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Jesús y el  discipulado. Martes 24 de mayo 2022.

SEMANA DE ORACIÓN: Id y Haced Discípulos. La Carta Magna de Jesús: el discipulado.

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En los días de Jesús, había un gran número de lideres religiosos, filosóficos y políticos que tenían seguidores comprometidos con su causa y enseñanzas. El término “discípulo”, utilizado para expresar este tipo de relación, significa “alumno” o “seguidor”. Era alguien que estudiaba con determinado maestro o que se adhería a sus creencias o ideas.

Los discípulos de Jesús

Desde el inicio de su ministerio público, Jesús comenzó a reunir a su alrededor un grupo de seguidores o discípulos. Los primeros de ellos provinieron justamente del círculo de discípulos de Juan el Bautista (Juan 1:35-40). Enseguida vinieron otros, llamados directamente por Jesús (vers. 43) o que fueron invitados a unirse al grupo por alguno de aquellos que ya seguían al Maestro (40-42, 44-49). Según esta lectura, aparentemente en apenas tres días desde su bautismo (29, 35, 39, 43), Jesús ya tenía un grupo de cinco discípulos a su alrededor.

Es interesante notar cómo las relaciones interpersonales fueron importantes para que Jesús se transformase en un maestro conocido en Galilea, la región en que vivían y donde decidiría centralizar su ministerio. Varios de sus discípulos llegaron por medio de relaciones familiares (los hermanos Andrés y Pedro y Juan y Santiago), relaciones profesionales (Pedro y Andrés eran socios de Santiago y Juan), o por una simple relación de amistad (Felipe y Natanael). Ese hecho, por sí solo, ya ilustra uno de los  principios más fundamentales del discipulado cristiano: las relaciones son más importantes y efectivas que los programas. Hasta puede suceder que alguien sea atraído por un programa de diez días, de treinta días o algún otro similar, pero nada tiende a ser tan eficiente como las relaciones personales, que son fundamentadas en el testimonio, el intercambio de experiencias y compromisos personales, y no meramente en informaciones.

El movimiento iniciado por Jesús creció rápidamente, y un gran número de personas pasó a asociarse con él y a seguirlo (Luc. 6:17; Juan 6:60). Sin embargo, el grupo era mixto. Muchos lo seguían por mero interés, porque veían en él simplemente a alguien que podría satisfacer sus expectativas políticas y materiales (Juan 6:15, 26). No creían, de hecho, que él fuese Hijo de Dios, y no buscaban un compromiso personal con él (51-58). Como resultado de las duras palabras de Jesús, muchos lo abandonaron (66-69).

Aquí encontramos un segundo principio del discipulado: usar recursos “artificiales” (sorteos, premios, regalos) para atraer interesados no genera, necesariamente, discípulos comprometidos ni con la persona ni con el mensaje de Jesús. Aunque el servicio asistencial desprendido forme parte integrante del evangelio (Mat. 25:34-36; Sant. 1:27), el uso evangelizador de este expediente hasta puede producir resultados, pero difícilmente producirá discípulos en los moldes esperados por Jesús.

Esos discípulos de ocasión, sin embargo, no desaparecieron completamente durante el ministerio de Jesús. Además de los doce, y otros que lo acompañaban y servían (Mat. 8:1-3, 10:1), los Evangelios nos hablan de otro grupo que se asociaba a Jesús: las multitudes, que eran una audiencia más superficial, por así decirlo. Ellos venían de todas partes para ser curados (Mat. 4:25; 15:29-31) y para escuchar su mensaje (Mat. 5:1, 2; 7:28, 29), pero no siempre lo comprendían.

Las mismas enseñanzas que explicaban los misterios del Reino de Dios para los discípulos, dificultaban la comprensión de aquellos que no estaban totalmente comprometidos con Jesús (Mat. 13:10-17). Ellos podían, incluso, aclamarlo como el Mesías de Israel (Mat. 21:9, 10), pero enseguida estarían clamando por su crucifixión (Mat. 27:20-25). Cuando las raíces no son profundas, el discipulado no es duradero (Mat. 13:1-9, 19-23) y puede revelarse como altamente perjudicial para la causa de Dios (Juan 6:70).

La misión del discípulo

En su ministerio, Jesús no buscó, necesariamente, producir adhesiones en masa, sino generar discípulos en el sentido pleno del término: personas totalmente identificadas con él y con su mensaje (Mat. 7:24-27; Juan 6:66-69); que estuvieran dispuestas a pagar el precio del verdadero discipulado, sin importar cuán alto pudiera llegar a ser (Mat. 16:24-26), que lo amaran y lo obedecieran irrestrictamente (Mat. 7:21; Juan 14:21; 15:9-12), y que estuvieran dispuestas, ellas mismas a hacer nuevos discípulos, y de esa manera contribuir, de manera directa o indirecta, para el avance del Reino de Dios en la Tierra (Mat. 28:18-20).

La orden de ir y hacer discípulos es la que mejor define la misión de la iglesia. Incluye dos elementos básicos. El primero es el acto de ir. Al contrario de lo que sucedía en los tiempos del Antiguo Testamento, cuando Israel debía atraer al mundo para Dios y para la verdad (Sal. 22:27; Isa. 2:2-5; 56:6-8; Sof. 3:9, 10; Zac. 14:6), la misión de la iglesia en el Nuevo Testamento es ir a todas las naciones; en realidad, hasta los confines de la tierra (de acuerdo con Mar. 16:15, 16; Luc. 24:46- 48; Hech. 1:8).

