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DÍA 4

LA IGLESIA COMO SACERDOCIO DE TODOS LOS CREYENTES

¡TODOS ESTAMOS UNIDOS COMO UNO SOLO Y EL SEÑOR NOS AMA A TODOS!

¿Quién soy? Mi nombre y mi número de D.N.I. se pueden leer en mi pasaporte junto a mi fotografía. El nombre me lo pusieron mis padres, y el número de identidad me lo asignaron las autoridades, pero para comprar en línea o abrir un perfil en las redes sociales puedo decidir qué nombre de usuario quiero tener; puedo elegirlo libremente, y también puedo abrir una sesión en cualquier cuenta con la contraseña que mejor me parezca. Cuando juego por internet, creo personajes e identidades para mí completamente nuevos. Gracias a ello, puedo ser quien quiero ser; exitoso y fuerte, inteligente e invencible, atractivo e interesante. Sin embargo, ¿quién es el verdadero yo? ¿Es el yo que me gustaría ser? ¿Es aquel que sueño en convertirme mientras, con ansiedad, veo a otros que parecen tener todo lo que deseo? ¿Soy la persona que solo quiere escapar una y otra vez? ¿Soy aquel que me irrita porque de repente no puedo reconocerme en absoluto en lo que pienso o hago? Hagamos lo que hagamos, estas preguntas nos perseguirán mientras vivamos.

TRASFONDO HISTÓRICO E INTERPRETACIÓN DEL CUADRO

Lutero se hacía a menudo estas preguntas: ¿Soy solo un monje insignificante de la ignorante Alemania, como han dicho los papas en Roma acerca de mí? ¿Soy el cabecilla de las turbas campesinas que han depositado sobre mí todas sus esperanzas en la rebelión contra el dominio de la servidumbre opresiva? ¿Soy un héroe popular que ha sido recibido por las masas con gran entusiasmo porque he exigido que la Iglesia Católica lleve a cabo las reformas que también han solicitado la mayoría de los príncipes alemanes?

En aquel entonces, la sociedad estaba estrictamente dividida en tres clases que eran fácilmente diferenciables en cualquier ámbito de la vida pública. Estaban aquellos que tenían poco o nada, generalmente granjeros, campesinos y artesanos. Por encima de ellos estaba el clero de la iglesia, como gobernantes religiosos, y finalmente, la nobleza, como gobernantes seculares. Estas diferencias eran visibles incluso dentro de cada iglesia: la nobleza tenía asientos especiales en palcos reales denominados Schwalbennester (o nidos de golondrina), y los clérigos tenían su lugar en la parte delantera de la iglesia denominada coro, con asientos exquisitamente elaborados, la sillería del coro. Todos los demás tenían que permanecer de pie en la nave o en la sala principal; era una sociedad estrictamente segregada. Por este motivo, muy rara vez se permitía a Lutero visitar a su protector, el príncipe Friedrich el Sabio, aunque vivían a tan solo un kilómetro de distancia el uno del otro. Toda la sociedad, así como la iglesia, sufrieron mucho a causa de esta discriminación. Las distinciones de clase también regían lo que estaba permitido llevar y lo que no, así como lo que se podía comer. Todo eso también dio forma al concepto de Dios que tenía mucha gente en ese momento, porque la iglesia y el clero proclamaron que se trataba de una orden dada por Dios y que nadie tenía derecho a cambiar, ¡ese era tu destino!

En 1520, Lutero publicó su breve obra titulada La libertad cristiana. Presentó un nuevo orden y modelo cristiano de sociedad declarando: «El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos».1 A primera vista, esta afirmación parece contradictoria y confusa; sin embargo, en aquella época, tal declaración dialéctica era una invitación a entrar en diálogo, una afirmación destinada a provocar una discusión pública. Por este motivo, podemos entender mejor por qué Lutero eligió este tipo de enunciación para dar a conocer a un amplio círculo de personas educadas una de las declaraciones centrales de la Reforma. La primera declaración hace referencia a la vida de un cristiano que ha sido liberado por Dios para vivir una vida nueva; la segunda, a su vida en relación con sus semejantes. Habla de un cristiano que ha sido aceptado por Dios y, por lo tanto, se siente liberado; ya no está atrapado en la desesperación y el fracaso, pudiendo ahora definirse y afirmarse. Finalmente puede ver y comprender las preocupaciones y las necesidades de otro porque ya no se tiene que preocupar por encontrar el significado y el propósito de su propia vida. Este cristiano pasa a ser libre para servir y ayudar a sus semejantes con creatividad desmedida, y puede transmitir el amor que él mismo ha recibido de Dios. Así es como deberían funcionar las cosas en la iglesia.

