Cuando era pequeño, mi madre siempre que tenía que comprarme unos pantalones o un jersey se empeñaba en que fuese de colores “sufridos” (generalmente grises jaspeados y marrones mezclados), es decir, que aguantasen lo más posible entre dos lavados. Quería que las prendas fuesen lo más resistentes posibles a los mil atentados de mi juvenil energía. ¿Qué quiere decir Pablo con el término “sufrido” en Romanos 12:12? En el lenguaje coloquial, una persona sufrida es alguien que aguanta mucho, que no se deja vencer por los problemas o las adversidades.
La palabra exacta que Pablo usa aquí para decir “sufridos” es upomenontes. Este término equivaldría hoy a algo parecido a pacientes, resistentes, o aún mejor, “resilientes.” Este término es un préstamo del lenguaje de la metalurgia que describe la cualidad de ciertos objetos metálicos de no partirse ante la presión, como el hierro, ni quedarse doblegados como el plomo, sino de volver a la posición original en cuanto cesa la presión, como un muelle o un resorte. Pablo nos exhorta, en medio de la dificultad, a asumir una postura de aguante y resistencia.
- Ante la tribulación, resistid. Que nada os aplaste. En la tribulación, manteneos firmes.
Esa es la idea. Y la palabra que nuestras biblias traducen por “tribulación” describe cualquier situación adversa o desfavorable que pueda sobrevenirnos. Lo que Pablo nos dice con la fórmula lapidaria “sufridos en la tribulación” es que desea que los creyentes seamos capaces de resistir en circunstancias adversas. Porque hemos de saber que, hasta que Cristo vuelva, problemas, crisis y tribulaciones no nos van a faltar.
En toda tribulación, los cristianos podemos mantenernos erguidos y fieles al Señor, pero no gracias a nuestras admirables virtudes, sino “mediante el poder de su fuerza” (Efesios 6:10). De modo que esta invitación es a la vez un tremendo desafío (¿quén se siente con fuerzas para aguantar ciertas tribulaciones”) y una motivadora esperanza. En las pruebas de la vida, cuando llega la prueba, en medio de la lucha, Pablo nos pide que adoptemos una postura de resistencia, porque esta guerra (lo que llamamos “el gran conflicto”) requiere una constante resistencia, y se lleva a los inconstantes. Los cristianos tenemos que resistir, hasta cuando nos sintamos miedosos y cobardes. Porque todos estamos llamados a ser valientes, ya que Cristo nos ha asegurado la victoria. Con él todos somos capaces de sobrevivir y triunfar, aunque la lucha sea sin cuartel y el enemigo se muestre implacable.
Para ello Pablo nos exhorta a equiparnos debidamente: “[…] Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Efesios 6:11,12).
Resistir en esta lucha no es cosa fácil. Tenemos un enemigo muy poderoso, que utiliza como secuaces a todas las mafias espirituales de las tinieblas. En medio de la maldad creciente que nos rodea, de injusticias que nos abruman, de crímenes que nos desconciertan, de la violencia y de la corrupción que nos indignan, de las incontables tragedias de este estado de cosas, tenemos que resistir. Cuando la tribulación amenaza con arruinar nuestra vida, cuando llega un despido laboral injustificado, un diagnóstico de cáncer imprevisto, un divorcio insospechado, cuando el banco se traga el dinero que teníamos ahorrado para los años del retiro, y lo hemos perdido todo, ¿qué podemos hacer?
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Resistir, dice la palabra del Señor: “Tened también vosotros paciencia y, afirmad vuestros corazones, porque la venida del Señor se acerca” (Santiago 5:8).
Cuando la tribulación azota, Dios nos llama a tener paciencia, para con los demás, para con las circunstancias, y para con nosotros mismos. Ante la venida del Señor, en estos últimos estertores de la historia humana, la paciencia, la resistencia y la fortaleza se necesitan más que nunca. La fórmula de Pablo es una fórmula para sobrevivir en tiempos de crisis, y lleva en sí misma su propio secreto: Para mantenernos “gozosos en esperanza” y “sufridos en la tribulación” necesitamos mantenernos “constantes en la oración”. Para no olvidar nunca la promesa divina: “Porque yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).