Rescatamos este artículo del 19 de mayo de 2021, que puede servirnos perfectamente hoy. Añadimos, además, un imperdible vídeo del pastor Samuel Gil, responsable del Depto. de Comunicaciones de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España, y director de la productora HopeMedia, sobre el mismo tema. Un vídeo grabado hace años para la serie Ecos desde Tierras Bíblicas, sobre el conflicto entre Israel y Palestina.
Los recientes enfrentamientos entre israelíes y palestinos han traído a la mente de muchos el mito de la «milenaria disputa entre árabes y judíos». ¿Tiene fundamento histórico o teológico? Las narrativas patriarcales describen tensiones entre Ismael e Isaac (Génesis 21:9), y también entre Jacob y Esaú.
Por otro lado, Génesis relata que los hermanos Ismael e Isaac enterraron a su anciano padre de forma pacífica. Las tradiciones presentan una relación afable (Génesis 25:9). Lo mismo sucede entre Jacob y Esaú (Génesis 33:29), quienes se habían reconciliado después de su desagravio (Génesis 33:10). No hay que pensar, que los nabateos y otras tribus a las que después se las conocería como «árabes», descendientes de Cetura, tuviesen algún tipo de tensión con los descendientes de Israel.
En la Biblia Hebrea se describe, de manera muy positiva a los «orientales» que han sido correctamente identificados con las tribus árabes que han vivido en la región por siglos. El libro de Job, y varios otros relatos, enfatizan la sabiduría de los «hombres del este» que tenían ascendencia edomita, árabe e ismaelita. La relación entre los reyes hebreos y sus vecinos varió a través de las décadas. A veces eran enemigos, otras veces aliados. Es imposible tratar de explicar, de manera simplista, su relación basados en versículos aislados. Se deben recocer los siglos que pasaron y las condiciones que variaron.
El punto álgido ocurrió después de la destrucción de Jerusalem. De ese periodo vienen las declaraciones proféticas más fuertes contra Edom y otros vecinos. Los descendientes de Esaú se convirtieron en los archienemigos de los hebreos según los profetas (ej. Malaquías 1:1-4). Además, se nota la tensión con Gesém el árabe en el libro de Nehemías, y situaciones complejas durante el periodo intertestamentario. Pero aun así, muchos descendientes de Esaú se les unieron en la primera y segunda revueltas contra Roma.
Sana convivencia
No hay evidencia histórica de aversión particular. Al contrario, los archivos demuestran matrimonios mixtos con árabes y colonias de judíos viviendo en todo el norte de África, la península arábiga y lugares más lejanos. Además, a pesar de la resistencia de algunos judíos al principio contra las visiones de Mahoma, muchos le dieron la bienvenida al Islam. Al fin y al cabo, fueron muchos los judíos que habían sido oprimidos por los cristianos en el Cercano Oriente.
Es notable reconocer que los judíos florecieron y prosperaron en Al-Ándalus (como los musulmanes llamaban a la península ibérica). Igualmente, es simplista tomar sólo capítulos aislados de la experiencia judía en lo que hoy conocemos como España. Después de la opresión por parte de los cristianos visigodos, quienes continuaban en tensión con los hispanoromanos, los judíos disfrutaron de la llegada del musulmán Táriq Ibn Ziyad, quien llegó desde África.
Pero aun cuando no hubiese exactamente una «edad de oro» para los judíos en Al-Ándalus, la situación era mejor que en cualquier otra parte del mundo en ese periodo. Lo cierto es que la sana convivencia de musulmanes y judíos no apoya el mito de una «milenaria disputa» entre esos grupos.
De fundamentalismos
No es hasta la llegada de los reinos de taifas, más adelante los almorávides y después los almohades, que los judíos (al igual que los cristianos) sufrieron cruelmente. La única forma de comprenderlo hoy es imaginarlo como si fuera la sucesión de musulmanes wahabís, después talibanes y al final Daesh (ISIS) en caída libre por un precipicio de fanatismo «fundamentalista».
Pero lo peor ocurrió cuando siguió avanzando la «Reconquista» a manos de los cristianos católicos romanos. Ni siquiera los «conversos» (llamados «marranos») se libraron, ya que había entre ellos «cripto-judíos» que seguían practicando el judaísmo de manera oculta.
Finalmente, Isabel la Católica completó la limpieza étnica de musulmanes y judíos en la península ibérica. Durante décadas, la Inquisición persiguió a todos los que no siguieran su versión «fundamentalista» del cristianismo.
La convivencia en nuevos territorios
Miles de judíos salieron, encontrando lugar en reinos desde Marruecos a Egipto, con una gran comunidad en Constantinopla, la capital Otomana. Sus destrezas y sabiduría fueron de gran utilidad en las cortes, centros artesanales y de educación. Los Países Bajos, al llegar a ser protestantes, los recibieron y se beneficiaron de sus conocimientos. Los judíos lucharon valientemente junto a los musulmanes como piratas en el Mediterráneo («Barbaroja» fue uno de los más famosos).
Sí, así es, los «Piratas del Caribe» originales, eran judíos que tenían sed de venganza de aquellos que habían masacrado a sus familias. Jamaica llegó a ser uno de sus centros principales, y dieron sus servicios como corsarios a la corona inglesa.
