Pero el Señor permanecerá por siempre; él prepara su trono para el juicio, para juzgar al mundo con justicia, para juzgar con rectitud a las naciones. Sea el Señor refugio del oprimido, refugio en tiempo de angustia. Salmo 9:8-10 BLP.
Las imágenes recientes que hemos visto en nuestras pantallas de televisión, ordenador y otros dispositivos nos han mostrado el terrible impacto que la guerra está haciendo entre la población de Siria y Oriente Medio. Miles han huido de su país de origen buscando seguridad en tierras extranjeras, a menudo emprendiendo viajes en condiciones peligrosas en busca de esperanza y un nuevo comienzo.
Muchos de ellos son creyentes cristianos como nosotros, una minoría en sus países de origen, que buscan también libertad religiosa y el derecho y libertad de adoración según su conciencia. Otros son musulmanes, pero aún así sus vidas han sido destruidas por la guerra civil y los inefables horrores que conlleva. No importa qué religión profesen o a qué deidad le oren, en última instancia todos son hijos e hijas de Dios y deben disfrutar de los mismos derechos que a nosotros se nos garantizan.
No obstante, este conflicto en Oriente Medio no es nuevo. Ya lleva varios años en marcha. Sin embargo, el mundo entero no se ha dado cuenta hasta que la imagen de un pequeño niño sin vida en una playa se hizo viral, y de repente se suscitó una oleada para ayuda a aquellos que están muriendo en sus intentos de ser libres. Como padre, mis oraciones se elevaron de repente a favor de esas familias que están huyendo de la violencia, buscando una nueva vida, pero también reflexioné en mi propia familia y su historia. Tanto mi padre como mi suegro sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial en la Europa del Este, y con el tiempo lograron llegar a los Estados Unidos donde comenzaron una nueva vida. Tuvieron que huir de sus países de nacimiento, sus familias buscaron cómo escapar de la violencia y el odio infligido sobre ellos por su herencia. Me siento orgullosos de todo por lo que tuvieron que pasar y cómo se sacrificaron por tener una nueva oportunidad para trabajar duro en un nuevo país donde podían ser libres, algo que hoy damos por hecho.
Reflexionando aún más, llegué a un nuevo punto de vista, desde la perspectiva cósmica. ¿Qué pasa con todos nosotros, quienes somos refugiados en este planeta, quienes somos forzados a vivir bajo la opresión de uno que destruiría nuestra libertad? ¿Cuántas veces damos por sentado el don que realmente nos hace libres y nos ofrece la oportunidad para, eventualmente, regresar a nuestro verdadero hogar? ¿Nos hemos acostumbrado con las condiciones diarias bajo las que existimos, olvidando que todos estamos atrapados en una lucha que es muy superior a todo lo que podemos examinar? ¿Tendemos a centrarnos en nuestros propios motivos y agendas, olvidando constantemente examinar el gran escenario en el cual vivimos? ¿Se nos olvida que somos poco más que una mota de pintura en el lienzo del pintor que abarca todo el universo?
Siendo que tendemos a centrarnos en nuestras vidas diarias hasta que una sola imagen inflama nuestras emociones y nos encolerizamos (¡y con razón!) por el mal que se hace a otros, también necesitamos no olvidar de dónde venimos, hacia dónde nos dirigimos, y Quién nos está esperando, ansioso de mostrarnos nuestro nuevo hogar y la nueva oportunidad por la que murió.
Involucrémonos todos aliviando el dolor y sufrimiento de aquellos que nos rodean y en países lejanos. Oremos para que Dios nos muestre cómo podemos mejorar la vida de los demás. Sigamos el ejemplo de Cristo proveyendo una nueva vida para nosotros como medio para mostrar a sus otros hijos un futuro mejor. Todos somos refugiados en este planeta, buscando un hogar mejor que se nos ha prometido. Tomemos esta oportunidad para recordar nuestra herencia y cómo podemos compartir con otros la esperanza que muchos de nosotros damos por sentado.
No olvidemos de dónde venimos y hacia dónde vamos, pero recordemos también que los cristianos hemos sido llamados a ayudar a mostrar a otros el camino al hogar, en esta tierra y más allá.