La decisión de Daniel es la misma que cada uno de nosotros necesitamos hacer: ser fieles a Dios en todo momento y en todos los aspectos de nuestra existencia.
“Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Dan. 1:8).
El libro de Daniel es asombroso. Repleto de símbolos y secretos, bestias extrañas y cifras misteriosas, por siglos ha sido tema de estudio y de polémica. El consenso general comprende que se divide en dos partes principales: una, histórica; y otra, profética. Aunque suele ser esta segunda sección la que más curiosidad causa. Cristianos sinceros de todas las edades han visto en ciertos pasajes el fundamento de una escatología –el estudio de los eventos futuros– que necesariamente se conecta con el Apocalipsis y, por consiguiente, con la segunda venida de Cristo y el establecimiento de su Reino eterno.
Si bien es cierto que el protagonista de esta aventura fue privilegiado con una visión panorámica de la historia humana y de los entretelones del gran conflicto entre el bien y el mal, no hay que olvidar que el mismo Daniel tuvo sus propios conflictos. Desterrado y aparentemente abandonado a su suerte por el Dios de su pueblo, el joven hebreo se vio expuesto a situaciones extremas que lo obligaron a decidir entre ser fiel a una Deidad invisible y silenciosa o amoldarse al contexto pagano, real y palpable en el que estaba inmerso (Dan. 2; 6).
El inicio
El libro comienza narrando cómo Daniel se vio obligado a pasar por un proceso en el cual su voluntad no podría interferir (Dan. 1:1-7): no pudo evitar que lo exiliaran ni que le cambiaran el nombre; tuvo que aprender a entender y a expresarse en una o más lenguas diferentes de la suya (los caldeos hablaban por lo menos tres idiomas: sumerio, acadio y arameo); cambiaron sus costumbres básicas, incluyendo la dieta; intentaron imponerle un sistema de creencias diametralmente opuestas a las suyas y, aunque no es un hecho totalmente comprobado, la profecía de Isaías parece indicar que este joven inocente, cuya cultura destacaba la procreación como una bendición divina, fue castrado y convertido en eunuco (2 Rey. 20:18; Isa. 39:7).
Todo esto pasó sin que él tuviera la más mínima opción de interferir, mucho menos de oponerse. Y, aunque la sucesión de acontecimientos podría indicarle que su Dios estaba ausente, el joven desterrado ya comienza a sorprendernos en el octavo versículo de esta historia: “Daniel propuso en su corazón no contaminarse…” ¡Asombroso!
Daniel entendía
Desde el punto de vista meramente terrenal, Daniel no tenía un solo motivo, la más mínima obligación de serle fiel a Dios. Para la perspectiva hebrea, Dios lo había colocado en esta situación (Dan. 1:2), y ahora estaba lejos de todo lo que amaba y sin un hogar al cual regresar, pues Jerusalén había sido reducida a escombros. Por otro lado, Babilonia se le presentaba en todo su esplendor, ofreciéndole un reinicio como alto funcionario de la Corte y toda una gama de experiencias nuevas. Sin la obligación de rendir cuentas a nadie, sobrándole motivos para renegar de una fe aparentemente inútil, ahora se encontraba ante la posibilidad de abrazar una nueva filosofía de vida.
Y es que, cuando pasamos por una situación difícil, es común llegar a una de estas dos conclusiones: a) Podemos pensar que algo anda mal con nosotros y que no somos lo suficientemente buenos como para que Dios nos cuide; o b) podemos creer que algo está mal con Dios; es decir, habiendo tanta gente mala suelta por ahí, él permite que yo sea castigado con una prueba. Ambos razonamientos están igual de equivocados. Algunos siglos más tarde, Pablo explicaría que la prueba nunca viene sin una salida (1 Cor. 10:13) y ya la historia de Job había demostrado que el sufrimiento fue originado por Satanás, a fin de hacer caer a los hijos de Dios (Job 1:11; 2:5). Por si no lo estás entendiendo, el Señor no quiere tu sufrimiento y, por el contrario, sufre contigo; si quieres una prueba de ello, contempla la Cruz.
Daniel entendía. Él sabía que todo, absolutamente todo, ocurre porque Dios tiene un plan. No se conformó con un punto de vista “meramente terrenal”, sino que usó los ojos de la fe y vio más allá. Y aunque no comprendía lo que ocurría, aunque tenía preguntas sin respuestas, hizo lo que todo verdadero hijo de Dios debería hacer: tomó la decisión de no contaminarse. Seguiría viviendo en Babilonia, seguiría en contacto con una cultura netamente pagana, pero no se contaminaría.
