Escuela sabática de menores: La elección de Dios. Para el sábado 3 de diciembre de 2022.
Esta lección está basada en Lucas 1:26-56, / Elena G. White, El Deseado de todas las gentes, capítulo 4.
DESCARGA AQUÍ la lección en PDF para imprimir y realizar los ejercicios: menores_2022_t4_10
María: Por fin he llegado. ¿Hay alguien en casa?
Elisabet: ¡Es María! Pasa, dame un abrazo. ¡Qué alegría de verte! Nada más oír tu voz el niño ha saltado de alegría dentro de mí.
María: Yo también me alegro de verte. Necesito hablar contigo.
Elisabet: ¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres! ¡Bendito el hijo que darás a luz!
María: ¿Cómo sabes que voy a tener un hijo?
Elisabet: Porque el Espíritu Santo me lo ha revelado. Pasa, siéntate, y cuéntame qué te ha ocurrido.
María: Hace algunos días, José me pidió que me casara con él. Le dije que sí y nos comprometimos. Poco después, estaba sola cuando un ángel apareció en mi habitación. Me extrañó su saludo, pues me dijo que había recibido el favor de Dios y que el Señor estaba conmigo.
Elisabet: ¿Te asustarías, no?
María: Sí, tenía mucho y me puse a temblar. Pero el ángel me tranquilizó y me dijo que no tuviese miedo porque gozaba del favor de Dios.
Elisabet: ¿Te dijo algo más?
María: Me dijo que iba a tener un hijo que será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo. También me dijo que el nombre que le tengo que poner es Jesús. Y que Jesús reinará eternamente.
Elisabet: Eso quiere decir que vas a ser la madre del Mesías prometido. Quedamos muy pocos que realmente estemos esperando su venida. Pocos anhelan la llegada del Salvador.
María: Yo soy de las que lo estoy esperando. Pero, siendo que todavía no vivo con José, me preguntaba cómo podría ser yo la madre del Mesías. El ángel me contestó que el Espíritu Santo produciría en mí el milagro, y por eso el niño sería llamado Santo. Me dijo que tú, aunque eres mayor y estéril, estabas ya en el sexto mes de embarazo.
Elisabet: Realmente, para Dios no hay nada imposible.
María: Eso es, precisamente, lo que me dijo el ángel.
Elisabet: Supongo que aceptaste, ¿no?
María: Le dije que yo era la sierva del Señor, y que Él hiciese conmigo lo que había dicho.
Elisabet: ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!
María: Mi alma alaba la grandeza del Señor.
Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde esclava, y desde ahora me llamarán dichosa; porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.
¡Santo es su nombre!
Dios tiene siempre misericordia de quienes le honran.
Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Ayudó al pueblo de Israel, su siervo, y no se olvidó de tratarlo con misericordia.
Así lo había prometido a nuestros antepasados, a Abraham y a sus futuros descendientes.
Elisabet y María: ¡Alabado sea nuestro Dios!
Compárate con María:
- Esperaba la venida del Mesías.
- ¿Cómo esperas tú la Segunda Venida de Jesús?
- Su carácter reflejaba los ideales divinos.
- ¿Qué cambios crees que debes hacer en tu vida para reflejar los ideales divinos?
- Aceptó el plan que Dios le proponía.
- Dios tiene un plan para ti, acéptalo con humildad, buena disposición y sin dudar.
- Alabó a Dios con un cántico.
- Alaba, agradece y adora a Dios en tu vida con cantos, oraciones, poesías, con quien estés y dondequiera que te encuentres.
Resumen: Adoramos a Dios porque Él nos escogió como suyos.
ACTIVIDADES
Responde a estas preguntas sobre el “Magnificat” de María registrado en Luc 1:46-55 DHHe.
Asígnate los puntos de cada una de las que respondas correctamente.
La máxima puntuación es 48. ¡Consíguela!
