“Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17:20, 21).
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INTRODUCCIÓN
Cuando Jesús vino a nuestro mundo se encontró al pueblo de Dios completamente dividido. Los dirigentes religiosos se fragmentaban en varias facciones irreconciliables entre sí (saduceos, fariseos, herodianos, zelotes, esenios). La casta sacerdotal de los saduceos había separado el templo por medio de diversos atrios de santidad creciente, aislados por muros infranqueables, y grandes carteles que advertían, bajo pena de muerte, la imposibilidad de pasar de un atrio a otro. El judío evitaba al gentil. No podían ingresar a sus casas y, menos aún, comer con ellos. La sociedad judía no estaba mejor; completamente fraccionada en castas, de orden social, económico, religioso, de raza y sexo. No tocaban a los enfermos y relegaban al completo ostracismo a cualquiera que colaborara con el enemigo, o que hubiese caído en el pecado (publicanos y pecadores). Toda una perfecta radiografía del fruto del pecado: división.
¿Y este era el remanente de Dios que tenía que preparar al mundo para la primera venida de Cristo? No es de extrañar que, en su última oración, antes de morir en la cruz, Jesús orara por la unidad. Porque esta era la mayor necesidad de su pueblo, y especialmente de sus discípulos, que peleaban constantemente entre ellos por los mejores puestos en su reino.
¿Cuál es nuestra realidad hoy? Como remanente que debe preparar al mundo para la segunda venida de Cristo, ¿cómo vivimos esta unidad? ¿Con qué soñó Cristo en su última oración, antes de morir por nosotros?
DESARROLLO
1. EL SUEÑO DE DIOS: “UNA SOLA CARNE”
En su omnisciencia, Dios previó la división absoluta que el pecado traería a nuestro mundo. Por ello exclamó: “No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él” (Gn 2:18). A continuación, Dios creó todos los animales y los trajo al hombre para que les pusiese nombre (19). Un acto de vinculación profunda, que en el contexto bíblico solo le correspondía al padre, y que implica un compromiso ineludible de cuidar, amparar y educar al hijo. En este caso, el hijo es la naturaleza a la que el hombre deberá cuidar, proteger, y educar con su ejemplo. Pero si él falla, la naturaleza caerá con él: “Maldita será la tierra por tu causa”. (3:17)
Esta vinculación crece cuando del costado de Adán, Dios crea la mujer, y el hombre exclama “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! (2:23) Y Dios sella esta unión con una fusión en “una sola carne” indivisible (24). Una unión reforzada con vínculos físicos, mentales y espirituales, casi imposibles de destruir por la cizalla seccionadora del pecado. No es de extrañar que el máximo ahínco de Satanás sea romper los vínculos que unen al hombre con la naturaleza. Encerrándolo en ciudades sin árboles y dejando el mundo como un desierto (Is 14:17); todo para que el hombre pierda los vínculos con su Creador.
Su segunda meta es romper los vínculos matrimoniales. Deformando la sexualidad, rompiendo el amor con antagonismo, dominio y violencia entre los cónyuges; para que a nivel espiritual no sean capaces de ver que la unidad de la familia humana (padre, madre, hijo) refleja a la familia divina (Padre, Espíritu, Hijo). Pero, sobre todo, es un tipo del amor, el cuidado y la intimidad entre Cristo y su iglesia (Ef 5:25-32).
2. “QUE SEAN UNO”
Viendo como Satanás ha logrado dividir a su pueblo, Jesús quiere ser el ejemplo a seguir de la unidad original. Sabe que para vencer al pecado y soportar la cruz debe unirse íntimamente con su Padre, en pensamiento, voluntad y propósito. Mediante la fidelidad a la Palabra, la oración, y el amor, Jesús aunó su voluntad y su yo al del Padre; y ambos se fusionaron en su amor inquebrantable por la humanidad, en su deseo irrenunciable a salvarla. Todo esto se refleja en la primera parte de su oración (Jn 17:1-5).
Pero Jesús anhela esta misma vivencia para sus discípulos, y para los creyentes de toda la historia: “…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (21). La unidad de todos los creyentes con la que sueña Jesús, es primordialmente “en nosotros”. Jesús sueña con que nosotros nos unamos a Dios, con la misma intensidad que Él está unido a su Padre en amor, pensamiento, voluntad y propósito. Pero, ¿cómo lograr esta unidad divina en seres que han sido concebidos en la división del pecado? Jesús entiende que solo puede ocurrir si Él se une primero a nosotros: “Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad” (Jn 17:23). Transformándonos desde dentro. Restaurando los vínculos físicos, mentales y espirituales con nuestro Creador y con el prójimo.
