La perspectiva de un joven, de 19 años, sobre la iglesia actual.
Hace ya más de un año, escribí un artículo que marcó un antes y un después en mi vida. Por un lado me permitió verter de forma ordenada un irreprimible sentimiento de renovación, por otro, me hizo ver la cantidad de personas que sueñan y que comienzan a vivir el cambio que anhelamos. Este artículo es para ellos, aunque también para mí, supongo, para poner de relieve ideas que circulan por mi mente y, en última instancia, despertar otras conciencias.
Dejémonos de clichés y hagamos un análisis profundo
Todo comenzó hace un tiempo, cuando hablaba con una amiga sobre la alarmante situación de los jóvenes en nuestras iglesias. Le pregunté qué opinaba al respecto y me contestó: “Es una época complicada, los tiempos del fin. Ya lo sabemos”. Y aquellas palabras se me clavaron como una espada ardiendo. Sabía que ella ni lo había pensado, pero me rebelé ante la simple idea de usar un cliché como excusa. Y me di cuenta que es algo que hacemos todos, darnos respuestas simples para no asumir el trabajo de una reflexión profunda sobre nuestra situación. Necesitábamos buscar el origen del problema y no torearlo con palabras vacías.
Inevitablemente me zambullí en mis pensamientos en busca de las respuestas a aquella pregunta. ¿Qué estábamos haciendo mal?
El tema se desplazó a los choques culturales que vivimos los jóvenes dentro de una misma sociedad. Como desde nuestra burbuja adventista al salir al mundo nos vemos entre dos realidades y sentimos que tenemos que elegir una, que es imposible compatibilizarlas. Ahí es cuando empecé a percibir uno de los cabos del hilo que forma este nudo: la distancia entre la sociedad religiosa y la secular.
Ni la iglesia es tan buena, ni el “mundo” es tan malo
Muchos hemos crecido con la idea de un mundo dicotómico, el pueblo de Dios y “el mundo”, origen de todo desastre, pecado y atracción carnal. Como consecuencia de esto se polariza, dejando el bien y el mal absoluto a cada lado de la barrera. Hemos creado un discurso que no se corresponde con la realidad. ¿Es nuestra iglesia Disneylandia? ¿Es “el mundo” Mordor? Para empezar a entender esta brecha por la que se escapa tantísima gente, quizá habría que pensar en el desengaño al que se enfrentan tantas y tantas personas cuando descubren, por ejemplo, que “el mundo” nos saca años luz en materia de tolerancia, compromiso social, igualdad de género y homofobia.
Esa dicotomía del bien y el mal absolutos, generan una burbuja irreal que, cuando explota, genera un efecto de decepción mayúscula que aleja a la gente completamente de nuestra familia espiritual. ¿Acaso no sería mejor ser realistas, hacer autocrítica y no generar expectativas de perfección que creen una lucha interior insana? Porque muchas veces, ya no solo los jóvenes sino muchas personas, viven un intenso conflicto psicológico al ver que no cumplen el ideal.
La distancia entre la iglesia y el bar
Otro de los abismos donde mucha gente se pierde es en la distancia entre una iglesia y un bar. Parece una comparación casi herética, ¿verdad? Sin embargo, pensemos aunque solo sea por un instante, ¿por qué la gente entra en un bar pero no en una iglesia? Sinceramente, creo que nosotros ofrecemos algo mucho mejor, mucho más constructivo y liberador que una caña y fútbol. Pero aún así, no logramos hacer atractivo nuestro mensaje.
Necesitamos hacer cambios
A veces, la realidad es que no hay más aliciente para pertenecer a la iglesia que no sea la mera costumbre o el sentido del deber.
Como un viejo profesor me dijo hace un tiempo: “el cristianismo siempre ha dado respuesta a las necesidades de una época”. Lo hizo Lutero en medio de la transición de la Edad Media a la Moderna y lo hizo el adventismo con el comienzo de la sociedad industrializada. Los adventistas surgimos como respuesta a aquellos nuevos retos a los que se enfrentaba la sociedad.Sin embargo, el siglo XIX comienza a quedar lejos. En la mayoría de nuestras iglesias vivimos una liturgia y estética tan antiguas que parecen una burbuja espacio-temporal.
¿Nuevos reformadores?
