¿Quién como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como tú, santo y magnífico, que realizas maravillosas hazañas y llevas a cabo sorprendentes prodigios? (Éxodo 15:1)
Fue en una serie televisiva que basa su temática en las religiones antiguas y modernas. Una de las protagonista, ataviada al mejor estilo de la época dorada holliwoodiense, representando a Media (la diosa de los medios de comunicación) afirmó con una claridad pasmosa que los dioses de antes exigían sacrificios, “corderos y sangre”, pero que los actuales demandan “tiempo y atención”. Y el guión de la ficción reflejó, como pocas veces, la realidad. Comparto el argumento de que los nuevos dioses, los dioses a los que no hemos asociado como tales, han tiranizado nuestro tiempo y el enfoque de nuestras vidas.
No lo penséis como algo recriminatorio porque yo mismo me encuentro en vuestra situación. Pensémoslo como una reflexión transcendental, como un acto de crecimiento personal. ¿Cuánto tiempo invertimos en ver la televisión? ¿Cuánto asumimos de sus mensajes? Y hay atracción para todos. Los hay seriéfilos, sea de films megaespectaculares o de culebrones de toda la vida. Los hay famosofilos y se hunden (no por profundizar sino por depender) en los detalles emocionales e insubstanciales de la vida de otros. Y los deportefilos, y pocos superan la tribalidad y sumisión de Fut-Baal. E, incluso, estamos los noticiafilos, los que no tenemos suficiente con canales de noticias de 24 horas. Por si fuera poco, los teléfonos se han mutado en phablets de 3 y 4G y nos mantienen conectados constantemente a la adoración de los media. Hasta hemos rendido nuestro aspecto físico (encorvados y cabizbajos) a dicha secta peligrosa (pocas hay tan adictivas y dañinas). Así, como del corazón habla la boca, nuestras conversaciones se inclinan más al último spoiler que al cumplimiento de la profecía, al último reality que a nuestro crecimiento espiritual, a la última competición que a nuestra última colaboración, a la última y global noticia que a globalizar la Buena Noticia. No hay duda, afecta considerablemente nuestro uso del tiempo.
Tanta información, además, nos ha intoxicado. Tenemos saturación narrativa. Es muy fácil de comprobar. Comenta a un adolescente una historia de la Biblia y verás cómo termina asociándola con el panteón de Marvel o DC. Y lo de Moisés no es nada comparado con los X-Men, y lo de David para nada se asemeja a Capitán América o a la Chica Maravilla. Y lo de Jesús,… Superman muere de forma parecida. Comenta con un adulto la situación de un hermano de iglesia y, tristemente, terminarás en la vorágine de la chica muy oxigenada y agresiva que sobrevive en una playa perdida del Caribe. Sí, hemos de reconocerlo, también ha modificado nuestro enfoque y, por lo tanto, nuestra visión del mundo.
La diosa Media nos lo dice a la cara con la certeza de que vivimos tiempos impermeables donde la fe verdadera resbala a muchos. Pero se equivoca porque siempre hubo un remanente, fieles hijos de Dios que no se inclinaron ante Baal. Fuera Molok-Baal o Fut-Baal, o Deluxe-Baal (con su impostura salvífica), o Telediario-Baal. Y somos un pueblo que prefiere clamar que “Cristo viene” a que “Winter is coming”, que no hay tiempo para lo superfluo porque la eternidad está en juego.
Lo dicho, no hay recriminación sino reflexión. Piensa más en el empleo de tu tiempo, en el enfoque de tu vida. Después, toma decisiones que te hagan crecer como persona y como cristiano.
Víctor Armenteros. Doctor en Teología. Doctorado en Filología Semítica. Máster Universitario en Dirección y Gestión de centros educativos. Responsable del Ministerio de Gestión de vida cristiana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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