Durante siglos, comunidades judías vivieron junto a musulmanas en los territorios que hoy conocemos como Palestina, Israel y Jordania, que estaban bajo el sultán otomano.
No es hasta el siglo XIX que comenzaron a emerger ideologías nacionalistas en Europa. Los efectos de esas ideologías en los pueblos que vivían bajo varios imperios o que coexistían en villas étnicas fueron la creación de naciones-estado y el desmembramiento de los imperios.
Siglo XIX: el comienzo de las tensiones
En esa época, el sionismo comenzó a gestarse con un énfasis secular y no religioso. A eso se sumaron agendas de evangélicos dispensacionalistas (en Inglaterra y los Estados Unidos), junto a algunos judíos religiosos que eran nacionalistas. La idea de un «hogar nacional» para los judíos tuvo varios candidatos, pero fue la Declaración de Belford la que prometió que, después de la Primera Guerra Mundial, se ubicaría en la región del Imperio Otomano conocida durante siglos como Palestina.
Sin embargo, anteriormente, de manera secreta, los poderes que se aliaron contra Alemania, el Imperio Austriaco y el Otomano, habían firmado el Acuerdo Skyes-Picot en el que se repartían el cercano oriente entre los Aliados. Y al mismo tiempo hacían promesas, que no cumplirían, a las tribus árabes. Fue entonces que comenzaron las tensiones reales con los judíos, durante el siglo XX, a causa de esas intervenciones europeas.
Los progromos rusos aniquilaron o expulsaron a miles de judíos antes de la Primera Guerra Mundial. Y después de la misma, no les fue mejor a los hebreos. Muchos deseaban regresar a las tierras ancestrales y lentamente migraban a las peores zonas, llenas de pantanos o en medio de desiertos.
Siglo XX: migración acelerada
La migración se aceleró con los vientos de genocidio que venían desde Alemania. Los británicos controlaban al territorio palestino y la llegada de judíos a la zona. El Holocausto Nazi convenció al mundo de que era necesario ofrecer un hogar nacional a un pueblo que por milenios había vivido bajo diversos imperios y en constante estado de persecución. La declaración del Estado de Israel es llamada Nakba (catástrofe) entre los árabes, quienes no aceptaron el acuerdo de partir esa región entre poblaciones que podían haber coexistido.
Multitudes saquearon y quemaron sinagogas en Siria y otros países árabes. Miles de refugiados tuvieron que salir del norte de África y los territorios del Golfo Pérsico. Comunidades que durante siglos habían vivido entre musulmanes fueron arrancadas y tuvieron que huir a Israel. Las guerras que se produjeron con los países vecinos fueron haciendo imposible que quedaran judíos en medio de ellos.
Un país donde continuarían viviendo los judíos fue Irán, que en ese tiempo era gobernado de manera autocrática por el Sha. Pero el descontento por la desigualdad social y económica sería el detonante para que venciera la «Revolución Islamica» en 1979. La próspera comunidad judía que durante milenios había vivido entre los persas, fue expulsada y ahora apenas queda un remanente. La enemistad actual entre árabes y judíos no es milenaria, data de apenas décadas. Y no es de origen religioso, aunque algunos extremistas así lo quieran hacer ver.
¿Por qué no aprender de un pasado de coexistencia?
Debemos reconocer que el pueblo palestino también ha sufrido mucho durante demasiado tiempo. Al mirar hacia los siglos pasados, vemos cómo el imperio otomano, establecido por mercenarios que habían llegado desde el lejano oriente, se convertía en gobernante de los pueblos árabes. Los poderes occidentales, que sucedieron a los otomanos, los han oprimido de diversas formas, exceptuando a las clases altas y la realeza, quienes siempre han tenido ventajas. Vivir bajo una ocupación militar israelí ha sido doloroso también durante las pasadas décadas. Hay una enorme frustración por la falta de líderes y la carencia de soluciones.
Ismael e Isaac tuvieron sus diferencias, al igual que Jacob y Esaú, pero reconocieron que eran hermanos. En vez de repetir mitos sobre enemistades milenarias y disputas de muchos siglos, reconozcamos que estos ciclos se han vivido en el pasado. Mejores tiempos pueden llegar, si enfatizamos el diálogo y el respeto.
Los cristianos tampoco nos hemos portado bien en el pasado, ni con los judíos, ni con los musulmanes. El apóstol Pablo nos recuerda: «Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno» (Gálatas 3:28).
Ni las tragedias del pasado, ni las del presente, determinan nuestro futuro. Establecer lazos de paz es nuestro deber y nuestra esperanza es que esa paz se haga realidad. En la fe, todos somos hijos de Abraham.
Pedro repitió la promesa hecha a Abraham en Génesis 12:1-2 cuando anunció: «Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: Y en tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra» (Hechos 3:25).
¡Shalom, Salam, La paz!
Autor: Efraín Velázquez, PhD. Presidente del Seminario Teológico Adventista de Interamérica (SETAI/IATS), lleva más de dos décadas investigando en el Cercano Oriente con grupos de posgrado, y sus lazos con quienes viven en esa área son profundos y muy cercanos.