Semana de oración Conecta 2019. Reflexión para el 8 de mayo.
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Hay unas muñecas rusas de madera, llamadas matrioska, que se encuentran huecas y en su interior contienen una nueva muñeca, y esta a su vez a otra, en un número variable que puede ir desde cinco hasta el número que se desee. Lo llamativo es que todas son una copia de la más grande que las alberga a todas. Además, todas las muñecas incluidas en una matrioska deben ser construidas a partir del mismo bloque de madera, para que la expansión, la contracción y la humedad sean idénticas en todas. Sin esta precaución las diferentes dilataciones romperían las muñecas, ajustadas milimétricamente unas en las otras.
¿Llenos o vacíos?
Esto me recuerda lo que Jesús dijo en Juan 14: 20 «yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros». Sabemos que Jesús pudo realizar un ministerio perfecto porque él siempre permaneció en su Padre y el Espíritu Santo lo llenó, y él pudo llenar la vida de todos los que permanecieron en él. Como carpintero experimentado transformó existencias llenas de las espinas del pecado, enderezando vidas retorcidas y agrietadas por el dolor, lijando los nudos provocados por los golpes y amputaciones del conflicto con el mal, para crearnos de nuevo a su imagen. Formados de su misma madera: «Yo soy la vid y vosotros las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no podéis hacer nada» (Juan 15: 5).
Como cristianos, podemos decidir vivir como una matrioska solitaria, sin estar en Cristo, ni en el Padre, y sin que nos llene el Espíritu, pero entonces nuestra vida no cumplirá el propósito para la que fue creada. Estaremos sin protección, expuestos a los golpes, roces e inclemencias de la existencia, ya que no nos cubrirá la protección del Padre, ni la de Jesús. Aunque lo más triste es que nuestra vida interior estará oscura, vacía y estéril, porque no nos llenará el Espíritu Santo ni su fruto, que es «amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio» (Gál. 5: 22-23).
Ellen White advierte: «si dejamos de relacionarnos con Dios, no podremos seguir siendo alumnos en la escuela de Cristo. Como consecuencia, perderemos interés en las otras almas por las cuales él también murió» (RP, pág. 41). Separados de Cristo y vacíos del Espíritu y su fruto nada podremos hacer. Esto es lo que les pasó al levita y al sacerdote de la parábola del buen samaritano, pasaron de largo, sin sentir la más mínima misericordia por el moribundo (Luc. 10: 31-32). Eran sacerdotes de Dios, pero el texto recalca que “se desviaron”, alejándose de Dios, viviendo una religión formalista, llena de normas y mandamientos, pero sin amor al prójimo.
Es lo mismo que Cristo puede estar diciéndonos hoy a muchos de los que nos sentamos en los bancos de esta iglesia y, permitidme que parafrasee el texto en presente, «Porque tengo hambre, y no me dais nada de comer; tengo sed, y no me dais nada de beber; doy forastero, y no me dais alojamiento; necesito ropa, y no me vestís; estoy enfermo y en la cárcel, y no me visitáis. […] Os aseguro que todo lo que no hacéis por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hacéis por mí» (Mat. 25: 42-43, 45).
El abogado defensor
Jesús les dijo a sus discípulos que la única solución a esta falta de amor y misericordia, la solución a toda religión formalista, es ser dirigido por el Espíritu. Nosotros no podemos transformar una mente y unos sentimientos deformados desde el nacimiento por nuestra naturaleza caída. Dios sabe que no poseemos el amor ágape, un amor que ama incluso a los enemigos que buscan tu muerte. Jesús sabe esto, sabe que no podemos transformarnos a nosotros mismos, por eso nos manda al Parakletos, que significa “aquel que es invocado” (de para-kaléin, “llamar en ayuda”); y, por tanto, el defensor, el abogado, además de el mediador, que realiza la función de intercesor.
