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Semana de oración Conecta 2019.  Reflexión para el 5 de mayo.

Disfruta de la revista completa de esta semana de oración AQUÍ.

Crecí en una zona rural de mi país hasta los 14 años. El pastor de nuestra pequeña iglesia regaló a mi padre una valiosa semilla de un árbol que había traído como presente de un viaje a California. La semilla fue plantada en el mejor lugar de la huerta, se le dieron los mejores cuidados; era el árbol más mimado de la familia pero, tristemente, pasaron los años, tres, seis, diez… y no dio fruto.

Es posible que también hayas pasado una experiencia similar: querer ver o probar el fruto de un árbol, quedando decepcionado porque aquel árbol, por alguna razón, no produjo el fruto deseado.

Según los expertos existen varias razones por las cuales una planta o un árbol que debiera dar fruto no lo produce. Entre esas razones se hallan:

  1. El clima, el cual debe ser el propicio para la especie plantada.
  2. Los nutrientes, quizás la calidad del suelo no sea la óptima.
  3. El agua, esta no puede ser escasa, pero tampoco deber ser más de la que la planta necesita.
  4. La polinización, tal vez ignores que algunas plantas llegan a ser estériles porque su polen no logra realizar la fecundación.

Y habrá más razones por las cuales un árbol que debiera llevar fruto no lo haga.

El fruto en la vida del discípulo

La palabra «fruto» aparece ocho veces en solo cinco versículos del capítulo 15 del evangelio de Juan, y en todas ellas se usa o asocia a la buena salud o vitalidad que goza la rama que permanece unida al árbol (15: 2, 4, 5, 8 y 16). En el Nuevo Testamento «fruto» aparece más de sesenta veces.

I. El fruto como resultado natural de estar unido a la vid (vers. 4 y 5).

Por lo que Jesús expresó a sus discípulos cuando se refirió a la parábola de la vid, deja claro que el fruto no es el resultado de nuestro esfuerzo, talento o habilidades, sino que es el resultado natural de estar injertados en él, la fuente de vida y poder.

Solo puede llevar fruto el pámpano que está verdaderamente unido a la vid, ya que la savia del tronco principal fluye por la rama injertada.

Ellen White afirma: «Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad, todo depende de nuestra unión con Cristo. Sólo estando en comunión con él diariamente y permaneciendo en él cada hora es como hemos de crecer en la gracia» (CC, pág. 69).

II. El fruto es para gloria del Padre (vers. 8).

¿Hojas o frutos? El sarmiento o rama no puede estar orgulloso de llevar fruto, pues su fructificación es el resultado de estar conectado a la corriente vital, por ello el Padre es glorificado cuando ve en el creyente el fruto del Espíritu Santo, así como Jesús en todo glorificó al Padre (Juan 17: 1-11). «Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto» (Juan 15: 8). El Salvador no invita a los discípulos a trabajar para llevar fruto. Les dice que permanezcan en él «… Por la Palabra es como Cristo mora en sus seguidores» (DTG, pág. 631).

«Cuando los profesos cristianos hacen ostentación de sus hojas de profesión delante de los ojos de otros, no hay verdadero fruto para la gloria de Dios» (AFC, pág. 134).

Muchos viven una vida cristiana de apariencia, dan mucha importancia a la expresión externa de su fe (comida, vestido, participación en programas, etc.), pero su vida no está escondida con Dios en Cristo (Colosenses 3: 1-3). Así buscan su propia gloria y no la del Padre.

III. El fruto llega a ser una prueba de autenticidad (vers. 8).

Jesús, a este respecto, dijo: «Por sus frutos los conoceréis» (Mat. 7: 20).

Si los pámpanos no llevan frutos son pámpanos falsos. «Su separación de Cristo entraña una ruina tan completa como la representada por el sarmiento muerto» (DTG, pág. 630). Solo servirá tal pámpano infructífero para ser cortado y echado al fuego.

«La vida de la vid se manifestará en el fragante fruto de los sarmientos […] los frutos del Espíritu se verán en nuestra vida; no faltará uno solo» (DTG, pág. 630). De su interior, «brotarán ríos de agua viva» (Juan 7: 38), «… dentro de él ese agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna» (Juan 4: 14).

Jamás un pámpano podrá ser infructífero si está injertado; si permanece unido a la vid, su fruto será permanente y será una bendición para todos aquellos con quienes se cruce en el día a día.

El fruto que debe llevar el discípulo

Cuando leo el llamamiento a llevar fruto viene a mi mente la pregunta ¿qué clase de fruto estamos llamados a llevar?, ya que la palabra fruto, fruto, fruto, resuena como un imperativo ineludible.

Mi pensamiento me lleva a tres frutos básicos en la vida de todo discípulo:

I. El fruto del Espíritu Santo.

«En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas» (Gál. 5: 22-23).

Quien revele en su vida estas cualidades sin duda lleva un fruto que glorifica al Padre.

«La vida de Cristo en vosotros produce los mismos frutos que en él […] lleváis fruto según la semejanza de Cristo» (DTG, pág. 631).

II. Fruto de servicio.

«Quien quiera servirme debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará mi siervo. A quien me sirva, mi Padre lo honrará» (Juan 12: 26).

Un discípulo sigue a su Maestro y hace las obras de su Maestro. Él mismo declaró: «El Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir» (Mat. 20: 28).

Una vida de servicio a Dios, a su iglesia y al prójimo, es la evidencia de un cristiano que lleva fruto y glorifica así al Padre. «El estar en Cristo significa recibir constantemente de su Espíritu, una vida de entrega sin reservas a su servicio» (DTG, pág. 630).

