Estudiando la Escuela Sabática de este trimestre, pensé que lo mejor que yo podría ofrecer a mis hermanos en la iglesia es mi testimonio personal.
Juan dice en 1 Juan 1:1 “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que palparon nuestras manos, esto proclamamos acerca del Verbo de la vida”.
En el Deseado de Todas las Gentes, página 313 dice: “Nuestra confesión de su fidelidad es el factor escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño: pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino”.
Cuando tenía 15 años asistí a un seminario de “Fe para Hoy” en el campus de Sagunto. Recuerdo que una de las cosas que nos pidieron hacer fue escribir un pequeño esbozo de nuestro testimonio personal para poder, en cuestión de uno o dos minutos, poder contarlo a las personas con las que nos encontrásemos mientras íbamos a predicar. Antes de ir a desarrollar la actividad a Teruel, donde iríamos a hacer puerta a puerta, el pastor Ortiz nos pidió a unas pocas personas que pudiéramos hablar desde el púlpito para compartir con los demás hermanos lo que habíamos escrito. Realmente yo no sabía qué escribir. Había escuchado relatos de conversiones conmovedoras, cambios radicales en las vidas de las personas. Un antes y un después. Yo, con 15 años, habiendo sido bautizada a los 12 años, y asistiendo a la iglesia desde que tenía 5, cuando mis padres comenzaron a recibir estudios bíblicos, no podía decir que hubiera visto un cambio en mi vida. Sí había tenido algunas experiencias, tanto de fe, como de testificar a otros. Pero no podía decir que había habido un cambio, sino una lenta evolución. Esto es lo que ocurre normalmente con los jóvenes que nacen en la iglesia, hijos de padres creyentes. No sabemos en mucho tiempo si realmente estamos convertidos, porque no vemos un cambio o una transformación evidente. Esto puede generar muchas dudas, sobre todo cuando nos preguntan: ¿Cómo te convertiste? Uno no sabe qué decir. ¿Qué podía escribir yo, qué podía compartir con los demás, cuál era mi testimonio? Ni yo misma lo sabía. Lo único que pude decir es que sentía que avanzaba por un camino que me protegía de otras cosas. Que podía sentir felicidad en cosas sencillas, sin necesidad de maltratar mi cuerpo con tabaco o alcohol como ya hacían muchos de mis compañeros a esa edad, y que aunque no había cambios radicales en mi vida, era porque iba avanzando en ese camino desde muy temprano, y tomando decisiones que me acercaban a Jesús.
Pero la vida avanza y hay que tomar muchas decisiones, de todo tipo: ¿Qué estudiaré, en qué trabajaré, con quién compartiré mi vida, dónde viviré,…? Y todo esto, entregándolo en oración a Dios, se convierte en un camino no libre de obstáculos. Porque, aunque Dios desea lo mejor para nosotros, no podemos olvidar que tenemos un enemigo que desea todo lo contrario. Terminé el bachiller y el grado profesional de Música al mismo tiempo. Decidí que seguiría con la Música, para hacer el grado superior. Si quería, podría hacer alguna otra carrera en la universidad más adelante. Pero la música es una carrera muy esclava. Son muchas horas de estudio. Sólo para el instrumento me exigían 8 horas de práctica diaria, además de las clases, y de las demás asignaturas. Y yo también daba clases particulares en casa, unas dos o tres horas diarias. Podéis imaginar, no tenía un segundo libre. Todo mi tiempo semanal estaba rigurosamente calculado. Recuerdo que mi madre se preocupaba mucho por mí, y me decía que no le gustaba verme siempre tan ocupada. Y también me decía que con ese ritmo no tenía tiempo para orar o leer la Biblia. Gracias, mamá, por preocuparte siempre así por nosotros. Esas palabras no cayeron en saco roto. De modo, que siguiendo con mi ritmo frenético, decidí levantarme aún más temprano para tener una cita con Dios por las mañanas. Leía todos los libros de la hna. White que teníamos en casa, la Biblia y oraba. Estudié a fondo el libro de Daniel, disfrutando de verdad de las profecías y de los cálculos de fechas. Me gustaba especialmente el libro de Génesis, y solía hacer cálculos de las genealogías… Se me pasaba volando el tiempo de estudio y meditación de la Biblia. En la iglesia también era muy activa. Sobre todo en los departamentos de música, escuela sabática y ministerio personal. En cuatro años terminé 3 titulaciones superiores en el Conservatorio, y también fui a la Universidad para realizar el Curso de Adaptación Pedagógica, de modo que podría trabajar tanto en Conservatorios como en Institutos de Educación Secundaria.
