“Nubes y oscuridad alrededor de él
Justicia y juicio son el cimiento de su trono”
Salmo 97:2
Cuando leo este salmo, recuerdo un sermón titulado “Dios habita en la oscuridad“. En esa predicación se explica muy bien que si bien Dios es luz inaccesible, es precisamente ese el motivo por el cual ningún pecador puede permanecer y vivir ante Dios, pues la luz es tan potente que se convierte en fuego consumidor. Así se confirma en los versículos siguientes (Salmo 97:3-5).
Precisamente para poder estar cerca del ser humano, Dios se veló a sí mismo en forma de hombre, en Cristo Jesús, para poder habitar entre nosotros (Juan 1:14). Sin embargo antes de la encarnación, la Divinidad estuvo cerca del ser humano en muchas ocasiones, y no pocas veces se envolvió en nubes y oscuridad, para velar su gloria y majestad y así poder estar al lado de la humanidad, lo más cerca posible.
Cuando Jesús mismo estuvo en la cruz, le rodeó una densa oscuridad. Elena G. de White declara respecto a ese momento: “En esa densa obscuridad, se ocultaba la presencia de Dios. El hace de las tinieblas su pabellón y oculta su gloria de los ojos humanos. Dios y sus santos ángeles estaban al lado de la cruz. El Padre estaba con su Hijo. Sin embargo, su presencia no se reveló. Si su gloria hubiese fulgurado de la nube, habría quedado destruido todo espectador humano. En aquella hora terrible, Cristo no fue consolado por la presencia del Padre. Pisó solo el lagar y del pueblo no hubo nadie con él. Con esa densa obscuridad, Dios veló la última agonía humana de su Hijo. Todos los que habían visto a Cristo sufrir estaban convencidos de su divinidad. Ese rostro, una vez contemplado por la humanidad, no sería jamás olvidado. Así como el rostro de Caín expresaba su culpabilidad de homicida, el rostro de Cristo revelaba inocencia, serenidad, benevolencia: la imagen de Dios.” (Deseado de Todas las Gentes, p. 702).
Cuando uno está pasando por momentos de prueba, de “oscuridad” en la vida, es cuando parece que Dios está más lejos. No obstante, es precisamente en esos momentos cuando Dios más se acerca a sus hijos, para ayudar, sostener, salvar y sanar. Dios es luz, y en la alegría y el brillo de su gloria y bendiciones nos gozamos, pero nunca olvidemos que Dios también habita en la oscuridad, acercándose más que nunca a sus hijos e hijas en los momentos de mayor prueba.