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Cuentan que una madre y su hijo menor fueron a comer a un restaurante. La camarera tomó nota del pedido de la madre y seguidamente se dirigió al niño para preguntarle qué deseaba tomar. El niño, acostumbrado a que su madre pidiera siempre por él, comentó gratamente sorprendido: “¡Mira mamá! ¡Piensa que soy “real”!

¿Imaginas la cara que debió poner la madre cuando la camarera, en lugar de preguntarle a ella, preguntó directamente al niño? Imagínate ahora la cara del pequeño. Seguramente estás esbozando una sonrisa. Aunque no es común, ni saludable, que se atienda directamente la petición de un niño (simplemente porque los niños piden desde el gusto y el placer, y la madre desde el conocimiento de lo que le va a sentar bien o es más saludable para él), sí es cierto que los niños deben sentirse valorados. Deben saber que sus opiniones cuentan, que son escuchados, que, como dice el niño de la historia, son “reales”.

¿Alimentar el cuerpo y la autoestima?

Aquel niño no se sentía “real” cuando salía a comer con su madre. Nadie le preguntaba, nadie le miraba… Le traían lo que su progenitora había pedido y punto. A nivel nutricional los alimentos estaban perfectamente seleccionados, pero a nivel emocional había un claro vacío. ¿Será que no se pueden alimentar ambas cosas, cuerpo y autoestima?

El autoconcepto del niño es muy importante, ya que es en la etapa del crecimiento, especialmente en los primeros años, cuando se construye el carácter. Un buen trato, dialogante, cariñoso, que le haga sentirse cómodo y valorado, hará que el pequeño tenga una buena autoestima y se desarrolle armoniosa y equilibradamente.

Ante situaciones como esta tenemos varias opciones. Podemos, previamente, educar a los niños sobre alimentación y explicarles qué es lo mejor para ellos, de modo que sean capaces de pedir saludablemente por sí mismos. También es posible permitir que el niño decida, dentro de un listado de opciones previamente seleccionadas por la madre o el padre. En ambas situaciones evitaremos anular al niño, a la par que lograremos que se alimente correctamente. Y esto es aplicable a multitud de situaciones en la vida.

Eres importante para mí

Si no escuchamos a nuestro hijo o hija; no le hacemos sentir que su opinión es importante para nosotros; si constantemente imponemos nuestro criterio por encima del suyo sin explicaciones, etc. estamos desvalorizando su persona. Estaremos rompiendo esa preciosa relación de comunicación y confianza que debería haber siempre entre padres e hijos. Y, como consecuencia, un día, tal vez más pronto de lo que pensamos, nuestro hijo será quien no nos escuche a nosotros.

Es importante que el niño sepa que lo que dice, lo que piensa, lo que es… nos interesa. Y nos interesa tanto como para escuchar lo que tenga que decir, y dejarle argumentar apropiadamente sus ideas, para después explicarle lo que, como adultos, sabemos que es mejor. 

Equilibrio

Por supuesto no podemos dejar que haga lo que quiera. Simplemente porque todavía no sabe qué es lo que le conviene. Pero antes de decidir por él, tenemos la opción de preguntarle, escucharle, conducirle, educarle, para que pueda escoger lo mejor. Aunque al principio sea con un poco de ayuda. Seguramente tardaremos más en que nos traigan la comida… pero merecerá la pena.

Las obligaciones sin explicaciones… los “porque lo digo yo”, son destructivos. Cortan la comunicación, y por tanto la confianza y el amor. Ese corto pero intenso mensaje es interpretado por el niño como un “no me interesa lo que piensas”. Y si lo que piensa no te interesa, corres el riesgo de que asuma que él tampoco te importa.

Los niños que fueron criados por padres que nunca tuvieron en cuenta las opiniones de sus hijos suelen crecer como adultos inseguros, con un bajo concepto de sí mismos.

Del consentido al “pequeño dictador”

Por otra parte, es evidente que la historia pretende ser solo un ejemplo divertido. Los padres debemos ocuparnos del bienestar de nuestros hijos. Somos responsables de ellos.

