonces su nombre saldrá a relucir en la próxima reunión administrativa de la iglesia. ¿Me apoyan ustedes en esto?

Los ancianos aprobaron el plan de manera unánime.

Hice los preparativos para visitar a la mujer en cuestión.

–Sé por qué está usted aquí– dijo cuando me senté en su salón.

–¿Ah, sí?– repliqué.

–Sí –continuó ella–, usted ha venido aquí para hablarme de cómo trato a la gente.

–Eso es rigurosamente cierto –dije–, pero, ¿cómo lo ha sabido?

–Porque otros dos pastores vinieron a mi casa para hablarme de lo mismo.

–¿Sirvió de algo?– pregunté.

–No, no sirvió.

–¿Por qué?– pregunté.

–Porque yo tengo el derecho a decir lo que me parezca mejor, y la gente es demasiado sensible. Tienen los sentimientos a flor de piel.

Analizamos el comportamiento cristiano usando versículos como Efesios 4: 29-31, pero la mujer seguía sin mostrar voluntad de cambiar. Orando en mi corazón, le dije:

–Tiene usted dos semanas para cambiar de conducta, o me veré obligado a llevar su nombre a la junta de iglesia para disciplinarla, y ya tengo el apoyo de todos los ancianos en esto.

–¡Usted no hará eso!– exclamó.

–Claro que sí, a menos que decida usted cambiar el modo en que se dirige a la gente.

–No creo que realmente los ancianos le apoyen en eso– dijo ella.

–Ya lo han hecho, y puede usted comprobarlo hablando con ellos, pues así es– declaré.

Esta revelación provocó que la mujer se recostase en su asiento y reflexionase solemne y silenciosamente. Suavemente le dije:

–Todos la amamos a usted y queremos que sea parte de nuestra congregación, pero esta conducta tiene que cambiar.

El sábado siguiente ella no asistió a la iglesia. Sus amigos me evitaban. Yo sabía que todos estaban incómodos con la situación. Al siguiente sábado, justo antes de que expirasen sus dos semanas de plazo, la mujer vino a la iglesia. Me acerqué a ella para saludarla. Su rostro era serio, pero me tomó la mano y la apretó con firmeza.

–Pastor –dijo–, pensé en todo lo que me dijo. Quiero que sepa que ahora veo claramente que todos estos años he estado en el error. Espero que usted me perdone, y me propongo pedir el perdón de los ancianos y del resto de la iglesia. Con la ayuda de Dios, seré una mujer diferente.

Sus ojos se humedecieron al efectuar este reconocimiento, y me siento feliz de decir que ella fue fiel a su promesa. Las personas empezaron a regresar a la iglesia y la congregación creció rápidamente.

Textos bíblicos para orar

  • Mateo 12: 31-32: La blasfemia es disculpar el pecado y tomar el lugar de Dios (cf. Mar. 2: 7-11; Juan 10: 33).
  • Hebreos 6: 4-6: Personas verdaderamente convertidas son capaces de alejarse de Jesús.
  • Hebreos 4: 7: El mejor momento para obedecer la voz del Espíritu Santo es la primera vez que él te hable.
  • Hechos 7: 51: No resistas la guía y las advertencias del Espíritu Santo.
  • Lucas 13: 34: Entrega tu vida a Jesús antes de que sea demasiado tarde, tal como lo fue para su amada Jerusalén.

Oraciones sugeridas

  • Agradecemos su dirección, por tener un Plan Estratégico, por los líderes e iglesias que hacen todo lo posible por implementarlo.
  • Alabamos su infinita sabiduría al ver en los discípulos y en nosotros hombres y mujeres  que son eslabones en la cadena de salvación.
  • Confesamos nuestras ofensas, nuestros celos, nuestras críticas de unos para con otros, confesamos la urgente necesidad de ti en nuestras vidas.
  • Pedimos por la Acción integrada de los Ministerios de la UAE y  Ministerios de las iglesias locales, ayúdanos a trabajar en unidad y en equipo.
  • Rogamos por todos los proyectos misioneros de la iglesia local, nacional y mundial.
  • Pedimos por las 5 personas que deseamos llevar a Jesús.

Materiales y mucho más en: https://revista.adventista.es/este-10-de-enero-del-2020-comenzamos-los-10-dias-de-oracion-buscando-el-espiritu-de-dios/

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