Así que podemos llamar al Parakletos, el Abogado defensor. Jesús fue el primer Parakletos, el primer Abogado defensor que nos rescató del pecado dando su vida en rescate por nosotros y ascendiendo al Santuario celestial para continuar esa labor desde el trono. Pero antes de irse prometió: «Yo pediré al Padre, y os dará otro Consolador para que os acompañe siempre: el Espíritu de verdad» (Juan 14: 16-17). El Espíritu Santo es el segundo Parakletos, con una estrecha afinidad con el Padre y con Cristo. No en vano Juan ve en medio del trono de Dios: «Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra» (Apoc. 5: 6). Esta imagen intenta plasmar la íntima relación entre la acción de Cristo (Cordero) y del Espíritu (siete ojos) para ayudarnos a vencer el pecado.
Ellen White lo expresa así: «La extirpación del pecado es un acto del alma. En su gran necesidad el alma clama por un poder que no posee en sí misma y que viene de lo alto; y por medio de la operación del Espíritu
Santo, las facultades superiores de la mente quedan imbuidas de fortaleza para librarse de la esclavitud del pecado» (FV, pág. 93).
Dar testimonio
La principal labor del Espíritu es dar testimonio de la verdad y de Cristo. Pero lo quiere hacer a través de nosotros, desde dentro, es transformarnos con la verdad a imagen de Cristo. Por esto también se representa al Espíritu en Apocalipsis con «siete lámparas de fuego» (Apoc. 4: 5). Estas lámparas eran sostenidas en alto por los siete brazos del candelabro, que representan a las siete iglesias (Apoc. 1: 20). Con lo cual, la labor de la iglesia es sostener en alto la lámpara que, según Salmos 119: 105, es la Palabra de Dios.
Toda la Biblia ha sido inspirada por el Espíritu (2 Ped. 1: 21), que es el aceite que llena la lámpara (2 Sam. 16: 13). La mecha de lino, que se hacía con las vestiduras viejas de los sacerdotes, somos tú y yo, a los que Cristo ha perdonado sus pecados y nos ha revestido de su perfecta justicia (Apoc. 19: 8).
Como sumo sacerdote encargado de arreglar las lámparas (Éxo. 30: 7-8), Jesús espera encontrarse contigo cada amanecer y cada anochecer, estudiando en la lámpara de su palabra, empapándote del aceite del Espíritu. Con sus tenazas de oro (1 Reyes 7: 49) el quitará los pecados que manchan tus vestiduras de lino y te introducirá más profundamente en su Palabra, la sabiduría del Espíritu Santo empapará tu mente y comprenderás claramente el proyecto de Dios para tu vida. Ese día serás una mecha viva, y tus pensamientos, palabras y actos serán una poderosa luz del cielo para todos los que te rodean.
Literalmente, esto es lo que experimentaron los apóstoles en el día del Pentecostés. Temprano por la mañana, mientras oraban, dice Hechos 2: 3-4 que «Se les aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo» (Hech. 2: 3-4). Jesús en el cielo llenó de aceite las lámparas, y ellos eran “las mechas vivientes” que por muchos días estudiaron la Palabra, se arrepintieron de sus pecados y se pidieron perdón unos a otros. El Espíritu los empapó y se convirtieron en la luz del mundo.
Jesús está esperando que tú y yo hoy seamos esa mecha viva, que demos el último mensaje de esperanza al mundo. El secreto es encontrarte con Jesús cada día. Él nos asegura: «Y también vosotros daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio» (Juan 15: 27).
DINÁMICA DE GRUPO
Hacer grupos o de manera individual.
Teniendo en cuenta que Jesús dice que daremos testimonio porque hemos estado con él desde el principio.
- ¿Cómo es tu relación diaria con Cristo? ¿Cuánto tiempo le dedicas?
- Analiza los tres tipos de amor más importantes según los griegos (eros, filio y ágape)
- ¿Cuál crees que predomina en nuestra sociedad? ¿Cuál piensas que predomina en tu vida?
- ¿De qué tipo de amor crees que quiere llenarte el Espíritu Santo y para qué?
MOMENTOS DE ORACIÓN
- Agradecer a Dios todo lo que ha hecho hasta hoy en tu vida.
- Rogar un encuentro transformador diario con Cristo.
- Pedir ser lleno del Espíritu Santo, y que te muestre lo que debe ser abandonado.
- Reconocer la necesidad de una transformación plena de tu vida, y una vivencia práctica del fruto del Espíritu (amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio).
Autor: Sergio Martorell. Secretario General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Imagen: Revista Semana de Oración Conecta 2019