La madre estaba desesperada, día y noche solo pensaba en una cosa: qué hacer con su marido. Habían sido emigrantes en Alemania y volvieron a España con la ilusión de rehacer sus vidas. Algunos ahorros les daban la posibilidad de comenzar de nuevo. Pero las cosas empezaron a no irles como ellos esperaban. Eran seis de familia. El padre, la madre y cuatro hijos. Las dos mayores, niñas. Los ahorros menguaban, los trabajos no surgían, y comenzaron a tener problemas para vivir. Comer cada día era muy complicado. Para agravar la situación, el padre comenzó a beber y, cada día que pasaba, iba a peor. El poco dinero que había se lo gastaba en el bar. A primero de mes, lo único que entraba en esa casa provenía de una ayuda social y el padre se llevaba buena parte del ingreso para pagar las deudas contraídas por la bebida. La convivencia empeorba por momentos y la madre, desesperada, buscaba ayuda por todas partes.
Un sábado por la mañana, entró en nuestra iglesia y una joven la atendió. Esa joven me explicó brevemente la situación, me dio una nota con su dirección y me dijo: «Está muy desesperada. Por favor, llámala cuanto antes». Ese mismo lunes fui a su casa, y la madre me describió con más detalle el drama que estaban viviendo. Su rostro reflejaba la desesperación que sufrían y, una y otra vez, me hablaba de la idea obsesiva que tenía contra su marido. Gracias a Dios, desde esa visita, la iglesia comenzó a actuar y a ayudar. Llegó la solidaridad, llegaron los trabajos, y ellos se convirtieron para mí en una querida familia, que salió adelante gracias a la ayuda desinteresada de varios miembros de iglesia.
No es este el único caso de situación extrema que hemos podido conocer, estoy seguro que es uno de los miles de casos cercanos que suceden a diario en nuestro país.
La familia, la escuela y la iglesia poseen los elementos necesarios para hacer que nuestros hijos aprendan a ser sensibles y responsables ante las necesidades de las personas. Estas semillas de ayuda a los demás, que tanto bien les hará y harán, se siembran en la infancia y tienen un desarrollo posterior en la adolescencia.
Los hijos de padres que van mucho a entornos naturales, de mayores les gusta ir al campo; lo mismo sucede en las familias que se interesan por otras familias, terminan viendo cómo en sus hijos crece el sentimiento de ayuda al prójimo. Esta capacidad infantil no nace de maner espontánea en los hijos, como si esa familia “hubiera tenido suerte” con ellos. El hábito de ayudar a los demás, normalmente, nace primero en los padres y se transmite a los hijos.
La influencia positiva de la familia cristiana
Desde hace unos pocos años la ciudad de Valladolid cuenta con unos paseos nocturnos muy coloridos. Se los denomina “ríos de luz” y son rutas que atraviesan diferentes zonas del centro de la ciudad con una iluminación que tiene un colorido especial sobre las calles, los edificios, los monumentos, y las plazas de su entorno. El ambiente nocturno que proporciona es cálido y agradable donde la luz desmpeña un papel de extraordinaria belleza.
Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5: 14). Podría decirse que este es el mayor cumplido que se le haya hecho jamás al cristiano, porque Jesús le ofrece ser lo que él mismo afirmó ser: «Mientras esté yo en el mundo, luz soy del mundo» (Juan 9: 5).
De una cosa estaban sus oyentes judíos seguros, ninguna persona encendía su propia luz. Jerusalén era una luz para los gentiles, pero era Dios quien había encendido la lámpara de Israel. La luz que brillaba en la nación o en la persona seguidora de Dios era una luz prestada. Así sucede también con el cristiano. La oferta de Jesús no consiste en que cada uno genere su propia luz, sino que cada luz debe ser reflejo de la luz divina. El resplandor que se ve en la vida del cristiano viene de la presencia de Cristo en su corazón.
Las casas en Palestina eran muy oscuras, con una sola ventana circular de medio metro de diámetro. La lámpara era una vasija llena de aceite que tenía una mecha. No era nada fácil encender una lámpara y cuando se la encendía se la colocaba en un soporte o candelero para que alumbrara toda la estancia.
Así es el cristianismo, se tiene que dejar ver. No existe algo así como un cristiano secreto. Nuestro cristianismo tiene que ser perfectamente visible por todo el mundo. Debe dejarse ver en todos los momentos de nuestra vida, sea en la forma en que tratamos a los compañeros de trabajo o a los jefes; o cómo tratamos a una dependienta que nos atiende detrás de un mostrador, o en la forma en que conducimos o aparcamos un coche, o cómo hacemos deporte o le hacemos espacio en el transporte público a otra persona.
También se manifiesta en el lenguaje que utilizamos en nuestro lugar de trabajo, en nuestro hogar, inclusive en lo que leemos cada día o en lo que nos permitimos ver en la televisión.
Una luz es una guía
El cristiano debe ser un “río de luz” que ilumine la ruta a los demás. Ser cristiano implica mostrar un camino; ser una luz, un foco que alumbra en un lugar oscuro. Además, su luz debe crear un entorno agradable que haga que las personas que lo perciban se sientan atraídos.