Escribe en el recuadro la letra correspondiente del personaje al que Dios le dio una tarea por hacer y que, como María, aceptó:
A | Elías | Tenía que ir a hablar de Jesús a la casa de un soldado romano. | ||
B | Abraham | Tenía que dar testimonio de Jesús en Roma.
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C | Pedro | Tenía que decirle a un rey que no iba a llover.
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D | Salomón | Tenía que ir al desierto para hablarle a un extranjero. | ||
E | Pablo | Tenía que escoger al segundo rey de Israel.
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F | Noé | Tenía que escribir las cosas que había visto.
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G | Samuel | Tenía que salir de su tierra y vivir como extranjero. | ||
H | Felipe | Tenía que ir a casa del alfarero.
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I | Juan | Tenía que construir un templo.
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J | Jeremías | Tenía que cubrir con brea lo que había construido. | ||
H | Yo | Estoy dispuesto a hacer todo lo que Dios me pida |
HISTORIAS PARA REFLEXIONAR
NSIKANA EL PROFETA PAGANO
Por JOSEFINA C. EDWARDS
Hace muchísimo tiempo, unos 250 años, entre las fértiles colinas de África del Sur vivía un joven alto y musculoso llamado Nsikana Gaba.
Era un joven muy extraño, completamente diferente de los otros jóvenes africanos que lo rodeaban, y a quien los viejos llegaron a considerar con reverencia.
A muchos de los habitantes de la aldea no les importaba robar, con tal de que no se los descubriera. ¡Pero eso no ocurría con Nsikana! El no conocía los Diez Mandamientos y nunca había oído hablar del monte Sinaí ni de Moisés. No obstante, no robaba ni deshonraba a sus padres. – Tampoco le gustaba pelear ni matar. Las guerras tribales lo disgustaban y nunca participaba en ellas.
No le gustaba la compañía ociosa de otros jóvenes de su tribu, y a menudo se recluía en el kraal donde guardaban los animales, para estar solo y meditar. Solía mirar el cielo o las estrellas y sentir la dirección de una Presencia invisible para él.
Los demás jóvenes no podían comprenderlo. Cuando comenzaban conversaciones obscenas, Nsikana los miraba con desagrado y se alejaba. A veces se reían de él, pero generalmente sentían temor y lo observaban extrañados.
El pueblo de Nsikana, los xosas, tiene ciertas costumbres que pueden parecernos extrañas. Nos sonreiríamos si los viéramos bañarse en el pro-
fundo río Chume, y luego, una vez limpios, espolvorear sus cuerpos con arcilla blanca. Pensaríamos que se están volviendo a ensuciar. Pero cuando nos damos cuenta de que el talco no se diferencia mucho de la arcilla blanca, no necesitamos sentirnos tan orgullosos de nuestra civilización superior. Entre los xosas, tanto los jóvenes como las señoritas sienten placer de empolvar sus cuerpos con arcilla.
Una cálida noche de luna, Nsikana y los otros jóvenes de la aldea se bañaron y luego se empolvaron con arcilla, y entonces se dirigieron a una aldea cercana donde se realizaría una danza.
Esa era una ocasión de gala, y ningún joven se sentiría mejor vestido con un traje nuevo que esos xosas esa noche de hace mucho, mucho, tiempo.
Reían y cantaban llevando un ritmo perfecto con los pies. El único que caminaba en silencio era Nsikana. Iba escuchando, como siempre lo hacía, a una voz interior e invisible, una voz que deseaba escuchar; y que casi podía oír en sus horas de meditación.
De pronto una luz descendió de los cielos oscuros y bañó a. Nsikana en sus rayos, así como la luz que brilló sobre Saulo cuando viajaba a Damasco. El lugar quedó iluminado como si hubiera sido la luz del mediodía. Nsikana se detuvo en medio del círculo brillante, mirando a su alrededor maravillado de lo que le había ocurrido. No se sintió sobrecogido por el temor, como le ocurrió a Saulo, porque no estaba haciendo nada malo; sino que fue inundado por un sentimiento de paz, una paz como nunca antes había experimentado. Pero aun cuando él se detuvo en ese lugar, lentamente la luz se retiró y desapareció. Nsikana no se movió. Se quedó allí, quieto, en la oscuridad aterciopelada, sobrecogido por un éxtasis de lo maravilloso que acababa de ocurrirle.
