Vivamos una teología de la oración intercesora que suplique a Dios socorro y respuestas. El Señor siempre responde, y aunque nosotros no siempre podamos comprender su respuesta, debemos aprender a confiar en Él en todas las circunstancias.
Hace poco tiempo, un pastor me envió un mensaje diciendo que se había tomado el día para interceder por todos sus contactos de WhatsApp, y que yo estaba en esa lista. Una hermana, conmovida, compartió una experiencia de intensa oración a favor de su nieto, estudiante de Teología, que encabezaba un equipo de colportores.
El resultado de la campaña no fue el mejor. Pero lo que inicialmente provocó lágrimas de dolor en la piadosa abuela, como una oración sin respuesta aparente, se convirtió en lágrimas de alegría ante la noticia de que el nieto había recibido una beca del Gobierno. «Dios no respondió a mi manera, sino a su manera, y la bendición fue mucho mayor de lo que esperábamos», me dijo en un audio.
Si miramos al pasado, las oraciones se multiplican. La Biblia tiene más oraciones de lo que pensamos, incluso en secciones peculiares como el libro de Crónicas. En este libro de dos volúmenes, hay 21 relatos de oración, especialmente por parte de los reyes de Israel. De estos 21 relatos, 16 (esto es, el 76 %) aparecen en boca de David, Salomón, Josafat y Ezequías, enriqueciendo con matices personales y dimensiones colectivas el retrato de lo que es orar.
La oración de Jabes
La primera oración del libro es la de Jabes –como una «isla» narrativa en medio del desierto de las genealogías (1ª de Crónicas 4:9, 10). Jabes «invocó al Dios de Israel». Intercedió por su propio futuro, y Dios revirtió su suerte (vers. 10). Por cierto, esta es la primera vez que aparece el nombre de Dios en el libro. Aparentemente, más versado en la Torá que sus hermanos, Jabes apeló al Señor. Este acto de «invocar» a Dios marcará el tono de la narración y reaparecerá en sus momentos más críticos.
Ahora, ¿qué efecto pueden tener nuestras oraciones personales o corporativas en aquellos por quienes intercedemos? ¿Cuántas oraciones subieron al Cielo en estos miles de años de historia? ¿Cuántas llegaron al Trono de la gracia? ¿Cuántas fueron respondidas? ¿Qué ocurrió con tus oraciones personales? ¿Has tenido respuestas? ¿Puede una oración –o muchas– detener o mitigar un acontecimiento? ¿Qué lugar o qué importancia tiene la intercesión en moldear nuestros destinos? Antes de abordar estas cuestiones, es importante volver a definir qué es la oración.
¿Qué es la oración?
La primera idea que suele venir a la mente es que la oración es diálogo entre dos personas que se aman o al menos tienen afinidad y cariño. «Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo», escribió Elena de White en El camino a Cristo, página 93.
Pero, hay casos en que nuestra condición frágil y desesperada acentúa esa diferencia entre nosotros y Dios, haciéndonos clamar por misericordia y socorro. En estos casos, más que abrir el corazón, la oración se convierte en una expresión de angustia, ya no articulada en palabras formales, sino en un grito intenso.
Me gusta cómo lo define Gary Miller en un estudio sobre la oración a lo largo de la Biblia: orar es «clamar a Dios para que cumpla su promesa» (Calling on the Name of the Lord [InterVarsity, 2016], página 27). El título del libro hace referencia a la actitud que se observa desde el nacimiento de Enós, nieto de Adán y Eva: «Desde entonces los hombres empezaron a invocar el nombre del Señor» (Génesis 4:26).
Según Bill Gothard, el testimonio bíblico revela a Dios escuchando nuestro clamor, especialmente cuando «las peticiones se pronuncian en voz alta», y señala que ese era un patrón recurrente en las oraciones de los personajes bíblicos (The Power of Crying Out [El poder de clamar], Multinomah, 2002, página 19). La expresión bíblica «clamar» o «invocar su nombre» significa apelar a la naturaleza, el carácter, el honor, el poder, la voluntad y las promesas de Dios. Es reconocer que él es el Absoluto y tiene legítimos derechos sobre nuestra vida.
