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Durante los pasados 14 y 15 de octubre se declararon numerosos incendios en Asturias y  norte de Portugal, a los que hubo que sumar los más de ochenta focos incandescentes que arrasaron  Galicia. Alrededor de 35.500 hectáreas de floresta fueron pasto de las llamas sólo en la comunidad gallega. Éstas se cobraron, además, la vida de 4 personas (40 en Portugal) y produjeron un desastre ecológico, económico y humano todavía difícil de cuantificar. En apenas dos días, se destruyó  casi un 70% más de masa arbolada que en todo el año pasado y prácticamente la mitad de lo que se quemó durante las dos semanas que duró la oleada de incendios del año 2006.

Las imágenes que difundieron los noticiarios hablan por sí solas de la “angustia de gentes” que acompañó a esta catástrofe. Las ardientes escenas de devastación nocturna teñían el cielo de un rojo amenazador. La atmósfera se contaminaba de un humo irrespirable que dificultaba, aún más, la ansiosa e incesante actividad de una población que, sorprendida, no acababa de creerse lo que estaba viviendo. El fuego alcanzaba, incluso, el centro de las poblaciones. Los vehículos quedaban bloqueados en las autopistas… Bomberos, brigadistas y voluntarios se unían espontáneamente para combatir, en una lucha desigual, la voracidad  de las llamas atizadas por el viento, que amenazaba vidas y haciendas. Al día siguiente, el crudo e inexorable panorama de desolación que mostraba el amanecer pondría de manifiesto la pérdida, en muchos casos, del trabajo de toda una vida. Desgarradores testimonios brotaban, incrédulos, frente a las cámaras, de labios de quienes lo habían perdido todo. La lluvia, que hizo su aparición el domingo de noche, tras no haber caído durante casi 8 meses, contribuyó a paliar en parte la situación.

Resulta particularmente inquietante comprobar cómo, en plena era de la comunicación  digital, el exceso de información y, sobre todo, la desinformación contribuye a aumentar todavía más la ansiedad y el desconcierto de los ciudadanos. Numerosos “fakes” (noticias falsas) inundaron las redes sociales, sembrando la confusión y el caos. Se distribuyeron como ciertas, noticias alarmantes: “El fuego rodea los hospitales; se van a desalojar en plena noche”; “Ha explotado una gasolinera en Bayona”; “Es inminente el corte de luz y agua en Vigo”…  El tiempo se encargaría de demostrar que, afortunadamente, eran simples bulos.

Pero, en medio de tanta devastación, es maravilloso constatar  cómo el Omnipotente cubrió, con su brazo protector, las vidas y propiedades de nuestros hermanos. De este modo se cumplieron una vez más las promesas que afirman que “aunque caigan mil a tu lado, aunque mueran diez mil a tu alrededor, esos males no te tocarán” (Salmos 91:7- NTV) puesto que “El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen; a su lado está para librarlos” (Salmos 34: 7-NVI).

Las mismas redes sociales mostraron las reconfortantes muestras de solidaridad adventista, concretadas en las numerosas cadenas de oración que surgieron espontáneamente a lo largo de toda nuestra geografía, implorando protección en favor de los damnificados. Sigamos orando por ellos, pues “la oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos” (Santiago 5:16 –NTV).

Ese sábado 14 de octubre, contemplaba pensativo las impresionantes escenas nocturnas desde la privilegiada panorámica que ofrece el hospital donde trabajo –está situado en lo alto de una colina-.  Mientras trataba de tranquilizar a los pacientes ingresados y paliar los efectos del humo, administrándoles mascarillas con nebulizaciones y haciéndoles respirar a través de toallas mojadas, mi mente navegaba por su cuenta. Trataba de imaginar cómo será el marco que describe el apóstol Pedro:  “El día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos serán destruidos con fuego intenso, y la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas”( 2 Pedro 3:10 –LBLA).

-“Si lo de esta noche me resulta horrible, la perspectiva del escenario final es para echarse a temblar”-pensé.

Pero la esperanza proporciona una paz interior inigualable. En un instante, una maravillosa calma, cual lluvia restauradora, inundó mi alma, tras evocar un par de fragmentos bíblicos. El primero menciona que, al margen de la “angustia de gentes” que nos rodea, “tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacemos bien en estar atentos” (2ª Pedro 1:19 –RVR). El segundo me recuerda que no importa lo que suceda el futuro, pues “solo Dios es mi refugio, mi lugar seguro; en él confío. Con sus plumas me cubrirá y con sus alas me dará refugio. Sus fieles promesas son mi armadura y mi protección” (Salmo 91, parafraseado).

¡Ojalá que estas certezas formen también parte de tu entramado espiritual!

 

Oscar Martínez Lourido. Primer anciano de la Iglesia de Vigo. 

 

Revista Adventista de España