La oración de Jesús
Esto nos recuerda la oración de Jesús, la última que se registra antes de su propio sacrificio: “No ruego que los quites del mundo […]” (Juan 17:15). Y es que, contrariamente a lo que algunos predican, ninguno de nosotros será “raptado” porque es demasiado bueno para este mundo. Seguiremos aquí, expuestos, hasta que Jesús vuelva en gloria y majestad para erradicar de forma definitiva el mal y sus consecuencias (Apoc. 21:3, 4). Seguiremos aquí por una razón, que es mostrar la gloria de Dios a quienes aún no lo conocen (1 Ped. 2:9), y a través del mejor medio: nuestra propia vida.
Resultados
Eso fue lo que pasó con Daniel: con unos 18 años de edad, el viaje de 1500 kilómetros a pie hasta Babilonia duró lo suficiente como para que se hiciera muchas preguntas. Imagino que casi todas habrán iniciado con: “¿Por qué…?” Es interesante que las respuestas comenzaron a llegarle solo después de haber tomado la decisión de mantenerse puro. Y, a partir del capítulo 2, lo vemos representando a Dios ante la corte babilónica y, posteriormente, ante la medopersa. Paganos que nunca hubieran conocido al Dios verdadero ahora estaban en presencia de su emisario, su hombre de confianza, teniendo la oportunidad de conocer y aceptar a ese Dios que para ellos era invisible, pero que tenía el control de la historia.
Es cierto que Daniel cumplió una función trascendental al interpretar sueños y recibir visiones, pero sus setenta años de ministerio en la sociedad babilonia fueron igual de importantes. Fruto de su testimonio y el de sus amigos, los reyes de las mayores potencias del momento declararon que Dios es el único y verdaderamente digno de adoración (Dan. 4:34, 35; 6:26, 27), y el eco de esta declaración llegó hasta lugares a los que Daniel nunca fue. Cuando Cristo vuelva, muchos súbditos de estos imperios paganos se levantarán a recibir la vida eterna gracias al testimonio de este joven y sus amigos, quienes decidieron mantenerse fieles a Dios a pesar de todo.
El resultado de su decisión es impresionante: de ser un rehén, un prisionero de guerra, Daniel llegó a ocupar el tercer puesto más importante de la mayor potencia del mundo antiguo, y al menos tres reyes recibieron sus consejos y reconocieron que en él habitaba “el espíritu de los dioses santos” (Dan. 5:11). Otra vez recuerdo las palabras de Jesús, esta vez en Marcos 10:29 y 30, cuando afirmó que nuestra fe ya será reconocida en esta Tierra, de una u otra manera.
La más grande recompensa
Además de los privilegios terrenales, Daniel pudo contemplar la historia hasta el final, ver como los reyes ascenderían y serían depuestos. Pudo presenciar en visión los hechos más relevantes del devenir de los tiempos, hasta contemplar el establecimiento del último gran imperio: el del Rey de reyes y Señor de señores, quien gobernaría sobre sus súbditos victoriosos de todas las edades (Dan. 7-9).
Pero, la recompensa más grande a la fidelidad de Daniel se registra al final de su libro, con el mensaje fuerte y claro que el ángel le da: “Tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días” (Dan. 12:13). Prácticamente, Daniel es la única persona del Antiguo Testamento en recibir directamente del Señor la garantía de que resucitaría. ¿Te das cuenta de lo que eso habrá significado para él? ¿Cómo se habrá sentido al recordar todo lo que pasó para llegar hasta ese momento?
Fueron setenta largos años lejos de casa, con el desafío diario de ser fiel a su Dios y de mantenerse puro en medio de todo lo que Babilonia le ofrecía. Pero, al final, la decisión de Daniel. Él verá otra vez a Jesús, ya no en visión, sino personalmente. Recibirá la vida eterna. Y todo porque, en su juventud, Daniel propuso en su corazón no contaminarse.
No puedo terminar de escribir sin pedirte que medites un momento en esta idea: en un mundo en donde tu fidelidad se pone a prueba minuto a minuto, ¿cuál es tu decisión?
Autor: Lionel Celano, pastor en el territorio de la Unión Paraguaya.
PUBLICACIÓN ORIGINAL: La decisión de Daniel