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DÍA 2

SOLO POR LA GRACIA

(SOLO GRATIA)

¡UN AUTÉNTICO REGALO!

¿Cómo crees que es Dios? Aunque nadie lo ha visto nunca, podemos hacernos cierta idea por la imagen que hemos hecho de él en nuestras mentes. Formamos estas opiniones a partir de imágenes que conocemos; dibujos que hicimos en nuestra tierna infancia y durante el resto de nuestro viaje de la vida hasta la fecha. Para algunos de nosotros, Dios es como un padre maravilloso que nos cuida con cariño y que siempre tiene una respuesta para nuestras preguntas y problemas. No tiene un horario laboral y no tenemos que convencerlo para que nos ayude. Otros podrían pensar en un adorable abuelito con el pelo blanco, una larga barba y una mirada amable; alguien preparado para hacer la vista gorda ante nuestros defectos, pero también alguien a quien resulta fácil engañar.

Sin embargo, hay quienes ven a Dios como un superintendente estricto y un juez que siempre amenaza con las consecuencias y el castigo tan pronto como hacemos algo malo, alguien despiadado e impredecible; alguien que nunca está satisfecho, por mucho que lo intentes. Ese fue precisamente el concepto que la mayoría de las personas tenían de Dios durante la Baja Edad Media. Veían al Señor como un juez de corazón duro que exige más de los seres humanos de lo que jamás podríamos lograr o cumplir, y este fue también el concepto de Dios con el cual creció Martín Lutero.

TRASFONDO HISTÓRICO E INTERPRETACIÓN DEL CUADRO

Lutero creía que después de la muerte tendría que sufrir su castigo en el purgatorio por cada pecado que había cometido. Según Wikipedia, la enciclopedia libre, en la teología cristiana y, especialmente, en la teología católica, el purgatorio es «un estado transitorio de purificación y expiación donde, después de la muerte, las personas que han muerto sin pecado mortal pero que han cometido pecados leves no perdonados o graves ya perdonados en vida pero sin satisfacción penitencial de parte del creyente, tienen que purificarse de esas manchas a causa de la pena temporal contraída para poder acceder a la visión beatífica de Dios». Los únicos que tienen acceso al purgatorio son aquellos que mueren en estado de gracia pero que aún no han cumplido el castigo temporal por su pecado. Esto significa que ninguna de las personas que esté en el purgatorio permanecerá allí para siempre ni irá al infierno.

En 1505, cuando Lutero comenzó a vivir como monje en el Monasterio de Erfurt de los ermitaños agustinos, la sensibilidad de su conciencia culpable se agudizó aún más. Ahora que podía dedicar todo su tiempo a las devociones y a la oración, pensaba constantemente en sus pecados, y esto le pesaba mucho. No eran los pecados mayores, como el asesinato o el homicidio lo que le preocupaban; no tenía ningún problema con eso. Lo que no podía mantener bajo control eran sus pensamientos. Por ejemplo, estaba obsesionado con la ansiedad de que pudiera pecar en sus sueños, pero no podía hacer nada al respecto. Cuanto más tiempo pasaba con Dios, más le parecía que Dios era un juez despiadado; alguien a quien prefería evitar. Se atormentaba constantemente con preguntas como: «¿Cómo podía llegar a ser apto a los ojos de Dios? ¿Cómo puede la Biblia decir que Dios es un ser misericordioso cuando exige algo de nosotros que nunca podríamos cumplir? Lo intento por todos los medios, pero no puedo guardar los mandamientos, de manera que la ley de Dios me condena una y otra vez. No, este Dios no ama a los humanos; está jugando a un juego cruel con nosotros. Este no es un Dios de amor».

Lutero se esforzó aún más. Ayunaba aún más, comía aún menos, y se pasaba casi todas las noches en oración. Pero eso no le ayudó; no podía vivir sin pecado. Se sentía cada vez más culpable e incapaz de cumplir la ley de Dios hasta que, finalmente, comenzó a odiar a Dios. Johannes von Staupitz, su superior en el monasterio, observó el tormento de Lutero provocado por estos pensamientos. Pero, ¿cómo podía ayudarle? Primero dejó claro a Lutero que lo que él denominaba «pecado» en realidad solo era «Mumpitz», el tipo de sinsentidos en los cuales no debía perder el tiempo preocupándose. Y luego agregó algo muy importante: «Hermano Martín, ¡mira a Jesús y no tanto a lo que llamas tus pecados!».