Sus compañeros se habían adelantado mucho. Apenas podía ver, allá lejos, por la senda tortuosa, la luz oscilante de la antorcha. Ellos no habían visto la luz ni sentido la maravillosa y pro. funda paz que Nsikana experimentó.
Ni siquiera habían echado de menos a su amigo.
Nsikana no se sentía atemorizado ni perturbado por ese extraño acontecimiento. Era como si lo hubiera estado esperando. Su corazón sencillo como el de un niño se sintió un poco azorado. Siguió caminado silenciosamente, esperando alguna otra cosa, alguna otra maravilla.
Pronto llegó, solo, a las afueras de la aldea donde se realizaría la gran danza. Ya podía escuchar el ruido rítmico llevado por los pies de los danzarines, y el sonido de los tambores. Las sombras largas de los bailarines saltaban cuando éstos saltaban, como si un grupo de gigantes silenciosos los acompañara. Los cuerpos centelleaban al resplandor de las fogatas, y aquí y allá las ollas de comida anunciaban con sabrosos olores la fiesta que seguiría cuando terminara la danza.
Viejos desdentados, de bocas hundidas, tocaban el tambor alegremente. Niños desnudos que procuraban ansiosamente divertirse, cruzaban aquí y allá. Las mujeres cuidaban de las ollas de alimento como se esperaba que lo hicieran. Los gallos cantaban en los árboles y, ocasionalmente, en medio de la oscuridad, rugía un león. Era una típica noche africana, y las estrellas de la Cruz del Sur se veían como una gigantesca corneta en el cielo.
Los pies descalzos de los bailarines se movían en perfecto ritmo. Grandes círculos de hombres, de cuerpos sudorosos que brillaban a la luz de la luna, danzaban gozosamente y al parecer, incansablemente. Había danzas típicas, con estilos y dibujos especiales. Cuando terminaba un estilo, comenzaba otro; la mayoría de ellos acompañados por cantos misteriosos en los cuales todos participaban. A veces algunas personas hacían preguntas cantando y otros les contestaban cantando. Había un compás perfecto en las monótonas melodías.
La transpiración era abundante, pero los bailarines no parecían sentirse cansados. Se lanzaban a cada nueva danza con entusiasmo renovado. Aun los niños formaban sus pequeños círculos en las orillas imitando los cantos de sus mayores.
En una de las danzas, se formaba un círculo y mientras los participantes imitaban un telar en el cual se entrecruzaban yendo y viniendo, dando pasos hacia adelante y hacia atrás, cantando preguntas y pidiendo respuestas, uno de los hombres saltaba al medio para dar las respuestas cantando. No se designaba a ninguno, pero tan pronto como uno saltaba fuera del círculo, otro pasaba de un salto a ocupar su lugar, cantando las respuestas misteriosas a las monótonas preguntas.
Nsikana se sintió repentinamente poseído por el extraño frenesí. Saltó al centro, y comenzó a danzar y a cantar como los demás.
¡Pero la luz no se lo permitiría hacer! Apenas había comenzado, cuando el extraño resplandor apareció de nuevo, bañándolo en sus rayos suaves, tan gloriosos como si procedieran de las puertas de oro.
A los ojos de Nsikana toda la aldea se iluminó repentinamente con una llamarada de gloria. Pero para su asombro ninguna otra persona de la aldea, ni aun ninguno de los bailarines, vieron la luz. Siguieron meciéndose, cantando, danzando como si nada hubiera ocurrido. En ese instante Nsikana se dio cuenta de que el mensaje era del Gran Espíritu, y para él solo. El canto se apagó en sus labios. Abandonó rápidamente el círculo de bailarines, y quedó un momento pensando qué hacer.
