Skip to main content

Cinco pasos para la testificación efectiva

En 1901 en Nueva York se aprobó una ley que procuraba mejorar los escuálidos edificios de viviendas para que fueran más seguros y salubres. La Bolsa de Valores de Nueva York tuvo su primer derrumbe financiero y la ciudad casi se derritió bajo la más mortal ola de calor de su historia. En ese contexto, y a los 68 años, el pionero adventista Stephen Haskell y su esposa Hetty fueron a Nueva York como misioneros.

Después de haber vivido en una zona rural, los Haskell terminaron en el corazón de esa inmensa ciudad, en un edificio de apartamentos. Haskell parecía temeroso de perderse entre la multitud y escribió: «Que los hermanos no se olviden de orar por nosotros. No olviden la dirección: 400 Oeste de la Calle 57, Nueva York».1 Haskell estaba maravillado por la jungla urbana donde ahora vivía con su esposa, y él mismo relató: «En el edificio hay cincuenta y tres familias, tiene siete pisos y dos ascensores que trabajan día y noche».2

Los Haskell seguramente estaban más cómodos en su propiedad rural, lejos de esa ciudad. Sin embargo, estaban siguiendo el consejo de Elena White de que, en lugar de predicar a la distancia, los seguidores de Cristo tenían que imitar su ministerio en este mundo. Eso implicaba vivir y ministrar en la comunidad, y ella fue clara cuando dijo: «Es por medio de las relaciones sociales como el cristianismo se pone en contacto con el mundo»,3 y agregó: «Nuestros obreros de experiencia deben hacer el esfuerzo de colocarse donde se relacionarán directamente con aquellos que necesitan ayuda».4

Ese, por supuesto, fue el método que Cristo mismo usó para alcanzar a la comunidad. Y siguiendo ese ejemplo, el plan estratégico de la Iglesia Adventista denominado «Alcanzar al mundo» identifica claramente el método de ministerio de Cristo como el modelo de misión para la iglesia. En su resumen clásico del método, Elena White menciona relacionarse con la gente como la primera de cinco dimensiones fundamentales. Ella afirma que el Salvador:
1. «Se relacionaba con las personas como quien deseaba hacerles bien».
2. «Les mostraba simpatía».
3. «Atendía sus necesidades».
4. «Se ganaba su confianza».
5. «Les decía: “Seguidme”».5

Se relacionaba

Jesús no estaba satisfecho con permanecer en el cielo, separado de la humanidad, y desde allí enviar su salvación como si fuese algo por control remoto. Como lo expresa Juan: «El Verbo [o Logos] se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1:14).6 La palabra logos tiene una rica historia en la tradición griega y judía. Para los griegos, era un término filosófico, un principio unificador del universo que mantiene todo en equilibrio, orden y simetría. Para el pensamiento judío, el Logos (heb., Davar) se refiere a la expresión de Dios, sus acciones y sus palabras.

Por ello, Juan recurre aquí a un término multifacético para describir a Jesús. Un lector griego imaginaría un principio cósmico abstracto que se transformó en una persona. Un judío vería que Dios llegó a revelarse en forma humana y visible; fue la encarnación de la verdad de Dios.

Cuando vino a este mundo, Jesús no estableció su sede en un lugar prominente para que las personas fuesen a él, sino que él fue hacia la gente. Juan dice que Jesús «habitó» entre nosotros. La palabra griega skenoo significa «levantar una tienda» o «vivir en una tienda» (Juan 1:14). El Logos «levantó su tienda» entre nosotros. Bebió de la misma agua, comió los mismos alimentos, derramó las mismas lágrimas humanas.

Jesús habló en las sinagogas, pero más a menudo tuvo diálogos personales: se encontró con una mujer pecadora junto a un pozo, buscó al publicano trepado a un árbol, sanó a un ciego junto al sendero polvoriento. Jesús se acercó a nosotros en su ministerio integral de enseñanza, predicación y sanación (Mat. 9:35). En Mateo 8 y 9 vemos que Jesús se relacionaba con judíos y paganos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos. Vemos que personas tocaron físicamente a Jesús (Mat. 9:20), y que él también los tocó (Mat. 8:3, 15; 9:25, 29). En efecto, tanto se relacionó con los «pecadores» que los líderes religiosos lo criticaban (Mat. 8:10-13).

