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Fraternidad en el servicio y la misión (Mt 25:31-40)
Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era emigrante y me recibieron, estaba desnudo y me vistieron, estaba enfermo y me visitaron, estaba encarcelado y me vinieron a ver. (Mt 25:35-36 BNP)

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INTRODUCCIÓN

En el estudio de los idiomas, hay un capítulo dedicado a las partículas que se añaden a las palabras como sufijos o prefijos. El cambio que producen al sentido general de las palabras permite expresar matices que son muy interesantes. Consideremos, por ejemplo, el cariño que expresamos por medio de los diminutivos (chiquillo, amorcito, hijito), o el despego que transmite la terminación “astro” en palabras como “padrastro, madrastra”, o la distancia que implica el prefijo “ex” (exmarido, exnovia etc.).

En sí, la palabra iglesia, es una palabra que deriva de una combinación de la palabra ek (“afuera”) y kaleo (“llamar”). Así que “iglesia” son los llamados fuera, fuera del mundo, fuera del pecado, fuera del reino del mal. Israel, tiene su nacimiento como pueblo de Dios en una experiencia vinculada con la misma preposición ek, el éxodo, “la salida”. Se podría decir mucho más acerca de esto, pero me gustaría presentaros otra palabra: la partícula “co” con sus variantes “con”, y “com”. No os asustéis, no es el prefijo del COVID-19, que amenaza nuestras vidas estos días. No es la abreviatura de coronavirus. Es la partícula “co”, que viene del latín cum que significa unión o compañía.

DESARROLLO

1.    SOLEDAD E INCAPACIDAD

En nuestro mundo occidental, acostumbrado a una delimitación muy precisa de los espacios, de la propiedad, de los bordes, la partícula “co” es una palabra que se encuentra en contextos de contratos, pactos y alianzas, que tienen como propósito resolver la insuficiencia que resulta de la individualidad. Implica igualdad, participación, inclusión, responsabilidad. Es la solución que propuso Dios desde el principio para resolver los límites de la soledad cuando dijo “no está bien que el hombre esté sólo” (Gn 2:18). Así nacen conceptos como “condominio”, “compañía”, “colaborador”, “coexistencia”. Todas estas palabras nos muestran que necesitamos a otros, que solos, no podemos tener éxito. En el plano espiritual, la soledad y la independencia son caminos que conducen al fracaso. No por nada ha dicho Jesús: “…separados de mí no podéis hacer nada.” (Jn 15:5 BNP).

2.    MISIÓN Y COMPAÑERISMO

Por excelencia, el diseño de la misión implica cooperar. Aquila y Priscila, Urbano, Timoteo, o Tito son llamados “compañeros y colaboradores nuestros al servicio de ustedes (2 Co 8:23). Al llamar a sus discípulos, Jesús “designó a otros setenta, y los envió de dos en dos delante de Él, a toda ciudad y lugar adonde Él había de ir.” (Lc 10:1). Así que la misión conlleva un ejército de compañeros, colaboradores, cosiervos, conformado no sólo por humanos, sino también por seres celestiales. El ángel que le reveló el Apocalipsis a Juan se presenta como “consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. (Ap 22:9 R60).

Ellen White nos da más detalles acerca de esta colaboración entre los seres celestiales y los humanos cuando escribe: “¡Ojalá que todos pudiesen comprender cuán cerca está el cielo de la tierra! Aun cuando los hijos nacidos en la tierra no lo saben, tienen ángeles de luz por compañeros; porque los mensajeros celestiales son enviados para ministrar a los que serán herederos de salvación” (Ser semejante a Jesús, 322).

A los jóvenes se les dice:

Todos los que se ocupan en el ministerio constituyen la mano ayudadora de Dios. Colaboran con los ángeles, o más bien, son los instrumentos humanos por medio de los cuales aquellos llevan a cabo su misión. Los ángeles hablan por medio de sus voces y trabajan por medio de sus manos. Y los obreros humanos, al cooperar con los agentes celestiales, reciben el beneficio de su educación y su experiencia. Como medio educativo, ¿qué “curso universitario” puede igualar a este?” (Ellen G. White, La Educación, 244).

