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¿Te las encontrado con cristianos que defienden sus ideas religiosas con tanta vehemencia que acaban siendo realmente agresivos, e incluso violentos en sus formas? ¿Has sido alguna vez uno de ellos? Cualquier tema es apto para enfrentar al otro y enarbolar su bandera de “verdad”, no importa el cómo. Lo único importante es defenderla, aunque se haga hiriendo al otro y faltándole al respeto con esa actitud agresora. Por supuesto, esto incluye criticar y rebuscar la paja para no ver la viga del propio ojo. Muy religioso, pero muy poco cristiano. Porque el ejemplo del Maestro nunca fue ese.

Conocer religiosos así me llevó a pensar en mí, en nosotros, en Cristo y su pacificadora valentía a la hora de vivir la Verdad, en contraposición con esa religiosidad agresiva a la hora de defenderla.

Si la única Verdad que existe es Dios, y Dios es Amor, es su carácter y su esencia, ¿es posible defender el Amor con violencia?

Cuando un cristiano denominacional defiende una postura que considera correcta, y se cree en posesión absoluta de la verdad, por lo general le entra una especie de “santa ira” y se vuelve bastante intolerante con el otro, tanto que es capaz de sendas agresiones ideológias, empuñando textos bíblicos descontextualizados como si fueran espadas. Es cierto que somos seres humanos y, como tales, tenemos serias taras producidas por el pecado, pero también es cierto que cuando aceptamos vivir con Cristo el Espíritu Santo comienza su obra dentro de nosotros y somos, poco a poco, transformados a imagen del carácter de Jesús, cuya esencia es la misma que la de Dios: el Amor. 

¿Te imaginas a Jesús siendo intolerante con las personas? ¿Intransigente en su trato? ¿Violento? Jesús, como Dios, se opone al pecado, pero ama al pecador. Es el trato de un padre con un hijo que hace algo equivocado. Rechaza radicalmente lo malo que éste ha hecho, pero ama incondicionalmente a su pequeño.

El Jesús que describe la Biblia Ama de verdad al ser humano. Nunca volvió la cara, ignoró o trató mal a un pecador. Lo Amó (si, con mayúscula) y deseó su arrepentimiento y transformación. La escritora inspirada Elena G. White dice, en su libro El Deseado de todas las gentes,  que lloró cuando llamó “raza de víboras” a los fariseos que le perseguían con malvadas intenciones. También a éstos los amaba, aunque ellos le odiaran a muerte.

No podemos evitarlo. Ante un mismo hecho, los seres humanos extraemos conclusiones diferentes. Nuestra realidad, educación, personalidad, vivencias, etc. forman parte del filtro por el que pasan los hechos que analizamos, dando, muy a menudo, resultados distintos ante una misma verdad. También con respecto a la Biblia. ¿Debemos atacarnos por ello? ¿Estamos llamados a convencer al otro de cualquier manera?

La comprensión de la Biblia es progresiva, conlleva un crecimiento y una madurez que se gana poco a poco con la relación personal con Cristo, la oración, el estudio y la presencia del Espíritu Santo. Debemos tener más paciencia y más amor unos con otros.

Hay quienes sostienen “soy responsable de lo que digo, no de lo que tu entiendes”. Cierto… hasta un punto. Lo importante no es tanto el mensaje como el que el otro pueda comprender lo que digo, y desde luego en esa comunicación lo menos adecuado es la agresividad. Ésta nos aleja del otro, en lugar de acercarnos.

Se hizo un experimento sencillo con perros y con bebés. Se les decían palabras cariñosas con tono violento, y palabras groseras e insultos con tono amoroso. Tanto los animales como los niños respondían negativamente a lo primero y positivamente a lo segundo. La conclusión del estudio fue evidente:no importan las palabras, ni su significado, lo realmente importante es la actitud con la que las decimos. No en vano, el 90% de nuestra comunicación es no verbal. La comunicación más allá de las palabras: la entonación, los gestos, lo que no decimos, o cómo lo decimos… comunica mucho más que nuestras palabras. Y lo más importante: no miente.

Podemos engañar con las palabras que pronunciamos, incluso forzar nuestra actitud, pero el lenguaje no verbal nos delata.

Puedo decir “te quiero” y hacer daño con mi actitud y mi comportamiento. No es un “te quiero” real, y no importa el significado de esas palabras. Lo importante es lo que hago, no lo que digo. Esa es la verdad.

