El Señor y salvador Jesucristo hizo que el pueblo dejara las tradiciones y se volviera a las Escrituras, a la Ley y los profetas (Juan 7:16; Mateo 4:4, 10; 5:1-9; Lucas 24:27, 44). Sus apóstoles también procedieron así (Hechos 3:24; 24:14; 26:27; Romanos 3:21; 2 Timoteo 3:16). Ellos predicaron el evangelio bíblico y eterno, porque cualquier otro es anatema (Apocalipsis 14:6; Gálatas 1:8-9). Pero las falsas enseñanzas penetraron en el cristianismo a partir de la Patrística, período después de la muerte de los apóstoles, y sus enseñadores fueron denominados «Padres de la Iglesia». Esos teólogos, y también los medievales, «generalmente miraban a la filosofía y a la literatura griega como precursores, preparadores y pronunciadores de la teología cristiana». [1]
Así, la teología bíblica fue tratada con negligencia. A propósito, «el gran error de la Iglesia Católica reside en el hecho de que la Biblia fue interpretada a la luz de las opiniones de los padres».[2] Los reformadores del siglo XVI adoptaron la Sola Scriptura, tomando «las Sagradas Escrituras como fuente única para juzgar la ortodoxia de la fe».[3] Entonces, mientras la iglesia medieval se basaba en «los concilios y los escritos de los “padres de la iglesia”, los reformadores adoptaron los escritos de los “apóstoles y profetas”».[4]
La justicia del reino de los cielos versus la justicia de los escribas y fariseos
«Lutero “atacó” resueltamente la incredulidad especulativa de los escolásticos, y combatió la filosofía y la teología que por tanto tiempo ejercieron su influencia dominadora sobre el pueblo».[5] Pero, a pesar de que la Reforma Protestante llevó al pueblo de nuevo a la Biblia, los errores filosóficos de la Patrística influenciaron a reformadores como Lutero y Calvino. Por ejemplo, Agustín de Hipona (354 d.C. – 430 d.C.), por medio de especulación filosófica, se apegó al concepto griego de la atemporalidad del ser mantenido por Parménides (515-460 a.C.) y Platón (427-347 a.C.).[6]
Los griegos identificaban «la eternidad con la atemporalidad» [7], y concebían al ser verdadero «como algo que existe en un eterno presente, sin pasado, y sin futuro, sin ayer ni mañana».[8] Para aquellos filósofos, «la verdadera realidad es la que existe toda junta, sin sucesión ni cambio».[9] San Agustín, basado en la filosofía griega, afirmó en Confesiones que la eternidad es «inmutable», «inmóvil», «nada pasa, porque todo es plenamente presente».[10] Sobre los años de Dios, San Agustín también escribió: «Tus años permanecen juntos, son inmovibles… Tus años son un día, y tu día no sigue en repetición, es siempre hoy, pues tu hoy no da lugar al mañana, ni sustituye el ayer. Tu hoy es eternidad».[11]
Más allá del tiempo
Pero, las Escrituras afirman la temporalidad de Dios declarando que antes de la creación de la Tierra había tiempo, días y años (Job 36:26; Daniel 7:9, 13; Miqueas 5:2; Tito 1:2; Hebreos 1:10-12). «La temporalidad de Dios significa que, en su eternidad, la vida y la acción de Dios ocurren en el orden de la sucesión del pasado, presente y futuro».[12] Los que se apegan a la visión filosófica griega de la atemporalidad tergiversan 2 Pedro 3:8, porque el apóstol Pedro no enseña ese falso concepto. El apóstol simplemente afirma lo mismo que Eliú: «El número de los años de Dios».[13] Dios no vive en el tiempo como nosotros, los seres creados. La diferencia es que mientras somos mortales y pasajeros, Dios siempre fue y siempre será eterno e inmortal (1 Timoteo 1:17).
A propósito, Canale hizo una investigación exhaustiva del paralelismo de Éxodo 3:14-15, en el que el «Ser de Dios aparece en extensión temporal en los tres modos del tiempo (pasado, presente y futuro)».[14] Él afirma correctamente: «Un Dios atemporal es un Dios impotente, que no puede actuar históricamente dentro del movimiento de la historia».[15] De acuerdo con este último, Gulley recuerda que Dios es un ser relacional (1 Juan 4:8), y que «un Dios relacional no es un Dios atemporal».[16]
Por el concepto de que la divinidad habitaría en eterna atemporalidad, San Agustín influenció a la teología romana, pues «de acuerdo con la teología católica romana, el ser de Dios es atemporal y no espacial (eterno y espiritual)».[17] San Agustín también preparó el camino para la doctrina protestante de que, por un decreto en la eternidad atemporal e inmutable, Dios justificó y predestinó de modo eterno e inmutable a un individuo para la salvación.
