Se habla de la necesidad de transformar el mundo y, a veces, olvidamos que el mundo no cambiará si primero no lo hacemos las personas.
La decisión de convertirse en docente debe atender a una vocación de servicio, a un empeño de ser un instrumento de ayuda, una herramienta de cambio en manos de Dios.
Nelson Mandela entendió la educación como el arma más poderosa que existe para cambiar el mundo. Y lo es. Nuestra profesión nos brinda la oportunidad diaria de modelar, influir y trascender en las diversas esferas que conforman al ser humano. Inmensa responsabilidad ser partícipes en el desarrollo del intelecto y el carácter de aquellos que pueden liderar el cambio.
Esperanza y segundas oportunidades
En la figura de Jesús como maestro vemos un modelo de enseñanza trascendente y transformadora con un objetivo claro: cambiar el mundo. Él sabía que su cometido era salvar a la sociedad de su triste destino y eso requería emplear todas las herramientas necesarias. ¿Qué herramientas? Todas las que puedan transmitir el mensaje más poderoso que ha llegado a conocer la humanidad: el plan de redención, un mensaje de esperanza. Dentro de ese cometido Jesús fue una luz en la sociedad de su época, ayudando a vislumbrar detalles que antes pasaban desapercibidos. Él nos instó a continuar ese modelo iluminador siendo un reflejo suyo.
Ahora, nuestro mayor cometido como docentes es servir a las personas ayudándolas a desear que Él transforme sus vidas. Para hacerlo debemos fijarnos en el método de Jesús y tratar de aplicar los ingredientes de éxito que, en numerosas ocasiones, puso en práctica. Uno de ellos, esencial en su metodología, es la capacidad de generar esperanza y segundas oportunidades. Es fundamental que proyectemos en nuestros alumnos la tranquilidad y la confianza de saber que el error no los define. Con esfuerzo pueden superar cualquier bache y, si caen, tienen en sus profesores una mano tendida para conducirlos hacia propósitos más elevados. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Mateo 5:16
Atención personalizada
Otro componente fascinante es la disposición que Jesús tenía para ver qué necesitaba la gente de forma específica. A eso nosotros le llamamos atención personalizada y es un ingrediente que no debe faltar en nuestras aulas. No podemos tratar a las personas como un conjunto homogéneo. Al contrario, cada alumno trae consigo una mochila cargada con diversas circunstancias que influyen en su aprendizaje. Asimismo, cada persona posee un tipo de inteligencia y también es necesario potenciarla.
Nuestro rol es acompañar al estudiante en su camino por la escuela, hacerlo crecer en todos los ámbitos posibles, darle la motivación necesaria y adecuar nuestro mensaje a su manera de entenderlo, como tantas veces lo hizo Jesús. Solo así podremos obtener de ellos un desarrollo pleno de sus capacidades. “En todo ser humano percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transformados por su gracia” EGW. La Educación, 67.
Cuando fijamos la vista en el ejemplo del Maestro de maestros y, humildemente, tratamos de poner en práctica estos ingredientes, encontramos resultados como el Ana*, una alumna que llegó a nuestras aulas hace algunos años. Al principio, presentaba un cuadro complejo: familia desestructurada; extranjera; sin un dominio absoluto de la lengua; dificultades de aprendizaje; un carácter complicado y una autoestima muy baja que ocultaba tras la necesidad imperante de llamar la atención de sus compañeros.
Con el paso de los años, esa actitud disruptiva fue relajándose. Trabajamos en la aplicación de medidas de atención personalizada y de adaptación de los contenidos, para que pudiese asimilar mejor cada una de las materias en las cuales necesitaba una ayuda extra. Sin embargo, lo más significativo de este caso es que siempre tuvimos presente la persona en la que podría convertirse el día de mañana.
Intentamos que esa mochila de circunstancias negativas no fuera más que una carga que aliviar con cariño, trabajo y compresión, motivándola a mejorar cada día. La familia y la escuela han caminado de la mano para despertar el interés de esta chica y modelar su carácter. Hace unas semanas, cuando su rendimiento fue evaluado, el equipo de docentes no pudimos más que felicitarla por ese cambio tan notable que comenzaba a verse en ella. No únicamente a nivel académico, sino también a nivel personal. Es quizás una de las mayores satisfacciones que vivimos como docentes, ser parte de ese cambio y comenzar a ver esos destellos de transformación en las personas.
La pedagogía de Jesús es perfecta. Poner en práctica sus herramientas puede llevar a nuestras escuelas a ser verdaderos focos de luz. Seamos, por tanto, esos agentes de cambio llenos de luz que los alumnos necesitan ver en sus vidas. Reconstruyamos este mundo ensombrecido con colores, esperanza y el anhelo de parecerse al Mundo que está por venir, el cual se está diseñando, desde hace tiempo, con infinidad de matices eternos y del que todos podemos ser parte.
*Nombre ficticio.
Autoras: Patricia Montoya y Silvia Roig, profesoras de Secundaria en el Campus Adventista de Sagunto (CAS)
Imagen: Photo by Timothy Dykes on Unsplash