Juan 15:5 «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos. El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto. Pero separados de mí nada podéis hacer».
Entendí más claramente este texto cuando tuve la oportunidad de estar con un grupo de hermanos de Chiapas en un retiro espiritual al cual me invitaron años atrás. El agua se nos había terminado y tuvimos que cortar algunos cocos para tomar de su agua. Recuerdo que mientras yo esperaba abajo a que los hermanos terminaran de bajar los cocos, yo me di a la tarea de recoger los que ya estaban en el suelo y que habían caído solos por resultado natural de la gravedad. Cuando llegó el momento de tomar su agua me di cuenta con tristeza que de todos los que yo había recogido ninguno servía, pues su agua estaba echada a perder, seguramente llevaban mucho tiempo separados de la palmera y su fruto se había dañado.
Cuando pienso en este episodio de mi vida y lo aplico a la vida espiritual, viene a mi mente otro pasaje de la escritura que dice: «Todo árbol malo da frutos malos, pero el buen árbol no puede dar frutos malos, sólo da frutos buenos». (Mateo 7:17-18).
La Biblia es clara en enseñar que toda persona que vive conectada con Jesús como un coco dependiente de su palmera o como una rama dependiente de su árbol, siempre producirá frutos buenos. Su agua será fresca. Su fruto será genuino, su vida será una bendición dondequiera que se encuentre y el resultado siempre será el fruto maravilloso del Espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio en oposición a las destructivas obras de la carne.
Hermano, recuerda que cuando participamos generosamente de los diezmos y las ofrendas; la devolución de nuestros recursos es un fruto del Espíritu pues lo hacemos con fidelidad y amor, jamás como una obligación. Por supuesto esto sólo lo entenderá el que esté unido permanentemente a Cristo y lo considere su fuente de gozo, bendición y transformación.
Para reflejar un cuerpo saludable, se requiere también de enriquecer el intelecto a través de la lectura permanente, principalmente de la Biblia y de otros buenos materiales que permitan un desarrollo extraordinario a pesar de nuestra triste condición pecaminosa.
Un día Dios nos creó perfectos, el pecado rompió el estado de perfección y degradó la condición humana; al ser conscientes de esta realidad, hoy nos toca contribuir tomando buenas decisiones y vivir en un estado de fidelidad total para lograr una restauración plena cuando nos encontremos nuevamente con Cristo Jesús.