El periodo de confinamiento que estamos viviendo hace que tengamos que adaptarnos, en muchos casos, a ciertas maneras de vivir, de trabajar y de relacionarnos que son diferentes a nuestra manera habitual de actuar, pero tenemos que hacerlo para tratar de no caer en una parálisis atrofiante y restablecer, en la medida de lo posible, la normalidad en nuestras vidas.
Cómo han cambiado nuestra manera de relacionarnos
En estas últimas semanas han cambiado muchas cosas y una de ellas es la manera de relacionarnos como hermanos en la fe y de adorar en la iglesia. Las congregaciones están ahora cerradas, por prevención y por imperativo legal, pero hemos podido desarrollar, gracias a la tecnología y la ayuda del Señor, toda una serie de actividades que nos permiten estar “cerca” los unos de los otros y poder disfrutar, de otra manera, de muchas de las actividades que normalmente hacemos en la iglesia, incluidas las de adoración.
Uno de los aspectos importantes de la adoración es, sin duda, cuando tenemos la oportunidad de entregar con gozo y con alegría (“Dios ama al dador alegre”) las ofrendas y los diezmos como reconocimiento y agradecimiento al Señor por sus bendiciones. Si las iglesias están cerradas, obviamente no podemos participar de esos momentos especiales de adoración in situ, pero sí que podemos hacerlo, enviando por transferencia bancaria (muchas personas ya lo hacen así habitualmente) el importe que normalmente entregamos cada sábado, en sobres o en metálico, en el momento de recoger las ofrendas.
Ahora bien, ¿qué ocurre con las personas que no están acostumbradas a utilizar este sistema? Una forma muy sencilla es guardar en un sobre o en una cajita el importe que entregaríamos físicamente al tesorero o depositaríamos en las bolsas de las ofrendas y entregarlas en el momento en que se vuelvan a abrir las iglesias. Es importante que se haga esta previsión para que sintamos la satisfacción de poder alabar al Señor de esta forma y que, al mismo tiempo, todo funcione lo más normalmente posible. Y aquí es donde cobra fuerza la historia de Meropi Gjika que resumiré en las siguientes líneas.
Meropi Gjika: una historia de fidelidad
Meropi Gjika nació en 1907 en la ciudad de Korçë, en el sudeste de Albania. Esta ciudad se encuentra a escasos kilómetros de la frontera con Grecia y también a muy poca distancia de lo que hoy es Macedonia del Norte. Por esta razón, Meropi Gjika, al igual que muchas personas albanesas, hablaba el griego, además del albanés.
A comienzos de la década de 1940, la organización de la Iglesia Adventista envió a este país a un pastor, de origen albanés por parte materna, para que intentara abrir Obra allí. El pastor era Daniel Lewis y procedía de Boston (Massachusetts). Comenzó a desarrollar su labor evangelística en Korçë porque allí tenía referencia de antiguos familiares y fue de esa manera como entró en contacto con Meropi Gjika.
A ella le gustó el mensaje que predicaba el pastor Daniel Lewis y le manifestó su ferviente deseo de prepararse para el bautismo, ya que quería entregarse al Señor y unirse a la Iglesia Adventista. Empezó a recibir las clases bautismales y lo hacía con una Biblia en griego moderno que le había regalado el pastor Lewis. Sin embargo, y desgraciadamente, ella no pudo ver cumplido su deseo de ser bautizada porque en 1944 se implantó en Albania un régimen político que declaró, desde el primer momento, una guerra abierta contra cualquier forma de religión.
El que fue durante más de cuarenta años presidente del país, Enver Hoxja, llegó a afirmar en 1967 que Albania era una nación oficialmente atea (el primer país ateo del mundo) y que en ella no había ya ningún vestigio de religión. El pastor Lewis fue detenido y llevado a prisión. En los primeros tiempos de su encarcelamiento, Meropi Gjika le llevaba alimentos y ropa a la cárcel, pero después dejó de hacerlo porque el pastor Lewis murió después de sufrir torturas sistemáticas, ya que él, en todo momento, eligió honrar al Señor en todo cuanto hacía y especialmente siendo fiel en los días de sábado.
Aislamiento y… ¡lealtad a Dios!
Meropi Gjika, y todos los creyentes de Albania, del signo que fueran, quedó totalmente aislada y sin contacto alguno con la iglesia. Y así estuvo hasta 1991 en que cayó el régimen comunista albanés, uno de los más estrictos de los países del este de Europa, y que durante más de cuatro décadas había gobernado el país con mano de hierro.
