“Pasemos al otro lado del lago. Y se hicieron a la mar. Pero mientras ellos navegaban… se abatió sobre el lago una tempestad de viento, y comenzaron a anegarse y peligrar” (Lc. 8:23).
Eran palabras de Jesús. Se trataba de ir al otro lado del mar de Galilea. Sin duda, algún pensamiento había en la mente del Maestro, algún propósito. Él siempre se movía con un objetivo: enseñar, sanar,… salvar, finalmente. A alguien había que salvar. Al otro lado, en Gadara, el enemigo de las almas había logrado manifiestas victorias. Había que ir a allí.
Cuando estuvieron en la barca, en medio de la travesía, se levantó una fuerte tempestad, y el texto nos dice: “y comenzaron a anegarse y a peligrar” (Lc. 8:23).
Mientras el agua estuvo fuera de la barca la situación no era tan peligrosa, por más que las dificultades pudieran arreciar. El problema es que las aguas estaban entrando en la barca, y la estaban anegando.
De alguna forma, todos estamos en esa barca y estamos llamados a cumplir una misión. Al igual que a los discípulos, las circunstancias nos rodean, a veces como fuertes vientos que nos azotan, pero el peligro mayor siempre se produce cuando las aguas entran en nuestra embarcación. Entonces es cuando será fácil que podamos naufragar.
La sociedad que nos rodea bien podría verse representada por las “aguas” que rodean nuestra barca (a nosotros), las cuales pueden dificultar nuestra travesía y el que podamos alcanzar nuestra misión. No obstante, si las “aguas” permanecen fuera de nuestra embarcación, aun en las dificultades, podremos salir airosos. El problema grave será si los antivalores, el materialismo, la vanalidad, el conformismo, la ociosidad,… entran en nuestra barca. En ese caso, nosotros, y nuestra misión con nosotros, peligran.
En aquella tormenta Jesús fue la clave, en las nuestras también. Y a nosotros, igualmente, nos dice: “Vayamos al otro lado”, hay alguien que salvar.