Vivimos tiempos extraños. No solo por esta nueva coyuntura que nos está tocando vivir, sino por el extraño rumbo que está tomando nuestra sociedad. Hoy me gustaría hablar como joven, como ciudadano, pero, sobre todo, como miembro de iglesia.
Debo decir, sin ánimo de ser dramático o alarmista, que no sabemos realmente explicar los momentos por los que estamos pasando. De pronto nuestras vidas se han visto afectadas por algo completamente inesperado y, no pretendo ser exagerado, pero es difícil pasar por alto lo que estamos viviendo.
Nuestras iglesias están cerradas; como cristianos nos estamos viendo obligados a pasar los momentos de sábado en nuestros hogares, y a muchos nos resulta extraño. Es difícil cambiar nuestros hábitos y, para muchos de nosotros, es una alegría enorme asistir a nuestras iglesias cada semana y ver a nuestros hermanos. Sin embargo, esta semana no lo podemos hacer, y quién sabe las siguientes.
Nuestros mayores, nuestro ejemplo
Me gustaría que pensemos, por un momento, en la vida de nuestros antepasados, aquellos que ya están muertos y que a lo largo de la historia han pasado por momentos de extrema dificultad y riesgo. Aquellos que se vieron envueltos en el dolor de la incertidumbre, sabiendo que sus vidas podían cambiar en cualquier momento. Hoy, la vida de esas personas es, y debe ser, un ejemplo para nosotros.
Como joven soy consciente de lo afortunado que soy de haber vivido en esta época de libertad, de haberme podido reunir en una iglesia, de haber crecido junto a personas maravillosas, y de haber sido educado en un entorno sano.
Soy consciente también de que no todos han tenido las mismas oportunidades que yo, y doy gracias de haber vivido lo que he vivido, de haber visto lo que he visto, y de haber conocido a las personas que he conocido. Doy gracias por la libertad que he podido experimentar, siendo consciente al mismo tiempo de que las cosas buenas son difíciles de construir y fáciles de destruir. Por eso, trato de vivir teniendo presente que lo puedo perder todo en cualquier momento. Porque la vida es así: extraña.
Vulnerables en tiempo de crisis
Pero esto no deja de producirme cierta inquietud. Porque entiendo que la libertad es peligrosa si se desvincula de la responsabilidad. Porque sé que mi generación no se ha visto envuelta en la dificultad de carecer de esta comodidad de la que disfrutamos; y eso nos hace débiles. Nos hace vulnerables a los tiempos de crisis, por muy pequeñas que estas sean.
Estos días nos estamos viendo obligados a cerrar nuestras iglesias; nos vemos obligados a pasar estos momentos de sábado en nuestros hogares, y a mí personalmente me resulta extraño; pero es que vivimos tiempos extraños. Si nos reunimos en iglesias es porque la voluntad de Dios ha sido así; porque el verdadero cristianismo se comparte. Ahora bien, la voluntad de Dios es que permanezcamos unidos, incluso si nuestros edificios están cerrados.
Unidos, en Cristo, a pesar de todo
Estos días no nos podemos reunir, pero eso no significa que estemos desunidos. No podemos cantar juntos, pero eso no significa que nuestras alabanzas no lleguen a los atrios celestiales. No podemos orar juntos, pero eso no significa que no podamos orar los unos por los otros.
Porque, aunque no estemos juntos, todos los hogares son pequeños trozos de iglesia que el Espíritu Santo se encarga de unir.
Hoy puede que sea el “coronavirus”, pero mañana nadie sabe qué será. Nuestras iglesias cierran hoy por este motivo, pero mañana lo pueden ser por otros.
Sólo una cosa hay cierta en la incertidumbre del futuro, y es que Cristo viene.
Que estos momentos nos permitan reflexionar; que nos enseñen a estar unidos incluso sin estarlo físicamente; Aprendamos a tener presente que la iglesia debe permanecer, y permanece, aunque no nos reunamos en la liturgia habitual.
Que aprendamos a “ser” iglesia en todo momento, especialmente en los momentos difíciles, y no solo limitarnos a “asistir” a ella.
Autor: Fabián Tutuianu, joven de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Alcoy.