El ruido y la confusión de la danza llenaban la aldea. Muchos de los jóvenes ya estaban bebiendo mtwala, la fuerte cerveza nativa que los entorpecía y los hacía hablar.
Nsikana nunca había tocado esa bebida. En sus horas de meditación a solas en el kraal, había llegado a la conclusión de que la bebida fuerte era mala. Para él no podía ser bueno nada que entorpeciera su habilidad de pensar. Nsikana nunca había oído hablar del Espíritu Santo, no obstante, ahí en medio del clamor de la aldea ruidosa, sintió la presencia del Espíritu.
“No puedo quedarme aquí -se dijo-. La luz no volverá a este lugar. Debo apartarme y meditar. Hay algo. No sé lo que es, o dónde está, o por
qué ha venido a mí. Debo ir donde todo está en silencio, para que pueda aprender más acerca de esto”. Ignoraba que estaba repitiendo las palabras de los santos hombres de antaño que escribieron: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”.
Rápidamente Nsikana se alejó a grandes pasos mientras el corazón le latía fuertemente por la expectación. Su deseo ardiente era alejarse del rítmico latido de los tambores, del retemblar de la tierra que se sacudía bajo las veintenas de pies que la batían. Ahora no sentía ningún deseo de ser uno de los frenéticos bailarines, o de ayudar a consumir la enorme cantidad de alimento que se había preparado.
Solo, en la oscuridad del matorral, sabía que estaba en peligro. Pero por su mente, generalmente alerta y cautelosa, no pasó el pensamiento del león escondido, el leopardo en acecho o los colmillos de la serpiente enroscada. Recorrió la senda rápida e intrépidamente sin detenerse por el camino.
Antes de mucho se encontraba caminando entre las piedras que bordean el lecho del río Gquora. En ese lugar el agua no era profunda, y él conocía el camino. Caminaba cuidadosamente, porque las piedras eran filosas como puntas de lanzas. –
Pero, así como el agua fluía fresca sobre sus pies polvorientos, la luz fluyó de nuevo cubriéndolo y rodeándolo, brillante, radiante y hermosa. Instantáneamente detuvo su marcha, sin ningún sentimiento de temor, pero con todo su ser alerta y dispuesto a escuchar. Sentía su corazón agitado por un gozo que nunca antes había experimentado.
-¡Nsikana! ¡Nsikana! -lo llamó de en medio de la luz una Voz más hermosa que el arco iris. El joven africano nunca había escuchado algo tan dulce en toda su vida.
-Estoy aquí, Gran Espíritu -respondió, temblando de ansia-. ¿Qué quiere el Gran Espíritu de este pobre hijo xosa?
La Voz volvió de nuevo, melodiosa y dulce, tan emocionante que el joven sintió como un hormigueo en su misma carne. El invisible Interlocutor le ordenó que descendiera al agua profunda del río y se lavara la arcilla endurecida de su cuerpo. El joven lo hizo tan ansiosamente como el que espera otro don más precioso que el primero.
Mientras se bañaba, la luz se esfumó, pero Nsikana no se sintió triste. Había sido obediente a la Voz y hasta la oscuridad que se cerró suavemente en derredor suyo tenía en sí dulzura y seguridad. Se detuvo a lavar cuidadosamente su frazada, porque algo de la arcilla la había manchado. Luego la colgó húmeda en sus fuertes hombros y se fue rumbo a su aldea.
Campanillas de gozo resonaban en su corazón. La luz había hablado. ¡El Ser empapado de luz lo conocía por nombre! ¡Lo había llamado Nsikana!
Los borrosos perfiles de las chozas de su aldea se levantaron delante de él. Todo estaba en silencio. Habían quedado sólo los muy ancianos, los débiles y los enfermos, y ellos hacía tiempo que se habían retirado a dormir en sus chozas redondas techadas de paja.