“Cristianos violentos” debería chirriarnos en los oídos. ¿Acaso no podemos defender nuestros posicionamientos de manera pacífica? Como cristianos, cuando somos violentos en nuestros mostramos incoherencia. Un cristiano es un seguidor de Cristo, y como tal imitador del Maestro. Jesús no era violento. Si el carácter de Dios es Amor, y el que no Ama (si, con mayúscula), no conoce a Dios, el que Ama si le conoce, porque Dios es Amor (1ºJuan 4:7-8).

“¡Pero Jesús cogió un látigo y tiró las mesas de los comerciantes en el Templo, espantando al ganado!” Esgrimían mis alumnos de 4º de la ESO cuando les daba clases de religión. Ese pasaje no es excusa para un comportamiento violento, o para una actitud agresiva. Jesús era hombre, pero sin pecado, como Adán, y eso solemos olvidarlo transfiriéndole actitudes y rasgos de carácter pecaminosos que Él no tenía. Interpretamos los pasajes bíblicos desde nuestra perspectiva humana pecadora. 

Este pasaje de la Biblia tiene que ver con el rechazo de Dios al pecado no con la relación de Jesús con el pecador. La ira de Cristo no fue contra las personas, sino contra el pecado. Dice Elena G. White en el Deseado de todas las gentes, capítulo 16, (lee el capítulo completo y si puedes, el libro entero), que aquello parecía “una feria de ganado y no el Templo de Dios”. Jesús es tierno con las personas, pero implacable con el pecado. Aquello no era permisible, y los mercaderes lo sabían, pero no les importaba hacer lo malo delante del Señor. Pero leamos cómo fue la escena realmente, no le supongamos a Jesús una violencia que no ejerció.

..Y al contemplar la escena, la indignación, la autoridad y el poder se expresaron en su semblante. La atención de la gente fué atraída hacia él. Los ojos de los que se dedicaban a su tráfico profano se clavaron en su rostro. No podían retraer la mirada. Sentían que este hombre leía sus pensamientos más íntimos y descubría sus motivos ocultos. Algunos intentaron esconder la cara, como si en ella estuviesen escritas sus malas acciones, para ser leídas por aquellos ojos escrutadores. La confusión se acalló. Cesó el ruido del tráfico y de los negocios. El silencio se hizo penoso. Un sentimiento de pavor dominó a la asamblea. Fué como si hubiese comparecido ante el tribunal de Dios para responder de sus hechos. Mirando a Cristo, todos vieron la divinidad que fulguraba a través del manto de la humanidad. La Majestad del cielo estaba allí como el Juez que se presentará en el día final, y aunque no la rodeaba esa gloria que la acompañará entonces, tenía el mismo poder de leer el alma. Sus ojos recorrían toda la multitud, posándose en cada uno de los presentes. Su persona parecía elevarse sobre todos con imponente dignidad, y una luz divina iluminaba su rostro. Habló, y su voz clara y penetrante—la misma que sobre el monte Sinaí había proclamado la ley que los sacerdotes y príncipes estaban transgrediendo,—se oyó repercutir por las bóvedas del templo: “Quitad de aquí esto, y no hagáis la casa de mi Padre casa de mercado.” Descendiendo lentamente de las gradas y alzando el látigo de cuerdas que había recogido al entrar en el recinto, ordenó a la hueste de traficantes que se apartase de las dependencias del templo. Con un celo y una severidad que nunca manifestó antes, derribó las mesas de los cambiadores. Las monedas cayeron, y dejaron oír su sonido metálico en el pavimento de mármol. Nadie pretendió poner en duda su autoridad. Nadie se atrevió a detenerse para recoger las ganancias [132] ilícitas. Jesús no los hirió con el látigo de cuerdas, pero en su mano el sencillo látigo parecía ser una flamígera espada. Los oficiales del templo, los sacerdotes especuladores, los cambiadores y los negociantes en ganado, huyeron del lugar con sus ovejas y bueyes, dominados por un solo pensamiento: el de escapar a la condenación de su presencia. El pánico se apoderó de la multitud, que sentía el predominio de su divinidad. Gritos de terror escaparon de centenares de labios pálidos. Aun los discípulos temblaron. Les causaron pavor las palabras y los modales de Jesús, tan diferentes de su conducta común. Recordaron que se había escrito acerca de él: “Me consumió el celo de tu casa.” Pronto la tumultuosa muchedumbre fué alejada del templo del Señor con toda su mercadería….En la purificación del templo, Jesús anunció su misión como Mesías y comenzó su obra. Aquel templo, erigido para morada de la presencia divina, estaba destinado a ser una lección objetiva para Israel y para el mundo.