Demasiado a menudo, el cristianismo se ve relegado a las catedrales y los templos, a los credos y declaraciones. Su verdadero hogar, sin embargo, se encuentra en las calles, los lugares de trabajo, los hogares y nuestras vidas. El método de Cristo nos enseña que nuestra misión tiene que ir más allá de tratar tan solo de atraer a las personas a nuestros templos. Es verdad que nuestras iglesias deberían ser atractivas y afables, con programas y predicaciones cautivantes. La principal función de la iglesia, sin embargo, es la de inspirar, capacitar y motivar a los miembros para que salgan de la iglesia hacia la comunidad. La verdad cobra vida cuando se encarna y se entrecruza con la vida de hombres y mujeres, jóvenes y niños. Las doctrinas son fundamentales, pero tenemos que mostrar qué aplicación tienen para la vida.

Les mostraba simpatía y atendía sus necesidades

Al seguir el ejemplo de Jesús de relacionarnos con las personas, nos preocupamos por sus necesidades, intereses y familias. Como dijo Elena White, les mostramos simpatía. Esto describe la posición, la perspectiva desde la cual Jesús llevó a cabo su ministerio: «Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas» (Mat. 9:36). Si nuestra misión quiere ser efectiva, tiene que estar motivada por ese mismo amor y esa misma compasión.
Jesús no se relacionaba con las personas como alguien que quería vender sus puntos de vista, o como el que buscaba adeptos para un proyecto político. Él vino al mundo como el Logos viviente para mostrar simpatía y amor, para ministrar a las necesidades de sus hijos, para revelar la verdad de Dios. Es muy importante la motivación que tenemos para la misión. Como lo expresa el apóstol Pablo, es el amor de Cristo lo que «nos constriñe» (2 Cor. 5:14). Ya sea al atender las necesidades de la gente mediante la salud, la educación, la ayuda humanitaria, o aunque más no sea acompañando al que está solo, nuestra motivación tiene que ser el amor de Cristo.

Se ganó su confianza

Al seguir el ejemplo de ministerio de Cristo –al relacionarnos, mostrar simpatía y atender las necesidades de la gente– nos ganamos naturalmente la confianza de ellos. Nuestra amistad, solicitud e interés engendran confianza. Y es a partir de este contexto de confianza que las personas se abren y muestran disposición a relacionarse con nosotros en un nivel espiritual. Esto no es algo artificial, sino algo que fluye naturalmente de las demás dimensiones del método de Cristo. Aun así, no es autosuficiente. Necesitamos orar por la conducción del Espíritu Santo a la hora de aplicar el fundamental paso final: llevar a las personas hacia Cristo. Tenemos que buscar y estar preparados para cualquier puerta que se abra a tal efecto.

La Iglesia Adventista no ha sido llamada para ser tan solo otra agencia de bienestar social. El marco y la motivación espirituales de nuestro ministerio tienen que influir en todo lo que hacemos: en cada tazón de sopa que compartimos, cada seminario sobre estrés que organizamos, cada comida vegetariana que enseñamos a cocinar y servimos. Es incorrecto dar a entender que alguien tiene que aceptar el mensaje para que recién después podamos brindarle atención física. La obra comunitaria adventista debería brindar compasión sin segundas intenciones. Eso no significa, sin embargo, que tenemos que separar la atención humanitaria de la testificación cristiana.

Los invitaba a seguirlo

A lo largo de los años, los adventistas hemos dado un fuerte énfasis al paso final de llamar a las personas para que sigan a Jesús. Hemos llevado a cabo millones de seminarios y reuniones públicas de evangelismo; hemos publicado miles de millones de páginas de impresos llenos de la verdad. Sin embargo, ¿cuánto tiempo dedicamos a los demás pasos? Pasar por alto alguno de los pasos del método de Cristo provoca un cortocircuito en el ministerio integral; y los cortocircuitos producen una pérdida de energía.