Es precisamente esta comprensión del amor de Dios y el concepto de la iglesia según el ideal de Lutero lo que Lukas Cranach reflejó en su renombrado cuadro Retablo de la Reforma. Cranach pintó una mesa redonda, en contraste con las largas mesas en las que se celebraban las comidas en aquellos días. La persona más importante se sentaba en la cabeza, y la menos importante, la más pobre, ocupaba el lugar más ínfimo, al pie de la mesa. En una mesa redonda, no hay cabeza ni pies; todos son iguales. Incluso Judas, que ya ha puesto un pie fuera, a punto de abandonar a sus compañeros, permanecía sentado al lado de Jesús. Al otro lado del Maestro vemos a Juan, y en el lado derecho del cuadro, encontramos a Lutero. Ya no se representa como un monje, ni tampoco como un profesor de universidad, sino como «Junker Jörg» (Caballero Jorge). Esta fue su apariencia mientras vivió bajo un nombre falso en el castillo de Wartburg. Lutero está sentado como un ciudadano común con Jesús en la mesa de la Santa Cena, y Lukas Cranach es el joven que le está entregando la copa de vino de comunión. Cranach se representa aquí utilizando la ropa de un noble para demostrar que, a los ojos de Dios, no hay diferencias de jerarquía social. En presencia de Jesús, no hay ni primero ni último, ni aristocracia ni ciudadanos ordinarios, sino simples hijos de Dios. Por cierto, las otras personas sentadas en la mesa de la comunión no son solo figuras pintadas aleatoriamente con caras anónimas; todos ellos eran ciudadanos muy conocidos de la ciudad. Entre ellos está el famoso impresor de libros Melchior Lotter, que transformó en obra impresa muchos de los escritos de Lutero. Ante Jesús, iglesia y sociedad están unidas.

CÓMO ENTENDIÓ MARTÍN LUTERO EL SACERDOCIO DE TODOS LOS CREYENTES

Lutero veía la iglesia como un lugar donde Dios ama y acepta a todas las personas de la misma manera, sin considerar su posición social. No es necesario que procedas de una familia influyente; ni tu educación ni tus ingresos marcan la diferencia, lo único que importa es que vengamos a Jesús, y el mejor lugar para hacerlo es en la iglesia, cuando estamos reunidos para adorar, como los discípulos que están representados en la pintura de la Santa Cena; se reunieron para estar con Jesús. Esta es la base de una iglesia cristiana, en cierto sentido, el poder que nos hace fuertes y el motor que nos impulsa como iglesia.

Durante la inauguración de la iglesia del castillo de Torgau, el primer edificio protestante nuevo, Martín Lutero describió el «servicio de adoración» como una ocasión durante la cual rendimos nuestro servicio a Dios, así como el Señor también nos presta servicio a nosotros. Por ejemplo, en su sermón, describió a la iglesia como consagrada a Jesucristo con el único propósito de ser un lugar donde el Señor hablara a través de las Sagradas Escrituras a los que se reúnen allí, mientras ellos le hablarían a través de sus oraciones y cantos de alabanza.

En los servicios de adoración de la iglesia se reúnen diferentes personas, desde aquellos cuyo nivel de educación es básico hasta aquellos con grandes responsabilidades en el trabajo y en la sociedad. Hay tanto autóctonos como personas procedentes de otros países, y todos ellos conforman la iglesia. Sin embargo, a la hora de adorar, Dios no hace diferencia alguna, nos habla a todos sin discriminación y todos le entendemos y respondemos juntos, a una sola voz, cuando cantamos y oramos. Es como si el mundo se hubiera vuelto del revés; a pesar de aquello que pueda separarnos como puede ser la edad, el género, la nacionalidad, la riqueza, las posesiones, la educación, etc., en la iglesia todos estamos unidos como uno solo, porque Dios nos ama y nos ha creado a cada uno. Se trata de un tipo de libertad completamente nuevo: el don de la libertad que procede del evangelio.