A propósito, «Lutero entendió la realidad de Dios siguiendo a la filosofía griega. Dios no vive o actúa en la secuencia de pasado, presente y futuro», sino en un «momento” atemporal «instantáneo».[18] Lutero creía firmemente en la idea de la predestinación al punto de hablar de la justificación como un evento terminado.[19] Y Calvino enseñó predestinación doble, para la salvación o para perdición, afirmando que Dios «designó de una vez para siempre, en su eterno e inmutable designio, a los que él quiere que se salven, y también a los que quiere que se pierdan».[20]
Decisiones y consecuencias
Para John Wesley esta doctrina destruye todos los atributos de Dios, pues «subvierte su justicia, su misericordia y su verdad; sí, ella representa al más santo Dios como peor que el demonio, más falso, más cruel e injusto».[21] En efecto, esta visión catastrófica de determinismo divino «insiste en que Dios es la causa final que determina las acciones humanas».[22] Ella destruye el libre albedrío y la responsabilidad humana. Mientras muchos rechazan a un Dios así, multitudes se entregan a una fatal ilusión presuntuosa de «total seguridad de la salvación final. La persona predestinada por el decreto soberano de Dios no podía perderse».[23]
La Biblia afirma claramente que Dios «no hace acepción de personas (Hechos 10:34). Él desea que “todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad», inclusive al «primero» de los pecadores (1 Timoteo 2:4; 1:15). Él no quiere «que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento». (2 Pedro 3:9). Cristo, en sacrificio voluntario, «el cual se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Timoteo 2:6), probando «la muerte por todos» (Hebreos 2:9). Con seguridad, él «puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7:25). Por eso, dio a los discípulos la comisión de ir «por todo el mundo» y predicar «el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15).
Libertad de elección
Al estudiar la predestinación, se debe incluir la presciencia divina, la providencia del evangelio eterno, el libre albedrío humano, y las consecuencias de sus elecciones. Presciencia, o conocimiento anticipado, no es lo mismo que predestinación o predeterminación (Isaías 46:9-10; 44:6-8; Hechos 2:23; Romanos 11:2). En el sentido bíblico, la predestinación se refiere específicamente al plan divino de la salvación establecido antes de la fundación del mundo [24] (1 Pedro 1:18-20; Romanos 16:25-26; Apocalipsis 14:6). «Dios en su providencia escoge a los elegidos, no en su predestinación» [25] (Efesios 1:11-12), pues predestinó solo a la misión de Cristo, no encausando los acontecimientos conocidos en su presciencia.[26] Según la doctrina bíblica del santuario, «Dios no realizó la salvación de individuos en la eternidad antes de la fundación del mundo, sino “a través de la mediación histórica de Cristo”» [27] (Hebreos 8, 9).
Él no fuerza la voluntad, sino que permite que hagamos nuestras elecciones (Salmo 37:5; Proverbios 23:26; Isaías 1:19; 55:1; Apocalipsis 3:20). La Biblia declara varias veces que fue Faraón quien endureció su corazón (Éxodo 7:22; 8:15, 19; 9:35), o que también los paganos lo reconocieran (1 Samuel 6:6). Pero ¿por qué la Biblia dice que Dios endureció el corazón de Faraón, mientras dice que él mismo se endureció no obstante de las pruebas de que Dios realmente le hablaba? (Éxodo 9:12; 10:1, 20, 27). «Dios deja que los que se rebelan cosechen las consecuencias de sus acciones. Dios podría haber intervenido de modo que las consecuencias nunca se manifiesten, pero no lo hizo. En ese sentido, el Señor era responsable por ellas».[28]
Así fue el caso de Caín, Balaam, Esaú, Judas. El fuego eterno fue preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41). Por desgracia, los seres humanos serán destruidos, porque, así como los habitantes de Sodoma, eligieron «vivir impíamente» (2 Pedro 2:6; Judas 7; Apocalipsis 21:8). Algunas citas: «No es que Dios expida un decreto declarando que el hombre no se salvará; no envía una oscuridad impenetrable para la vista; pero el hombre resiste una sugerencia del Espíritu de Dios y ya habiendo resistido una vez, es menos difícil hacerlo la segunda, la tercera y menos aún la cuarta. Luego viene la cosecha producida por la semilla de incredulidad y resistencia».[29]
«Bajo la influencia del Espíritu de Dios, el hombre está libre para elegir a quien ha de servir».[30] «Dios ha elegido un carácter que está en armonía con su ley, y todo el que alcance la norma requerida, entrará en el reino de la gloria».[31] «No hay elección, excepto la propia, por la cual alguien haya de perecer».[32] «Las medidas tomadas para la redención se ofrecen gratuitamente a todos, pero los resultados de la redención serán únicamente para los que hayan cumplido las condiciones».[33]
En conclusión, la enseñanza de la predestinación divina de seres humanos para la salvación, o para la perdición, es falsa y está en franca oposición a las Sagradas Escrituras. «De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Romanos 14:12). Por lo tanto, «Se nos deja en libertad para elegir ser pulidos o permanecer sin pulir».[34]
Referencias:
[1] E. E. Zinke, Abordagens da teologia e dos estudos bíblicos, Brasília: Divisão Sul-Americana, 1979, p. 5.
