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Nuevas preguntas

En estos tiempos de crisis, algunos pilares de nuestro funcionamiento como iglesia se han visto puestos a prueba considerablemente. Principios creídos inamovibles se han fragmentado en el presente, poniendo en evidencia esa corrompible y débil solidez de la que antaño hacíamos alarde.

Uno de esos axiomas debilitados ha sido el funcionamiento congregacional de la iglesia como grupo. Si bien antes nunca se habrían cuestionado ciertos paradigmas normativos, la pandemia ha supuesto un punto de inflexión en nuestra cosmovisión cristiana. ¿Es relevante que un cristiano asista a su iglesia local de manera periódica? ¿De qué depende esa importancia (si es que la hay)?

La adversidad ha posibilitado la práctica de nuestras capacidades de adaptación, y ese sincero deseo por vernos unos a otros, a pesar de toda distancia. “No dejéis de congregaros” fue el clamor de Pablo (Heb. 10:25a), y muchos nos preguntamos qué pasaría cuando el 14 de marzo se decretó el estado de alarma en toda España. Pero, ¿realmente hay motivos que expliquen el ruego del apóstol? ¿Es relevante la asistencia a la iglesia?

Estas preguntas se responderán a continuación a partir de un estudio psicosocial de la relevancia congregacional en nuestras comunidades, dando un “por qué” a la exhortación de Pablo.

La realidad grupal

La psicología social, desde su vertiente interaccionista, ha desarrollado el concepto de realidad grupal. Esta idea, en esencia, estudia al grupo como un marco de referencia social en el que se reflejaran los estándares grupales establecidos. En otras palabras, si yo hago “x”, antes durante o tras hacer “x”, mi marco de referencia siempre estará ahí. El grupo será una “conciencia constante” de mi comportamiento individual, ya que mis actos vendrán determinados por la comparación entre lo que yo hago y lo que mi grupo considera correcto.

Las convenciones grupales son una gran influencia en el individuo. Pero lo interesante del concepto no es la descripción o el análisis posibilitados, sino su aplicación.

Imaginemos que somos investigadores y tenemos un grupo formado con sus criterios, sus normas sociales, sus estatus establecidos, etcétera. Supongamos ahora que introducimos a una persona nueva, totalmente ajena al grupo hasta ese momento, es decir, que nunca ha interaccionado con él. Aplicando la teoría de la realidad grupal podremos afirmar lo siguiente: el individuo, inevitablemente, acabará aceptando los cánones establecidos, las normas y convenciones impuestas. En términos cognitivos, el individuo llegará a ser parte de la “mente del grupo”. Es cierto, podrá tardar más o menos, pero al final el resultado será el mismo, sin excepción: la adopción del criterio grupal.

Un llamado contra el olvido

“La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:32).

¿Cómo se aplicaría la “realidad grupal” a este versículo? El individuo cuanto más permanezca interaccionando con un grupo especifico más se parecerá a dicho grupo y, tanto más, dice la Biblia, serán “un [solo] corazón y un alma”.

La relevancia psicosocial del congregarse en la comunidad se basa en la renovación semanal de nuestra fe. Al estar cada uno de nosotros en contacto e interacción a lo largo de seis días de la semana con diversos grupos (de trabajo, de universidad, familiares, …), la importancia social de la asistencia a mi comunidad local (de manera presencial, online o mixta) se fundamenta en volver a recordar esos santos principios y necesarios criterios que yo comparto con mi grupo de referencia: la iglesia, mi iglesia.

Por suerte o por desgracia, vivimos en sociedades occidentales primermundistas donde la vida cristiana contrasta dramáticamente con los criterios sociales establecidos. El adventista actual es, innegablemente, parte de esa misma sociedad. Y aunque no nos comprometamos ni aceptemos gran parte de las formas seculares promovidas por el colectivo social, el “no améis lo que hay en el mundo” de 1 Juan 2:15 pasa por una fervorosa vigilancia, para que uno de nuestros mejores grupos de interacción, la comunidad de fe, no quede negligentemente en el olvido.

Absurdismo, psicopatología y el deber cristiano

“Todo el trabajo es para su boca, y con todo, su deseo no se sacia” (Eclesiastés 6:7).

Con una brevísima mirada a través de los comportamientos que nos rodean a diario, en las ultimas semanas me ha conmovido, especialmente, el vano absurdismo que Salomón relata en Eclesiastés. Mi reflexión alude a las conductas repetitivas y estereotipadas de un ser humano que no se sacia. Parafraseando al pensador, las aguas del río que corren y vuelven a su mismo cauce por donde bajaron la primera vez (Ecl. 1:7-9), suponen continuas e infructuosas tentativas por alcanzar una satisfacción trascendental, vital y personal que nunca llega (Hg. 1:5-7).

En términos de psicopatología, se podría llegar a hablar de la huida existencial como un síndrome real y tangible en nuestro día a día. El individuo huye, literalmente, de cuestionarse el sentido de su existencia (por qué existo), y se niega a contemplar su propio devenir (hacia dónde voy). Lo importante es el ahora, donde afloran esas conductas circulares que no sacian.

Las palabras de Pedro Baños aclaran este planteamiento: “Se tiene a la gente entretenida para que no desate una revolución” (Hernández Velasco, 31 de octubre de 2020). Es decir, el por qué de la constante sinrazón humana, se basaría en la vagancia de coger en mano su existencia, y del actuar en consecuencia. Todo ello, tristemente, resultaría en seres manipulables, en masas sugestionables, en escenas distópicas que hoy por hoy se forjan en el silencio (Le Bon, 2014). Y con eso, mismamente, es con lo que interaccionamos diariamente, siendo indefectiblemente parte de la realidad social que conformamos.

Determinismo social de salvación

Aludiendo a esto último, Jesús refirió: “No te ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn. 17:15). La cuestión no es vivir físicamente en una sociedad caída, sino cuán permeable soy yo a la misma. Y si se pensara en el individuo como resultado de los grupos con los que interactúa, nos preguntaríamos: ¿cuán permeable es el adventista de hoy a su iglesia local? ¿Cuánto tiempo pasa en ella (a pesar de todo)?

El comportamiento humano viene en parte determinado por lo individual, y en parte por la elección de sus contextos sociales. Obviamente descartamos que nuestra salvación dependa de la pertenencia a un grupo (determinismo social de salvación), pero atendiendo a la psicología, todo influye en la toma de nuestras propias decisiones. Y, considerando esto, qué menos que cuidarnos para que todo ello influya para nuestro bien eterno.

Autor: Andrés Roberto Traistaru. Estudiante de psicología de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
Imagen: Photo by Ben White on Unsplash

NOTAS: 

Referencias bibliográficas

  • Hernández Velasco, I. (31 de octubre de 2020). Pedro Baños: “Se tiene a la gente entretenida para que no desate una revolución”. El Mundo. Recuperado de https://www.elmundo.es/papel/historias/2020/10/31/5f9af50121efa0ee6b8b45e2.html
  • Le Bon, G. (2014). Psicología de las masas. Madrid: Ediciones Morata.
  • Sherif, M. (1935). A Study of Some Social Factors in Perception. Archives of Psychology, 187, 5-60.

 

 

Revista Adventista de España