Nsikana se detuvo en el sendero, extasiado. ¡La luz! ¡La luz! ¡Había descendido de nuevo, rodeando su choza y su redil! Veía claramente su gran buey blanco allí parado, rumiando plácidamente en medio de un res-
resplandor más brillante que la luz del mediodía.
“¡Gran Espíritu! ¡Gran Espíritu!” susurró, su voz quebrada por el gozo y la admiración. Atraído por una fuerza poderosa, Nsikana se fue acercando callada y reverentemente.
Mientras los demás estaban danzando o durmiendo, Nsikana encontró al Jesús del camino a Damasco. Encontró al Gran Yo Soy de la zarza ardiendo y la columna de nube y fuego.
Esa noche la Voz le habló de muchas cosas, y las palabras de consejo se hundieron profundamente en su corazón. Eso no era algo tan raro porque “en toda nación el Señor se agrada del que le teme y hace justicia”.
Hasta el día de hoy el pueblo nativo camina con reverencia por el lugar donde solía estar el kraal de Nsikana. Es tierra santa, y el pueblo lo sabe, porque el gran Dios habló allí a Nsikana, el profeta del pueblo xosa. Nsikana se arrodilló y así quedó durante mucho tiempo bañado en la luz, escuchando. No sintió cansancio, porque la Voz parecía impartirle fortaleza.
Pero repentinamente la luz desapareció, y el deslumbrado joven se encaminó a su choza, extendió su estera de dormir, y se acostó. Aunque una inmensa paz inundaba su corazón, no podía dormir, porque las cosas maravillosas que sus ojos habían visto y sus oídos habían escuchado le robaban el sueño de sus ojos.
Los bailarines no habían regresado. Consideró el consejo que había recibido. La hermosa voz le había ordenado que fuera a la mañana para hablar con el gran jefe de todos los xosas.
Al día siguiente sus compañeros le hicieron una descripción vívida de los placeres que habían disfrutado y que él había perdido. Le reprocharon por haberlos abandonado cuando comenzaban a divertirse. Bromearon con él llamándolo mtebe, que significa “viejo”.
Pero a él no le importó lo que lo llamaban. Sin decir una palabra se dirigió al kraal (casa) del gran jefe.
-Allí toda la conversación giraba en torno a los grandes acontecimientos de la noche anterior, pero la mente de Nsikana estaba demasiado llena de cosas más importantes como para prestar atención a ésas, tan triviales.
El jefe estaba dando audiencia en su kraal. Se hallaba rodeado de sus hombres favoritos, sus esposas y sus perros. Grandes pieles de leopardo cubrían el suelo de tierra. Nsikana se sentó para esperar. Cuando se le indicó que explicara el propósito de su venida, se puso de pie con toda sobriedad.
“Tengo un mensaje para el jefe, procedente del Gran Espíritu de los cielos que mora en la luz”, respondió tranquilamente. La respuesta era tan extraña que todos los ojos se volvieron hacia él. El jefe le pidió que continuara, animados sus viejos ojos sombríos por un flameante interés. Nunca antes había ocurrido algo semejante en su kraal, ni en el de ningún otro rey que hubiera conocido.
En pocas y bien escogidas palabras Nsikana informó a su padre tribal todo lo que había ocurrido la noche anterior. Su voz se tomó más y más grave hasta que se volvió vibrante con la importancia de su mensaje. El jefe se inclinó hacia delante, y colocó su mano detrás de la oreja para formar una pantalla con el fin de no perder una sola palabra. La voz de Nsikana continuó hablando en medio del profundo silencio que reinaba en la choza. Le habló al jefe de la extraña Voz que le había hablado en medio de la luz y que lo había llamado por su nombre.
“La Voz dijo: ‘Tengo muchas cosas que revelarte, Nsikana, para la salvación de tu pueblo’. La Voz me dijo que vendría a este país una extraña raza de hombres, con la carne del color de un ave desplumada. Tendrían cabello en la cabeza y en la cara, pero no como el que nosotros tenemos; será largo, y lacio”.