Jesús no usó la violencia, sino su autoridad como Dios. Una autoridad que nosotros no tenemos, aunque a veces creamos que si, y nos encante ejercerla para ponernos por encima del otro.

No hay un solo texto bíblico en el que Jesús invite a sus discípulos al uso de la violencia, sino todo lo contrario. Estamos llamados a Amar como Él Ama (Juan 13:33-35). Con el perfecto Amor de Dios, que solamente podemos obtener conectados a Él, no con nuestro voluble amor humano). Pero nos es mucho mas fácil posicionarnos sobre el otro para someterlo, para indicarle lo que hace mal, que amarlo y mostrarle con respeto, paciencia y Amor como hacerlo bien. Preferimos malinterpretar el momento del Templo, que analizar la multitud de veces que Jesús amó y sanó a las personas.

Estamos llamados a amar y sanar almas al llevarlas a los pies de Cristo, el único que puede salvar y restaurar. Ese es nuestro cometido. La autoridad dejémosela a Él. Ningún ser humano tiene autoridad sobre otro. Solo Dios, solo Cristo. 

El respeto es el primer paso hacia el Amor. Nadie nos ha dado permiso para agredir al otro con nuestra verdad (que no siempre es la Verdad de Dios, porque la Verdad de Dios es que Dios es Amor, eso para comenzar. Luego ese Amor se traduce en obediencia a los mandamientos y en fidelidad para con Dios, etc.)

La Biblia existe para mostrarnos el Plan de Salvación, y el Amor de Dios por cada ser humano, desde el principio del mundo hasta el final. No para usarla como arma arrojadiza o entronarnos como ejemplos para los demás. Jesús no es violento, es el Príncipe de Paz del que habla Isaías 9:6. El carácter de Dios, y la Biblia entera, debe ser comprendido a la luz de Su carácter de Amor perfecto. Si no entendemos eso, no podremos entender nada. La Biblia leída sin la llave del Amor de Dios es un Best Seller, no el Plan de Salvación.

Nuestra tarea en este mundo no es ser cristianos agresivos, dispuestos a convencer al otro sea como sea… acosando, faltando al respeto, defendiendo la Verdad a como de lugar, etc. Nuestra misión es permitir que el Espíritu Santo trabaje en nosotros para reflejar el carácter de Cristo y compartir el Evangelio, esto es: las buenas nuevas de la Salvación. Una salvación que obra un Dios de Amor, por Amor, con Amor… no puede contaminarse de agresividad o violencia.

La Verdad no necesita ser defendida, necesita ser vivida. Cuando nos empeñamos en defender ideológicamente la Verdad la sesgamos, la tergiversamos… porque solamente presentamos la parte que nos interesa.

Dios (y Su Amor y Su Plan de Salvación) es la Verdad. Nuestra verdad (con minúscula) necesita ser transformada por el Amor de Dios para poder cambiarnos y llegar a los demás, a través del ejemplo de lo que Dios ha hecho en nuestra vida.

Estamos llamados a compartir, no a convencer, eso último es trabajo del Espíritu Santo, no nuestro. Estamos llamados a algo mucho más difícil: estamos llamados a reflejar el carácter de Cristo, a Amar de verdad y a que los demás se enamoren de Jesús como lo estamos nosotros.

Pero claro… la defensa de la Verdad, aunque sea con agresividad, es mucho mas fácil que dejarnos cambiar. La transformación del carácter exige la valentía de postrar el “yo” con humildad para dejar que el Espíritu Santo trabaje en nosotros. Es abrir la puerta (Apoc. 3:20), para que Jesús entre, y se quede a vivir, con nosotros. Es mucho mas cómodo ser cristianos denominacionales y defender, a como de lugar, lo que creemos, que transformarnos en lo que creemos. Mucho mas complicado “ser” que “parecer”. 

