Una vez era joven y ansiaba cambiar el mundo. Salió de su casa para labrarse un futuro y triunfar. Su ilusión se acrecentó al descubrir un lugar paradisíaco donde instalarse y fundar su pequeña empresa. Iba a hacer algo útil de verdad… o eso creía.
Hasta que su conciencia afloró. Lo que hacía estaba mal. Terminaría por destruir todo lo que conocía hasta ahora. Y por eso, justamente porque la conciencia ‘molesta’, la ignoró… y siguió creciendo, y siguió devastando, hasta que no quedó nada. Nada de nada.
Aunque… tal vez… habría otra oportunidad… solo tal vez.
“¡Cuídalo, cuídalo, lo que amas cuídalo!” No me canso de escuchar a mi hija pequeña cantar a voz en grito la banda sonora de la película ‘Lorax, en busca de la trúfula perdida’, la adaptación cinematográfica del libro infantil ‘The Lorax’ (1971) del escritor estadounidense Theodor Seuss. Día sí y día también, nos pide verla sin cansarse de repetirla. Todos mis hijos se saben los diálogos de memoria… los niños son increíbles.
En este film de 2012 se narra la aventura de Ted, un niño que desea encontrar un árbol para su amiga, pero vive en una ciudad de plástico, ‘Thneedville’, donde los árboles son artificiales y el aire se vende embotellado. Su abuela le cuenta que ‘Una vez’ sabe qué pasó con los árboles. Es un personaje misterioso que vive marginado fuera de la ciudad. Así, en sus conversaciones furtivas con el ‘Una vez’, Ted descubre lo que ocurrió y cómo la ambición humana desmedida terminó anulando por completo la naturaleza y sustituyéndola por un negocio fructífero, aunque nada ético.
La película no tiene desperdicio. Está plagada de metáforas o nombres en clave tanto de los protagonistas como de los lugares y objetos (las letras de ‘Thneedville”, a su vez contienen el término ‘The end’, el fin). Como muchas películas infantiles, tiene un mensaje comprensible a varios niveles: los niños lo disfrutan y se divierten, y a los adultos nos hace pensar.
Pensar tampoco tiene desperdicio. Sobre todo si hablamos de tomar conciencia ecológica. Pensar en cómo nuestras acciones, nuestros hábitos y nuestro estilo de vida, no solo influyen en nosotros mismos y nuestras familias, sino en el mundo que nos rodea, en el mundo que Dios creó y nos dejó como legado.
El pasado viernes 15 de marzo 2019, los titulares en todos los medios de comunicación se hacían eco de las movilizaciones estudiantiles por el impacto del cambio climático. Son jóvenes de una generación que recibe como nefasta herencia un grave problema ambiental que ellos no han creado. Protestan contra una crisis ambiental irreversible pero sí mitigable, y solicitan acciones concretas por parte de los responsables gubernamentales. Forman parte del movimiento ‘#FridaysForFuture’ (viernes para el futuro) inspirado en el sencillo gesto de una niña sueca de 16 años, Greta Thunberg, que desde el pasado agosto comenzó a manifestarse frente al parlamento Sueco, y posteriormente a las elecciones generales de su país, siguió protestando pacíficamente solamente los viernes.
Podemos aprender tanto de nuestros hij@s…
¿Y qué hacemos? Podemos seguir esperando sentados a ver el clima pasar. O podemos tomar parte de forma activa en lo que, al fin y al cabo, es el primer cometido que Dios nos encomendó como seres humanos:
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.
Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.” Génesis 1:27-28
En el mundo perfecto, recién creado, Dios otorga el privilegio al ser humano, hombre y mujer, de vivir gozando de su plenitud como pareja, de la presencia e íntima relación con el Creador, y de la sintonía absoluta con la naturaleza.
Privilegio y responsabilidad. Deber de cuidar, mantener, preservar, proteger, permitir que la vida… sea. Vida que, en boca del Creador, era ‘toda buena en gran manera’, y por culpa nuestra dejó de ser, y deja de ser cada día un poco más.
“Mayordomía” puede ser una palabra poco popular como ‘hastag’, pero es parte de nuestra razón de ser en esta tierra. Somos herederos y por lo tanto responsables, protectores, mayordomos de lo que el Padre nos ha prestado, lo que nos ha dejado al cuidado, lo que es suyo y mientras podemos disfrutar… o por el contrario seguir destruyendo.
¿Por qué soy ecologista?
Lo soy porque… ¿me sumo a movimientos ecologistas? Porque ¿mis amigos lo son? Porque ¿me manifiesto? Porque ¿emprendo acciones medioambientales positivas? Porque ¿soy vegetariana? Porque ¿consumo tal o tal cosa? Porque ¿no consumo tal y tal otra? Y así podríamos seguir con una larga lista de buenas y loables razones.
Ser algo o alguien es también actuar en consecuencia. La coherencia en acciones y pensamientos es un valor a transmitir a los que nos siguen.
Pero vayamos más allá.
Soy ecologista porque soy humana, porque soy hija de mi Padre y criatura de mi Creador. Porque amando a la Creación alabo y doy honra a quien la creó. Porque como cristiana adventista sé que, por muy mal que irán las cosas, hay una restauración prometida, una re-creación del Diseño original. Porque cada día que viajo en este planeta azul anhelo que sea un día más cercano a la eternidad. Y porque deseo vivir aquí, que vivamos todos, lo más parecido posible a como viviremos entonces.
“- Porque a no ser que a alguien como tú le importe como lo que más, nada irá a mejor.” (…)
Dice el misterioso personaje ‘Una vez’ al joven Ted mientras le lanza la última semilla de ‘trúfula’.
“- Pero los árboles ya no les importan a nadie.” Replica Ted.
“- Pues haz que les importen. Planta la semilla en medio de la ciudad, donde todos puedan verla. Cambia el mundo que te rodea.” (Fragmento de ‘El Lórax, en busca de la trúfula perdida’, 2012).
Autora: Sarai de la Fuente Gelabert. Médico de familia. Secretaria de AEGUAE
Foto: bhai rankar en Unsplash
“AEGUAE es la Asociación de Estudiantes y Graduados Universitarios Adventistas de España, fundada en 1974. Su propósito es ofrecer a este colectivo de universitarios adventistas un espacio de diálogo y reflexión sobre los retos actuales de la integración entre ciencia y fe, y como plataforma de intercambio de nuestras vivencias como cristianos con la sociedad contemporánea de nuestro entorno intelectual.”
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