Había sido una emocionante Semana de Oración en una de nuestras universidades adventistas. El pastor había predicado sobre los eventos de los últimos días: ¡Jesús vendría pronto! De hecho, vendría tan pronto que algunos padres recibieron llamadas telefónicas de sus pequeños universitarios, con las siguientes líneas:
Hija: “Padre, Jesús regresará pronto. Ya se han cumplido las señales de su regreso. Ya está a las puertas. Creo que debo abandonar mi carrera y comenzar a visitar puerta por puerta”.
Padre: “Bueno, me alegra que estés disfrutando de esta Semana de Oración. ¿Por qué quieres dejarlo todo ahora?”
Hija: “Pero, papá, esto es urgente. No podemos quedarnos como siempre. Jesús está volviendo”.
Papá: “Me alegra mucho escucharte hablar así. Sin embargo, ¿no estarás mejor preparada para servir a Jesús cuando termines tu carrera? Puedes pensar en maneras creativas de compartir a Jesús, incluso mientras estás estudiando”.
Muchas veces, nos quejamos cuando tenemos que esperar. “¿Cuándo ganaré mi primer sueldo real?”, preguntan los universitarios cuando entran en primer año. “¿Cuándo llegará la Navidad?”, preguntan los niños, con impaciencia. “¿Cuándo me recuperaré?”, se pregunta un enfermo crónico. “La paciencia es una virtud”, reza un dicho; pero las virtudes parecen estar fuera de moda. Vivimos en un mundo de gratificaciones instantáneas.
Abraham y Sara tuvieron que esperar, 25 años, más precisamente (Gén. 12:4; 21:5). Esperar no siempre es fácil. De hecho, el nacimiento de Ismael, once años después de la promesa inicial de Dios, parece haber sido un desvío que causó muchísimo dolor a todos los involucrados. Pero Abraham y Sara seguían esperando. Y continuaron, para establecerse en la tierra que Dios había prometido darles. Como muchos de los que los siguieron, fueron por fe y confiaron en que Dios se manifestaría (Heb. 11:8-12).
Y lo hizo. Y lo hará de nuevo, el glorioso día en que finalmente aparecerá en las nubes del cielo. Apocalipsis nos habla de las características del pueblo de Dios del tiempo del fin. Conocemos lo de la fe de Jesús y la observancia de los Mandamientos. Sin embargo, luchamos con la “paciencia” (vers. 12; cf. Apoc. 13:10); que es parte de las características esenciales de este grupo. Son fieles, entienden la línea de tiempo de Dios del fin, creen en el don de profecía de Dios; sin embargo, su característica más urgente, lo que colorea todo el resto, es la persistencia paciente.
La paciencia y la persistencia están estrechamente ligadas a la fe, en Apocalipsis 13:10. Quienes disciernen el mal y resisten la seducción de la Bestia y sus engaños son pacientes y resistirán. No se implicarán, pero tampoco se esconderán en monasterios o en remotas regiones desérticas. Establecidos con solidez en las ciudades y los caminos de este mundo, representan las manos y los pies de Jesús, y están comprometidos en servir a “los más pequeños” (Mat. 25:40).
ESPERA DEL TIEMPO DEL FIN
Jesús incluye en sus sermones una historia del tiempo del fin, para pensar. Al describir una escena de juicio real, localiza un grupo de ovejas a la derecha y un grupo de cabritos a la izquierda de una habitación del trono real (cf. Mat. 25:31-46). Claramente, Jesús no quería hablar de ganadería o sobre las características de las ovejas y las cabras. En las historia de Jesús, cuando habla a los justos de su derecha, los elogia por haberlo alimentado cuando tuvo hambre; por haberle dado agua fresca cuando tuvo sed; por visitarlo, vestirlo e invitarlo. Jesús retrata la escena de manera tan maravillosa que, como lectores, casi logramos ver la mirada de ovejas en los rostros de los justos. “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento?” (vers. 37), responden. Y luego, el Rey les responde: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (vers. 40).