Lutero llegó a experimentar este tipo de libertad. Él nació con el nombre de «Martin Luder», pero en alemán, este apellido no tiene un significado demasiado bonito, al contrario, designa a alguien con una reputación muy cuestionable. Por eso, siguiendo la costumbre de los tiempos, Lutero se dio a sí mismo un nuevo nombre. Alrededor de 1512, comenzó a llamarse «Eleutherios», una palabra originaria del griego, lenguaje del Nuevo Testamento, que significa «el que es libre». Más tarde utilizó solo la forma abreviada, llamándose a sí mismo «Luther», y su nuevo nombre se convirtió en un distintivo de su vida con Cristo. Había sido liberado; había experimentado el evangelio en su propia vida y había buscado compañerismo en aquellos que habían vivido la misma experiencia.

CÓMO PODEMOS ESTAR TODOS UNIDOS COMO UNO SOLO

¿Alguna vez has conocido a alguien y has sabido enseguida que era un creyente cristiano? Esto se debe a que la verdadera unidad de los cristianos se basa en el principio de una nueva vida en Cristo; en el cuerpo espiritual invisible de Cristo, formado por creyentes, no una denominación, sino todos los creyentes alrededor del mundo.

«Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: “Os es necesario nacer de nuevo”» (Juan 3: 6, 7).

En este texto, Jesús le dice a Nicodemo que era necesario que naciera de nuevo; un nuevo nacimiento del cual el Espíritu Santo es el agente; sin él no podemos pertenecer a Cristo (ver Romanos 8: 9). Es el llamado de Dios lo que nos une en un único cuerpo a través del único Espíritu.

La iglesia es el lugar donde podemos sentir de una manera especial que Jesús está aquí con nosotros. Casi con seguridad, tú también has experimentado cómo tu corazón se ha sentido profundamente conmovido por una canción, un tema, un debate en la Escuela Sabática o simplemente por la comunión con otros miembros de la iglesia. En esos momentos uno puede sentir que Jesús está aquí con nosotros; eso era precisamente lo que pretendía cuando estableció la figura de la iglesia, y sus discípulos tuvieron la misma experiencia en aquel entonces.

Quizás ahora pienses: «Ese es mi sueño, pero no tiene nada que ver con lo que experimento en la iglesia. Hay luchas por la influencia, el poder y los puestos oficiales. Tengo la sensación de que la gente no me toma en serio, ni a mí ni a mis dudas. Estoy deseoso de vivir esa comunión con Jesús, pero apenas puedo ver su amor en la iglesia». Lamentablemente esto a veces es muy cierto, y es como conducir un coche que tiene echado el freno de estacionamiento. Si aún no lo has experimentado, inténtalo. Si el freno de mano está echado, es difícil, por no decir imposible, llegar a cualquier parte. Sientes que algo te retiene. En un momento dado, empieza a salir humo de las ruedas y percibes un olor penetrante. ¿Dónde crees que está el problema? Las ruedas no pueden girar con libertad y, por tanto, un coche que funciona perfectamente no puede ser más que un gran pisapapeles.

¿Y cuál es la solución? ¡Aprender la primera lección que nos da el evangelio! Todos somos uno en el amor de Dios y en la gracia que ofrece libremente a todos aquellos que creen en él. La unidad entre creyentes es un tema importante en la Biblia, y era tan importante para Jesús que oró por ello justo antes caminar hacia el Calvario: «Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti, pues le has dado potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” […] “para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno”» (Juan 17: 1-3, 21-22).

Pablo nos recuerda que es el Señor quien prepara nuestros corazones para responder al evangelio con fe de salvación. «Él nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Timoteo 1: 9). «Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo. El Señor le abrió el corazón para que estuviera atenta a lo que Pablo decía» (Hechos 16: 14).

Para mantener la unidad en la fe debemos entender su importancia y practicar las cualidades que la preservan; debemos esforzarnos por protegerla y preservarla. ¡Era tan importante para Cristo que murió para que pudiéramos tenerla! Los verdaderos creyentes reciben la salvación que Cristo ofrece solo por gracia a través de únicamente la fe. No hay nada que podamos hacer salvo aceptar el regalo gratuito que se nos ofrece: el regalo del amor. Si te sientes amado, puedes amarte a ti mismo y te sientes libre para crecer y desarrollarte como la persona que realmente eres. Si te sientes amado, te sientes libre para amar a los demás incondicionalmente, tal y como los ama Dios. En nuestro caminar cotidiano de fe, crecemos y maduramos como cristianos y en nuestro amor unos por otros, y asimismo experimentaremos la unidad de la fe. Pablo habla de ello en Efesios 4: 13 cuando dice: «Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo». Se hace más fuerte a medida que crecemos en la fe. Esta es la unidad que alcanzaremos plenamente cuando veamos a Jesús, la esperanza de nuestra salvación.