A veces puede que alguien proponga hacer algo dudoso o inconveniente. En ese caso, si un cristiano-luz se opone a esa idea y dice “no contéis conmigo para eso”, otros podrán seguir su ejemplo.
A menudo se usa la luz para advertir de un peligro que se observa más adelante y el cristiano tiene la obligación de presentar a los demás la necesaria advertencia. Hacerlo de forma que haga más bien que mal es una virtud de la luz que no ciega, que no perjudica los ojos, sino que ilumina el camino mostrando el peligro. Se decía de una famosa profesora que si alguna vez tenía que llamar la atención a un alumno, lo hacía poniendo su brazo sobre el hombro. De tal manera que si hacemos nuestra advertencia no con enfado ni con crítica, sino con amor, será eficaz. (1)
El crecimiento del altruismo
En nuestra inquietud de servicio cristiano, buscamos almas sedientas del amor de Dios para ayudarlas. Almas necesitadas que tienen deseos de mejorar ellos mismos y que desean con anhelo ayudar al mundo. Pero en muchas ocasiones nos confundimos en el lugar donde buscamos, porque esas personas no se encuentran en lejanos lugares misioneros, ni siquiera en los pueblos cercanos o en personas conocidas de nuestro propio entorno. Muchas veces ignoramos que esas personas se encuentra entre las mismas paredes de nuestro hogar.
El alcalde de mi ciudad instituyó “El día del árbol” para que los ciudadanos plantáramos árboles en los parques y en otras zonas de la ciudad. Recuerdo la ilusión con la que mi hijo, que en aquel entonces tenía unos cuatro años, plantó su arbolito. Su labor infantil fue un gesto de compromiso.
La infancia es la etapa donde debemos plantar las semillas del respeto por nuestro prójimo y del cuidado por la naturaleza. Hemos de favorecer los momentos adecuados para plantar esa semilla en el corazón de nuestros hijos, como por ejemplo:
• Si en el culto familiar hay oraciones intercesoras elevadas a Dios pidiendo por otra familia necesitada, sensibilizarás a los pequeños en el respeto y en la colaboración para proveer los medios para los que tienen menos.
• Si los niños acompañan a los padres en la entrega de alimentos o de ropa a personas que lo necesitan, enternecerán sus corazones de manera fraternal.
• Si preparan juguetes en momentos especiales para otros niños cuyos padres no puedan comprárselos, impresionará sus mentes de manera solidaria.
Muchos padres se lamentan de la actitud desagradable que muestran sus hijos adolecentes. Sin embargo, no se dan cuenta de que no sembraron las semillas adecuadas en el momento oportuno. Y ahora, tampoco toman iniciativas para darles lo que ellos necesitan, y se limitan a enfadarse y a lamentarse.
En general, el adolescente tiene un corazón solidario; pero, en muchas ocasiones, se siente inútil y de poco valor. Muchos de ellos no llegan a sentir la satisfacción de dedicar voluntariamente parte de su tiempo en beneficio de personas que los necesitan y que no pueden darles nada a cambio porque no lo tienen. En esas ocasiones la recompensa del adolescente será sentirse útil y satisfecho.
A veces los adultos no dan suficiente importancia a esa necesidad fundamental del adolescente. Sin embargo, qué importante es para ellos que respetemos sus deseos altruistas y que, en algunos casos, se las fomentemos yendo a hogares infantiles para jugar con los niños internos que tienen problemas familiares o de salud, pasando un rato acompañando a personas mayores, colaborando en campañas contra el hambre o contra la pobreza, ayudando en temas relacionados con la protección de la naturaleza o de medio ambiente (plantar árboles, limpiar el campo, reciclar productos de desecho)… Existen muchas alternativas que pueden satisfacer sus deseos solidarios. Sentirse bien es también un privilegio de los adolescentes.
Conclusión
Dice Elena White: «Nuestra vida debe consagrarse al bien y a la felicidad de otros, como lo hacía nuestro Salvador. Este es el gozo de los ángeles y la obra en la que se ocupan. El espíritu de amor sacrificado de Cristo es el espíritu que permea el cielo y la fuente de la felicidad. Y si hemos de ser idóneos para unirnos a la sociedad de las huestes angélicas, debe ser también el nuestro.» (Signs of the Times, 10 noviembre 1887).
Ser cristiano significa preocuparnos por los demás, cubrir la necesidades de las familias de la comunidad, quedarse al cuidado de un niño que se ha perdido, entablar conversación con el mendigo que está en la calle, prestar las herramientas para cambiar una rueda pichada de un coche o ser el aceite que suaviza una áspera junta de vecinos.
El libro del profeta Isaías dice: «¿No es acaso el ayuno compartir tu pan con el hambriento y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dejar de lado a tus semejantes?» (Isaías 58: 7).
«La misión del hogar se extiende más allá del círculo de sus miembros. El hogar cristiano ha de ser una lección objetiva, que ponga de relieve la excelencia de los verdaderos principios de la vida. Semejante ejemplo será de una fuerza para bien en el mundo […]. Otras familias notarán los resultados alcanzados por ese hogar, seguirán el ejemplo que les da, y a su vez protegerán su propio hogar de las influencias satánicas» (Elena White, El hogar cristiano, pág. 25).
Nota:
1. Comentario al Nuevo Testamento, W. Barclay.