¿Qué pasos estamos dando en nuesto camino hacia el cielo?
“Después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios. Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días. Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hech. 1: 3-7).
Los discípulos estaban ansiosos de saber el tiempo exacto de la revelación del reino de Dios, pero Jesús les dijo que no podían saber los tiempos ni las sazones, pues el Padre no los ha revelado. Comprender cuándo debía restaurarse el reino de Dios no era lo más importante que ellos debían saber. Habían de ser hallados siguiendo al Maestro, orando, esperando, velando y trabajando. Habían de ser representantes, ante el mundo, del carácter de Cristo. Lo que era esencial para una experiencia cristiana de éxito en los días de los discípulos es esencial en nuestros días: “Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”. Y después de que el Espíritu Santo viniera sobre ellos, ¿qué habían de hacer? “Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1: 7, 8).
Esperar y testificar
Esta es la obra en la que también nosotros hemos de ocuparnos. En vez de vivir a la expectativa de alguna oportunidad especial de excitación, hemos de aprovechar sabiamente las oportunidades presentes, haciendo lo que debe hacerse a fin de que sean salvas las almas. En vez de consumir las facultades de nuestra mente en especulaciones acerca de los tiempos y las sazones que el Señor ha dejado en su sola potestad y ha retenido de los hombres, hemos de entregarnos al control del Espíritu Santo, a la ejecución de los deberes actuales, a dar el pan de vida, sin mezcla de opiniones humanas, a las almas que están pereciendo por falta de la verdad.
Satanás está siempre dispuesto a llenar la mente con teorías y cálculos que desvíen a los hombres de la verdad presente y los inhabiliten para dar el mensaje del tercer ángel al mundo. Siempre ha sido así, pues nuestro Salvador con frecuencia tenía que hablar reprochando a los que se entregaban a especulaciones y estaban siempre haciendo preguntas en cuanto a cosas que el Señor no había revelado. Jesús había venido a la Tierra para impartir importantes verdades a los hombres, y deseaba impresionar su mente con la necesidad de recibir y obedecer sus preceptos e instrucciones, y de efectuar sus deberes actuales; y sus conversaciones eran de tal naturaleza que impartían conocimiento para su uso inmediato y diario.
Dijo Jesús: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17: 3). Todo lo que fue hecho y dicho tenía este único propósito en vista: asegurar firmemente la verdad en la mente de ellos, para que pudieran conseguir vida eterna.
Jesús no vino para asombrar a los hombres con grandes anuncios de algún tiempo especial cuando ocurriría algún gran acontecimiento, sino que vino para instruir y salvar a los perdidos. No vino para despertar curiosidad y complacerla, pues sabía que eso solo aumentaría el apetito por lo curioso y lo maravilloso. Su propósito era impartir conocimiento por el cual los hombres pudieran aumentar su vigor espiritual, y avanzar en el camino de la obediencia y de la verdadera santidad. Dio solo las instrucciones que podían ser apropiadas para las necesidades de la vida diaria; tan solo aquellas verdades que podían ser dadas a otros para el mismo destino. No hizo nuevas revelaciones a los hombres, sino que les hizo entender verdades que habían estado oscurecidas por mucho tiempo, o que habían sido puestas fuera de su lugar por las falsas enseñanzas de los sacerdotes y los maestros. Jesús colocó de nuevo las gemas de verdad divina en su marco adecuado, en el orden en que habían sido dadas a patriarcas y profetas. Y después de haberles dado esa preciosa instrucción, prometió darles el Espíritu Santo, para que así recordaran todas las cosas que les habían sido dichas.
Orar por un cambio de corazón
Estamos continuamente en peligro de ponernos por encima de la sencillez del evangelio. Hay un intenso deseo en muchos de impresionar al mundo con algo original, que eleve a la gente a un estado de éxtasis espiritual y cambie el estado actual de cosas. Ciertamente, hay gran necesidad de un cambio en el estado actual de cosas, pues no se comprende como se debiera el carácter sagrado de la verdad presente; pero el cambio que necesitamos es un cambio de corazón, y solo se puede obtener buscando a Dios individualmente, buscando su bendición, pidiéndole su poder, orando fervientemente para que su gracia pueda venir sobre nosotros y que sean transformados nuestros caracteres. Este es el cambio que necesitamos hoy y, para lograrlo, debiéramos ejercer energía perseverante y manifestar cordial fervor. Tendríamos que preguntar, con verdadera sinceridad: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Deberíamos saber exactamente qué pasos estamos dando hacia el cielo.
