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Gracias

«Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me dio dos luceros que cuando los abro
perfecto distingo lo negro del blanco
y en el alto cielo su fondo estrellado,
y en las multitudes el hombre que yo amo».

Me encanta esta canción de Violeta Parra aunque, evidentemente, yo te doy las gracias a ti, mi Amigo.

Qué maravilloso privilegio
 tener dos luceros que me permiten disfrutar de todo lo bueno y bello diferenciándolo claramente de lo malo y lo feo, que evitan muchas de mis caídas, que enriquecen mi vida gracias a todo lo que percibo a través de ellos, que posibilitan la detección de aquello que debe ser mejorado, que…

¡Qué suerte tengo! Mis ojos, aun miopes y envejecidos, llenan de luz mi vida, tanto que puedo ver los defectos de quienes me rodean para que puedan corregirlos; tanto que, gracias a ellos, puedo ayudar a quienes no ven las cosas como yo; tanto que percibo con claridad el camino a seguir de modo que puedo conducir del brazo a quienes erraron el trayecto de su viaje.

¡Pero, Dios mío! ¿Qué estoy diciendo? Ahora vienen a mi mente y a mi corazón las palabras que tú mismo me dedicas en Apocalipsis 3: 17­18: «Dices: “Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada”; pero no te das cuenta de que el infeliz y miserable, el pobre, ciego y desnudo eres tú. Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego, para que te hagas rico; ropas blancas para que te vistas y cubras tu vergonzosa desnudez; y colirio para que te lo pongas en los ojos y recobres la vista».

¡Ah! ¡Estoy ciega y no lo sé! ¿Qué hago yo viendo los defectos ajenos si no soy capaz de distinguir los míos propios? ¿Cómo me puedo creer que mi punto de vista es superior y más correcto que el de los demás si no veo? ¿Seré como esos hipócritas a quienes reprendes duramente y en lugar de facilitarles el camino les estaré impidiendo la entrada?

¡Dame tu colirio! Imploro tu ayuda, te necesito. Es sólo gracias a tu Santo Espíritu que puedo vislumbrar el final del trayecto, sin dejar de ver el lugar donde me hallo. Es sólo gracias a tu amor que puedo superar mi ceguera espiritual. Es sólo por tu poder que puedo vencer mis defectos, corregir mis errores y evitar la tentación.

Renueva mi visión, libérame de las ataduras de la ceguera que me impide alcanzar la misión que tú puedas tener para mí.

Ayúdame a fijar cada día mis ojos en ti para que sea tu luz la que dirija mis pasos y a que ambos ojos estén dirigidos al mismo sitio, porque no quiero caminar mirando de reojo lo que pueda haber a derecha o a izquierda. Aclara mi vista para que pueda distinguir con claridad meridiana lo bueno de lo malo, especialmente en aquellos casos en los que la línea de difumina hasta perderse.

Te alabo, te adoro, te amo, Amigo.

Revista Adventista de España