“Aconteció que se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde.” (Éxodo 18: 13)
Hoy he escogido un texto muy significativo. Se trata de una actividad que Moisés tuvo que realizar mientras el pueblo de Israel caminaba por el desierto. ¿De qué actividad se trataba? Juzgar al pueblo. Lo realmente llamativo es que Moisés tenía que estar haciendo esa labor desde la mañana hasta la tarde. Lo que el texto intenta decir es que en el pueblo de Israel había muchos, muchos problemas. El espíritu de profecía nos aclara que estos problemas eran disputas entre ellos (PP. p.308). He escogido este pasaje porque hoy estamos viviendo algo parecido en la iglesia. Nunca ha habido tantos problemas en la iglesia como hoy. Pareciera que las necesidades acentúan nuestra sensibilidad y hace que seamos más propensos a generar problemas. Esto no está sucediendo solo en nuestra iglesia sino en todas las iglesias, no importa la denominación. Los problemas se multiplican como nunca antes y de esta manera vemos que algunas iglesias se han visto obligadas a cerrar, otras se encuentran divididas, otras enfrentadas y todas preocupadas. La asistencia a las iglesias se ve reducida por los problemas que surgen en su seno. Creo que es necesario reflexionar sobre este tema que nos puede afectar a todos.
EL VERDADERO PROBLEMA
Los problemas surgen por dos motivos fundamentales: 1) La imperfección del ser humano. 2) Las diferencias entre unos y otros. Ante esta realidad es normal que surjan situaciones incómodas y de tensión. No obstante, es necesario decir que nuestro verdadero problema no son los problemas, sino el no ser capaces de resolverlos. ¿Qué es lo que ocurre? A nivel teórico parece que todos sabemos muy bien qué hacer ante ellos. Sin embargo, cuando el problema llega a nuestra vida, parece que todos olvidamos cómo debemos actuar y nos dejamos llevar por los sentimientos. Esto complica las cosas ya que, al actuar así, aparecen los problemas y éstos nos complican la vida.
TIPOS DE PROBLEMAS
¿Qué es un problema? Es bueno clarificar que una tensión, no es un problema; un conflicto, o una desavenencia no son un problema. Todas estas cosas se convierten en problema cuando no sabemos cómo eliminarlas. Dicho esto, podríamos decir que un problema es una situación negativa que vivimos para la cual no encontramos solución. De forma muy sencilla podríamos decir que hay dos tipos de problemas: a) Los que tienen solución y b) Los que no tienen solución. Un problema que tiene solución podemos convertirlo en irresoluble por gestionarlo de forma inadecuada. Por otro lado, los problemas que no tienen solución se reconocen porque cuando te pones a gestionarlos, aunque lo hagas bien, no consigues arreglarlo.
LAS DIFERENTES FASES
A la hora de enfrentar un problema debes considerar la fase en la que te encuentras. Esto es importante porque, según la fase donde estés, la actuación será de una manera o de otra.
Primera fase, cuando surge el problema: Éste es el mejor momento para solucionarlo. La forma de actuar es encarar el problema. Encarar significa sacarlo y hablar sobre él. Esto permitirá que cada parte involucrada pueda esclarecer los motivos, las intenciones, las circunstancias… Cuando se actúa de esta manera hay muchas garantías de encontrar la solución de forma rápida. Porque todo está abierto: el cambio, el reconocimiento, la petición de perdón. En esta fase hay un peligro, que en lugar de enfrentarlo, huyamos. Esta es una actitud muy natural ya que nadie quiere verse envuelto en problemas, pero también es la peor forma de actuar ya que al tomar este camino se entra en la segunda fase.
Segunda fase, cuando ignoras el problema: Es cierto que cuando uno ignora ciertas situaciones se solucionan por sí mismas, pero en la mayoría de los casos no es así. Huir supone agravar ¿Por qué? Porque en el correr del tiempo, hay cosas que se empiezan a añadir: comentarios, interpretaciones, acusaciones, etc. Si inicias el diálogo en esta fase debes ser muy cuidadoso porque las cosas ya han tomado una forma más cerrada y rígida que en la fase primera. Si el diálogo no funciona entonces las cosas se complican apareciendo las heridas, los rechazos, los insultos etc. Entrando así en la siguiente fase.
Tercera fase, cuando el diálogo ya no sirve: Esta fase es muy delicada porque la tensión es muy grande. Cuando se juntan las dos partes, la recomendación es no entrar en diálogo. En esta fase solo funciona una cosa: una actitud humilde donde se reconozca que la situación es difícil, pedir perdón por lo sucedido, hacer borrón y cuenta nueva y pactar las condiciones que impedirán que se repita la misma experiencia. Cuando ambas partes plantean las cosas de esta manera es posible seguir adelante porque una actitud humilde es lo que echa abajo las barreras defensivas que fueron levantadas. ¿Qué ocurre cuando no tenemos en cuenta esta recomendación? El diálogo, al estar movido por los sentimientos y no por la razón, suele generar acusaciones, heridas y producir daños, a veces irreparables, entrando así en la siguiente fase.
Cuarta fase: Este nivel es peligroso, porque después de haberse insultado y agredido verbalmente ahora sólo queda una cosa, el empleo de la fuerza.
CONCLUSIÓN
Para concluir convendría hacer algunas reflexiones:
- A la hora de enfrentar un problema es imprescindible enfocar bien las cosas. Hay tres elementos que se conjugan: La honra, la razón y la solución. La experiencia nos dice que cuando prima la honra o la razón los problemas tienden a no resolverse. Por el contrario cuando lo que prima es buscar la solución, hay muchas probabilidades de que se llegue a ella.
- El ministerio de la reconciliación. Hay tres tipos de reconciliación: la reconciliación con Dios, con uno mismo y con los demás. Estas reconciliaciones son progresivas. ¿Qué quiere decir eso? Que si estamos mal con Dios estaremos mal con nosotros mismos y, por lo tanto, con los demás. Este planteamiento dice que si quieres estar bien con los demás necesitas tener hecha la reconciliación con Dios primero. ¡Qué interesante!
- En el sermón del monte Jesús habló de 8 bienaventuranzas, tres de ellas fueron dirigidas a los mansos, a los misericordiosos y a los pacificadores. Si te fijas bien estos tres grupos de personas se caracterizan por estar dispuestos a dejar a un lado su honra y su razón en pro de conseguir la solución de las tensiones.
- Perder. Es mejor perder algo de nosotros que romper una relación o ponerse a gritar, o peor todavía, usar la fuerza para imponer un criterio.
- Y por último recordarte que donde no llegues tú, puede llegar Dios. Por eso cuando se acaba el diálogo con los hombres es bueno volver a Dios para que él sea quien se haga cargo de todo. Recuerda las palabras de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11: 28).
Que Dios nos ayude a todos en estos momentos difíciles a mantener buenos ambientes, buenas relaciones y buenos espíritus de forma que cualquiera que nos mire pueda ver en nosotros a alguien especial. Amén.