En los 3 últimos años había conocido a un chico, con el que empecé a salir y nos hicimos novios. Yo pensaba que era un chico muy espiritual, pero a mi familia, aunque nos ayudaban, el chico no les gustaba. Como, desgraciadamente, soy bastante testaruda, esa oposición hacía que yo me obcecase más con el chico. Sin darme cuenta de que realmente ellos tenían razón. Aunque no fui a ningún psicólogo, estoy segura de que en ese tiempo caí en una depresión. Iba alicaída, lloraba muchas veces sobre todo por las noches, y sentía como un gran peso encima. Sólo me aliviaba estudiar y estar ocupada. Como también estaba estudiando música de cámara, habíamos formado un quinteto en clase, y pasábamos muchas horas de ensayo, y también de amistad. Mi novio y yo ya habíamos fijado la fecha de la boda, y habíamos repartido las invitaciones. Quedaban unos tres meses. Como mis amigos del quinteto también estaban invitados, decidí preparar una comida para ellos, para que le pudieran conocer. Yo no sé qué es lo que vería mi amiga Emma. Pero cuando por fin estuvimos ella y yo a solas me dijo así, fríamente: “Ana, si te casas con ese chico, es que eres imbécil”. Me quedé boquiabierta, sin saber cómo reaccionar. Pero era lo que me faltaba para poder abrir mis ojos. No podéis imaginar las oraciones que había derramado mi madre por mí. Pero una vez enviadas las invitaciones, ella pensaba que ya no había nada que hacer. Seguía pidiendo a Dios un milagro. Y con mucho dolor de corazón por mi parte, pero viendo que Dios me había hablado por medio de sueños, por boca de mi familia, y ahora por medio de una persona que apenas había pasado un par de horas con él… tomé la decisión. Consulté primero con mis padres, y les dije que no quería continuar con el tema de la boda. Por supuesto, me apoyaron en mi decisión. Mi padre estaba dispuesto a tirar hasta un cohete por la ventana (literalmente). Os puedo decir, que en pocas semanas se me fue la depresión que venía acarreando en los dos últimos años. Pero esto ocurrió justo en el momento en el que estaba terminando las 3 carreras que había hecho, y estaba ya dispuesta a buscar un trabajo. Es difícil compaginar los desengaños amorosos con los estudios y la búsqueda de trabajo. Pero me sentía más dependiente de Dios que nunca.
Conseguí un trabajo en una buena academia de música de mi ciudad. Desde un principio les dije que yo era adventista y que no iría a trabajar los sábados. Que el sábado lo guardamos desde la puesta de sol del viernes hasta la del sábado, tal y como dice la Biblia. Me dijeron que no había problema, y estuve trabajando con normalidad durante un mes. Transcurrido ese tiempo me llamó la directora de la academia para decirme que el viernes tendríamos una reunión a las 10 de la noche para juntarnos todos los profesores y hacer la programación del curso. Le dije que yo ya le había advertido que no trabajaba los sábados. Ella dijo que esto no era trabajar y que era muy importante que fuera, y que si no iba, el lunes me esperaría con el finiquito. Así que el lunes, efectivamente, me despidió. Me fui abrumada a casa. Era mi primer trabajo, y mi primer despido. Le decía a Dios que entendía que Él no quiere que trabajemos en sábado, pero también le decía que me resultaba muy dolorosa esa situación.
Seguí buscando trabajo, y salió la posibilidad de presentar el currículum en un conservatorio cercano. El acceso era por concurso de méritos, y saqué el número uno. El puesto era mío. Para una chica joven, soltera, el sueldo era fabuloso. En 1996 un sueldo de 150.000 pesetas era genial! Pero adivinad: El horario era de lunes a viernes, de 5 a 10 de la tarde. Eso suponía que habría algunas horas de trabajo el viernes ya puesto el sol. ¡Otra vez! Así que hablé con los que me daban el trabajo para ver si había alguna posibilidad de arreglo con el horario, y me dijeron que no. Segundo trabajo no conseguido.
Recuerdo la reacción de mi padre: “¡Esa religión que tú tienes no te va a permitir avanzar, no vas a poder tener trabajo nunca!”. Estaba dolida. No entendía tantos años de esfuerzo, de estudio, para ahora encontrarme en esta situación terrible. Desengaño amoroso, dos trabajos perdidos, y todo en menos de un mes. ¿Qué quieres de mí, Señor?
