Compartir el evangelio con otras personas también lleva a la acción en favor de los individuos, inclusive en el campo social.
En 1875, la Review and Herald publicó un artículo de Charles Finney con el título de Cómo predicar para no convertir a nadie.[1] Entre las indicaciones irónicas, Finney sugiere:
- «Evite predicar doctrinas que sean ofensivas a la mente carnal, […] para que usted no perjudique su influencia». «Mantenga fuera de vista la espiritualidad de la santa Ley de Dios, por la cual viene el conocimiento del pecado, para que el pecador no vea su condición de perdido y huya de la ira venidera».
- «Predique la salvación por la gracia; pero ignore la condición de condenado y perdido del pecador, para que él no entienda lo que usted quiere decir por ‘gracia’ y sienta la necesidad de ella». «Predique el amor de Dios, pero ignore la santidad de su amor, que de alguna forma limpiará al pecador no arrepentido».
- «Intente convertir los pecadores a Cristo sin producir ninguna convicción incómoda de pecado».
- «Predique el amor de Cristo, no como benevolencia iluminada, que es santa, justa y odia el pecado; sino como un sentimiento, un cariño involuntario e indiscriminado».
- «Cultive un gusto meticuloso en su pueblo, evitando todas las alusiones desagradables al juicio final y a la retribución final. Trate esas doctrinas incómodas como obsoletas y fuera de lugar en estos días de refinamiento cristiano».
- «Asegúrese de no representar la religión como un estado de autosacrificio amoroso hecho por Dios y por las almas; sino como un estado libre y fácil de autoindulgencia. Haciendo así, usted evitará conversiones sólidas a Cristo y convertirá a sus oyentes solo a usted mismo».
Charle Finney no fue un teólogo perfecto, pero producía reavivamientos, era un reformador social, abolicionista y defendía la igualdad de género. Él impactó socialmente el mundo de su época sin renunciar a dar alertas sobre el pecado y el juicio. ¿Cómo fue posible hacer eso predicando doctrinas impopulares?
La fuerza del mensaje
Parece que, desde el siglo XIX existe el mito persistente de que necesitamos suavizar el contenido, omitir la doctrina y disimular la gravedad del problema a fin de buscar la relevancia social. Hay una tendencia hoy de retratar la teología que tiene una “visión elevada de las Escrituras” como la responsable por todos los males del mundo. Y al mismo tiempo, la teología más existencialista o liberal se ve como la que trajo beneficios a la sociedad.
Es como si las reformas sociales significativas fueran fruto de una lectura bíblica que no considera la Biblia como la Palabra de Dios. Por lo tanto, siguiendo ese razonamiento, para promover reformas hoy, los cristianos deberían abandonar esa visión elevada de las Escrituras.
La reforma social y Biblia
Eso está muy lejos de ser verdad. Primero, porque entre los reformadores sociales cristianos había mucha diversidad teológica, y ninguna rama de la teología podría reivindicar todo el crédito para sí misma. En segundo lugar, la historia cristiana muestra que nunca fue necesario negar o cambiar la doctrina cristiana clásica para ayudar a los necesitados y promover la justicia en varios niveles. Mucho del trabajo cristiano en favor de los tratados injustamente brotó directamente de la enseñanza evangélica histórica. Justicia hecha a los pobres y desamparados y doctrina bíblica `ortodoxa´, del Antiguo y Nuevo Testamento.
El punto es: para alcanzar a los pecadores (¿todavía creemos en “pecado”?) y la relevancia en cuestiones sociales, no necesitamos seguir las recomendaciones de Finney como si fuera un manual. Son una alerta. Para causar un impacto positivo, en vez de apartar a los cristianos de la Biblia, es necesario sumergirlos en ella. Bíblicamente, la predicación de las buenas nuevas siempre está ligada a las buenas obras. Dedicar la vida a las obras de justicia y al amparo de los sufrientes siempre fue el resultado histórico natural de entender el significado de lo que Jesús hizo por nosotros.
No fue negando a la inspiración e infalibilidad de las Escrituras que los cristianos ayudaron a terminar con el infanticidio y con la esclavitud. Y no promovieron la educación popular, la reforma de las prisiones y todavía hoy continúan impactando positivamente a la sociedad. No fue simulando ser solo ciudadanos romanos `normales´ que los cristianos, despreciados y oprimidos por varios emperadores, enfrentaron tribunales y persecuciones, y se multiplicaron de manera asombrosa. Enfrentando espada con fe, esperanza y buenas obras, «ellos derrotaron al estado más fuerte que la historia ha conocido. César y Cristo se encontraron en la arena, y Cristo venció» (Will Durant).[2]
Referencias:
[1] Charles Finney. “How to Preach so as to Convert Nobody”. Review and Herald, July 29, 1875. p. 37.
[2] Will Durant. Cesar and Christ. New York: Simon and Schuster, 1944. p. 652.
Autor: Isaac Malheiros, Doctor en Teología (Nuevo Testamento), tiene una Maestría en Teología (Estudios de texto y contexto bíblicos), especialista en Enseñanza Religiosa y Teología Comparada.
PUBLICACIÓN ORIGINAL: La Biblia y el impacto social de la Iglesia