Hemos crionizado el cadáver de los reformadores, esperando que no mueran nunca y nos iluminen como iglesia indefinidamente. Los pioneros de nuestra iglesia surgieron como respuesta a retos del 1800, no del 2018. Más valdría darles honrosa sepultura y buscar que Dios levante de entre su pueblo nuevos reformadores que mantener señas de identidad anacrónicas. Todos vemos cómo en una cena familiar, el contraste de una generación a otra, sus retos y preocupaciones, a veces se encuentran a longitudes kilométricas. ¿Cómo, pues, daremos respuesta a la multitud de problemas y realidades que vivimos hoy en día? Desde luego, no desde una óptica del siglo XIX.
Nadie duda de que los pioneros (aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por exponer la verdad al mundo) merecen un lugar de honor en la historia de nuestra iglesia, pero ellos mismos, si estuviesen ahora con nosotros, aplicarían el mismo principio de renovación y reforma que ya aplicaron en su tiempo.
Los jóvenes se van de la iglesia
Volvamos al tema principal, ¿por qué los jóvenes (y no tan jóvenes) se van de la iglesia? Cada persona tiene sus razones, diversas y diferentes. Sin embargo, sí que hay ciertas características en común. Creo que una de ellas es ese desencanto, cuando el hechizo pasa y te sientes engañado porque ves que ni “el mundo” es tan malo ni la iglesia tan “buena”. Creo que otra de ellas es aquel escalón estético, que hace que cada vez que entres en una iglesia te sientas en el decorado de “Orgullo y prejuicio” o “Cumbres borrascosas”. Otra factor que no he mencionado hasta ahora es la estructura de la iglesia, puestos a hacer un análisis profundo.
¿Alguna vez has invitado a alguien a la iglesia? Más bien… ¿Has intentado que alguien de fuera se involucre, bautice o cualquier acción que signifique introducirse en nuestra dinámica?
Yo sí, y lo que he sentido es que o tenía raíces cristianas/religiosas, o en la vida pasaría por el aro de toda esa liturgia.
¿Está nuestra iglesia organizada en su base para retroalimentarse (palco, oyentes, “ministros” y demás estructura cerrada) o tiene elementos de captación (estructura abierta, diálogo, actividades para otros, exposición al “mundo”, programas y colaboración con iglesias de otras denominaciones)
Si la iglesia no se reforma, morirá
Estas tres características que he dado: el desencanto, el escalón estético y la estructura cerrada, creo que son la causa de que ya desde la base de la institución algo no funcione. Porque, ¿qué pasa si las estructuras de una iglesia se enrocan y mueren?, ¿qué pasa si no damos respuesta a los retos de hoy? Pues que como dije en el primer artículo, ya seamos un movimiento, una empresa o un equipo de fútbol… nos estancamos. Nos estancamos y generamos dinámicas de decrecimiento. La pérdida de identidad, el calentamiento de butaca y los personalismos no son más que síntomas de un proyecto que por no hacer una reflexión y un cambio está languideciendo lentamente.
Los jóvenes no encuentran su identidad en la iglesia actual
Si los jóvenes no encuentran identidad en nuestra iglesia, ¿dónde creéis que la buscarán? Se frustran por ver un proyecto muerto con gente que va por mera costumbre y otros que se machacan entre ellos por repartirse lo que queda, ¿creéis que se quedarán? Si en nuestra burbuja señalamos a la droga como el enemigo y actuamos como inquisidores contra cualquiera que se lance a ella, ¿no creará eso un efecto llamada hacia lo prohibido? Definitivamente, si no nos movemos ahora, no habrá que lamentar otra “generación perdida”, sino que las bases de la iglesia del mañana se romperán y llenaremos la iglesia de octogenarios. El público adulto se queda porque siempre ha vivido así, pero aquellos que han de decidir desde cero no apostarán por un proyecto como ese.
Aunque, desde luego, en la vida de un cristiano la esperanza es nuestra piedra angular. Tenemos hoy, ahora, la oportunidad de modificar las bases de un proyecto viciado, de convertir el estanque en un río. Si reflexionar ya es complicado, llevarlo a cabo es más difícil. En una situación así es muy fácil dejarse llevar por el pesimismo, ¿quién no lo ha hecho alguna vez? Pero Dios ha levantado siempre una respuesta para las necesidades de cada momento. Y estoy cien por cien seguro de que esta vez también lo hará. Con, o sin nuestra ayuda. De nosotros depende.
Leer La fuerza oculta de una iglesia dormida. Parte I
Isaac Martín. Estudiante de Filología Hispánica, miembro de la Iglesia Adventista del CEAS, y autor de tatup.es
Foto: Matt Botsford en Unsplash