Todavía lo intenté con un Conservatorio más. Sabía que iba a salir una plaza como profesora de piano, y que la convocatoria saldría en el periódico. Todos los domingos lo compraba para ver si salía el anuncio. Un domingo, que no recuerdo qué pasó, no pude ir al kiosco a comprar el periódico. Adivinad qué día salió la convocatoria! ¡Ese domingo! Cuando me enteré ya fue demasiado tarde. Hice fotocopias de mi curriculum y las envié a varios conservatorios y academias en España. Pero no sé por qué, también pensé en ir de Servicio Voluntario al CAS. A fin de cuentas, necesitaba alejarme un poco de la ciudad en la que vivía, respirar un nuevo ambiente, cambiar de aires, y olvidarme de todo un poco. Qué mejor que trabajando en lo que me había estado preparando por tanto tiempo, pero además sirviendo al Señor. Me llamaron casi de inmediato, y me dijeron que mi curriculum les llegaba en el momento adecuado y que tenía precisamente todo lo que ellos necesitaban, porque podría dar clases tanto en la escuela de música, como en el seminario de teología, y también en secundaria, además de dirigir el grupo Amanecer. Era mucho trabajo, pero estaba encantada. ¡Cómo puede Dios dirigir la vida cuando la pones en sus manos! Lo que había sido una derrota total en los últimos meses, se había encauzado de forma increíble. El segundo año en el CAS, me hicieron contrato, y además conseguí otro trabajo más en una escuela de música se Burjasot. Me casé. Y ya en el mes de abril, Víctor Sierra me dijo que ese verano iban a salir oposiciones de música para secundaria. Me quedaba apenas mes y medio para estudiar. Trabajaba 12 horas al día. ¿De dónde sacaría tiempo para estudiar? Daba igual. Pagué las tasas de los exámenes, y llevaba un libro para estudiar a todas partes. Mientras comía me ponía audiciones, y luego leía los comentarios. Por la mañana, me iba a tocar el piano para preparar la parte práctica. Sí, aprobé los exámenes. Yo sé que no fue por lo que estudié en ese mes y medio. Ni siquiera por lo que había estudiado duramente durante toda la carrera. Aprobé porque Dios quiso, porque estaba en sus manos, y de igual forma que no permitió que tuviera los trabajos anteriores, me daba ahora este regalo.Cuando uno trabaja en el CAS, el trato con los alumnos es muy cercano. Los profesores nos preocupamos mucho por los alumnos, conocemos a las familias, compartimos tiempo fuera del aula, y los que son adventistas, nos vemos el sábado en la iglesia. Cuando trabajas en un centro público, las cosas son diferentes. No es que los profesores no se preocupen por los alumnos, pero no hay tanta familiaridad. Pero yo continué la forma de trabajar que había empezado en el CAS. Trabajaba en Puerto de Sagunto. Era tutora de un grupo. Y me pasaba los recreos en el aula, hablando con los alumnos que querían venir a contarme sus cosas o sus problemas, trataba de ayudarles. Iba a casa de algunos de ellos para hablar con sus padres. Había una alumna con la que trabé especial amistad. La invité a comer a casa. Pasábamos bastante tiempo juntas, visité a su familia. Era fantástica, de las que dan un poco de problema en clase, pero con un potencial tremendo como persona. Yo no cesaba de orar por ella. Creí realmente que Dios me había dado ese trabajo para poder ayudar a Jéssica. Fueron dos años de trabajo en ese puesto, y de orar y ayudar a Jéssi ca en todo lo posible. Pero llegó el momento de que me dieran mi destino definitivo, y me tocó Castellón. No entendía por qué Dios me llevaba lejos, si todavía no había terminado de ayudar a Jessi. Pero es que Dios es fabuloso, y como dice en el Deseado de todas las Gentes p. 197
“Dios no conduce nunca a sus hijos de otra manera que la que ellos elegirían si pudiesen ver el fin desde el principio, y discernir la gloria del propósito que están cumpliendo como colaboradores suyos”.
Yo no era la persona que debía continuar la obra empezada en Jessi. Dios puso en mi mente el dejarla en manos de Pilar, otra chica de la iglesia, que además era psicóloga, y que pudo hacer por Jessi mucho más de lo que yo podría haber hecho. Y puedo deciros que al cabo de no mucho tiempo, Jessi aceptó a Cristo en su corazón y fue bautizada. Y en Castellón, ¿qué tenía el Señor reservado para mí? Aquí en Castellón he tenido a mis dos preciosos hijos, a los que amo con toda mi alma. Llegó un momento en el que las cosas iban muy bien. Pero justo entonces fue cuando pasé por un montón de problemas juntos en poco tiempo. Problemas realmente serios.