He visto niños de tres años poner en los carros de la compra lo que ellos han querido, y padres que lo han permitido. Vi padres permisivos a tal extremo con sus niños, que les daban todo lo que querían. Vi niños pequeños pegar e insultar a sus padres mientras estos reían las gracias… He visto a esos niños crecer como adolescentes terribles que han hecho sufrir mucho a sus padres.

No, esas situaciones no deben permitirse. Los niños necesitan límites. Pasamos entonces del extremo de la no valoración del niño al “pequeño dictador”. Ese tierno angelito, de mayor, será un perfecto tirano sin control. Se lastimará a sí mismo y hará daño a los que le rodean.

Conforme vaya creciendo, nuestro hijo debe ir ganando autonomía. De 0% recién nacido, momento en el que debemos hacerlo todo por él, a 100% cuando sea adulto y capaz de tomar sus propias decisiones.

Si la idea de la permisividad es hacer feliz al pequeño, el resultado es siempre totalmente opuesto. Al crecer, ese niño será muy desgraciado. El niño, como el árbol, crece mejor con unas guías, que le ayuden a saber hacia dónde debe crecer. Los niños necesitan guías, no padres autoritarios que les anulen y no padres permisivos que les dejen torcerse.  Necesitan conducción, que se les ayude a crecer armoniosamente en cuerpo, mente y espíritu. Todo un desafío, imposible sin Dios.

Permíteme que comparta contigo una pequeña reflexión extraída de Internet. Siento desconocer el nombre de su autora:

La mamá más mala del mundo

“Yo tuve la mamá más mala de todo el mundo. Mientras que los niños no tenían la obligación de desayunar, yo tenía que comer cereales, leche y pan tostado con mermelada.

Cuando los demás tomaban refrescos gaseosos y dulces para el almuerzo, yo tenía que comer fruta.

Mi madre siempre insistía en saber a dónde íbamos. Parecía que estábamos fichados por la CIA. Siempre tenía que saber donde nos encontrábamos y quienes eran nuestros amigos.

Insistía en que si decíamos que íbamos a tardar una hora, solamente tardaríamos una hora.

Me da vergüenza admitirlo, pero hasta tuvo el descaro de romper la ley contra el trabajo de los niños menores. Hizo que laváramos trastos, hiciésemos las camas, aprendiéramos a cocinar y muchas cosas igualmente crueles.

Creo que se quedaba despierta por la noche pensando en las cosas que podría obligarnos a hacer.

Siempre insistía en que dijéramos la verdad y solo la verdad. ¡Qué pesada era!

Y eso no es nada..  cuando llegamos a la adolescencia fue todavía peor.

Nadie podía tocar el claxon para que saliéramos corriendo. Nos avergonzaba hasta el extremo, obligando a nuestros amigos a llamar a la puerta para preguntar por nosotros, un burdo pretexto para evidentemente conocerles.

Miles de veces me he quejado de mi madre por pesada y controladora, pero, ¿sabes qué? Ninguno de nosotros ha sido arrestado. Cada uno de mis hermanos tiene sus estudios y una vida bien establecida.

La pesada de mi madre nunca nos permitió participar en miles de cosas que hicieron nuestros amigos. Rabiamos y pataleamos, pero ahora muchos de ellos están encarcelados o en centros de desintoxicación.

Mi madre nos hizo convertirnos en adultos educados y honestos.

Hoy soy yo la madre pesada, y estoy tratando de educar a mis hijos de la misma manera.

Hoy doy gracias a Dios por haberme dado “la mamá mas mala del mundo”.

Ciertamente, somos responsables de nuestros hijos. Dios nos pedirá cuentas por ellos. De nosotros depende en gran medida su futuro. No olvidemos que ser estrictos en exceso es malo, pero ser permisivos lo es igualmente. Estamos llamados a buscar el equilibrio, de la mano de Dios. Los niños necesitan guías y límites. Los necesitan para crecer y no torcerse en su desarrollo, pero sin anular la persona que son. Necesitan normas y límites, pero también cariño y diálogo constantes. Necesitan saber, en todo momento, que los amamos y que son “reales” para nosotros.

Autora: Esther Azón, teóloga y comunicadora. Coeditora y redactora de Revista.adventista.es y QueCurso.es, gestora de las redes sociales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España y asistente de dirección y producción en HopeMedia España.Imagen: Photo by Rustic Vegan on Unsplash

 

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