El verdadero Amor trae Paz (si, con mayúscula, de la que solo Dios puede dar). El carácter de un cristiano realmente convertido exhala Paz, y Amor por sus semejantes, porque refleja el carácter de Cristo. Es obediente a la Ley de Dios, como lo era Jesús, pero no impone nada, como Él. Puede fallar, porque es humano, pero se arrepentirá y seguirá su camino, siempre hacia adelante y hacia arriba, de la mano de Dios. Un cristiano agresivo que enarbola su bandera de verdad, para tener razón, necesita pasar mas tiempo contemplando el carácter de Jesús y permitiendo que el Espíritu Santo sane su autoestima y pueda transformarle. Humildemente debe abrir la puerta de su corazón y su mente para que el Amor de Dios le transforme y le llene de esa Paz y ese Amor, que no son de este mundo.

Pero para llevar con nosotros la Paz y el Amor de Dios, necesitamos ser valientes. Valientes para dejar el “yo”; para entregarnos al Señor;  para permitir que obre en nosotros, que nos transforme a imagen de Su carácter santo; para enfrentar las burlas de los demás; para sonreír ante las ofensas; para no responder con violencia; para Amar a quienes nos odian; para vivir contra corriente de la mano de Jesús; para no imponer la verdad, que el propio Dios no impone sino que respeta el libre albedrío de cada cual; para aprender a Amar y respetar al otro… Para dar un paso más allá de presentar la Verdad, para VIVIRLA.

Nunca reconocerás a un verdadero cristiano por lo que dice, sino por lo que hace; no por sus palabras, sino por su carácter. Su carácter evidencia el trabajo del Espíritu Santo en su interior. Los argumentos… se los lleva el viento. Un verdadero cristiano vive tratando de imitar a Jesús, reflexionando en Su carácter, con oración y estudio de la Biblia. Está tan ocupado en permitir al Espíritu Santo que trabaje en su interior, que no tiene tiempo de andar juzgando y criticando a los demás. Un verdadero cristiano Ama (si, así, con mayúscula) y obedece la Ley (que no es mas que un decálogo de Amor… del de Dios por el ser humano, el ser humano por Dios y luego por los demás, porque para que el ser humano se Ame correctamente a si mismo y al otro, primero debe amar a Dios para que su amor se transforme en Amor, y eso solamente ocurre por la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo en su interior).

Un verdadero cristiano está conectado a Dios cuyo carácter, esencia, es el Amor. Un cristiano que no Ama, no obedece la Ley, aunque guarde todos los mandamientos. Porque el resumen de la Ley es amar a Dios y al prójimo.

De modo que un cristianismo agresivo… no es un verdadero cristianismo, porque por mucho que alguien obedezca la Ley, si no Ama ha perdido de vista el sentido de la misma, como los fariseos…

La misión del pueblo judío era mostrar el carácter de Dios al mundo. Fallaron entronizando lo que ellos creían que era la verdad y dejando de vivir la Verdad (que es Dios, y Su Amor salvador, no hay otra). Entronizaron las normas y desvirtuaron la Ley. Adoraron a la religión, en lugar de a Dios. Cada cristiano sincero, hoy, es el pueblo de Dios. ¿Fallaremos nuevamente? El todo es tan fuerte como cada una de sus partes. Vivirás para ser un reflejo de la Verdad o para defender tu verdad?

La verdadera religión (de “religare”, unir al hombre con Dios) es relación. Sin relación, sin Amor, no hay verdadera religión. La Ley busca unir al hombre con su Creador, consigo y con los demás. Es el deseo de un padre para que le vaya bien a sus hijos (Deut. 4:40; 12:28). Estamos llamados a dialogar, a mostrar la Verdad, pero no a faltarnos el respeto unos a otros; no a imponer nuestro criterio; no a criticar; no a desprestigiar; no a maltratar. ¿Cómo corregía Jesús? ¿Cómo compartía Él la Verdad? Amando al otro, en primer lugar. 

El Señor nos ha dotado del don de la libertad. Ni el mismo Dios nos obliga, ¿por qué nos empeñamos en imponer nuestro criterio? Podemos y debemos dialogar, mostrar, enseñar, pero siempre sin agresividad y sin colocarnos por encima de los demás. Estamos llamados a Amar yyayudar al otro. También a ayudarle a volver al Padre, pero llegando hasta donde el otro nos permita llegar.  Respeto + cariño + ayuda + ejemplo + oración intercesora = aprender a Amar a los demás.  

Como iglesia, como cristianos, estamos llamados a ser pacificadores valientes, no cristianos agresivos. Llamados a vivir y a compartir el Evangelio siendo imitadores de Cristo, no a simplemente a defenderlo con argumentos, y mucho menos con agresividad. El mayor argumento es y será siempre el testimonio personal. Si nuestra actitud falla, no importa lo que digan nuestras palabras. 