La oración como un grito, o clamor
Basándonos en varios textos bíblicos, podemos decir que la idea de la oración como «grito» o «clamor» está bien fundada.
Por ejemplo:
- Dios escuchó el «clamor» (hebreo za’aqah, un grito de profunda angustia) de los israelitas en el Mar Rojo y los liberó (Nehemías 9:9).
- Moisés «gritó» (hebreo tsa’aq, grito de socorro) al Señor, y él convirtió el agua amarga en agua dulce (Éxodo 15:25).
- Por su parte, Jabes «invocó» (hebreo qara’, gritó a gran voz) al Dios de Israel, pidiendo una cuádruple bendición, y le fue concedida (1ª de Crónicas 4:10).
- En un contexto de guerra, los hombres de Judá «clamaron» (tsa’aq, grito de ayuda) al Señor, y él derrotó a sus enemigos (2ª de Crónicas 13:14, 15).
- Elías «clamó» (qara’) al Señor por el niño, y Dios lo resucitó (1ª de Reyes 17:20-22).
- «En mi angustia invoqué [qara’] al Señor; clamé [shawa’] a mi Dios por ayuda”, dice el salmista.
- «Desde su templo oyó mi voz, y mi clamor [shaw’ah] llegó a sus oídos» (Salmos 18:6).
- Dios mismo ha prometido: «Invócame [qara’] en el día de la angustia; Yo te libraré» (Sal. 50:15).
- Él escucha el «grito» (shaw’ah, grito de ayuda) de los justos y los ayuda (Salmo 145:19).
- «Clama a mí [qara’] y yo te responderé», aseguró Dios (Jeremías 33:3).
- Aterrorizado por la fuerza del viento en el mar embravecido, Pedro «gritó» (griego krazo, gritar, clamar) pidiendo ayuda, y Jesús lo sostuvo (Mateo 14:30, 31).
- El ciego «gritó» (griego boao, llamar en voz alta, suplicar) pidiendo volver a ver, y Jesús lo sanó (Lucas 18:38-42).
Estos son algunos textos que fundamentan el clamar al Señor a voz audible. Y además de este, hay otros aspectos involucrados en la oración.
La oración como aliento del alma
Una de las descripciones más inspiradoras en los escritos de Elena de White es esa que describe la oración como «el aliento del alma» (Mensajes para los jóvenes, página 175).
Así como uno no puede vivir sin oxígeno, nadie puede sobrevivir espiritualmente sin orar. El simple acto de respirar nunca ha sido tan valorado como ahora; lo hemos comprobado de cerca recientemente, en el valor de los respiradores automáticos en el contexto de la Pandemia. Un insumo escaso, que se volvió crucial y vital. Y también podríamos decir que, en cierto sentido, el oxígeno del alma es aún más esencial. La realidad es que la tendencia humana es alejarse de Dios y tratar de respirar solos; algo imposible. La oración es el respirador de la persona y de la iglesia que necesita ser entubada con urgencia.
Orar no es solo hacer un inventario emocional, sino salir de un estado bajo para obtener una perspectiva más elevada. Es reinterpretar la realidad, cambiar la realidad y transformar la realidad por el poder de Dios. Es salir del nivel de las ideas y las limitaciones humanas y entrar en el universo de las posibilidades divinas.
La oración no solo cambia nuestra perspectiva, sino también nuestro interior. Altera nuestra propia subjetividad, haciendo de Cristo el sujeto de la vida, como le sucedió a Pablo (Gálatas 2:20). La oración crea vínculo afectivo, intimidad esencial, seguridad interior; prepara para el testimonio del Espíritu; y termina afirmando el ancla de la fe. Porque orar no es actuar; aunque las oraciones bíblicas sean bellas desde lo poético, son primeramente una conexión vital con Dios. Es bueno saber que hay «nubes de gracia, listas para derramarse sobre vosotros», como dice Elena de White (Hijos e hijas de Dios, página 342).
