Desde hace ya bastantes años, los ecologistas están advirtiendo al mundo del peligro que corre nuestro planeta, por el mal trato que estamos dando al medio ambiente en el cuál vivimos y nos movemos.
Hasta hace poco los gritos eran de: ¡Alerta, nuestro mundo peligra ¡. Pero, como si no fuese con nosotros, la humanidad ha seguido maltratando la tierra, los ríos, los mares, el aire, como si esos recursos fuesen inagotables.
Hoy hemos pasado del grito de alerta, a GRITOS DE URGENCIA. El cambio climático es la prueba fehaciente de que los recursos naturales han sido mal administrados, y nuestro mundo da señales de un deterioro alarmante y está siendo sumido en un caos que se nos viene encima como un “tsunami” dispuesto a destruirlo todo a su paso. Los resultados están a la vista: calentamiento global indiscutible, deshielo de los casquetes polares, aumento del nivel de los mares, huracanes como nunca habíamos visto, sequías, lluvias e inundaciones de mayores dimensiones y con mayor frecuencia, corrimientos de tierras… Sin citar el aumento progresivo de la actividad volcánica, como ya predijo el famoso vulcanólogo Haroun Tazieff, y los movimientos sísmicos aumentando cada día. Todo ello señales claras de un deterioro progresivo, que debería hacernos pensar seriamente.
Los movimientos ecologistas han conseguido sensibilizar a los gobiernos, para que tomen cartas en el asunto. Pero a pesar de sonados encuentros internacionales, nadie quiere pagar el precio de un freno a las industrias contaminantes, y todo sigue igual, en un deterioro progresivo difícil de parar.
Los que siempre hemos creído en una ecología sostenible, donde cada recurso, cada planta, cada especie animal debe ser cuidada , y que cada una de esas especies tiene su lugar en el equilibrio ecológico, seguimos defendiendo que la protección del medio ambiente comienza por uno mismo. ¡Somos tú y yo, los que debemos iniciar esa campaña de protección y defensa del medio en que vivimos! No esperemos que otros hagan lo que yo no hago. La protección del medio ambiente comienza en mí y por mí. Somos células vivas que con nuestro ejemplo, conseguiremos más, que las grandes empresas, cuyos intereses materialistas les impiden ser efectivos. ¡Hay demasiados intereses creados!
Si tan solo hubiésemos entendido que el hombre no es más que un administrador de los bienes recibidos, y que todo lo que tenemos: sol, aire, tierra, ríos, mares, plantas o animales, no nos han sido dados para ser dilapidados, sino para nuestro bien, y que es deber del hombre dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontró. Que nuestros hijos tienen el derecho de gozar también de una naturaleza en perfecto equilibrio, cosa que dudo que ocurra.
Pero pensemos un poco: ¿Qué mundo le vamos a dejar a nuestros descendientes, ríos polucionados y carentes de vida, mares llenos de nitrato, mercurio o vertidos radiactivos que seguimos vertiendo como si de una cloaca cósmica se tratase, sin pensar que eso se está volviendo contra nosotros a través de los recursos alimentarios que sacamos del mar? Y lo mismo podemos decir de los ríos, y aún de la misma tierra, cuyos cultivos están siendo tratados con tantos pesticidas o con tantas semillas transgénicas, que a su vez, por la polinización, convierte en estériles a otras plantas de su alrededor.
Siempre me interesó todo lo relativo al “ proteccionismo” de la naturaleza, porque creo que si hubiésemos sido fieles los principios, no habríamos llegado a la situación actual. Y con el fin de aportar datos y referencias al “ dossier proteccionista”, quiero compartir los hallazgos que he encontrado en uno de los libros más antiguos que tiene la humanidad. Me estoy refiriendo a la Biblia. Sus cinco primeros libros, escritos por Moisés, el libertador del pueblo hebreo, contiene leyes proteccionistas, que sorprenden y mucho, habida cuenta del escaso conocimiento científico que en esa época debían de tener los hombres. Hoy la biología está dando pasos de gigante, especialmente en terrenos tan complicados como la biología molecular. Pero resulta sorprendente , que en el año 1.550 a.C., Moisés diese “ leyes proteccionistas “, unos principios que admiran y sorprenden, aún a los científicos de nuestros días. Se encuentran en la Thora, como llaman los judíos a los cinco primeros libros de la Biblia, comúnmente denominado Pentateuco.
En el libro de Deuteronomio, (quinto libro del Pentateuco) en el capítulo 22 y versículos 6 y 7, encontramos lo siguiente: “ Si yendo por el camino encontrares un nido de pájaros en un árbol o en el suelo, y a la madre cobijando los pollitos, o los huevos, no la cojerás con los hijos, sino que la dejarás que se vaya, contentándote con llevar los hijos, para que te vaya bien a ti y vivas largo tiempo”. En otras palabras: ¡Guarda! No destruyas hasta la raíz. ¡Protege! Usa la naturaleza inteligentemente para que te vaya bien y vivas. ¿No nos recuerdan algo estas palabras?: ”Si el pájaro vive, el hombre vivirá también”. Fue hace años un eslogan medioambiental. Los ornitólogos, investigadores de las aves, saben que una madre que pierde su nidada, vuelve a fabricar otro nido y vuelve a poner, y cría su pollada, si el tiempo y el clima le son favorables. Pero yo me pregunto: ¿Qué sabía de esto Moisés? Sin duda alguna que poco, a menos que la información le viniese de otra fuente más autorizada. Detrás de esta ley hay un principio proteccionista que sorprende, habida cuenta de la fecha en que fue dada.
