Foto: Giampietrino/Record. Esquina: Linden Chuang
Allí estaba colgado. Inmóvil. Sin vida. No era más que un cuerpo quebrantado, con un corazón quebrantado. Unas pocas horas antes estuvo sentado alrededor de una mesa entre amigos, compartiendo una cena. Ahora, estaba solo, colgado de un cinturón en un árbol. Una vida cortada prematuramente. Acabada.
Es la historia más trágica del Nuevo Testamento, una en la que todos deberíamos reflexionar esta Semana Santa, la muerte de Judas.
Un momento, ¿qué? ¿No querrás decir Jesús? No, quiero decir Judas, el único Sr. Iscariote.
No me malentiendan, no se trata de negar el sufrimiento extremo y significativo de Cristo. Lo que hizo, lo que sufrió jamás tendrá paralelo alguno. Pero tampoco se niega las cosas asombrosas que ocurrieron después de su muerte, la resurrección, la conquista del pecado y la salvación de la humanidad.
No se puede decir lo mismo de Judas. Su historia no es tan brillante. Se le conoce y siempre se le conocerá como el hombre que traicionó a muerte al Hijo de Dios… Ni más, ni menos.
La historia de Judas Iscariote es increíblemente trágica por varias razones:
1) Caminó con Dios
No de la forma como lo hizo Enoc, sino en el sentido literal. Judas fue aceptado por Cristo (Mateo 10:4) y durante más de tres años caminó a su lado con Él. Escuchó las parábolas y fue testigo de los milagros, incluyendo la resurrección de Lázaro. Uno no podría esperar una mejor oportunidad para conocer a Jesús.
2) Tenía habilidades
Elena White en El Deseado de Todas las gentes describe a Judas como “un hombre respetable, de agudo discernimiento y habilidad administrativa” (p. 260). También era un gran líder a quien los discípulos admiraban, y fue “llamado a proveer a las necesidades del pequeño grupo y a aliviar las necesidades de los pobres” (p. 664). Imagine el bien que podría haberse logrado si Judas hubiese rendido su corazón y talentos a la misión de Cristo.
3) Fue advertido
Jesús conocía el corazón de Judas y le dio toda oportunidad de cambio. “le puso donde podría estar día tras día en contacto con la manifestación de su propio amor abnegado” (p 261). Cuando se acabó el tiempo de sutilezas, Jesús intentó también el acercamiento directo.
“Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho. ’” (Mateo 26:25).
“ Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” (Lucas 22:48).
La Biblia indica claramente que “entró Satanás en Judas” (Lucas 22:3), pero esto no significa que estuviese fuera del alcance de la restauración. Si hubiese sido el caso, Jesús no le habría advertido. El hecho de que intentase aún alcanzar a Judas mostró que aún había esperanza de arrepentimiento.
4) No se arrepintió
“Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? !!Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó” (Mateo 27:3-5).
El remordimiento viene del Espíritu Santo. Por lo tanto, consideremos esta secuencia como el último recurso que Dios pudo utilizar para reclamar la vida de Judas. Pero el remordimiento sin arrepentimiento no sirve para nada, y Judas “no sentía un profundo y desgarrador pesar por haber entregado al inmaculado Hijo de Dios y negado al Santo de Israel” (El Deseado de Todas las Gentes, p. 669).
Puede que la historia de Judas no sea elevadora, pero aún así es una historia que todos debemos considerar. ¿Por qué? Porque todos somos “Judas Iscariotes”, personas escogidas por Dios, con todas las oportunidades y advertencias de rendir nuestra vida a Cristo.
De modo que, ¿estás siguiendo a Cristo o eres un “seguidor más”? Hay una cruda diferencia. Judas pasó tres años con Jesús, pero “Judas no llegó al punto de entregarse plenamente a Cristo. No renunció a su ambición mundanal o a su amor al dinero. Aunque aceptó el puesto de ministro de Cristo, no se dejó modelar por la acción divina. Creyó que podía conservar su propio juicio y sus opiniones, y cultivó una disposición a criticar y acusar” (p. 663).
Tras su traición, Judas se echó a los pies de Jesús his act of betrayal, Judas cast himself at the feet of Jesus (p. 669). Los ojos del Salvador le miraron con lástima, como si llorase la vida que podría haber llegado a vivir. Cada uno de nosotros nos encontraremos algún día a los pies de Jesús. ¿Cómo nos mirará? ¿Con orgullo por nosotros, o con lástima?