En ese aislamiento, nuestra protagonista lo pasó muy mal, pero trató de ser fiel al Señor. Conservó su Biblia en griego, copiaba pasajes de ella en papel y los compartía con amigos y familiares en medio de la más absoluta clandestinidad. Su esposo, que era militar, la amenazó varias veces con abandonarla porque, según él, se comportaba como una “traidora de la patria”, pero ella no decayó y siguió con su labor. Pudo instruir a sus tres hijos en los principios de la fe adventista y compartir sus creencias con algunas personas.
Una vez que cayó el régimen y hubo libertad religiosa, la Iglesia Adventista pensó en abrir de nuevo Obra en Albania y, a finales de 1991, envió al evangelista australiano David C. Currie para esta misión. El pastor Currie y su esposa planearon una serie de actividades evangelísticas, entre las cuales había una serie de conferencias públicas. Cuando a Meropi Gjika le dijeron que un pastor adventista estaba desarrollando estas actividades, el corazón le dio un vuelco. Rápidamente se presentó ante el pastor Currie y le contó su historia y casi no dando crédito él a lo que estaba oyendo.
El sabía que el pastor Daniel Lewis había trabajado en aquellas tierras casi hacía mucho tiempo, pero nunca se hubiera imaginado que, casi cincuenta años después, iba a encontrar a una de las personas a las que instruyó. Ahora la tenía delante y a su mente le vinieron las palabras de Salomón “echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás” (Pr. 11:1), Meropi Gjika le manifestó desde el primer momento su decisión de ser bautizada y cumplir un deseo con el que durante tantos años había soñado.
Un encuentro con final inesperado
Pero lo que más le impresionó al pastor David Currie fue lo que ocurrió poco después de ese encuentro. Un día, Meropi Gjika fue a verle con una caja en la cual ella había guardado los diezmos y las ofrendas durante todos esos años de aislamiento. Cuando la puso en manos del pastor y le dijo que eso era para el desarrollo de la obra del Señor, tal como lo dice la Biblia y se lo había enseñado el pastor Lewis, él no podía salir de su asombro y le preguntó: “hermana, ¿cómo ha podido usted hacer esto?”. Ella respondió: “Lo hice por fidelidad al Señor y, además, con agradecimiento por todo lo que Él hizo por mí y para el desarrollo de su causa”.
La mujer le explicó que también había podido ver cumplido este sueño. La cantidad que ella entregó, al cambio de entonces, fue de 583.56 dólares. Si tenemos en cuenta que cuando ella tuvo un trabajo estable ganaba 4 dólares al mes, nos damos cuenta de que lo que ella estaba entregando representaba una autentica fortuna, que equivalía al salario de muchos años. Cuando el pastor Currie le preguntó si alguna vez ella había tenido dificultades para sobrevivir, ella le respondió: “dificultades muchas y penurias ni se las imagina, pero nunca pasó por mi cabeza tomar un solo céntimo de lo que le pertenecía al Señor”.
¿Qué hacer con los diezmos y las ofrendas en este tiempo de confinamiento?
Y en este punto de esta historia, me gustaría regresar al principio de lo que planteaba al comienzo de este escrito. Si alguien tiene algún interrogante, que creo que no, de qué hacer con los diezmos y las ofrendas en este tiempo de confinamiento, la historia de Meropi Gjika le sacará de cualquier duda. Si ella fue capaz de guardar durante casi 50 años los diezmos y las ofrendas para entregarlas fielmente al Señor, nosotros también podemos hacerlo, y con muchos menos problemas, en las semanas que dure este confinamiento.
Meropi Gjika fue la primera persona que fue bautizada en Albania (1992) después de la caída del comunismo. Casi no hubo que instruirla, sino más bien ratificar lo que ella ya sabía. Cuando estaba de pie, junto al pastor Currie y después de que él pronunciara las palabras “yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, ella levantó su mirada y su brazo derecho al cielo y dijo: “Gracias, Señor, por perdonar mis pecados y recibirme en tu seno”, siendo a continuación sepultada en las aguas del bautismo.
Meropi Gjika pasó al descanso el 17 de febrero del año 2001 a los 97 años de edad. No vio cumplido en su vida su tercer gran sueño que era el de que se levantaran iglesias adventistas en Albania y la iglesia fuera organizada también en su país. Hoy, sin embargo, esto es una realidad y en ella se cumplió esa promesa del tercer ángel que dice: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13).
La vida y el ejemplo de Meropi Gjika, en aquella época de confinamiento del feroz régimen de la Albania de Erven Hoxta, es un testimonio vibrante para hoy y para las generaciones venideras de entrega, de compromiso y de fidelidad al Señor. Sin ninguna duda, ella será de las que escuchen de los labios de su amado Jesús aquellas conmovedoras palabras: “ Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” ( Mt. 25:21).
Autor: Miguel Ángel Roig, profesor y pastor jubilado de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Fotografía: Archivo Histórico Adventista.