 

Esther Azón. Teóloga y comunicadora. Productora TV, guionista y redactora web en HopeMedia. Editora de la Revista Adventista.

Foto: Amr Elmasry on Unsplash

 

Lic. Teología & Comunicadora Editora Revista Adventista Productora radio y TV/ Redactora Web en HopeMedia Edit/coordin. Quecurso.com

2 Comments

  • José Arévalo dice:

    Hola buenos días: Tengo una duda sobre este artículo. Dicen que “Jesús no usó la violencia, sino su autoridad como Dios. Una autoridad que nosotros no tenemos, aunque a veces creamos que si, y nos encante ejercerla para ponernos por encima del otro”… Por muchos años se nos ha predicado o enseñado que el Plan de Salvación hubiera fallado si Jesús hubiera usado una ‘pisca’ de su poder como Dios, entonces, ¿Ya cambió el asunto? Pregunto porque reflexiono en lo siguiente: Si yo veo en algun momento actual que uno de los templos en donde adoramos a Dios está siendo profanado “de la misma forma” (Puede ser venta de libros, cuotas de algo, inscripciones a un evento, pago por evento, irreverencias o desorden dentro de los templos), ¿No debo hacer nada, inclusive si aún los lideres y el pastor del distrito solapa y se envuelve en el desorden?

    He leido por tres ocasiones el capitulo citado del deseado de todas las gentes y no he entendido lo que en el articulo nos dice. Lo que sí he entendido es que nosotros como cristianos debemos ser respetuosos pero firmes en defender bajo la prudencia y educación lo que se tergiversa de Dios. Tambien he aprendido que aún si aplicamos la misma actitud que Jesús uso (no sólo en el suceso del templo), seguramente nos meteremos en problemas, y más en problemas estaremos si no tenemos u ostentamos algun cargo eclesiástico…. seguramente se nos cuestionaría diciendonos ¿Y tú quien eres para corregirnos? ¿Y este fulano quien es?

    Hasta donde debe llegar una accion correctiva y cuál debe ser la postura del que se encuentra recibiendo la corrección.