Por eso, como cristianos, cantamos «Una esperanza»:

Una esperanza arde en nuestro ser,

la del retorno del Señor.

Esta es la fe que solo Cristo da,

Fe en la promesa del Señor.

Muy cercano el tiempo está,

Cuando la humanidad jubilosa cantará:

¡Aleluya! ¡Cristo es Rey!

Una esperanza arde en nuestro ser,

La del retorno del Señor

Cristo nos une, él es nuestro Rey;

Cristo nos une en su amor.

Amor por los que en este mundo están

Y necesitan a Jesús.

Pronto el cielo se abrirá y Jesús descenderá,

Todo el mundo cantará: ¡Aleluya! ¡Cristo es Rey!

Una esperanza y una misma fe

nos une a todos en su amor.

(Himno no 181 del Himnario Adventista)2

NUESTRO LEGADO

La iglesia reúne a todo tipo de personas con diversos orígenes. Cuando los miembros se centran en Jesús, la unidad y la hermandad se sienten. Elena G. de White explica que «el secreto de la verdadera unidad en la iglesia y en la familia no estriba en la diplomacia ni en la administración, ni en un esfuerzo sobrehumano para vencer las dificultades —aunque habrá que hacer mucho de esto— sino en la unión con Cristo. […] Cuanto más nos acerquemos a Cristo tanto más cerca estaremos uno del otro. Dios queda glorificado cuando su pueblo se une en una acción armónica» (El hogar cristiano, p. 158). En la casa de Dios todos somos iguales. Todos somos hijos del mismo Dios. Odiar y disgustarse los unos a los otros es odiar o disgustar a la imagen de Dios en otra persona. Por eso, el amor y la paz, la armonía y el decoro, el orden y la estructura son valores e ideales de gran importancia para el buen desarrollo de la misión; debemos asegurarnos de que permanecemos unidos en el mandato, nuestro principal cometido. Disfrutar de la comunión entre los creyentes debe ir más allá de la simple asistencia. La participación total en la vida y la misión de la iglesia contribuirá en gran manera a su unión.

Nuestro legado: «La iglesia es la comunidad de creyentes que confiesan que Jesucristo es Señor y Salvador. Nos reunimos para adorar, para estar en comunión, para recibir instrucción en la Palabra, para la celebración de la Santa Cena, para servir a toda la humanidad y para proclamar el evangelio en todo el mundo. La iglesia es la familia de Dios. La iglesia es el cuerpo de Cristo» (Génesis 12: 3; Hechos 7: 38; Efesios 4: 11-15; 3: 8-11; Mateo 28: 19, 20; 16: 13-20; 18: 18; Efesios 2: 19-22; 1: 22, 23; 5: 23-27; Colosenses 1: 17, 18).3

LA PROMESA DE DIOS PARA TI

Jesús oró para que permanezcamos unidos en él, así como él está unido al Padre. Lee Juan 17: 20-26, en la Nueva Versión Internacional de la Biblia: «No ruego solo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí. Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo. Padre justo, aunque el mundo no te conoce, yo sí te conozco, y estos reconocen que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos».

REFERENCIAS

1 Henry Wace y C. A. Buchheim, First Principles of the Reformation (Primeros principios de la Reforma), (Londres: John Murray, 1883). Extraído de https://sourcebooks.fordham.edu/ mod/luther-freedomchristian.asp.

2 En español se corresponde con el himno número 181 del Nuevo Himnario Adventista.

3 Las 28 creencias fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Extraída de la página web de la Iglesia Adventista: https://www.adventistas.org/es/institucional/ creencias/ Consultado el 2 de marzo de 2017.

PREGUNTAS PARA DEBATIR

  1. ¿Qué significa unidad?
  2. ¿Por qué es importante mantener la unidad en tu lugar de estudio? ¿Y en el lugar de trabajo? ¿Y en la comunidad? ¿Y en los círculos sociales?
  3. Teniendo en cuenta todas nuestras diferencias, ¿cómo podemos permanecer unidos como iglesia? ¿Pueden coexistir la unidad y una doctrina sana? ¿Cómo podemos garantizar una doctrina sana al mismo tiempo que nos unimos a otras personas que no comparten nuestra fe?

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR PERSONALMENTE

1. ¿Cómo garantizas la unidad en tu hogar, tu matrimonio, tu familia, tu iglesia, tu comunidad, tu escuela, etc.?

2. Haz una búsqueda introspectiva y pide a Dios que te guíe hacia aquello que debes hacer para contribuir fomentar la unidad en todas las situaciones.

Revista Adventista de España