[2] Elena G. White, Fundamentos da educação cristã, 1ª ed. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileña, 2013, p. 308.
[3] Josef Lenzenweger; Karl Amon Stockmeier; Rudolf Zinnhobler, Historia de la iglesia católica, Barcelona: Editorial Herder, 1989, p. 374.
[4] Elena de White, El conflicto de los siglos, Asociación Casa Editora Sudamericana, p. 191.
[5] Ibíd. p. 118.
[6] Raúl Kerbs, El problema de la identidad bíblica del cristianismo, 1ª ed. Libertador San Martin, Argentina: Universidad Adventista del Plata, 2014, p. 79, 102, 105, 106.
[7] Ibíd., p. 655.
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
[10] Agostinho, Confissões, 1ª ed. Jandira, SP: Ciranda Cultural Editora e Distribuidora Ltda., 2019, capítulo XI, p. 221.
[11] Ibíd., capítulo XIII, p. 222.
[12] Fernando Canale, Princípios elementares da teologia cristã, 1ª ed. Engenheiro Coelho, SP: Unaspress, 2018, p. 80. A seguir: Canale, Princípios elementares da teologia cristã.
[13] Oscar Culmann, Christ and time: the primitive christian conception of time and history. Philadelphia: Westminster Press, 1964, p. 69.
[14] Fernando Luis Canale, Toward a Criticism of Theological Reason: Time and Timelessness as Primordial Presuppositions, Tese PhD, Andrews University, (1983), p. 362.
[15] Canale, Princípios elementares da teologia cristã, p. 81.
[16] Norman R. Gulley, Sistematic theology God as Trinity, Berrien Springs, MI: Andrews University, 2011, v. II, p. 177.
[17] Fernando Canale, ¿Adventismo secular?, 1ª ed. Lima: Universidad Peruana Unión, 2012, p. 38.
[18] Ibidem, p. 39.
[19] Raoul Dederen, ed. Tratado de teología adventista, 1ª ed. Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009, p. 346. A seguir: Tratado de teología adventista.
[20] Agostinho, Livro III, capítulo 21, p. 393.
[21] John Wesley, Coletânea da teologia de joão wesley, compilado por Robert W. Burtner e Robert E. Chiles, 2ª ed., Rio de Janeiro: Instituto Metodista Bennett, 1995, p. 46.
[22] Norman Geisler, Enciclopédia de apologética, São Paulo: Editora Vida, 2002, p. 253.
[23] Tratado de teología adventista, p. 346.
[24] Canale, Princípios elementares da teologia cristã, p. 146.
[25] Ibíd., p. 154.
[26] Ibíd., p. 151.
[27] Ibíd., p. 155.
[28] George R. Knight, Por la ruta de romanos. Nampa, ID: Pacific Press Publishing Association, 2003, p. 237.
[29] Elena de White, Testimonios para la iglesia, Asociación Casa Editora Sudamericana, t. 5, p. 112.
[30] El Deseado de todas las gentes, Asociación Casa Editora Sudamericana, p. 431.
[31] Patriarcas y profetas, Asociación Casa Editora Sudamericana, p. 207.
[32] Ibíd.
[33] Ibíd.
[34] Elena de White, El cuidado de Dios, Asociación Casa Editora Sudamericana, Meditación Matinal, 1992, p. 312.
Fuente: Wilson Borba, Bachiller en Teología, con maestría y doctorado en la misma área por el Centro Universitario Adventista de Sao Paulo (Unasp). Fue profesor y director del Seminario Adventista en Ecuador, y hoy es docente y director del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología (SALT) de la Faculdade Adventista da Amazônia (Faama), en Brasil.
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Publicación original: ¿Predestinación o libertad de elección?