    Gracias. Agradeceré sus amables atenciones

    • Querido amigo y hermano en Cristo,
      Jesús nos otorgó autoridad sobre el pecado, e incluso autoridad para expulsar demonios, ambas cosas en Su nombre (por Su poder). Es Él quien obra en nosotros y a través de nosotros. Sin embargo en lo relativo a nuestros hermanos,el Señor nos invitó a Amarles (con Su Amor, no con amor humano, como Él los Ama (con una paciencia, un tacto un cuidado, un respeto, un cariño… ilimitados, tal como mostró durante su vida, y con su muerte).
      Jesús es 100% Dios y 100% hombre, y nunca usó su naturaleza divina, (aunque pudo haberlo hecho, por eso Satanás le tentó como le tentó). Ell Padre obraba a través de Él, y Jesús dependía totalmente del Padre, tal como estamos llamados a hacer nosotros. El carácter de Jesús reflejaba al del Padre en Amor,Justicia y Santidad, pero Su autoridad como Dios se manifestó en ese momento, como reflejo de la autoridad de Dios. Sin violencia, sin agresividad, pero con la autoridad de Dios, que es la suya propia. Su divinidad se dejó ver a través de su humanidad. Dice EGW “Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios”. “su gloria fue velada. Su divinidad fue cubierta de humanidad, la gloria invisible tomó forma humana visible” No se despojó de su divinidad… era 100% Dios y 100% hombre. El que no usara su divinidad, no significa que no la tuviera, y en este momento, se dejó ver porque era necesario. Porque la autoridad contra el pecado es potestad de Dios, no de los hombres. Nosotros no tenemos autoridad, invocamos la suya.
      No es nuestra autoridad agresiva, sino una autoridad digna que pertenece solamente a Dios, y a Jesús como Dios. No nos pertenece esa autoridad, pero si podemos hacer que las personas comprendan esa autoridad divina explicándoles lo que Dios quiere y cómo lo quiere, con cariño, cuidado y respeto. Ese es el punto. La actitud. Jesús está en la iglesia, y es Su autoridad la que debemos respetar, no la del ser humano. No sé si me explico. Llamamos a la congregación a reverencia, pero no por nuestra autoridad, sino por la de Dios.
      Sobre cómo debemos actuar ante la profanación de una iglesia (no son templos, aunque los llamemos así… son mas bien sinagogas. La función del templo (sacrificios, etc.) terminó con Cristo, el Cordero de Dios que fué inmolado por nosotros)), o sobre la irreverencia, etc., nos lo dejó escrito el Señor en Mateo 18:15-20. Que no tengamos autoridad sobre los hermanos no significa que no estemos llamados a corregirlos con Amor, de parte del Señor, como hermanos que somos y nos preocupamos por ellos. Son las formas lo que debemos cuidar. Es entender que representamos al Señor, y debemos tratar a los demás con cariño, como Él nos pidió. Sin ponernos por encima, sino a su lado. Es el Amor y la autoridad de Dios lo que debemos mostrar y tratar, con mucha oración, que lo entiendan con cariño y respeto, mostrando siempre el carácter de Cristo, pero sin ejercer nuestra propia autoridad, porque no la tenemos. Todos somos iguales y ninguno está por encima del otro. Tenemos responsabilidades dentro de la iglesia, y debemos desempeñarlas con todo cuidado, respeto y cariño, mostrando el carácter de Cristo. Suya es la autoridad, y ante Él rendirán cuentas al final.
      El Señor Todopoderoso obrará en los corazones si nosotros nos conducimos así y oramos a Él por ellos y por la situación. A veces tomamos las cosas de Dios con mandato y agresividad hacia el otro, olvidando que Dios es Todopoderoso y que el arma mas efectiva se consigue de rodillas: La oración.
      Necesitamos ser transformados a imagen del carácter de Cristo. No hay nada mas poderoso ni mas efectivo que eso. Necesitamos aprender a tratar a los hermanos como Jesús trataba a las personas. Nunca transigió con el pecado, pero Amó hasta lo sumo al pecador. Así debemos ser nosotros, pero la actitud, la manera, la forma es muy importante. No nos comportemos de manera que desdibujemos el carácter de Dios, porque eso es terrible.
      Claro que es mas fácil decirle a una persona como debe comportarse, secamente y agresivamente para que obedezca, pero eso a) no nos corresponde b) no refleja el carácter de Jesús c) no se corresponde con el mandato de Amar que nos dejó, etc. Lo que Jesús nos pide es que Amemos al otro y le mostremos el camino hacia Él. Que le corrijamos con afecto, que le restauremos, que no nos pongamos por encima, sino a su lado, apoyándole, ayudándole, guiándole, sosteniéndole y mostrándole el carácter de Jesús y Su autoridad como Creador, Salvador, Padre, Maestro, Dios… Si, lo sé… esto es mucho más difícil que pegar un grito… o dar una contestación cortante, pero es a lo que estamos llamados. Nosotros no tenemos autoridad, pero Cristo si, y es a esa autoridad a la que vamos a conducir a la persona, con todo cariño y respeto. Tal vez la persona quiera, quizás no quiera. En caso de no querer, tampoco hay agresión… simplemente si no se coloca bajo la autoridad de Dios, como todos los que estamos en la iglesia… “Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano” como dice el texto bíblico de Mateo. Con tristeza, no con rabia ni con falsa justicia. Con el dolor de un hermano que pierde a un hermano. Sin embargo, “También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá”, Dios nos invita a orar por él, para que escuche de nuevo Su voz..
      En resumen… la autoridad es de Dios, a nosotros nos toca reflejar su carácter de Amor y llevar a las personas ante Su autoridad (que no es la nuestra) sin perder de vista el mandato de Amar al hermano y sin dejar de reflejar el carácter de Jesús. Nuestra actitud es lo que marca la diferencia. Estamos llamados a corregir con amor en nombre de Jesús, a dirigir a las personas a Él, no a imponer. Sin perder el respeto y el amor. Lo contrario es pecado contra el hermano. Somos Sus representantes, no somos quienes tienen la autoridad. Dirigimos a las personas a Él.
      Siento haberme alargado… es un tema delicado y hay que explicarlo muy bien. El todo del tema es nuestra actitud (debemos reflejar el Amor de Jesús siempre) y nuestra posición (no responden ante nosotros, sino ante Dios).
      Espero haber resuelto sus dudas, de lo contrario, por favor, hágamelo saber. Estamos aquí para servirle.
      Un abrazo grande en Jesús.
      Esther Azón. Lic. Teología y productora de HopeMedia.es

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