Lutero siguió el consejo de su superior, y un día, durante su estudio, Dios le ayudó a comprender una verdad que, en última instancia, cambiaría el mundo. No sabemos el día o el año exacto en el cual se produjo ese encuentro divino, pero un año antes de su muerte, Lutero escribió acerca del momento en el cual se estableció el curso de la Reforma protestante, describiendo cómo había perdido casi por completo la fe en Dios hasta que: «Finalmente, meditando día y noche, por la misericordia de Dios, me detuve a analizar el contexto de las palabras de Romanos 1: 17: “Pues en el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: ‘Mas el justo por la fe vivirá’”. En ese momento, empecé a entender que la justicia de Dios es aquella por la cual vive el justo gracias al regalo de Dios, es decir, por fe. Y este es su significado: la justicia de Dios se revela en el evangelio, es decir, la justicia pasiva a través de la cual un Dios misericordioso nos justifica por la fe, como está escrito: “Mas el justo por la fe vivirá”. Sentí que había nacido de nuevo y que entraba al paraíso con las puertas abiertas de par en par. El Señor me mostró una cara totalmente diferente de las Escrituras. Entonces hice un recorrido mental por las Escrituras, y descubrí una analogía en otros términos como la obra de Dios, es decir, lo que Dios hace en nosotros, el poder de Dios, a través del cual nos hace fuertes, la sabiduría de Dios, a través de la cual nos hace sabios, la fuerza de Dios, la salvación de Dios, la gloria de Dios».1

Lutero vio claramente que Dios nos da su justicia como un regalo; por lo tanto, él es el único que nos salva. Dios nos ama con la misma fuerza con la cual condena el pecado; su amor es inconmensurable y, por ello, dio a su hijo Jesucristo para morir por nosotros en la cruz. Aquellos que miran a Jesús dejan de temer a Dios. Como dijo Lutero una vez, ya tienen las llaves de las puertas del paraíso en sus bolsillos.

Respecto al Retablo de la Reforma de Wittenberg, vemos a Martín Lutero predicar a su congregación en la iglesia. Su mano izquierda está apuntando a la Biblia. Ese fue el fundamento y el punto de partida de los muchos sermones que dio entre 1514 y su muerte en 1546. Con su brazo derecho, está señalando a Jesús, colgado en la cruz por nuestros pecados. Lutero no podía y no quería olvidar al que debía ser el punto focal de cada sermón. No se trata de nuestros pensamientos, ni de las ilustraciones y metáforas, sino de Jesús. Ese es el fundamento de nuestra fe; ese es el fundamento de nuestra predicación del evangelio. Y si tenemos la habilidad de predicar, y tendemos a ocupar el centro del escenario, debemos recordar, una y otra vez, que todo lo que tenemos y somos es un regalo de Dios. Solo podremos comprender verdaderamente la Palabra de Dios si entendemos lo que Jesús mismo nos enseñó: todas las Escrituras dan testimonio de él (Juan 5: 39).

LA IMPORTANCIA QUE TENÍA PARA LUTERO LA JUSTIFICACIÓN SOLO POR LA FE

En la iglesia, durante la Edad Media, todo giraba en torno a lo que nosotros, como seres humanos, podíamos hacer para ganarnos el favor de Dios, en torno a las buenas obras que agradan a Dios y acortan el tiempo que deberíamos pasar en el purgatorio. Nuestra relación con Dios fue pensada para funcionar de manera parecida a una cuenta bancaria: el pecado es lo que hace que tu deuda incremente, te arrastra cada vez más a la condenación, lo que se traduce en que el tiempo que deberás pasar en el purgatorio por tus pecados después de morir será mayor. Sin embargo, si tus obras son buenas, pueden contribuir a mejorar el equilibrio de tu cuenta. No obstante, ninguno de nosotros podría estar realmente seguro de que nuestras buenas acciones fueran suficientes para hacernos aptos a los ojos de Dios en el juicio final. Por ese motivo las buenas obras eran tan importantes; lo crucial era demostrarle a Dios cuánto podíamos lograr. Posteriormente, Lutero denominó a esta forma de pensar «teología de la gloria humana» (theologia gloriae), y por su propia experiencia, sabía que era una iniciativa inútil, un callejón sin salida. Por muchas que sean nuestras buenas obras, nuestra naturaleza sigue siendo pecaminosa; sin la gracia de Dios, no podemos cumplir su voluntad. Sin embargo, puesto que Lutero había experimentado cómo la cruz adquiría un significado completamente nuevo para él gracias a que Jesús ya había pagado con su muerte nuestro perdón, denominó a esta nueva manera de pensar, fundamento de la Reforma protestante, «teología de la cruz» (theologia crucis). Al principio, se sorprendió de lo fácil que le resultaba vivir una vida de fe. Se acabó la lucha constante contra la propia conciencia, se acabaron los miedos hacia ese Dios despiadado. En lugar de eso, miró a Jesús en la cruz con gran gratitud, porque había entendido que la gracia de Dios es lo único que nos salva (Sola Gratia). Nunca le habían dado un regalo así.

Se dio cuenta de lo necio que había sido al centrarse en las obras de los seres humanos en lugar de regocijarse en la gracia, el regalo de Dios. Es como aquel que quiere conducir un coche, pero después de arrancar el motor y meter la primera marcha, sigue pisando el freno. No sucede nada. Simplemente te quedas ahí quieto, sin moverte ni un centímetro, cuando sería muy sencillo moverse; solo hay que pisar el acelerador. Por supuesto, en la época de Lutero todavía no existían los coches, pero todos estaban muy familiarizados con el miedo y la ansiedad que surgen cuando no vemos progreso alguno en nuestra relación con Dios hasta que, finalmente, a través del Espíritu Santo, descubrimos que no tenemos que lograr nada, porque nos ha sido dado todo como un regalo. Si lo dejo todo en manos de Jesús, mi fe no será traicionada.

