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El proyecto de Dios

A Jesús le gusta que sus familias sean felices. No hubo mayor gozo para él que darles el reflejo de sí mismo. Su voluntad quedó de manifiesto así: «Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó» (Génesis 1: 27).

Estas sencillas palabras hacen visible el orden que el Señor quería alcanzar con los dos seres humanos recién creados: expresar mediante ellos un nuevo orden de seres que llevaran su sello y reflejaran capacidades semejantes a las suyas. La plenitud de sus vidas debía llevar el sello de la adhesión, del vínculo en total armonía. Sus capacidades no tendrian límites en ese entorno de desarrollo perfecto y eterno. Como consecuencia, la satisfacción y la felicidad les llenarían siempre.

La perpetuación de la especie sin dolor, les daba la participación en la procreación de otros seres que también llevarían la imagen del Creador; cualidad que requeriría que entre los dos seres humanos hubiera una unidad única, espiritual, mental y física tan estrecha, que simbolizaría perfectamente la imagen de su Hacedor. Pero, por asombroso que nos parezca, esta virtud no era exclusiva sino que, de este hecho, habría derivaciones que lo complementarían: ambos manifestarían en sus vidas cualidades del Señor que transmitirían a sus hijos mediante el perfecto ejemplo y la enseñanza.

Su crecimiento social y su responsabilidad, fruto de la relación entre ambos y con los demás seres que les visitaban, deberían dotarles de elementos de criterio y de crecimiento en su carácter. Los hijos nacidos debían ver en ellos la santidad, la humildad y la mansedumbre de Jesús y el reflejo del perfecto carácter de amor del Señor.

Dice Elena White: «Todo el cielo se interesó profunda y gozosamente en la creación del mundo y el hombre. Los seres humanos constituían una clase nueva y distinta. Fueron hechos “a imagen de Dios”, y era el propósito del Creador que poblaran la tierra. Habían de vivir en íntima comunión con el cielo, recibiendo poder de la Fuente de todo poder. Sostenidos por Dios, habían de vivir vidas libres de pecado». (1)

La herencia recibida no era pequeña. Dios se había volcado en la creación de esta pareja para que fueran plenamente felices.

Han pasado siglos y hoy estamos hablando de rescatar a la familia. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se debe rescatar algo que el Señor hizo tan perfecto?

Vemos por todas partes que la realidad es otra totalmente diferente a la creación. El hombre eligió un camino distinto al propuesto por el Señor y, desde entonces, estamos donde estamos. No hay día, no hay sociedad, no hay familia y no hay individuo que no padezca algún tipo de sufrimiento, de dolor y, finalmente, la muerte.

Dice el sabio Salomón: «Dios hizo perfecto al género humano, pero este se ha buscado demasiadas complicaciones» (Eclesiastés 7: 29).

Una situación caótica

Sobre la familia y los niños, aquí va una pequeña muestra de cómo estamos.

Según la UNICEF, en el mundo hay más de cien millones de niños de la calle, y esta es una cifra que no cambia desde hace más de veinte años. Se considera “niño de la calle” a todo aquel menor de 18 años que vive sin hogar y sin la protección y atención de algún familiar. (2)

En España, la violencia contra los menores creció un 13,6% en 2012. (3) Asimismo, entre separaciones, nulidades y divorcios, se rompieron ese mismo año 110.764 familias. Según la estadística, por cada cinco bodas (civiles o religiosas), se produjeron tres rupturas.

En 2013, se registraron 27.122 mujeres víctimas de la violencia de género. Corresponden a órdenes de protección y a medidas cautelares. Casi la mitad de las víctimas tenían entre 25 y 39 años. La edad media de las víctimas fue de 36,2 años. (4)

Sansón

Sansón debía desempeñar una misión importante para Dios. Él tenía planes para que este hombre hiciera la obra especial de libertar a su pueblo de la opresión que durante cuarenta años les habían sometidos los filisteos. El Señor quería devolverles la libertad de unos tiranos que, con costumbres viciosas y llenos de pecado, estaban sometiendo y oprimiendo a Israel.

Sin embargo, la personalidad de Sansón no se desarrolló de la manera que se espera de un elegido de Dios. Sus emociones decidían en contra de su deber. Prevalecían sus deseos personales en vez de una misión redentora. Como muestra, este deseo expresado a sus padres: «He visto en Timnat a una joven filistea; pedidla para que sea mi esposa» (Jueces 14: 2), en un tiempo en el que debía de haberse centrado en su misión especial. Cuando debería de haber sido fiel a Dios, dejó que sus pasiones lo controlaran y se vinculó mediante este enlace con los enemigos de Israel. ¡Qué irónico! Él fue llamado para “librar” a Israel de los filisteos, y lo siguiente que sabemos es que se estaba casando con una de ellos. (5)

Sansón participó de la sociedad de los filisteos hasta el punto de hacer que sus padres también lo hicieran.

Las relaciones que mantuvo con el pueblo que no conocía a Dios le llevaron a tener su corazón dividido. La elección de influencias equivocadas cambió el llamamiento de Dios en un ambiente extraño con resultados muy dolorosos para todos.

Dice Elena White: «Al principio mismo de la vida Sansón se vio rodeado de condiciones favorables para el desarrollo de la fuerza física, vigor intelectual y pureza moral. Pero, bajo la influencia de amistades y relaciones impías, abandonó aquella confianza en Dios que es la única seguridad del hombre, y fue arrebatado por la marea del mal». (6)

Los errores de este hombre se acumularon uno tras otro. No podemos decir que fuera un enviado de Dios de perfil “normal”. Pero, cuando le rindió su corazón y comprendió su error, cuando dejó de depender de sí mismo y puso al Señor en primer lugar, su vida fue de Dios. Tal como el buen ladrón en la cruz, en su última hora, Dios lo hizo suyo.

