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¿Se ha planteado alguna vez los intereses patriarcales que se esconden detrás de la soberanía alimenticia mundial? Las mujeres constituyen la mitad de la mano de obra del campo. Una perspectiva agrícola, como la que tenemos, que no incluya al género femenino desaparecerá debido a que excluye al cincuenta por ciento de la población.

“El feminismo es un proceso que permite conseguir un lugar digno para las mujeres dentro de la sociedad, para combatir la violencia contra las mujeres, y también para reivindicar y reclamar nuestras tierras y salvarlas de las manos de las transnacionales y de las grandes empresas. El feminismo es la vía para que las mujeres campesinas puedan tener un papel activo y digno en el seno de la sociedad” proclamaba La Vía Campesina en el año 2006 reivindicando los derechos de las trabajadoras agrícolas frente a una estructuración del primer sector ampliamente dominada por los hombres.

Las reivindicaciones de la Vía Campesina están muy justificadas. Las mujeres son las principales productoras de comida en el mundo. Responsabilidad de alimentar a toda la población mundial. A los antiguos roles del cuidado de la casa y la atención de los miembros familiares, se suma la producción de alimentos. Entre un 60 y un 80% de la obtención de alimentos recae en las manos de las mujeres. Arroz, maíz o trigo son algunos de los productos de primera necesidad consumidos por la gran mayoría de las poblaciones de los países del sur. A esta cifra, hay que añadir los índices de la FAO que establecen que en continentes como África la mujer se encarga del 90% de la búsqueda del agua, gestionan el 100% del procesamiento de los alimentos y alcanzan la misma cifra en la preparación de las tierras. Sin embargo, las mujeres siguen siendo invisibles ante los ojos del mundo. A los efectos causados por los Planes de Ajuste Estructural de los años ochenta y noventa, que debilitó las economías de los países más pobres y afectó notablemente a las mujeres, hay que añadir las limitaciones impuestas por los hombres.

En países como Camboya aunque las mujeres legislativamente pueden poseer tierras, la cultura patriarcal no lo permite. En la India las trabajadoras agrícolas son relegadas a los estratos sociales más bajos y sus salarios son un 30% menor que los de los hombres. No obstante, las diferencias salariales también se observan en los países del norte caracterizadas por la equidad de género. En España según Oceransky Losana la inequidad de sueldos oscila también entre el 30 y 40%. De la misma manera las mujeres también se ven discriminadas en la solicitud de préstamos bancarios. El colectivo femenino solo posee el 1% de los créditos destinados a la producción de la tierra.

En la actualidad los movimientos por acabar con estas injusticias laborales y culturales han llevado a grupos agrícolas a establecer alianzas con colectivos feministas. La lucha toma otro matiz. Una tonalidad en defensa de los derechos de las mujeres y la rebelión contra el sistema alimentario neoliberal y patriarcal que fomenta desigualdad. Desde Fundación ADRA exponemos este artículo que combina, de manera sintetizada, la diferencia entre el hacer y el poseer. Abogamos por la justicia y nos inclinamos en este caso a que “la tierra es de quien la trabaja”. Por consiguiente, las mujeres deben ser consideradas como las grandes guardianas de la seguridad alimentaria mundial y ser recompensadas por ello.

Imagen: (cc) Flickr / Icrisat. Esquina inferior: Diego Maldonado.

Revista Adventista de España