El viejo jefe estaba atónito y sacudía la cabeza. Cada una de las personas presentes escuchaba atentamente.
“Será gente inteligente y fuerte, y conocerán muchos secretos y cosas maravillosas de las cuales la gente de la aldea jamás ha oído, y ni siquiera ha soñado. Esa raza extraña sabrá cómo viajar más rápido que el leopardo o el cheetah (guepardo), en un extraño carro de fuego”.
Nsikana señaló dramáticamente hacia la abertura de las montañas de Ntaba Dsika Ndota.
“En el sueño que la Voz me dio, vi el carro de fuego, largo y fiero y terrible, que venía por un corte en esas montañas. Pero eso no ocurriría en nuestros días. Esos hombres vendrán después de que nosotros hayamos caído, viejos y cansados, y hayamos sido cubiertos por la buena madre tierra. Entonces, lo que os he contado ocurrirá. Pero debemos advertir y preparar a nuestros hijos para las cosas grandes y terribles que verán y oirán después de que nosotros hayamos depuesto nuestras cargas”.
Ninguno de los que estaban en el kraal se dio cuenta del paso del tiempo. Nadie quería que Nsikana dejara de hablar, tanto era lo que había acumulado en esa entrevista empapada de luz, sostenida con el Señor. Todos querían oír más y más.
Nsikana les dijo que esa raza de hombres traería al país dos cosas que cambiarían la vida de la gente.
En primer lugar, traería una extraña calabaza, llena de la bebida de iniquidad. “Nuestro mowa y mtwala son malos, y trastornan la mente y el pensamiento de los hombres, pero ésa será mucho peor. Debemos enseñar a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos a no tocarla ni probarla nunca, porque hay una maldición sobre ella. Si la beben, les sobrevendrá tristeza, miseria, enfermedad, pobreza y muerte tan prestamente como un león ataca a una cebra”.
La siguiente advertencia era casi imposible de entender, porque Nsikana no tenía forma de explicar lo que era. Pero hizo lo mejor que pudo.
“Traerán consigo extrañas cosas redondas de muchos tamaños, hechas de oro y plata. Serán como los botones
que a veces hacemos para abrochar nuestra ropa, pero no tendrán agujeros, y no se usarán para decorar o para los vestidos. Se usarán para negociar y permutar, así como ahora un hombre cambia un cerdo por una cabra. Ellos llevarán consigo esos botones en bolsas de piel, y les tendrán mucho amor. Por causa de esos botones algunos hombres de esa raza no vacilarán en defraudar, mentir y matar. Le enseñarán a nuestro pueblo la importancia de los botones de manera que ellos también comenzarán a amarlos y harán cuanto esté a su alcance para reunir tantos como puedan. Pero esa devoción a los botones sin agujeros arruinará a nuestra gente. Irán a cualquier parte para adquirirlos y la nación se dispersará. Nadie podrá reunir jamás las tribus de nuevo.
Tan agobiado se sintió Nsikana por lo que había visto que se cubrió el rostro con sus manos y su pecho se sintió ahogado por los sollozos. Luego continuó.
“Los padres no verán los sepulcros de sus hijos. Morirán en un país lejano. Ni los hijos cuidarán de los mayores cuando estén débiles, enfermos y en dificultad”
En ese momento Nsikana pidió un recipiente con agua. Cuando un siervo lo trajo, derramó el agua en el suelo frente al jefe. La tierra seca rápidamente la absorbió.
-Junta esa agua de nuevo -le dijo Nsikana al siervo, pasándole el recipiente. El hombre cayó de rodillas y tembló, sacudiendo la cabeza.
-¡Eso es imposible! -exclamó el jefe-. El agua derramada nunca se puede recoger, tú lo sabes.
-Ni tampoco podrá reunirse de nuevo el pueblo xosa después que haya sido esparcido por la calabaza y los botones -replicó tranquilamente Nsikana.
