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Ustedes son como una luz que ilumina a todos. Son como una ciudad construida en la parte más alta de un cerro y que todos pueden ver. (Mateo 5:14)

He tenido la oportunidad de nacer en una familia cristiana, con profundos valores éticos y morales; de crecer con unos padres que, aunque no exentos de errores, continuamente han buscado hacer el bien y si no lo han logrado por un momento han buscado corregirlo.

Me consta que mis padres han buscado transmitirme estos valores para que sean míos propios tanto por sus reglas e indicaciones cuando era pequeño como por su ejemplo. Debo decir que por mucho tiempo creí que lo habían logrado. De hecho, por una buena temporada me consideré un ejemplo a seguir porque incluso algunos padres le decían a sus hijos –en mi presencia– que tenían que imitarme en esto o aquello. 

Claro, al leer un texto de la Biblia como el de Mateo 5:14 me sentía muy a gusto. La gente me miraba y decía que era un buen ejemplo. Y yo, consideraba que era “una luz” para otros. Lo que no sabían ni mis padres ni los que decían a sus hijos que me imitaran es que en mi interior esto, muchas veces –por no decir la mayor parte de las veces–, no era auténtico pero como exteriormente se veía “bueno” y “amable” yo quedaba bastante bien en ciertos contextos.

Lo curioso, es que Jesús continúa con su argumentación diciendo:

Nadie enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón. (Mateo 5:15)

Y es que algo que sólo yo veía en aquella temporada es que, más de una vez, cuando me encontraba en situaciones en las que lo correcto no era popular intentaba pasar desapercibido (tristemente, algunas veces, todavía me pasa). Algo así como el ejemplo de Jesús: una “lampara” debajo de un “cajón”. ¿Te ha pasado a ti? Esas veces en las que tus principios no parecen ser lo más conveniente en el momento, y dices “mejor pasemos desapercibidos”, o “dejemos que la luz brille poco ahora”.

Pero, ¿que sigue diciendo Jesús?

Todo lo contrario: la pone en un lugar alto para que alumbre a todos los que están en la casa. (Mateo 5:15)

Es que tu “brillo”, mi “brillo” no debe estar condicionado por la situación, sino por tus verdaderos principios, los auténticos. En mi caso, años más tarde descubrí que precisamente lo que me faltaban eran buenos principios. Hasta entonces, simplemente me estaba dejando llevar por la buena influencia de mi familia, pero en el fondo no era lo que yo quería, deseaba, anhelaba… no era algo que yo había decidido.

Afortunadamente, tiempo más tarde descubrí poco a poco a Dios, al Dios de mis padres y estos principios pasaron de ser una buena educación, buenas costumbres, costumbres forzadas, a auténticos deseos de brillar con el auténtico “brillo” de Dios. 

De la misma manera, la conducta de ustedes debe ser como una luz que ilumine y muestre cómo se obedece a Dios. (Mateo 5:16)

Estupendo, pero ¿y cómo se obedece a Dios? Lo curioso de este proceso que comentaba es que, en mi caso, sin darme cuenta ciertas costumbres forzadas dejaron de serlo, ciertas tradiciones innecesarias también. ¿Porqué? Porque cuando la motivación nace de adentro y no desde afuera los resultados son realmente diferentes. Así es como se obedece a Dios. Es muy interesante porque, cuando no resistes a la invitación amable y sutil de Dios, la conducta se convierte en auténtica en vez de hipócrita, y en vez de una carga imposible en una carga compartida porque cuentas con la ayuda de Dios en cada momento (Mateo 11:30). Y lo mejor de todo, es que el proceso lo motiva Dios mismo (Filipenses 2:13). 

Es verdad también que muchas veces la tentación a no desear o hacer lo correcto está más presente de lo que quisiéramos (Romanos 7), y así será hasta que Jesús regrese a poner punto final a esta triste frase de nuestra historia. Pero, mientras tanto, él mismo nos da la energía necesaria para que estemos preparados para que en la siguiente frase, la del comienzo feliz, tú y yo podamos ser los protagonistas. Sí, es correcto, “comienzo feliz” en vez de “final feliz”, porque esto apenas acaba de empezar.

Hagan buenas acciones. Así los demás las verán y alabarán a Dios, el Padre de ustedes que está en el cielo. (Mateo 5:16)

Mientras tanto sigue con tus buenas acciones, las auténticas, así los que todavía no han tomado esta buena decisión podrán ver ese cambio auténtico. Y conociéndote sabrán que el cambio no es por ti, sino por ese milagro del que sólo Dios es capaz, y si son honestos dirán: “¡Que grande es Dios!” Lo mejor sería que también digan: “Yo también quiero ese cambio”. 

Lo importante es que tengamos claro que, al final, no eres tú ni no soy yo la luz del mundo. La luz verdadera es Jesús de Nazaret (Juan 8:12). Nosotros, apenas débiles reflejos.

 

Autor: Néstor Escobar. Desarrollador web en HopeMedia y participa en numerosos proyectos de la Iglesia Adventista en España en Internet.

Foto: Fernando Pereira en Unplash

 

3 Comments

  • Millys Sánchez dice:

    Néstor, me ha emociado tu artículo, pero en realidad lo que más me ha impactado es tu testimonio de vida. ¡Cómo me identifico contigo, amigo! Muchísimo, y doy gracias a Dios que sigo a la Revista Adventista, porque de no ser así, no me hubiese encontrado con estas palabras tuyas, que hoy han tocado profundamente mi corazón. Hemos de ser los reflejos de la verdadera luz de este mundo, de Jesús.
    Gracias de corazón.

  • #Centinela4ever dice:

    Jesús es Como La Gran Luz Mayor del Sol & Nosotros La Luz Menor de La Luna.

    Amén&Aleluya

Revista Adventista de España