A comienzos del siglo XX, Elena White felicitó a la naciente iglesia adventista de San Francisco en el oeste de los Estados Unidos, por seguir el método de ministerio de Cristo. Lo llamó «colmena». Los miembros de iglesia visitaban a los enfermos y desamparados, hallaban hogares para los huérfanos, ofrecían clases de vida sana y distribuían impresos. Comenzaron una escuela para niños en la calle Laguna, y un proyecto médico misionero, además de un hogar para hombres. Abrieron una sala de tratamientos médicos y un negocio de alimentos saludables junto al edificio de la municipalidad. También ministraba con el grupo de los marineros que llegaban al puerto desde distintas partes del mundo. Y en caso de que no fuera suficiente, ofrecían reuniones públicas en salones de la ciudad.7 Hoy día, más de cien años después, esta manera de ministrar es aún un ejemplo brillante de una iglesia que, motivada por el amor, trabajó así como lo había hecho Cristo.

El método de Cristo en la práctica

El método de Cristo no siempre es fácil. Hoy día, la gente tiene menos contacto; se suben a sus vehículos y se desvinculan del resto de la gente. Los que viven en las ciudades se encierran en apartamentos y rara vez conocen o ven a sus vecinos. Las extensas jornadas laborales dejan escaso tiempo para socializar. El método de Cristo, sin embargo, no es un evento para el cual necesitamos hallar tiempo; es la manera en que tenemos que orientar toda nuestra vida. Significa tomar lo que ya estamos haciendo, y reformularlo con un propósito.

Lo importante es pasar tiempo con personas que no son adventistas. ¿Sale usted a caminar? Perfecto. Ahora invite a caminar a alguien que no es adventista o únase a un club comunitario. Hay muchos grupos de todo tipo: de jardín y huerta, colección de sellos postales, de lectura, de tejido, pintura, carpintería, etc. También podemos trabajar con otros en actividades de servicio comunitario.

¿Come usted cada día? Excelente. Busque oportunidades de comer con amigos y conocidos que no son adventistas. En culturas donde es aceptable, el mejor lugar es nuestra propia casa, pero también puede hacerlo en un restaurante. Lo importante es que las mejores conexiones sociales a menudo se llevan a cabo mientras se comparten los alimentos.

No podemos ministrar a las necesidades de otros si no sabemos cuáles son. Eso significa conocer a nuestros vecinos y sus comunidades. Significa dedicar tiempo a relacionarnos, a escuchar, a mirar y aprender.

Elena White nos recuerda que el método de Cristo es el único que producirá «verdadero éxito». Dice ella que «si se dedicara menos tiempo a sermonear y más al servicio personal, se conseguirían mayores resultados […]. Acompañada de los poderes de persuasión, la oración y el amor de Dios, esta obra no será ni puede ser infructuosa».8 Stephen y Hetty Haskell lo sabían, y lo pusieron en práctica. La «colmena» de San Francisco lo sabía, y lo puso en práctica.

¿Lo aprenderemos también nosotros para ponerlo en práctica?

Referencias:

1 Stephen Haskell, en Advent Review and Sabbath Herald, 9 de julio de 1901, p. 14.
2 Stephen Haskell, «The Bible Training School in New York City», Advent Review and Sabbath Herald, 12 de noviembre de 1901, p. 11.
3 Elena White, Obreros evangélicos, p. 494.
4 Elena White, Testimonios para la iglesia, t. 8, p. 83.
5 Elena White, El ministerio de curación, p. 102.
6 Los textos han sido extraídos de la versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usada con autorización. Todos los derechos reservados.
7 Elena White, «Notes of Travel—No. 3: The Judgments of God on Our Cities», Advent Review and Sabbath Herald, 5 de julio de 1906, p. 8.
8 Elena White, El ministerio de curación, p. 102.

**********

Preguntas para reflexionar
1. ¿Por qué alguien querría ir de misionero a los 68 años?
2. ¿Cómo pueden hacer los tímidos para ganarse la confianza de los extraños?
3. ¿Cuál de los cinco pasos mencionados aquí cree usted que es el más importante?

Revista Adventista de España