III. Fruto de almas.

«Por tanto, id y haced discípulos de todas las naciones» (Mat. 28: 19).

El sabio Salomón declara: «El fruto del justo es árbol de vida; y el que gana almas es sabio» (Prov. 11:30, RVR1960). El discípulo que ha experimentado el perdón de sus pecados, que permanece en comunión con su Salvador, no puede estar quieto sin aprovechar toda oportunidad para testificar de la salvación en Jesucristo. Como Jesús declaró en dos ocasiones refiriéndose a quien ha bebido del agua de vida, quien ha permitido que la savia divina fluya por su alma, «el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él ese agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna» (Juan 4: 14, 7: 38). Has recibido de gracia, da generosamente de gracia (Mat. 10: 8).

El fruto no es una opción para el discípulo

Quizás, para el árbol de mi historia, llevar fruto sea una opción, pero para el discípulo es una evidencia necesaria, no es una opción en ningún caso, es un resultado natural.

I. Llamados para llevar fruto.

«Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto, mostrando así que sois mis discípulos» (Juan 15: 8).

No habla de un fruto accidental, sino de «mucho fruto». Jesús declaró: «Es abundante la cosecha, pero son pocos los obreros. Pedidle, por tanto, al Señor de la cosecha que mande obreros a su campo» (Luc. 10: 2).

Necesitamos ver los campos blancos, no podemos ni debemos seguir encerrados en nuestras iglesias, si nuestro evangelio no es un evangelio práctico, si no alumbramos en la oscuridad del mundo y nos tomamos

en serio ser la sal y la luz del mundo, el fruto de las almas no se verá en nuestras iglesias.

«Recibiréis poder y seréis mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hech. 1: 8). Necesitamos ese poder que nos capacita y para ello debemos permaner en Él.

II. El fruto como característica del discípulo.

El fruto no es algo casual que no deba esperarse, sino todo lo contrario, fuimos llamados para llevar fruto y que ese fruto permanezca (Juan 15: 16).

Jesús dijo: «[…] si dais mucho fruto» (vers. 8). Un verdadero discípulo se multiplica, testifica de lo que ha ocurrido en su vida, la savia vital ha transformado su vida y no lo puede callar.

«Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto os anunciamos […]. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1: 1-3).

III. Satanás quiere impedir el fruto.

Él está interesado en que seamos improductivos y no glorifiquemos a nuestro Padre, «Satanás se esfuerza constantemente por mantener la atención apartada del Salvador, a fin de impedir la unión y la comunión del alma con Cristo» (CC, pág. 71).

Solo existe una vía para que como creyentes llevemos fruto, la permanencia en Cristo; separados de él, nada bueno puede ocurrir, (Juan 15: 5). Por el contrario, si no permanecemos unidos, injertados, ligados a la vid, lo único que haremos será desparramar (Mat. 12: 30), por muy buenas que puedan ser nuestras intenciones.

Ellen White menciona cuatro armas utilizadas por el enemigo para separarnos del Señor y así impedirnos la fructificación (ver CC, pág. 71).

  1. Los placeres de este mundo.
  2. Los cuidados y perplejidades de esta vida.
  3. Nuestras propias faltas e imperfecciones.
  4. Las faltas ajenas.

Conclusión

Solo hay dos opciones. No existe una zona neutral. La cuestión está en someternos a Cristo y dejar que sus cuerdas de amor nos atraigan y nos aten (Ose. 11: 4), permanecer en él para llevar mucho fruto y que el Padre sea glorificado.

Así, la tormenta no puede arrancar el sarmiento. Las heladas no pueden destruir sus propiedades vitales. Nada es capaz de separarlo de la vid.

De otro modo, nos convertimos en pámpanos secos, sin vida y sin fruto.

Si el pámpano está unido superficialmente a la vid, falta la conexión vital. Entonces no habrá ni crecimiento ni fruto. Puede existir una relación aparente. como asistir a la iglesia, participar en una actividad, ser miembro del coro, u ostentar un cargo importante, pero no habrá frutos, no se verá el carácter de Cristo en nuestras vidas.

La unión, la permanencia en él produce frutos preciosos en nuestras vidas, te invito a permanecer.

DINÁMICA DE GRUPO

Formar grupos de cuatro personas y leer Juan 15: 2, 5, 8 y 16; cada uno un versículo.

DIALOGAR

  1. ¿Por qué crees que Dios espera que llevemos fruto?
  2. Como discípulo, ¿posees los tres tipos de fruto comentados hoy?
  3. Personalmente y como familia, ¿que nos está impidiendo llevar fruto?
  4. ¿Qué cosas debo poner a un lado para ser un pámpano que lleve mucho fruto?

MOMENTOS DE ORACIÓN

En los mismos grupos de cuatro personas (u otra dinámica a elegir).

  1. Orar por las cinco personas de la lista de oración (Tarjeta de intercesores).
  2. Orar por una familia que hace mucho no viene a la iglesia (usar nombre).
  3. Orar por dos jóvenes de la iglesia (nombre propio y enviarle un mensaje cariñoso).
  4. Orar solicitando sentir la necesidad del Espíritu Santo en nuestras vidas.
  5. Orar por el Día de Impacto y demás proyectos misioneros locales y nacionales.

Autor: Gabriel Díaz. Responsable de Min. Personal, Evangelismo, Esc. Sabática y Misión Global, de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Imagen: Revista Semana de Oración Conecta 2019

 

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