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Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos. (Hechos 1: 14)
Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaba himnos a Dios; y los presos los oían. (Hechos 16:25-30).

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INTRODUCCIÓN

Tratamos diversos temas sobre la oración pero… oramos poco.  ¿Por qué será? ¿Qué tengo que hacer para tener una vida devocional más plena? ¿Tiene algo que ver la adoración por medio de himnos y cánticos con la comunión con Cristo?

DESARROLLO

1. MI ORACIÓN, ESTÍMULO HACIA LA FRATERNIDAD

La oración es la manera más sublime de abrir el corazón a Cristo. Más allá de fórmulas exactas para explicar cómo se abre el corazón a Dios la conversación sincera y con fe en nuestro interior nos hace dispuestos a descubrir a Jesús, que no está lejos de cada uno de nosotros.

Si hay un tiempo para la oración se produce en ti la necesidad de hablar con Dios. En concreto, esa necesidad la traduzco como si fuera el sonido de Cristo llamando a la puerta de nuestro corazón (Ap 3:20), toc-toc, toc-toc. Siempre Cristo está llamando. Nunca se cansa. Esa es una de sus grandes cualidades (Isaías 41:28). No se fatiga en pedirnos que volvamos a tener un estrecho vínculo con él. Y continúa… una vez que le hayamos abierto la puerta nos sentamos a la mesa de los panes. Él nos da su cuerpo y su sangre en su Palabra y en las reflexiones profundas que surgen en la hora quieta de nuestra meditación. La conversación con Cristo nos mantiene vivos espiritualmente.

El Salvador expresa claramente su voluntad a favor de nuestra salvación en varios sermones de los evangelios. Una de las expresiones más claras es la del apóstol Juan, en su evangelio: “Yo os doy vida eterna y no pereceréis jamás.” (Juan 10:28). Conozcamos a Dios y naceremos de nuevo. Conozcamos a Cristo, su Hijo y tendremos vida eterna (Juan 17:3).

No obstante, ¿qué pasa cuando la oración se vuelve tan individualista que no incluye a nadie más? ¿Qué hacemos con la frase tan común en nuestros círculos eclesiales de que la oración es algo íntimo y personal, casi intransferible? ¿Cómo conseguimos fusionar la oración individual a la colectiva? ¿Es eso necesario?

Tenemos una cita en el libro El Camino a Cristo, página 101, donde la hermana White subraya un aspecto interesante que lo profundizamos en el siguiente punto. Aquí os dejo la cita y seguimos en el punto dos para analizarla.

El que no hace nada más que orar, pronto dejará de hacerlo, o sus oraciones llegarán a ser una rutina formal. Cuando los hombres se alejan de la vida social, de la esfera del deber cristiano y de la obligación de llevar su cruz, cuando dejan de trabajar fervorosamente por el Maestro que trabajó con ardor por ellos, pierden lo esencial de la oración y no tienen ya estímulo para la devoción. Sus oraciones llegan a ser personales y egoístas. No pueden orar por las necesidades de la humanidad o la extensión del reino de Cristo ni pedir fuerza con que trabajar.

2. EN LA ORACIÓN COMPARTIDA CRISTO SE REVELA

Para dar seguimiento al análisis de la cita expuesta, quiero reforzar la línea de mi reflexión con dos escenas predicadas por Cristo.

La primera escena, resalta la necesidad de orar en secreto y con la puerta cerrada; “cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta”. (Mateo 6:6) La puerta cerrada en este caso, indica una habitación llena de la presencia de Cristo. Pero la segunda escena, descubre que Cristo no puede ser revelado y experimentado de una manera completa sino es a través de la comunión fraternal, que sería la puerta abierta a la experiencia fraternal expuesta en Mateo 18:20, “donde están dos o tres congregados en mí nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

La presencia de Cristo se materializa en su cuerpo que es la iglesia. Por tanto, la oración personal e individual es fundamental solamente cuando cumple con la función de llenarse de Cristo, para luego salir a dar a Cristo. El apóstol Juan sorprende este concepto al escribir sobre esto en su evangelio: “Entrará y saldrá y hallará pastos”. (Juan 10:9)

Es por eso, que la hermana White nos advierte del gran peligro de perder la esencia de la oración al no  compartir la oración y la experiencia cristiana con los que profesan la fe en el Salvador. Es un paradigma. Orar mucho cuando estás solo y sin embargo, perder lo esencial de la oración por no orar con los demás.