Quedó luego allí de pie, en silencio, pintado en su rostro el gran dolor que había experimentado en su corazón. Entonces un destello de gozo cruzó por su semblante. Dando un paso hacia el jefe dijo:
“¡Pero hay un camino de salida, vienen buenas nuevas!” En su voz parecían repicar alegres campanas. “No todos los hombres que vendrán serán malos y crueles con nuestro pueblo. Vendrán hombres buenos que nos ayudarán, que sanarán nuestras enfermedades y nos enseñarán a vivir mejor. Podremos diferenciarlos de los otros porque traerán con ellos advertencias contra los botones y la calabaza.
Principalmente, no obstante, traerán consigo amqulu, un rollo. La Voz me dijo que en el amqulu habrá marcas que hablarán palabras de vida. Yo no sé cómo pueden hablar las marcas, pero la Voz dijo que nuestros hijos entenderían eso.
“Si escuchamos las palabras que el amqulu hable, y las obedecemos y amamos en nuestras vidas y en nuestros corazones, los botones y la calabaza nunca quebrantarán la unidad de nuestra nación. Nuestras familias serán bendecidas y establecidas por las palabras del Gran Espíritu en las marcas del amqulu”.
Nsikana Gaba se inclinó cortésmente y se dio vuelta para irse. El jefe y su familia se pusieron de pie para despedirse de él cuando partió. Entonces todos los presentes empezaron a expresar su asombro. ¿Creía el jefe esas extrañas palabras? ¿Qué podía hacerse?¿Era inminente ese peligro?
El viejo jefe reflexionó durante unos momentos.
“Debemos hacer como Nsikana nos ha dicho -dijo deliberadamente-. Nuestros hijos deben ser enseñados. Entonces cuando venga el mal, se suavizará el golpe”.
Debido al consejo del jefe y porque la vida del joven era intachable, a Nsikana Gaba se lo consideró como un vidente o un profeta, y la gente escuchaba lo que él decía.
Así fue como en los años subsiguientes, la luz vino muchas veces a él mientras estaba sentado meditando o cuando se arrodillaba para hablar al Gran Espíritu.
Sobre una suave ondulación del terreno cerca de su antigua aldea todavía se levanta lo que se llama “la campana de Nsikana”. La gente cree que Dios formó esa campana para su profeta, porque es la campana más extraña del mundo. Una gran sección cóncava se ha separado del costado de una piedra gigantesca. Está suspendida de tal manera que cuando se la toca con una piedra emite un sonido retumbante que se oye en todos los alrededores.
A los viejos le gusta repetir las historias que sus padres y sus abuelos les contaron de lo que hizo ese gran hombre. Se dice que cuando la gente oía la campana, dejaba lo que estuviera haciendo y corría al kraal de Nsikana. El toque de esa campana era una señal de que había visto otra visión. Se consideraban un pueblo favorecido por Dios. La gente escuhaba asombrada al profeta.
Nsikana, que nunca había visto a un hombre blanco, que no sabía leer, que nunca había visto un libro, excepto en las visiones, predicó el Evangelio.
Habló a la gente acerca de la creación del mundo. Habló de Cristo, quien sufrió la muerte por los hombres de todo el mundo. Describió la santa ciudad, la nueva Jerusalén, la cual vio en la misma forma en que la vio el vidente de Patmos. Habló de la tierra nueva y de la vida mejor, donde no se conocerían la muerte, la tristeza y el sufrimiento.
Nsikana le enseñó a su pueblo un canto. Lo cantaba tan a menudo que los hombres y las mujeres y aun los niñitos conocían las palabras y la melodía de memoria. Es un canto delicioso, lleno de los graciosos click-clicks del lenguaje xosa que los extranjeros no pueden pronunciar. Es un canto extraño, que tiene una melodía monótona y misteriosa, y como fondo un obligado de bajo que suena como un zumbido.