¿Cuáles son los objetivos de la oración?
En clave sociológica, el objeto de la oración es influir en Dios y de alguna manera obtener un resultado. En un capítulo de su libro A Sociology of Prayer (Ashgate, 2015, página 11), Carlo Genova comenta: «La oración implica el uso de palabras que tienen un propósito y un efecto esperado. Es un ‘instrumento de acción’ que funciona a través de la expresión de ideas y sentimientos. Por lo tanto, la oración encarna acción y pensamiento. Une ritual, adoración y creencia, abarcando significado y eficacia». Los que oran se sitúan en una posición de necesidad y procuran esa ayuda.
Cabe mencionar que la expresión «instrumento de acción» es tomada del antropólogo y sociólogo francés Marcel Mauss, en el libro On Prayer [Sobre la oración] (Berghahn, 2003, página 22), para quien la oración «es siempre, básicamente, un instrumento de acción».
Este intelectual, Marcel Mauss, se hizo conocido por la «teoría de la dádiva» (la triple obligación colectiva de dar, recibir y corresponder). En esta teoría, dar siempre es mayor que retribuir, lo que caracteriza una asimetría diferente con la lógica binaria de comprar y pagar en el mercado. La dádiva sería lo contrario a la transacción mercantil. Dar sería una forma de garantizar la paz y ganar prestigio.
Podemos decir que las dádivas de Dios son siempre mayores que nuestra gratitud. De hecho, la única «retribución» que podemos ofrecer es la vida. Sin embargo, al contrario de lo que observó Mauss en el ámbito social, Dios otorga dádivas porque él es amor. Él ya tiene su gloria, que es dar, y no necesita ganar ningún prestigio.
«Mirando a Jesús, vemos que la gloria de nuestro Dios consiste en dar», declara Elena de White en El Deseado de todas las gentes, página 12. Tras describir la magnificencia de la naturaleza y afirmar que todo existe con el fin de revelar el amor de Dios, añade también que «los ángeles de gloria hallan su gozo en dar». Así, la autora pasa de lo secundario a lo esencial: «Por medio del Hijo amado, fluye a todos la vida del Padre; por medio del Hijo vuelve, en alabanza y gozoso servicio, como una marea de amor, a la gran Fuente de todo. Y así, por medio de Cristo, se completa el circuito de beneficencia, que representa el carácter del gran Dador, la ley de la vida».
Si Dios sabe lo que necesito, ¿Para qué debemos orar?
Ahora, si Dios ya sabe lo que necesitamos y se goza en dar, ¿para qué necesitamos orar? La respuesta es simple: para acercarnos a él. Orar fortalece nuestros afectos por el Padre celestial; lo invita a participar de nuestra vida y a controlar nuestro destino. Nos hace ganar perspectiva y afinar nuestras prioridades, calibrar nuestras necesidades y nuestros deseos; acceder a las bendiciones en los almacenes del Cielo; discernir lo que hay en el corazón de Dios; cooperar con la voluntad divina y tomar posición en el Gran Conflicto; favorecer la intervención de Dios en la realidad, para cambiar el curso de las cosas; ganar fuerza espiritual y vencer al enemigo; alabar, santificar y dar gloria al nombre de nuestro Dios; y mucho más.
Como puedes ver, el objeto de la oración no es solo recibir cosas sino mantener una relación con Dios. Al comunicar sentimientos, intereses, deseos, determinaciones y acciones concretas, la oración nos conecta con Dios y con los demás. «Por la oración sincera nos ponemos en comunicación con la mente del Infinito», dice Elena de White en una frase sorprendente (El camino a Cristo, página 97).
Tipos de oración y oración intercesora
Hay varios tipos de oración, según su naturaleza y su propósito: de gratitud, de confesión, de conversación, de expresión de fe, de alabanza, de súplica, de intercesión. Distintos autores presentan énfasis diversos.
