Soñar a lo grande.
Hace varios meses, fui al centro de Londres a hacer unos trámites. Como hacía un día agradeble, monté en mi bicicleta y pedaleé hasta la estación de Watfordque es muy moderna y hasta tiene cámaras de seguridad. Al llegar, la aseguré bien en el estacionamiento para bicicletas. Pero cuando regresé, ya sabes lo que había sucedido, ¿verdad? Mi bicicleta había desaparecido. Para colmo, yo acababa de perder mi trabajo en medio de la crisis, a causa de la pandemia del coronavirus, y no podía comprarme una nueva.
Llegué a casa agotada y entonces sonó el teléfono. Era Douglas, mi “abuelo adoptivo”. En cuanto se lo le conté me dijo: “yo te voy a comprar una nueva”. Le agradecí la generosa oferta, pero en mi fuero interno decidí no aceptarla. No quería hacerle “malgastar” su dinero en mí. Lo fui postergando durante varios meses con todo tipo de excusas, hasta que Douglas me dijo: “mañana nos vamos a comprar tu bicicleta”.
La noche anterior había entrado en un sitio web y había visto una bicicleta hermosa, de estilo antiguo, con asiento de cuero y canasta al frente. Fue amor a primera vista, ¡o al menos hasta que vi el precio! Decidí ir al negocio y no decir nada, pensando que sería más “humilde” permitir que Douglas escogiera la que le pareciera mejor a él. Cuando entramos en el negocio él sugirió que nos tomáramos unos minutos para ver todos los modelos. De pronto, Douglas apuntó a una bicicleta y me dijo: “¡Esa! ¿Te gusta?”. Mi corazón dio un vuelco, era exactamente la que yo quería. Douglas la compró inmediatamente, sin preocuparse en lo más mínimo por el precio.
Dios y Douglas
Debo admitir que, a menudo, trato a Dios de la misma manera. Actúo como si conformarme con menos y tener sueños más prácticos fuera un gran logro espiritual, el pináculo de la humildad. Sin embargo, juzgando por mi experiencia, no atreverse a soñar no es un acto de humildad sino de cobardía emocional. El escritor estadounidense, John Eldredge, lo describe con estas palabras: “Vivir con deseo es elegir vulnerabilidad en lugar de autoprotección. Admitir lo que queremos y buscar ayuda es todavía más vulnerable. Es un acto de confianza”. En otras palabras, aquellos que conocen su deseo y se niegan a dejarlo morir, o a actuar como si no necesitaran ayuda, son los que viven por fe. Los que no piden, no confían en Dios lo suficiente como para desear algo”[1]. ¡Soñar y pedir son actos de fe!
¿Qué hubiera sucedido si Douglas hubiera escogido una bicicleta diferente? A veces cubrimos nuestra cobardía emocional con una pequeña capa de espiritualidad: “Bueno, ¡tal vez ésa era la voluntad de Dios!” ¿Y si no lo era? ¿Y si Dios quiere darte exactamente aquello que soñabas, pero preferiste enterrar el talento antes que arriesgarte a invertirlo y perderlo? (Mateo 25:25).
Durante todo este proceso, Anne, mi mejor amiga, me decía continuamente: “¡Pide la bicicleta que realmente quieres! Permite que Dios te bendiga a través de quién él crea mejor. No escatimes en sueños”. Tengo mucho que aprender de ella, aunque Anne no siempre recibe lo que pide, ella no siente miedo de pedir. Honramos a Dios cuando soñamos, cuando pedimos, cuando nos acercamos a él realmente vivos, no entumecidos por el cinismo o anestesiados contra toda esperanza.
Nos engañamos a nosotros mismos cuando pensamos que soñar sueños prácticos nos evitará sufrir. La verdad es que no podemos desensibilizar nuestros corazones de forma selectiva. Cuando nos anestesiamos para no sentir dolor, también adormecemos nuestra capacidad de sentir alegría.[2] Estar realmente vivos implica atreverse a soñar sueños en los que exista cierto riesgo y aventura.
¿Contentarse?