Cuando llegó la escritura a la tribu, los hombres escribieron las palabras y la música de Nsikana, para que nunca se las olvidara. Un amigo mío me las tradujo:
“Tú, gran Dios del cielo,
Eres un escudo de verdad,
Tú eres un verdadero refugio,
Eres un abrigo de verdad,
Tú eres el que moras en lo alto.
Tú que creaste vida, creaste los cielos.
El Hacedor de las estrellas y las constelaciones
Y las estrellas fugaces, nos habla.
El Hacedor de la oscuridad la hizo adrede.
La trompeta sonó llamándonos.
El que da testimonio para buscar almas,
El que recoge, recoge el rebaño y nos guía.
Tú eres un gran vestido que usamos. Tus manos tienen heridas, Tus pies tienen heridas… ¿Por quién fue derramada tu sangre? ¿Te pedimos que pagaras ese precio tan grande?
¿Te pedimos por tu ciudad?”
La gente todavía habla acerca de Nsikana Gaba, el profeta del pueblo xosa. ¡Porque cuán verdaderas han resultado sus profecías! La calabaza del traficante blanco fue la perdición de muchos en la tribu. Por mala que fuera la cerveza nativa, el whisky del hombre blanco era mucho peor.
Luego, cuando se descubrió el oro en el Transvaal, y se encontraron diamantes en Kimberley, llegaron hombres ofreciendo “botones sin agujeros” a los jóvenes xosa, para contratarlos con el fin de que fueran a las minas y trabajaran por esos pedazos de oro y plata los cuales podían trocar por muchas cosas. Los viejos lloraban al ver ir a los jóvenes, porque recordaban la profecía del profeta. Muchos de ellos nunca regresaron, y nadie supo si estaban muertos o vivos.
Existe una leyenda según la cual el día en que el viejo profeta murió llamó a los jóvenes y les dijo dónde y cómo debían cavar su tumba. Con paso tembloroso, bajó a su propio sepulcro y allí expiró, mientras la gente rodeaba la tumba, llorando.
Quizás algún día puedas visitar ese hermoso país donde Nsikana vivió. Tal vez puedas comprar un boleto para el carro de fuego. Este te conducirá por la abertura en las montañas que Nsikana señaló. Te dejará bastante cerca de la aldea de Nsikana de manera que el viaje desde la estación no te resultará demasiado cansador. Allí los aldeanos te mostrarán con orgullo la tumba del profeta y su enorme campana.
¡Y lo mejor de todo es que verás los resultados del am qulu! Verás iglesias que los misioneros ayudaron a construir, en las cuales se enseña a la gente a cuidarse de la calabaza y del amor a los botones sin agujeros.
¿Cómo puede la gente dudar de Nsikana fue un verdadero profeta cuando ahora se les está enseñando a seguir la misma luz de la cual él habló hace más de 150 años? Indudablemente fue el Señor del camino a Damasco quien le habló, porque alguien que también se comunicó con los ángeles y con el mismo Señor, dijo:
“Aun entre los paganos, hay quienes han abrigado el espíritu de bondad. . -Entre los paganos hay quienes adoran a Dios ignorantemente. – – Oyeron su voz hablarles en la naturaleza e hicieron las cosas que la ley requería. Sus obras son evidencia de que el Espíritu de Dios tocó su corazón, y son reconocidos como hijos de Dios” El Deseado de todas las gentes, pág. 593.
Dios escogió a Nsikana como profeta y a María como la madre del Salvador. Ambos aceptaron los planes de Dios para ellos y cumplieron la misión que Dios les dio. Dios tiene también un plan para que tú lo cumplas, acéptalo.
Será algo glorioso ver a Nsikana, a María y a ti, en la multitud de los que entren por las puertas de la ciudad.
Autora: Eunice Laveda, miembro de la Iglesia Adventista del 7º Día en Castellón. Responsable, junto con su esposo Sergio Fustero, de la web de recursos para la E.S. Fustero.es