Entre las muchas oraciones de intercesión en la Biblia, algunas se destacan más:
- Abraham negociando con Dios a favor de Sodoma (Génesis 18:20-33);
- Moisés, el intercesor paradigmático, intermediando con éxito por el pueblo (Éxodo 32:11-14);
- Job intercediendo por sus amigos y Dios revirtiendo su destino (Job 42:10-17);
- Salomón, pidiendo perdón de manera anticipada por el eventual pecado del pueblo, confiando en que Dios escucharía y sanaría la tierra (1ª de Reyes 8; 2ª de Crónicas 6; 7:14);
- La súplica de Daniel a Dios para que revirtiera la situación de Jerusalén, del Templo y del pueblo (Daniel 9); la oración penitencial de Nehemías y su pueblo en un grito por restauración (Nehemías 9).
¿Qué es la oración intercesora?
Además, tenemos los casos del Nuevo Testamento. La intercesión, por ejemplo, es el tipo de oración más frecuente en los escritos de Pablo, que la utiliza aún más que la oración de invocación (doxología), de alabanza, de adoración, de bendición, de petición y de gratitud. Todo esto sin mencionar a Jesús, el gran Intercesor en el Cielo (1ª de Timoteo 2:5; 1ª de Juan 2:1), y al Espíritu Santo, el Intercesor presente en la Tierra (Romanos 8:26).
Interceder, entonces, es presentar a otras personas ante Dios. Y un intercesor es alguien que media entre dos partes. El profeta siempre intercede; el sacerdote es el intercesor por definición. Jesús cumple ambas funciones: el Mediador crucial entre nosotros y Dios.
El concepto de mediación
Por cierto, el concepto de mediación era muy importante en el mundo antiguo, pues la presencia física era el medio «normativo» para la intercesión, como señala Sean Gilsdorf en The Favor of Friends [Favor de amigos] (Brill, 2014, pp. 2, 7). Así, en el caso de Cristo, él se sienta en el Trono a la diestra del Padre y, además de obtener proximidad física, tiene todos los méritos para interceder con eficacia. Por eso, nuestras oraciones están ancladas a la Cruz, la fuente de los derechos intercesores de Cristo.
Así, la oración se dirige a Dios, en el nombre de Jesús y en el poder del Espíritu. Lo que resulte de esto está más allá del guion bíblico. Y la ligadura entre oración y expiación es patente en toda la Biblia, al venir vinculada directamente con los sacrificios diarios del Templo, siguiendo de cerca las tres horas sacrificiales diarias (ver Esdras 9:5; Daniel 9:21; Lucas 1:8-10; Hechos 3:1; 10:1-4).
Jeremy Penner señala que, en el judaísmo de la época de Jesús, la oración generalmente se coordinaba con tres rutinas: (1) los ciclos diarios del Sol, la Luna y las estrellas, (2) las horas para dormir y levantarse, y (3) el sacrificio diario en el Templo (Patterns of Daily Prayer in Second Temple Period Judaism [Patrones de oración diaria en el judaísmo del período del Segundo Templo], Brill, 2012, p. 209).
A pesar de que se podía orar en otros momentos, el tiempo ligado a los sacrificios era particularmente enfatizado porque se creía en la eficacia de los tales y, aunque la ley divina no lo requería, se esperaban mayores resultados para las oraciones hechas sobre los sacrificios.
La relación entre la oración y el sacrificio expiatorio también se refleja en el simbolismo del incienso que asciende al Cielo (Salmo 141:2; Lucas 1:8-10; Apocalipsis 5:8; 8:3, 4). En tiempos del Santuario israelita, solo el sacerdote podía ofrecer este incienso. Pero Cristo, nuestro Sumo Sacerdote perfecto y supremo, ha abierto el camino que nos concede libre acceso al Santuario celestial y nos acerca al Trono de Dios (Hebreos 4:14-16). Por eso, nuestras oraciones en el nombre de Jesús se remontan al Cielo como incienso y podemos interceder por los demás.