Hubo tres muertes en la familia en pocos meses. Primero fue mi tía, la única hermana de mi padre. Después, mi abuela (16-12-2006), y al poco tiempo murió mi suegra (2-1-2007), después de varios años luchando contra el cáncer. Fue un golpe duro. Estábamos todos muy afectados. Unos meses después tuve un accidente de coche(17-4-2007). Salí ilesa gracias a Dios, aunque pasé el día sacándome diminutos cristales de la cabeza. El coche quedó destrozado. El seguro de la furgoneta que chocó conmigo tuvo que pagar la reparación, que subió a 6200 euros. En el mes de julio mi padre tuvo un infarto al corazón, estuvo muy grave. Justo en los días en que él fue operado, llamando a mi hermano, me enteré de que su matrimonio estaba mal, y que tenían problemas muy serios. Desde luego no era el momento de decírselo a mis padres, con lo delicados que se veían. Mientras mi padre empezó poco a poco a recuperarse, la que fue empeorando era mi madre. Los médicos pensaban que era una depresión, pero la enfermedad hacía que perdiera prácticamente toda movilidad. Estaba rígida. No podía levantarse del asiento por sí misma ni caminar, tampoco peinarse… Así que mi padre, todavía delicado, ayudaba amorosamente a mi madre en prácticamente todo. Las medicinas de los médicos no ayudaban gran cosa.
Pero lo peor de todo para mí fue que de repente mi marido había cambiado radicalmente. En cosa de 3 meses acabó marchándose de casa para nunca más volver, y me quedé sola con mis dos pequeños de 5 y 2 años, y pendiente de mis padres enfermos. Por momentos sentía que Dios me había abandonado. Pero no puede ser, porque cuando pasamos por las peores situaciones de nuestra vida, es precisamente cuando Dios está más cerca de nosotros. Sé que muchas personas oraron por mí en ese tiempo. Yo no entendía por qué sucedían todas esas cosas, y tampoco me veía con fuerzas para enfrentar sola esa situación. Pero salí adelante. Oré mucho, derramaba mi alma delante de Dios a diario, pidiéndole fortaleza. Cuando ya vi que no había recuperación posible del matrimonio, y me di cuenta de las causas decidí dejar de sufrir. Dios cuidaba de mí, y me daba todo lo que necesitaba. Tanto fue así que en poco tiempo me permitió conocer a un joven que al saber de mi situación empezó a orar por mí sin conocerme, y del que terminé enamorándome. No fue un camino fácil el que tuvimos que andar para llegar a estar juntos, pero hoy es mi marido y un tierno padre para mis hijos.
Soy una persona que siempre he tenido un cierto problema de peso. Pienso que a Dios se le debe adorar en todos los aspectos de nuestra vida, incluida nuestra manera de alimentarnos y cuidar nuestro cuerpo. Y creo que en ese aspecto yo estaba fallando. Mi marido iba al gimnasio y le habían dado una dieta en la que la proteína era muy importante, pero yo no estaba de acuerdo con que tuviera que consumir tanta carne, pescado y huevos. Pensaba que eso acabaría dañando su hígado, y que además no era la voluntad de Dios que nos alimentemos de esa manera. Le comenté a una hermana de la iglesia mi preocupación, y me recomendó que leyera el libro “El estudio de China”. Me lo descargué en el ordenador, pero apenas leí los títulos por encima, porque no tenía mucho tiempo para leer. Al poco tiempo Ministerio de la Familia organizó una semana de oración en la que el pastor invitado era Antonio Martínez. Nos habló sobre el tema del Santuario, y el primer día que predicó nos pidió que esa noche, antes de dormir, orásemos pidiéndole a Dios que nos mostrara qué era lo que nos separaba de Él, lo que hacía que no pudiéramos acercarnos a su presencia. Oré, y obtuve respuesta. Me mostró que lo que me estaba apartando de Él era mi alimentación. Pero mi dificultad mayor era la falta de voluntad. Quería cambiar mi estilo de vida, pero no sabía ni por dónde empezar. Lo había intentado una y otra vez, pero siempre terminaba fracasando. Dos noches después tuve un sueño, en el que sentía que Dios me pedía que comiera crudo, y yo le decía: “Bueno, es una forma de empezar, de hacer una transición. Probaré 10 días, igual que hizo Daniel cuando fue deportado a Babilonia”. Al día siguiente empecé con mi dieta de crudo. Ese día además tenía cita con el ginecólogo, porque hacía un par de meses que me había notado un bultito en el pecho y quería saber qué era. El médico no puso muy buena cara, y me mandó de inmediato a hacer una mamografía de urgencia. En tres días ya me dieron la noticia: Cáncer de mama. Es muy posible que los disgustos que había tenido años atrás, unidos a una alimentación inadecuada y un estilo de vida incorrecto hayan generado el tumor. Los motivos, realmente no los sé. Los médicos dicen que esta enfermedad es como una lotería.