Pero, ¿no se supone que debemos estar contentos sin importar las circunstancias? Esto es lo que creo: si Dios te pide que pongas tu sueño en el altar y lo sacrifiques, debes hacer exactamente eso. Pero si no lo hace, sigue soñando y creyendo. No hay que organizar funerales para los sueños que Dios nunca nos pidió que enterrásemos. A menudo abandonamos nuestros sueños demasiado pronto porque la esperanza duele.
Entonces, ¿cómo podemos aferrarnos a nuestros sueños cuando la espera parece interminable y Dios parece no oírnos? Recordando que Jesús comparte nuestro dolor y, al hacerlo, lo redime y santifica. La historia de la resurrección de Lázaro nos muestra justo esto. Jesús llegó tarde a propósito porque tenía un mejor plan. Sin embargo, reconoció que su tardanza había causado mucho dolor. De hecho, creo que Jesús nos estaba imaginando a todos en ese momento. Sus ojos proféticos vieron los años acumulados de espera y desesperanza de toda la humanidad. Nos vio a ti y a mí preguntándonos si Dios nos había olvidado por completo. Y en lugar de adormecer su corazón y huir del dolor, en lugar de decir: “Dejen de hacer tanto aspaviento; ¡estoy a punto de resucitar a este hombre!”. Jesús escogió el coraje de sentir y llorar. Solo después de reconocer y honrar nuestro dolor, Jesús resucitó a Lázaro.
Esta es la fuente de nuestra esperanza: servimos a un Dios que llora con nosotros. Emmanuel riega las semillas de nuestro coraje con sus propias lágrimas. No volvemos a soñar con la ilusión de que nunca nada saldrá mal. La fe no es una póliza de seguro contra todo riesgo. Soñamos porque sabemos que, aunque no recibamos lo que deseábamos, nuestro dolor nunca será en vano.
Conoce tus sueños
¿Qué quieres? Antes de curar al ciego Bartimeo, Jesús le hizo una pregunta aparentemente innecesaria: “¿Qué quieres que haga por ti?” (Marcos 10:51, NTV). Si Jesús te preguntara lo mismo hoy, ¿qué responderías? Estoy convencida que una de las cosas más espirituales que debo hacer es descubrir qué quiero, y juntar el coraje para hacerlo. En lugar de cubrir mi falta de autoconocimiento con pretensiones de humildad, Jesús quiere que conozca y tome responsabilidad de mis necesidades y sueños.
Esto implica que voy a tener que liberarme de las expectativas ajenas. Significa que voy a tener que desacelerar mi vida y aquietarme lo suficiente como para poder oír los pensamientos que Dios inspira. Implica aprender a confiar en mi intuición, de la cual estuve condicionada a dudar durante años. Quiere decir, sobre todo, correr riesgos y cometer errores. ¡Todo es absolutamente incómodo y me vuelve vulnerable! Pero esto será indispensable a fin de que deje de preocuparme tanto por lo que piensan los demás, para que deje de autocensurarme y desentierre los sueños que me vuelven única.
Así que te pregunto nuevamente: ¿Qué quieres? No hay nada remotamente espiritual en no soñar, no pedir o nunca arriesgar nada. ¡Atrévete a soñar! Ser cristiano no se trata de estar seguro o estar cómodo. Adelante, ¡prueba a soñar! Dios te llama a vivir una aventura de fe con Él. El viaje implicará cometer errores y aprender a tolerar la incertidumbre, pero vale la pena emprenderlo. Anímate y sueña. Confía en Dios lo suficiente como para pedirle algo que solo Él puede hacer.
Autora: Vanesa Pizzuto, periodista, escritora y presentadora de radio. Oriunda de la República Argentina, hoy vive y trabaja en Inglaterra, coordinando proyectos misioneros para la División Transeuropea.
Imagen: Photo by Greg Rakozy on Unsplash
Referencias
[1]John Eldredge (2016): “Journey of Desire: Searching for the Life You’ve Always Dreamed Of”, Thomas Nelson (énfasis agregado).
[2]Brene Brown (2016): “El Poder de Ser Vulnerable: Que Te Atreverías a Hacer Si El Miedo No Te Paralizara”, Urano.