En respuesta a la intercesión, Dios obra
En respuesta a la intercesión, Dios puede cambiar veredictos e historias. Dios modifica decisiones y determinaciones por la tensión que hay entre libre albedrío y obediencia pactual. Y la oración intercesora se encuentra en el centro de esa tensión. Por eso, interceder requiere de un corazón generoso. Nuestras súplicas no deben ser solo por intereses personales y locales, sino por la comunidad y por el mundo. La oración no es para contemplar nuestros ombligos.
En el libro Ten Great Preachers [Diez grandes predicadores], editado por Bill Turpie (Baker, 2000, p. 117), el teólogo John Stott recuerda un momento en que visitó una iglesia de forma anónima y se sentó en la parte de atrás, de incógnito. En el momento de la oración, un hermano oró por el pastor, que estaba en su período de vacaciones. Después, oró por una mujer embarazada que estaba a punto de dar a luz, lo cual también es bueno. Finalmente, preguntó el nombre de una señora enferma, y luego pronunció el amén. Todo esto tomó unos veinte segundos. Entonces, Stott pensó para sí mismo: «Es una iglesia de pueblo con un Dios de pueblo. No tienen ningún interés en el mundo exterior. No hubo preocupación por los pobres, los oprimidos, los refugiados, los lugares azotados por la violencia, ni por la evangelización mundial». ¿Es nuestro Dios tan limitado?
Respuestas
Dios es grande y quiere que oremos, pero ¿hay chances de que él rechace nuestras oraciones? «Dios contesta las oraciones porque es amor. Quien ama se interesa, atiende, actúa, busca soluciones», podría argumentar alguien. Sin embargo, ¿eso significa que siempre hará lo que le pedimos? ¿Qué pasa cuando nuestras oraciones parecen golpear un Cielo sellado? ¿Qué sucede cuando creamos cadenas de oración por personas enfermas, y algunos mejoran y otros mueren?
Tal vez estés tentado a construir tu teología de la oración a partir de tus experiencias, contando las veces en que aparentemente Dios respondió «Sí». Pero es bueno evitar esta tentación, porque la base teológica de la oración viene de la Palabra y no de nuestro sentimiento. Nuestras oraciones no se pierden ni se olvidan en el tiempo y el espacio, porque los ángeles están listos para llevárselas a Dios y registrarlas en el libro del Cielo, como observó Elena de White (Comentario bíblico adventista [ACES, 1995], t. 4, p. 1.205).
Según ella, las oraciones juegan un papel decisivo en el escenario del conflicto entre el bien y el mal. Satanás trata de neutralizar el avance del Reino de Dios, pero la intervención de ángeles prominentes impide que los poderes de las tinieblas tomen ventajas. Este es un detrás de escena del Conflicto Cósmico, que revela que las oraciones realmente son respondidas y tienen un poder significativo.
Las oraciones «ignoradas»
Sin embargo, nosotros no tenemos problemas con las oraciones respondidas, sino con las «ignoradas». La cuestión del silencio de Dios es lo que causa perplejidad, y esto no es algo nuevo (ver Job 30:30; Salmos 22:2; Habacuc 1:2). Sin embargo, a veces, Dios no responde de la forma en que le pedimos porque el «Sí» a nuestra súplica podría causar más daño que bien. ¡Imagínate el desorden que habría en el Universo si todas las oraciones fueran respondidas al pie de la letra! No solo el pedido puede ser inadecuado, sino también el momento. A veces Dios tendrá que decir «espera», tal como un padre a sus hijos. ¿Le darías helado a un bebé si te lo pidiera, o un automóvil a un niño de diez años? En ese caso, lo mejor es esperar pacientemente.
Nuestra porfía y nuestras peticiones egoístas también pueden condicionar las respuestas divinas (Salmos 66:18; Santiago. 4:3). Por otro lado, a veces la respuesta se condiciona en función de nosotros mismos; se demora a la espera de nuestro cambio de actitud. Entonces, permanecer en oración cambia a las personas, y a veces también las circunstancias. El problema es que normalmente queremos que Dios cambie solo las circunstancias, pero no a nosotros.