Cristo dio a sus discípulos verdades cuya anchura, profundidad y valor poco apreciaron y tampoco comprendieron, y el mismo estado de cosas existe hoy en el pueblo de Dios. También hemos fallado en comprender la grandeza o percibir la belleza de la verdad que Dios nos ha confiado hoy. Si avanzáramos en conocimiento espiritual, veríamos que la verdad se desarrolla y expande en ciertos aspectos en que poco hemos soñado, pero nunca se desarrollará en algún aspecto que nos induzca a imaginar que podemos conocer los tiempos y las sazones que el Padre ha puesto en su sola potestad. Vez tras vez se me ha amonestado acerca de fijar fechas. Nunca más habrá un mensaje para el pueblo de Dios que se base en el tiempo. No hemos de saber el tiempo definido, ya sea del derramamiento del Espíritu Santo o de la venida de Cristo. […]
Velar, esperar, orar y trabajar
Dios ha puesto en su propia potestad los tiempos y las sazones. Y ¿por qué no nos ha dado Dios ese conocimiento? Porque si lo hiciera, no lo usaríamos debidamente. Ese conocimiento provocaría entre los hermanos un resultado que retardaría grandemente la obra de Dios de preparar a un pueblo que pueda resistir en el gran día venidero. No hemos de vivir dependiendo de la excitación originada por fechas especiales. No hemos de enfrascarnos en especulaciones en cuanto a los tiempos y las sazones que no ha revelado Dios. Jesús ha dicho a sus discípulos que velen, pero no fijándose en una fecha definida. Sus seguidores han de estar en la posición de los que están atentos a las órdenes de su Capitán. Han de velar, esperar, orar y trabajar a medida que se acercan al tiempo de la venida del Señor, pero nadie podrá predecir precisamente cuándo será ese tiempo, pues “no sabéis el día ni la hora”. No podréis decir que Cristo vendrá dentro de uno, dos o cinco años; tampoco debéis posponer su venida diciendo que quizá no se produzca ni en diez años ni en veinte.
El deber del pueblo de Dios es tener sus lámparas despabiladas y ardiendo, ser como los hombres que esperan que el Novio vuelva de la boda. No tenéis un momento que perder, descuidando la gran salvación que os ha sido provista. Está llegando a su fin el tiempo de gracia de las almas. Está siendo sellado el destino de los hombres día tras día, y aun de esta congregación no sabemos cuán pronto cerrarán los ojos muchos en la muerte y serán preparados para la tumba. Ahora debiéramos considerar que nuestra vida transcurre rápidamente, que no estamos seguros ni un momento a menos que nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios.
Un llamado a la testificación, por medio del Espíritu Santo
No es nuestro deber estar aguardando algún tiempo especial en el futuro cuando se haga alguna obra especial en nuestro favor, sino avanzar en nuestra obra de amonestar al mundo, pues hemos de ser testigos de Cristo hasta los confines de la Tierra. Nos rodean por doquiera los jóvenes, los impenitentes, los inconversos, ¿y qué estamos haciendo por ellos? Padres, en el ardor de vuestro primer amor, ¿estáis procurando la conversión de vuestros hijos, o estáis enfrascados en las cosas de esta vida hasta el punto de que no hacéis esfuerzos fervientes para ser colaboradores con Dios? ¿Apreciáis la obra y la misión del Espíritu Santo? ¿Comprendéis que el Espíritu Santo es el instrumento por el cual hemos de llegar a las almas de los que nos rodean? Cuando termine esta reunión, ¿os iréis de aquí y os olvidaréis de las fervientes exhortaciones que se os han hecho? ¿Será dejado sin atender el mensaje de amonestación, y se escurrirá de vuestro corazón la verdad que habéis oído, como agua que se escurre de una vasija rota?
Dice el apóstol: “Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios, y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad” (Heb. 2: 1-4).
Nuestro deber actual
El mensaje del tercer ángel está creciendo hasta convertirse en un fuerte pregón, y no debéis sentiros libres de descuidar el deber actual y todavía abrigar la idea de que, en algún futuro, seréis los receptáculos de una gran bendición cuando se efectúe un maravilloso reavivamiento, sin ningún esfuerzo de vuestra parte. Hoy habéis de entregaros a Dios para que os haga vasos de honra aptos para su servicio. Hoy habéis de entregaros a Dios para que seáis vaciados del yo, vaciados de la envidia, los celos, las malas conjeturas, las contiendas, de todo lo que deshonre a Dios. Hoy habéis de tener purificado vuestro vaso para que esté listo para el rocío celestial, listo para los chaparrones de la lluvia tardía; pues vendrá la lluvia tardía y la bendición de Dios llenará cada alma que esté purificada de toda contaminación. Nuestra obra hoy es rendir nuestra alma a Cristo, para que podamos ser hechos idóneos para el tiempo del refrigerio de la presencia del Señor: idóneos para el bautismo del Espíritu Santo.
Preguntas para reflexionar y compartir
1. ¿Por qué es contraproducente centrarse en la fecha exacta del regreso de Jesús, cuando Jesús nos instó a estar preparados?
2. ¿Qué impulsó el inmenso progreso de la misión en la iglesia primitiva, y de qué manera se podría aplicar a nosotros dos mil años después?
3. Lee la parábola de las diez vírgenes en Mateo 25: 1 al 13. ¿Qué principios de espera activa podemos descubrir en esta importante historia?
4. ¿De qué forma podemos llegar a ser testigos activos y alcanzar a un mundo que parece estar cada vez menos interesado en el evangelio?