La historia de Sansón es la de un hombre fuerte derribado por su debilidad moral. La formación de su familia fue desastrosa. Una relación sólida con Dios lo habría ayudado a controlar su relación con las mujeres. Su experiencia ilustra el dicho: “No os unáis en yugo desigual con los infieles”(2 Corintios 6: 14, RVR 95). Dejó de hacer el bien e hizo mucho daño.

Hemos sido llamados por el Señor para ser un pueblo diferente, ejemplo de regeneración de la sociedad, levadura para otros que buscan saciar su sed interior de la Verdad.

Sin embargo, nosotros nos quejamos de que nuestra vida y familia no llegan a alcanzar esa regeneración prometida en la Biblia y nos cansamos. Sencillamente nos preguntamos ¿será todo mentira? ¿Qué está fallando?

El tranvía

En cierta ciudad, un pesado tranvía cargado de pasajeros iba a iniciar su ruta. El conductor ocupó su puesto, quitó el freno y acccionó la palanca que daba la orden de iniciar la marcha. Pero el tranvía no se movió. Giró varias veces la palanca de mando pero no obedecía, extrañamente el motor no se encendía. La gente empezaba a quejarse de la situación. Desesperado, el conductor no sabía qué hacer. Por la otra vía, y en dirección contraria, se acercaba otro tranvía; su conductor, al ver la dificultad que tenía su compañero, se detuvo junto a él. «¿Qué te sucede?» Le preguntó. «Que el motor no se pone en marcha», le dijo. «¿Cómo va a funcionar si tienes bajado el trole?» (trole es la barra metálica que conecta la parte superior del tranvía con el cable eléctrico que va por encima y le suministra energía).

Las cargas que soportan nuestras vidas son imposibles de eliminar sin ayuda del Señor. Reitero, imposible arrancarlas sin su ayuda. La visión que tuvo el apóstol Pablo sobre nuestro tiempo lo confirma: «Esos malvados embaucadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados» (2 Timoteo 3: 13; el destacado es nuestro) y debe hacernos tomar conciencia de nuestra situación.

Aceptemos el pacto

Seamos honestos con nosotros mismos. Tal vez te bautizaste hace algún tiempo, pero ¿te has preguntado alguna vez, «está mi familia bautizada»? Es decir, ¿practico en mi casa los principios cristianos? ¿O seguimos utilizando en el hogar las mismas prácticas que antes de nuestro bautismo?

¿Tienes defectos de carácter? ¿Existen desavenencias en el hogar? ¿Has comprendido que lo más importante y primero es estar vinculado al Señor? Ir solos a enfrentarnos a Satanás es un error porque él ya ha demostrado que nos puede. Pero no a Jesús. Jesús le ha vencido. Así que, nuestra opción no es luchar contra Satanás, sino ir a Jesús, aferrarnos a él, adherirnos al Todopoderoso. Y él sí que puede luchar por nosotros contra el diablo y vencerlo, porque ya lo ha vencido. Cada vez que tú quieras luchar solo contra los defectos de carácter con los que el pecado te ha marcado, estarás luchando contra un imposible. Tu fuerza de voluntad ha de centrarse en ir a Jesús. Él te concederá su Espíritu, te cambiará la vida porque «él os guiará a toda la verdad» (Juan 16: 13). Después, amable y consideradamente, lleva a tu familia.
No es natural ir a Jesús. Va en contra de nuestra naturaleza porque el pecado nos atrae. Por eso el Señor te dice: «Ten fe». O sea, «Cree en mí, pégate a mí, adhiérete a mí y yo te ayudaré». Así que, el primer paso es unirte a Jesús.

Cuando Jesús mora en la familia, esta es rescatada. Cuando Jesús mora en el hogar, los valores de la familia se restauran. Cuando Jesús mora en la familia, las primeras cosas vuelven al lugar que le corresponde y todo se reubica.

«La primera responsabilidad de un esposo es para con su esposa y con sus hijos. Todo lo demás es secundario, y eso incluye su vida laboral […]. Muchas esposas se sienten solas y abandonadas por sus esposos. Muchos hijos no logran conocer a sus padres. Quien se casa hace un pacto. Eso incluye comprometerse con la vida de su cónyuge y de sus hijos. Ese compromiso implica pasar tiempo juntos, escuchar, jugar, hablar y realizar actividades recreativas; en otras palabras, invertir en su familia». (7) Hemos perdido mucho tiempo luchando con el diablo y él nos vence cada vez. Si vas a Jesús tal y como estás, te recibirá y te ayudará. Nunca lo olvides, él dio su vida por ti. Aférrate a él y no dejes de creer en Jesús. Lleva también a tu familia. El Señor quiere rescatar a tu familia porque desea que sus familias sean felices.

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1. The Review and Herald, 11 de febrero de 1902.

2.Lecciones Escuela Sabática, ed. para los Maestros, 3er trimestre de 2007, pág. 47.

3. Elena White. Patriarcas y Profetas, pág. 612.

4. Unicef: https://www.unicef.es.

5. Informe de la Fundación ANAR, 25-4-2013.

6. Instituto Nacional de Estadística: www.ine.es

7. M. Ángel Núñez. Diseñados para amar, pág. 201.

Revista Adventista de España