¡Qué imagen tan alentadora! No estamos solos en la misión de anunciar el evangelio eterno, nos acompañan ángeles y también el Señor mismo que prometió: “…estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt 28:20)

3. JESÚS COMO COMPAÑERO

Pero la manera más impactante por la cual Jesús se acerca a la raza humana es su encarnación. Juan lo dice en estas palabras “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad…” (Jn 1:14). En su encarnación, Jesús se vuelve un cohabitante de nuestro planeta. Es el misterio anunciado en uno de sus nombres, “Emmanuel” (Dios con nosotros).

Se identificó tanto con nuestro mundo, que, en el juicio final, va a reclamar su posición de compañero de celda de los presos, de los que sufren de hambre y sed, de los forasteros, y emigrantes. Compañero y colega de cama de los enfermos, de los desnudos y desafortunados de este mundo. Immanuel (heb.), “Dios con nosotros”.

Su identificación con la condición humana caída fue tan profunda, tan perfecta que en el juicio algunos van a preguntar: “¿Cuándo Señor? ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, emigrante o desnudo, enfermo o encarcelado y no te socorrimos?” (Mt 25:44) Su respuesta va más allá de un dato histórico, más allá del siglo I, o de las fechas de su encarnación. Su respuesta une a todas las generaciones, todos los eventos, todos los encuentros. Es el gran “co” de toda la historia. ¡Cada vez! Cada vez “que no lo hicisteis a uno de estos más pequeños”. (Mt 25:45)

CONCLUSIÓN

Decía al principio que la iglesia es el grupo de los llamados afuera, los que nacen bajo el imperio de la preposición ek– “afuera”. Pero llamar afuera, para quedarse afuera, no tendría sentido. Este grupo tiene una misión. La misión expresada en la partícula “co”, juntos, unidos, en compañía. El salmista lo vislumbró cuando escribió: “Ved: ¡qué bueno!, ¡qué grato convivir los hermanos unidos!” (Sal 133:1 BNP). También lo vio Juan, cuando exclamó: “He aquí, el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será su Dios con ellos”. (Ap 21:3 RV65) “Co”- juntos, unidos, la palabra más corta que describe el reino de Dios.

CAMBIO DE PARADIGMA

Trata de mirar a las personas con las que te encuentras. Tu vecino, el que camina frente a tu casa, la gente de tu trabajo. Mira a los que están en el mercado cuando haces tus compras. Mira a los jóvenes de tu barrio, mira a la gente que está en el bar de tu calle. A los mayores que caminan en el parque, a los niños que, a veces, están a su cuidado. ¿Les saludaste alguna vez? ¿Te preguntaste alguna vez si necesitan algo? ¿Miraste alguna vez los ojos del mendigo que está frente al supermercado? ¿Viste a Jesús? Si no lo viste, ¡mira una vez más! Más atento. ¡Está ahí! Escondido, esperando un cambio de mentalidad. Es él, Emmanuel, Dios con nosotros. Cuando lo veas, seguramente tu mundo cambiará. No esperes mucho. ¡Fíjate con atención! Está ahí, esperando un vaso de agua, una sonrisa, un abrazo, porque en Él, ¡todos somos hermanos!

ORACIÓN

1.    AGRADECIMIENTO

  • Agradezcamos a Dios por los dones que ha dado a cada uno y la posibilidad de servir a otros.

2.    PETICIÓN

  • Pidamos que Dios nos ayude a tener un espíritu de gratitud y fidelidad y que nos inspire a actuar con nuestros dones, para ayudar a los demás.

Autor: Laurentiu Ionescu, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 

Revista Adventista de España