Si leemos en el mismo libro y capítulo, esta vez en el versículo 9 , la sorpresa me resulta aún mayor. Dice así: “ No sembrarás en tu viña diversas simientes, porque así la simiente que sembraste, como los frutos que nacen de la viña, no quede todo inmundo con la mezcla”. Estamos seguros de que en el año 1.550 a.C. el hombre no tenía ninguna idea sobre la polinización, y cómo la mezcla de semillas podía afectar la pureza de las mismas, por el proceso polinizador. Hoy se están produciendo pleitos entre agricultores que se quejan de que sus vecinos siembran transgénicos, que a su vez quitan la pureza de las semillas no modificadas que sus dueños quieren conservar.
Pero lo mismo se dice de los animales. En el libro de Levítico, (tercero del Pentateuco) , en el capítulo 19 y versículo 19 , dice: “ No harás que tu bestia doméstica se mezcle con animales de otra especie”. Y ahí mismo repite lo dicho anteriormente: “ No sembrarás tu heredad con variedad de semillas” . La hibridación, la mezcla, tanto en animales como en semillas, quedaba sabiamente prohibida, porque se produce una desnaturalización no recomendada, si queremos guardar la pureza genética de las razas animales y vegetales. Y sabido es que cuando el hombre lo ha intentado, el resultado conseguido es esterilidad; ejemplo de ello: el mulo.
Mi sorpresa se acrecienta cuando descubro que Moisés les dio también “leyes para la tierra”. Desde la más remota antigüedad, los pueblos primitivos han guardado un respeto casi religioso hacia la tierra, hacia el suelo en el que se movían y del cuál se nutrían. Así, los indios norteamericanos han llamado a la tierra, “ la madre tierra”, y le piden disculpas cuando tienen que cortar un árbol… Lo mismo sucede con los pueblos sudamericanos quienes la llaman la pacha mama (la madre tierra). Pues bien, en tiempos de Moisés, y repito estamos hablando del 1.550 a.C., se le da al pueblo una ley proteccionista que me impresiona y sorprende. Dice en Levítico (tercer libro del Pentateuco), capítulo 25 y versículos del 1 al 7: “ Y habló el Señor en el monte Sinaí diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os daré, dejadla descansar un año de siete en siete a honra del Señor. Seis años sembrarás tu campo, y seis años podarás tu viña. Pero el séptimo año la tierra disfrutará de descanso completo en honor del Señor. No has de segar aquello que de suyo produjese la tierra, ni has de recoger de los sarmientos las uvas de las que ofrecías las primicias, como quién vendimia; porque es año de descanso para la tierra; lo que produzca espontáneamente la tierra en este año de descanso os servirá de alimento y comeréis tú y tu siervo y tu jornalero, y tu extranjero que mora contigo; y todo lo que produzca la tierra, servirá también para pasto de tus bestias y ganados.” Por lo que vemos en esta cita, es el Creador mismo quién da a Moisés las leyes proteccionistas, para que él las transmita al pueblo.
Hoy, los agricultores modernos suelen dejar campos en barbecho un año, para sembrarlos al siguiente; especialmente con los cereales. Otros practican el sistema de “cultivos rotatorios”, al descubrir que la tierra se agota si se la siembra todos los años, a pesar de los abonos que se le ponga. Por otra parte, hay plantas que causan estragos en el suelo, mientras que otras lo enriquecen, con lo cuál el sistema rotatorio es beneficioso. Pero no deja de sorprenderme que, en épocas tan remotas, Dios diese leyes tan sabias y lógicas. ¡Claro, que no en vano era el Creador!
Pero si seguimos leyendo en el mismo capítulo y libro de Levítico, vemos que aún les da una ley tremendamente progresista, que ni el sistema socialista más avanzado ha conseguido igualar. Dios le dice a su pueblo que pasados cuarenta y nueve años, el año cincuenta sería un Año de Jubileo, en el cual, entre otras cosas, cada propiedad volvería a ser de su dueño primero, si es que éste, por necesidad, hubiese tenido que vender su finca. Y el precio de la misma era proporcional a los años que aún faltasen para el Jubileo, ya que el comprador sabía, que llegado ese año, tendría que devolver gratuitamente la finca a su primitivo dueño. De tal manera que era imposible el enriquecimiento de los unos y el empobrecimiento de los otros ¡Cuánta sabiduría y cuánta justicia había en esas leyes proteccionistas, jamás superadas por nadie! Me maravilla, y no puedo por menos que sentir añoranza, cuando veo el chantaje y la explotación que hoy se viene realizando hacia los más pobres. No me extraña que Moisés dijese a ese pueblo de Israel : “Mirad, yo os he enseñado estatutos y derechos, como Jehová me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra a la cuál entraréis para poseerla. Guardadlos pues y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia en ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande es esta.” Deuteronomio 4: 5 y 6.
¡No, no somos dueños absolutos del suelo que pisamos! Tan solo somos administradores de la tierra y de todo su potencial biológico. Y nuestro deber es y será siempre, guardar, cuidar y proteger ese patrimonio que nos ha sido legado, para que podamos transmitirlo a las generaciones futuras que nos sucederán. Y parafraseando el último texto citado, ojalá que quienes nos vean actuar sabiamente puedan decir de nosotros: “Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande es esta”. ¡Yo quiero formar parte de gente como ésta!