¿QUÉ SIGNIFICA JESÚS PARA MÍ?

Todavía recuerdo exactamente cómo me sentí cuando me enamoré por primera vez. De repente, todo en el mundo me parecía hermoso, y esa chica especial era la persona más maravillosa del universo, ¡especialmente sus ojos! Cuando me miró, sentí que estaba en el paraíso. Por desgracia, el campamento de verano solo duró una semana, y luego todos tuvimos que volver a casa. Sin embargo, aquella chica me envió una foto suya, y siempre la llevaba conmigo en mi cartera. Fue una época maravillosa, llena de anticipación de un futuro feliz.

Se utilizan muchas metáforas para describir la relación entre Jesús y la iglesia. Una de ellas es que la iglesia es su esposa, pues así es como nos ama y, por ese motivo, puso todo en juego para salvarnos como demostración final de lo maravilloso que es su amor. De hecho, no podemos ni siquiera comprender lo que significa que el Creador del mundo, el Gobernante del universo, nos conoce tal y como somos en realidad, y que es precisamente su conocimiento de la verdad acerca de nosotros lo que lo impulsa a amarnos aún más. Me maravilla lo valioso que soy a los ojos de Dios. Y ni siquiera tenemos que competir, superar todos los desafíos y salir entre los ganadores; esto no es una competición, como en la mayoría de los ámbitos de la vida, donde solo gana la superestrella. Nuestro valor para Dios no depende de aquello en lo que nos hemos convertido o en lo que hemos logrado; somos valiosos para él simplemente porque es nuestro Creador, porque nos ama. ¿Qué clase de Dios es este? Cuando lo contemplo en la cruz, logro apreciar un tipo de amor infinito que nunca podríamos haber merecido.

NUESTRO LEGADO

Jesús vivió entre los hombres y ejemplificó la justicia y el amor de Dios. El Señor sabía que el único lenguaje que los seres humanos entenderían es el amor. «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15: 13). Jesús murió y resucitó, y ahora está ministrando en el santuario celestial en nuestro beneficio. No tenemos que pagar por el perdón de nuestros pecados; solo tenemos que pedir perdón. «Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1: 9). Sin merecerla, la gracia de Dios nos cubre, pero nunca debemos darla por supuesta pues debemos dar cuenta de ella. Nuestra deuda con su gracia debe dictar nuestro comportamiento.

Nuestro legado: «Con amor y misericordia infinitos, Dios hizo que Cristo fuera hecho pecado por nosotros, para que pudiésemos ser hechos justicia de Dios en él. Guiados por el Espíritu Santo, reconocemos nuestra pecaminosidad, nos arrepentimos de nuestras transgresiones, y ejercemos fe en Jesús como Señor y Cristo, como Sustituto y Ejemplo. Esta fe que acepta la salvación nos llega por medio del poder divino de la Palabra y es un don de la gracia de Dios. Mediante Cristo, somos justificados y librados del dominio del pecado. Por medio del Espíritu, nacemos de nuevo y somos santificados. Al permanecer en él, somos participantes de la naturaleza divina, y tenemos la seguridad de la salvación ahora y en ocasión del Juicio» (2 Corintios 5: 17-21; Juan 3: 16; Gálatas 1: 4; 4: 4-7; Tito 3: 3-7; Juan 16: 8; Gálatas 3: 13, 14; 1 Pedro 2: 21, 22; Romanos 10: 17; Lucas 17: 5; Marcos 9: 23, 24; Efesios 2: 5-10; Romanos 3: 21-26; Colosenses 1: 13, 14; Romanos 8: 14-17; Gálatas 3: 26; Juan 3: 3-8; 1 Pedro 1: 23; Romanos 12: 2; Hebreos 8: 1-12; Ezequiel 36: 25-27; 2 Pedro 1: 3, 4; Romanos 8: 1-4; 5: 6-10).2

LA PROMESA DE DIOS PARA TI

«Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (Jeremías 1: 5).

«Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna» (Tito 3: 4-7).

REFERENCIAS

1Luther’s Works (Obras de Lutero), vol. 34, p. 337.

2Las 28 creencias fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Extraída de la página web de la Iglesia Adventista: https://www.adventistas.org/es/institucional/ creencias/ Consultado el 2 de marzo de 2017.

PREGUNTAS PARA DEBATIR

1. ¿Qué valor tienes?
2. ¿A quién le perteneces?                                                                                                                                             3. ¿Qué pagaron por ti?

PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR PERSONALMENTE

1. ¿Qué significa para ti este versículo de la Biblia? «Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres» (1 Corintios 7: 23).

Revista Adventista de España