En última instancia, es posible que la respuesta ya esté en proceso, porque Dios está juntando las piezas de la solución y nosotros simplemente no lo vemos.
Otro aspecto es siempre estar dispuestos a que el Eterno ejerza su soberanía. La oración de fe no pretende primero conformar la voluntad de Dios a la nuestra, sino alinear nuestra voluntad con la suya. Dios conoce los detalles, los matices, las implicaciones de cada posible intervención. Y hay que aceptar gozosamente que nuestros deseos pueden no coincidir con el propósito divino. Que Dios nos conceda nuestros sueños puede no ser siempre la única llave para un futuro feliz. En el caso de una enfermedad, ¿qué ocurre si continuar con la vida no sería lo mejor para la persona? Dios sabe que, en el contexto del fin, no todas las personas por las que oramos podrán resistir la prueba. Esto no quiere decir que todos los que están cerca de morir encajen en esta categoría, pero sí implica que no siempre podemos sondear los designios de Dios.
No confundas posibilidad con probabilidad
¿Puede el Señor detener una pandemia en respuesta a la intercesión? Sí, puede. Y lo ha hecho en las plagas de Egipto (Éxo. 8:8-13, 30, 31; 9:28-33; 10:16-19). Sin embargo, por regla general, los milagros en respuesta a las oraciones tienen un carácter teológico. Es decir, ocurren en contextos de confrontación entre el bien y el mal para reivindicar a los agentes divinos, realzar la predicación del evangelio y promover la gloria de Dios. La naturaleza puede ser interferida de manera sobrenatural, pero también tiene sus leyes y sigue su ritmo. Entonces, con respecto a lo que sucede regularmente en el Universo, como el giro del Sol, no necesitamos orar, ya que es la voluntad de Dios en acción. Por lo tanto, los milagros son, por definición, especiales, excepcionales. No debemos confundir posibilidad (Dios puede) con probabilidad (Dios lo hará).
La oración en el nombre de Jesús no es una fórmula mágica para comprar milagros. No obstante, aun cuando no vemos la acción divina, Dios continúa siendo nuestro Médico, y el Dador de la vida. La solución divina es global, y ya fue ofrecida en la Cruz y validada por la resurrección de Cristo. Por lo tanto, el milagro está garantizado para nosotros, independientemente de la curación o no, y va más allá de nuestras expectativas.
La respuesta de Dios, siempre es la mejor
Clamamos por unos años más de vida, pero Dios nos ofrece la eternidad. Puede ser que no sea la respuesta que esperamos, pero es la respuesta que vale más, y será fielmente concedida. A veces esto parece difícil de entender o de aceptar, especialmente cuando mueren padres y dejan dos hijos pequeños, por ejemplo. Aquí es el momento crucial para la fe. La esperanza escatológica muestra que el presente es menos que ideal; por esto seguimos mirando al Cielo y a la Eternidad. La oración no puede verse solo desde la perspectiva inmediata del horizonte humano. La oración es abandonarse al cuidado de Dios, incluso si volvemos al polvo o nos convertimos en cenizas.
Finalmente, volvemos al principio: La oración es la apertura del corazón entre dos personas que se aman y se confían entre sí; una persona pequeña y otra infinitamente grande. El mayor regalo de la oración no es lo que Dios nos da, sino Dios mismo. Y, cuando tienes a Dios, la respuesta no importa, porque siempre será la mejor. Cada oración redunda en bendición.
Vivimos en días de fe escasa, de amor menguante, de pecado descarado, de fin inminente, de misión inconclusa, de hambre de poder espiritual y de peticiones insistentes. Hoy es tiempo de orar, de clamar y de proclamar. ¿Decidirás acercarte confiadamente al Trono de la gracia para interceder, sin importar los resultados?
Autor: Marcos de Benedicto, pastor jubilado, periodista, Doctor en Ministerio y ex editor de la Revista Adventista en portugués.
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Publicación original: Un ministerio olvidado