3. FUNDAMENTOS DE LA UNIDAD
Una expresión se repite constantemente en esta oración de Jesús: “…me has dado”, “les he dado”. Todo lo que el Padre le da a Jesús, Él nos lo da a nosotros. Porque la unidad del cielo se transmite del Padre al Hijo, del Hijo al discípulo, y del discípulo al mundo. La verdadera unidad comienza por compartir todo lo que tenemos (Is 58:7). Este fue el éxito de la iglesia primitiva: “estaban juntos”, “tenían en común todas las cosas”, “repartían a todos”, “perseveraban unánimes”, “comían juntos” (Hch 2:44-46). Que diferencia con la absoluta división del judaísmo.
¿Pero cómo lograron ser uno? Siguiendo las máximas de la oración de Jesús. Compartiendo con el otro las dádivas que Jesús recibía del Padre:
- “Vida eterna” (2-3): esta esperanza se tradujo en una comunión profunda con la voluntad del Padre y de Jesús.
- “Mostrado tu nombre” (6-11): Jesús mostró el carácter del Padre que produjo unidad en base a la Palabra de Dios y a Jesús.
- “Que tengan mi gozo en ellos” (13): La iglesia vivió el gozo de la salvación.
- “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (17-19): Fueron santificados viviendo la verdad y dando testimonio al prójimo.
- “Yo en ellos, tú en mi (…) perfectos en unidad” (22-25): Fueron perfectos y mostraron la gloria de Dios cuando permitieron que Jesús morara en ellos.
- “..que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos” (26): Este versículo resume todo lo dicho, y es el secreto para ser uno.
CONCLUSIÓN
Hoy se habla mucho en el cristianismo de ecumenismo. Para argumentar que todos los cristianos deberían unirse en un solo movimiento se emplea mucho esta oración de Jesús, enfatizando solo el “que sean uno”. Pero se relega al olvido todas las condiciones que Jesús expresó como fundamento ineludible de esa unidad. Como enfatiza el apóstol Pablo en Efesios 4:4-6, la unidad debe ser en “un solo cuerpo”, en “un solo Espíritu”, “en una misma esperanza”, “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos.”
Debido a esto, nuestra iglesia no forma parte de ningún movimiento ecuménico. Si alguien tiene dudas, solo tiene que leer lo que dice la propia iglesia católica en sus páginas oficiales.[1] Tampoco somos miembros del Consejo Mundial de las Iglesias.[2]
Pero no olvidemos que Dios tiene mucho pueblo en Babilonia, que todavía debe conocer la verdad y salir de ella (Ap 18:4), para formar parte del remanente de Dios. Nuestra misión es alcanzarlos a todos. Para ello deberemos cultivar la amistad con ellos.
CAMBIO DE PARADIGMA
Acerquémonos a las otras denominaciones con amor y respeto. Ellen G White nos recomienda no levantar barreras ni prejuicios innecesarios haciéndoles creer que somos sus enemigos (Manuscrito 14, 1887. Evangelismo, 109.6). Ella recomienda:
Nuestros ministros deben procurar acercarse a los ministros de otras denominaciones. Oren por ellos y con ellos, pues Cristo intercede en su favor. Tienen una solemne responsabilidad. Como mensajeros de Cristo, deben manifestar profundo y ferviente interés en estos pastores del rebaño” (Ellen G. White, Testimonios, vol. 6, 84.2).
ORACIÓN
1. AGRADECIMIENTO
- Agradezcamos a Dios por el privilegio de poder compartir una verdad tan grande y completa con un mundo sediento de esperanza.
2. PETICIÓN
- Pidamos por la unción del Espíritu Santo, para que nos llene de sabiduría, amor y humildad, para compartir esta verdad con otros creyentes y denominaciones.
Autor: Sergio Martorell, secretario general de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
NOTAS:
[1] http://www.infocatolica.com/blog/infories.php/1409181156-para-los-adventistas-el-papa
[2] https://www.oikoumene.org/es/familias-de-iglesias/seventh-day-adventist-church