Las entrevistas de trabajo no estaban resultando como el joven Javier pensaba. Tenía 16 años, pero aparentaba algunos menos. La última entrevista le había dejado especialmente triste, porque le hacía mucha ilusión conseguir el puesto. Además, ese verano necesitaba ganar dinero para poder seguir estudiando y ayudar a su abuela, que le cuidaba desde que sus padres fallecieron en un accidente de coche.
La última entrevista había sido para la tienda de deportes de la esquina. Pero por lo visto, no era el perfil que buscaban. Tal vez por su edad, o por su falta de experiencia. Quien sabe. El caso es que no le habían dado la oportunidad de demostrar lo buen vendedor que era. A Javier le encantaban los deportes, la gente y los números y aquel puesto parecía hecho a su medida, aunque el dueño, el señor Rodríguez, no pensara lo mismo.
Caminaba cabizbajo hacia su casa cuando vio un coche grande de color gris, que daba la vuelta a la esquina a toda velocidad atropellando a su vecino, el pequeño Ricardo, que iba en bicicleta. Javier vio como Ricardo fue arrojado a un costado de la calle, y allí quedó, inmóvil. Javier llegó al lugar justamente a tiempo para ver que un hombre alto y canoso levantaba a Ricardo y lo ponía en el asiento de atrás de su auto.
-Lo voy a llevar al hospital -dijo el hombre- ¿Cómo te llamas?
-Javier-respondió el muchacho visiblemente preocupado-. ¿Cómo está Ricardo? ¿Puedo hacer algo para ayudarle?
-Avisa a su familia- dijo el hombre mientras cerraba la puerta del auto.
Al día siguiente, el coche gris se detuvo frente a la casa de Javier, y el conductor lo llamó para que se acercase.
-Escucha, Javier. Tú eres el único que vio lo que sucedió ayer. Yo no quise atropellarlo, y el niño se fracturó sólo una pierna; va a quedar bien. Pero… quisiera que vengas conmigo y declares que viste que Ricardo iba en bicicleta, y que se me echó encima, por no mirar. Yo te daré una buena recompensa. Supe que vives con tu abuela, y sé que necesitáis ese dinero.
–Lo lamento, señor, pero yo no me vendo, y tampoco miento -contestó Javier asombrado por lo deshonesto de la propuesta- Por supuesto, necesitamos el dinero, pero estoy seguro de que mi abuela tampoco lo querría ganado de esa manera.
Javier recordaba muy bien aquel texto que su abuela le leía de un libro sobre educación que tenía:
“La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren.
Hombres que sean honrados y sinceros en lo más íntimo de sus almas.
Hombres que no teman dar al pecado el nombre que les corresponde.
Hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo.
Hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos”.
(Elena de White. La Educación, P.54.)
Él siempre había deseado ser uno de esos hombres, y ahora tenía la oportunidad de serlo.
Cuando la abuela de Javier se enteró de lo que había hecho, se sintió muy orgullosa de su nieto y le dijo: -Ya recibirás el pago por tu honestidad, querido. Me siento muy feliz porque rehusaste aceptar ese dinero.
Pasaron lo días, y de alguna manera se corrió la noticia de lo sucedido, y pocas semanas después, el señor Rodríguez se presentó en la puerta de la casa de Javier para proponerle que trabajara con él en la tienda de deportes:
– Si aún lo quieres, el puesto es tuyo, Javier. Quiero que trabajes en mi tienda. Necesito un joven honesto como tú.
– Pero usted me dijo que no tenía el perfil que buscaba, -dijo Javier un tanto contrariado-
– Eso es porque solamente me fijé en tu edad y tu falta de experiencia. No sabía de tu responsabilidad y tu honestidad. Esos valores, para mi, pesan mucho más que la edad o la experiencia.
Y Javier se sintió doblemente feliz por haber hecho lo que él sabía que era lo correcto.
Programas y ayudas 1984. Adaptado por Esther Azón.
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