Foto: (cc) Ventry/Devianart. Esquina: Daniel Moreno.
Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que con toda valentía hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades, señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús”.
Cuando terminaron de orar, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con valentía la palabra de Dios (Hch. 4,29-31).
Me sigue impactando este pasaje. Un grupo de amigos sintonizados plenamente con el proyecto de Dios, vacíos de sí mismos y llenos del Espíritu Santo. En lugar de hacer caso a las amenazas, le piden a Dios valor para seguir hablando su palabra. Dios ve su necesidad y les responde inmediatamente como señal de que había oído su petición.
Lo que más me maravilla del episodio (y del libro entero) es la dirección constante y palpable del Espíritu Santo. Alguien real, vivo y relevante en sus vidas. Me hace pensar que, a nivel experimental, quizá no conocemos la Persona del Espíritu Santo como es nuestro privilegio, a pesar de lo insondable del mismo. Es cierto que podemos conocer ciertos detalles revelados: Es Dios (2 Cor 13,14), es una Persona y, como tal, tiene personalidad; forma parte activa desde la misma Creación, y especialmente en el ministerio de Jesús, quien experimentó Su plenitud; el ofrecimiento del Espíritu (inaugurado plenamente en Pentecostés) es una vida semejante a la de Cristo (el fruto del Espíritu) y un ministerio semejante al de Cristo (los dones del Espíritu)…
Pero más allá de estos conceptos esenciales, ¿qué puede hacer en nuestras vidas realmente? ¿qué desea hacer? ¿qué es lo que no le estamos permitiendo? ¿cuántas veces lo hemos ignorado, o no permitimos que Su voz sea audible en nuestros pensamientos, deseos o actitudes? ¿cuáles son las mayores barreras que levantamos (orgullo, autosuficiencia, críticas, diversiones…)? Es una reflexión que dejo abierta, y que te propongo que inviertas tiempo en ella.
Trabajar para Dios es una cosa, pero es algo muy diferente tener a Dios trabajando dentro de nosotros por medio de su Espíritu. Es un Regalo demasiado múltiple como para infravalorarlo; no hay necesidad de estar solos (Jn 16,7), Dios quiere vivir dentro de nosotros (Jn 14,18). Necesitamos percibirlo, recibirlo y conocerlo. Y conocerlo significa ser movido por su voluntad, inspirado por su amor, guardado por su gracia, inspirado por su mano, sostenido por su poder y usado en su servicio. “No tiene límite la utilidad de los que ponen el yo a un lado, que permiten obrar al Espíritu Santo sobre su corazón, y viven una vida completamente consagrada a Dios, recibiendo la disciplina necesaria, impuesta por el Señor, sin quejarse ni desmayar en el camino.” Ellen White, DTG, p. 216.
¿Te falta algo de valentía (o mucha) para transmitir las palabras de Dios? ¿Y para vivirlas? ¿Te imaginas si, como iglesia, a una voz, replicásemos la petición del principio? Gracias a Dios el poder necesario sigue estando disponible. Yo deseo que Dios siga insistiendo en mi vida (Sal 51,11-12), y quiero formar parte de este movimiento en el que el Espíritu Santo sea el protagonista principal.
¿Estás dispuesto?