Al principio me asusté muchísimo, porque cuando uno oye la palabra cáncer suele pensar en la muerte. Cuando se tienen niños pequeños lo primero que piensas es en ellos, en qué pasará si yo no estoy… me sentía angustiada. Pero mi marido me tranquilizó, y me dijo que no tenía que pensar en qué pasará, sino en el día a día, y en ir superando las cosas con tranquilidad, y que Dios estaría con nosotros en cada momento. A partir de aquella conversación sentí mucha más paz, y también vi que tenía una obra que hacer. Tenía que aprovechar esta oportunidad para dar testimonio a los demás. Mi relación con los alumnos del instituto este año estaba siendo maravillosa. Todos los días oraba por ellos y así se lo había dicho a ellos. Les di la noticia de mi enfermedad, y en ese momento fueron ellos los que me dijeron que iban a orar por mí. Recuerdo una de mis alumnas diciéndome que ella nunca había rezado, pero que ahora, sí que lo haría por mí hasta que me recupere. Otra dijo que esta situación era para que ella se acercase más a Dios. Les dije el texto de Deuteronomio 32:31, en el Cántico de Moisés:
“Porque la roca de ellos no es como nuestra Roca. Hasta nuestros enemigos lo reconocen”.
Quería decirles con este texto que mi confianza no está en las cosas de este mundo, sino en Dios. Él es el único que nos puede restaurar y dar salvación, y es el único en el que confío. Cuando empecé la baja médica, mis alumnos me despidieron de la forma más hermosa. Me dieron en un día más abrazos y besos de los que puedo recordar. En este tiempo ellos siguen dándome ánimos, y mandándome mensajes, en los que no falta la presencia de Dios. La semana que me dieron la noticia del cáncer, recordé el libro que me habían recomendado meses atrás “El estudio de China” de Collin Campbell. Empecé a leerlo en el ordenador, pero nada más empezar, entendí que era otro de los medios que usaba Dios para comunicarme cómo debía alimentarme y por qué. No es un libro cristiano, pero parece una explicación científica de “Consejos sobre el régimen alimenticio” de E. White. Me fui a la librería a comprarlo. Es un libro demasiado bueno para que no se encuentre en mi biblioteca. Lo leí en menos de una semana. Interesantísimo. En la batalla, no sólo contra el cáncer, sino en multitud de otras enfermedades graves, la alimentación es fundamental. Pero todo se resume en unas pocas reglas: descartar los alimentos de origen animal, incluyendo la leche y sus derivados y los huevos; tomar muchas frutas y verduras, no consumir alimentos refinados, sólo productos integrales; reducir el consumo de sal, y beber abundante agua.
El pacto que había hecho con Dios de comer 10 días alimentos crudos, lo prolongué hasta el día de la operación, lo que supuso 45 días de alimentación crudivegana. Después de la operación ya he comido alimentos cocinados, pero intento que haya bastante crudo en mi dieta, así como alimentos integrales. He abandonado los alimentos de origen animal, así como el azúcar, que es uno de los principales alimentos para el cáncer. El Señor me había dado la motivación y la fuerza necesaria para empezar un cambio necesario en mi vida, para poder servirle mejor, y poder alabarle como Él merece. He pasado por la operación, y ahora continúo con el tratamiento. Pero puedo deciros una cosa: Romanos 8:28 dice “Sabemos que todas las cosas obran para el bien de los que aman a Dios, los que han sido llamados según su propósito”. Y yo creo que Dios puede escribir recto en renglones torcidos, y que puede obrar el bien en mi vida, aun en la enfermedad.
Como dice en Filipenses 3: 13-14 “Una cosa hago, olvido lo que queda atrás, me extiendo a lo que está delante, y prosigo a la meta, al premio al que Dios me ha llamado desde el cielo en Cristo Jesús”