La espera en el tiempo del fin es una espera activa. Comprende servicio a los necesitados y asistencia a los desamparados. Nos llama a salir de nuestra zona de comodidad, y a abrazar a las personas a las que normalmente no abrazaríamos. Ya sea en un centro de influencia en la ciudad pobre del interior o en una clínica médica rural del África; ya sea en la sala de reuniones de una institución educativa, ofreciendo doctorados o maestrías, o en un lugar aislado del campo, Dios quiere que su pueblo muestre al mundo qué significa realmente esperar su regreso.
“Estamos velando y esperando la grandiosa y majestuosa escena que clausurará la historia de esta Tierra”, escribe Elena de White. “Pero no debemos estar simplemente aguardando; debemos trabajar y velar, en espera de este solemne acontecimiento. La iglesia viva de Dios estará esperando, velando y trabajando. Nadie debe permanecer en una posición neutral. Todos deben representar a Cristo, en el esfuerzo ferviente y activo para salvar a las almas que perecen”. (1)
Aquí encontramos otro elemento de la paciencia perseverante del tiempo del fin: esperar a que el Maestro vuelva y nos lleve a casa, sin apoyarnos en el sonido de las alarmas. Las personas a nuestro alrededor no necesitan una emoción extrema o rumores de conspiraciones. Las Escrituras confirman la existencia de poderes satánicos, que intentarán engañan aun a los escogidos (Mat. 24:24). La persecución, la desinformación, la distorsión, el fanatismo y la manipulación son, y siempre han sido, artículos de la caja de herramientas del archienemigo de Dios.
Sin embargo, el énfasis de Jesús, en estos sermo- nes para el tiempo del fin, son el servicio y la misión. “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (vers. 14). Qué emocionante es saber que Jesús no puede ser sorprendido.
EL JARDÍN
Todos los días, el conductor de un autobús debía esperar siete minutos al final de su ruta, en una parte desagradable de la ciudad. Cuando esperaba para comenzar nuevamente su ronda, notó un terreno vacío, lleno de basura. Había bolsas de plástico y basura esparcidas por todos lados. Todos los días, el conductor miraba ese lugar en ruinas. Pero, un día, tomó una decisión: debía hacer algo con esa horrible vista. Se bajó de su autobús, y comenzó a llenar una gran bolsa de residuos con los deshechos. Siete minutos después, volvió a su recorrido. Esto se convirtió en rutina. Todos los días se detenía, se bajaba del autobús y comenzaba a limpiar.
Las personas del lugar notaron el cambio. Cuando ya se había eliminado toda la basura y los desperdicios, el conductor trajo semillas de flores y bolsas de tierra al terreno. Comenzó, así, a plantar un jardín. Las personas que leyeron la noticia en los periódicos comenzaron a tomar el autobús hasta la última parada, y algunos hasta ayudaban al conductor a plantar y a cuidar aquel jardín; otros, solamente disfrutaban de la hermosa vista. Tan solo siete minutos por día fueron suficientes para transformar e inspirar a toda una comunidad.
Esperar puede ser desconcertante y desmoralizador; nos desafía hasta lo más profundo.
Pero, en medio de nuestra espera, Dios quiere darnos la paciencia perseverante de los santos del tiempo del fin. En nuestra espera, somos llamados a examinar nuestros corazones y luego ponernos a trabajar. Sí, Jesús viene pronto. Sí, está buscando a un pueblo con corazones y mentes totalmente comprometidos. Pero, mientras esperamos, sirvámoslo desde donde estemos: con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestras fuerzas (Deut. 6:5).
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Referencia:
(1) Elena de White, Testimonios para los ministros (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013), p. 178.
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PREGUNTAS PARA PENSAR:
1. Hemos estado predicando del regreso de Jesús por más de 170 años. ¿Qué podemos aprender de varios personajes bíblicos que también tuvieron que esperar?
2. ¿Qué elemento del concepto bíblico de paciencia te desafía más? ¿Por qué?
3. En el lugar donde vives, ¿cómo puedes ser las manos y los pies de Jesús para otros, de manera práctica?