Es una nueva perspectiva misionera, sin estar más centrada en Jerusalén ni en la realidad geopolítica de Israel. No es más el plan de Dios que nos establezcamos en un único lugar y aguardemos a que los otros nos observen y sean atraídos a Dios. Aunque nunca debamos renunciar al deber de vivir una vida ejemplar e influir sobre las personas (Mat. 5:13-16; Col. 1:9, 10; Tito 2:1-10; 1 Ped. 2:11-21), debemos estar dispuestos a salir de nuestra zona de confort para alcanzar a aquellos que no conocen el evangelio, y de esa manera hacer discípulos para Jesús.

No es que debemos dejar todo y salir por ahí como predicadores itinerantes. Hay varias maneras de cumplir con esta misión evangélica, de forma directa o indirecta. El punto es que debemos estar dispuestos a dejar la pasividad, ampliar los horizontes y permitir que Dios nos utilice de la manera más efectiva, como sus instrumentos para la conversión de aquellos que están en nuestro círculo de influencia, sean quienes fueren.

El segundo elemento que aparece en Mateo 28:18 al 20 es el conjunto de medios por el cual se hacen discípulos, es decir, el bautismo y la enseñanza. En el original griego, los verbos “bautizando” y “enseñando” son dos participios modales subordinados al verbo principal, que es “hacer discípulos”. Por eso, estos indican la manera en que la acción del verbo principal debe ser realizada.

El bautismo, como todos saben, es el testimonio público tanto de la aceptación de Jesús como Salvador personal como de la disposición a unirse a su iglesia en la Tierra. La enseñanza, por su parte, es el adoctrinamiento necesario para que ambas cosas, la aceptación de Jesús y la integración a la iglesia, sean decisiones conscientes y responsables. Nadie debería ser estimulado a recibir el bautismo sin una comprensión básica de lo que está involucrado en el acto de aceptar a Jesús como Salvador personal, y unirse al cuerpo de creyentes, que es la iglesia.

Tampoco deberíamos imaginar que bautismo y enseñanza se refieran a procesos distintos y sucesivos en la vida de alguien que desea transformarse en un discípulo; primero el bautismo, es decir, la conversión, después la enseñanza, que es la instrucción en la doctrina. En griego, ambos verbos están en tiempo presente y, por lo tanto, describen experiencias simultaneas a las del verbo principal. Eso significa que, en la actividad misionera de la iglesia, la instrucción en la doctrina no puede estar disociada de la experiencia de la conversión. Al final de cuentas, nadie se transforma en un discípulo genuino únicamente mediante una experiencia emocional o catártica.

Si, como fue dicho, el discípulo es un alumno, un seguidor, alguien totalmente identificado con la causa, las creencias y las ideas de un maestro o un líder político o religioso, entonces no hay discipulado que no involucre las nociones de enseñanza y aprendizaje. Tal vez sea por eso que Jesús pasaba tanto tiempo enseñando (Mat. 5:2; 7:29; 9:35; Mar. 1:21, 22; 4:2; 8:31; etc.). En realidad, hay en los Evangelios nada menos que 45 apariciones del verbo “enseñar” (en griego, didaskõ) en que Jesús es el sujeto de la acción.

En ningún momento debemos minimizar la necesidad de la genuina conversión para que alguien se transforme en un discípulo, como tampoco debemos minimizar la necesidad del aprendizaje. Jesús fue claro, al decir que deberíamos ir y hacer discípulos, bautizándolos y ensenándoles a guardar todas las cosas que él nos había ordenado (Mat. 18:19, 20). Si somos llamados a hacer discípulos para Jesús, y no para nosotros mismos (Mat. 23:8), entonces debemos enseñarles fielmente a guardar todo lo que Jesús nos ordenó.

Conclusión

¿Qué aprendemos de Jesús, con relación al discipulado cristiano? Los discípulos se hacen principalmente por medio de relaciones interpersonales, y no tanto por medio de programas. Eso significa que no se hacen discípulos al por mayor, sino prestando atención individualizada a las necesidades de cada persona y a sus potencialidades. Fue así́ que el grupo de los Doce fue poco a poco formándose, y así́ el propio Jesús lo hizo.

Él era directo y absolutamente personal (Mat. 9:9; Juan 1:47-50; 3:1-7; 4:5-30; etc.) Los programas masifican, pero las relaciones crean oportunidades únicas para la interacción y el testimonio. Es por eso que Jesús invertía tiempo en las personas.

En el proceso del discipulado cristiano, el bautismo y la enseñanza son fundamentales. Discípulo es alguien que pasó por la experiencia de la genuina conversión, renunciando a sí mismo y al mundo y entregándose enteramente a Jesucristo como Salvador y Señor. Pero, también es alguien que conoce y acepta todo lo que Jesús ensCopiar en un borrador nuevoeñó. Seamos nosotros mismos verdaderos discípulos. Pero también estemos dispuestos a ir, salir de nuestra zona de confort y ser usados por Dios para formar a otros discípulos, en una cadena que finalmente pueda alcanzar a todo el mundo. “Entonces, vendrá́ el fin” (Mat. 24:14).

Autor: Wilson Paroschi

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