Como pastor, entendí este frágil equilibrio entre lo privado y colectivo en las reuniones de oración. Quien no desarrolla vida devocional congregacional no consigue experimentar lo esencial de la oración: formar parte integrante del cuerpo de Cristo. El Señor se revela como cabeza de la iglesia cuando hay una entrega pública por parte de sus miembros.

¿Y cómo hacer participar a una congregación entera en la oración? En la última parte de esta reflexión quiero dar respuesta con los versículos introductorios.

3. LA ADORACIÓN CONJUNTA FACILITA EL DERRAMAMIENTO DEL ESPÍRITU

El aposento alto no era un templo. Fue una vivienda donde, temporalmente, se hospedaban los apóstoles, y en esa ocasión estaba con ellos la madre de Cristo, sus hermanos y las demás discípulas (Hechos 1:14).  Ellos y ellas “perseveraban” en la oración. Un ejercicio en comunidad. Ellos presentaban ruegos. Estaban implicados todos.

El otro pasaje nos muestra a Pablo y Silas (Hechos 16: 25-30), que además de orar en la cárcel cantaban himnos y los demás presos los escuchaban. La oración combinada con el canto se muestra como una herramienta de penetrar en los corazones incluso de los que no saben orar. ¡Grande milagro es este! Si eres tímido para orar, e incluso si no tienes don de la música, en el canto congregacional podrás unirte para orar con la iglesia.

La perseverancia en la oración crea el espacio perfecto para que el Espíritu se manifieste. El resultado de esa acción constante la vemos en el derramamiento del Espíritu en el día del Pentecostés (Hechos 2:1).

Al no ser constantes en oración no podemos ver al Espíritu obrando. La perseverancia por nuestra parte podría significar confirmar las peticiones de los demás con nuestras aprobaciones (amén, ver Dt 27:11). Cuando proclamamos palabras de aceptación, “amén”, “gracias”, “así es”,  estamos confirmando al que ora que está acertando en sus ruegos.

Al cantar himnos facilitamos el acercamiento a Dios y los corazones se preparan para recibir el arrepentimiento, es decir, al Espíritu de Dios que guía el alma a una nueva vida. Pocos nos damos cuenta del poder de un himno sencillo. Pablo y Silas usaron esta herramienta con resultados excepcionales.

CONCLUSIÓN

  • Busca dialogar con el Señor en silencio porque el Creador tiene capacidad de escucharte aunque tú no lo veas.
  • Fortalece tu vida espiritual privada creando oportunidades para orar con tus hermanos en la iglesia.
  • Participa activamente en la oración cantando himnos. Aún el hermano que una relación estrecha con su Salvador puede verse beneficiada por un canto elevado por ti en su proximidad.

CAMBIO DE PARADIGMA

Empieza a motivar a los que están a tu lado a orar contigo. Diles que necesitas que eleven una petición por ti delante del Señor. Si ves que es difícil, ponte al lado de tu hermano/a para cantar y vuestras voces se alcen unidas al cielo.  Ponte como objetivo intentar orar con todos los miembros de tu iglesia. No tengas prisa. Es un objetivo noble y de larga duración.

ORACIÓN

1. AGRADECIMIENTO

  • Agradecemos por que el Espíritu Santo es un Dios personal que nos trata a todos de una manera única.

2. PETICIÓN

  • Pidamos para que seamos atentos y entregados a las oraciones de nuestros hermanos/as y como consecuencia experimentar el derramamiento del Espíritu Santo.

Autor: Richard I. Ruszuly, secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 

Revista Adventista de España