“No temerás el terror nocturno,
Ni saeta que vuele de día,
Ni pestilencia que ande en oscuridad,
Ni mortandad que en medio del día destruya.
Caerán a tu lado mil,
Y diez mil a tu diestra;
Mas a ti no llegará”.
Salmo 91:5-7
Si leemos los versículos anteriores, donde se habla del cuidado de Dios como una gallina que protege a sus polluelos, fuerte como un escudo, ligero como una adarga, entendemos mejor el texto de hoy.
El peor terror es el psicológico. Gedeón se valió de este terror para que los enemigos se matasen entre sí, sin tener que usar armas ni violencia los hijos de Dios. Es horrible estar en la noche y saber que hay peligro y no verlo venir. Es horrible caminar de día, sabiendo que hay tiradores y ser impotente ante la posible flecha que se lance, ni siendo de día podría evitarse por su velocidad. La imprevisión, la falta de capacidad de reacción por nuestros sentidos limitados, nuestra capacidad limitada de reacción no es un problema si hacemos de Dios nuestro defensor.
Otras veces el enemigo es tan pequeño como un virus o una bacteria, como el ébola tan reciente. Pestilencia que puede estar en cualquier lugar, en el pomo de una puerta, en la mano de un amigo al que saludamos, el estrés y la psicosis que genera esta inseguridad es fatal. Sólo confiando en Dios, lo que no solo implica aceptar su defensa sino también seguir sus consejos de protección, estaremos sin temor. Siguiendo el protocolo de seguridad que Dios nos revela en su Palabra, nos da seguridad de estar protegidos, y aún así, confiemos en que Dios también nos advertirá cuando hay algo que se escapa a nuestra atención aún habiendo seguido sus consejos, y su Espíritu nos lo revelará.