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Para el sábado 9 de febrero de 2019.

Esta lección está basada en Marcos 1:40-45, Mateo 8:2-4, Lucas 5:12-16, Deseado de todas las gentes, capítulo 27.

  • El intocable.

    • El hombre de nuestra historia estaba enfermo de lepra. ¿Qué era la lepra? ¿En qué consistía esta enfermedad?
    • Era una enfermedad que afectaba al sistema nervioso. El enfermo perdía la sensibilidad. No sentía el dolor, ni el frío ni el calor. La piel se desprendía del cuerpo y sus heridas no sanaban.
    • La lepra era muy contagiosa. Por eso, el enfermo debía vivir aislado de la sociedad. Con una campanilla advertía a la gente sana de su enfermedad, para que no se acercasen. Además, debía gritar: “Inmundo, inmundo”.
    • No se conocía ningún remedio para sanarla.
    • Se creía que era un castigo divino por los pecados.
    • Todos tenemos una enfermedad tan terrible como la lepra: el pecado. Todos, por lo tanto, necesitamos ser sanados. ¿Dónde acudiremos para recibir sanidad?
  • El sanador.

    • Jesús viajaba de lugar en lugar sanando a todos los que le pedían curación.
    • Nunca le había negado a nadie su toque sanador.
    • Era compasivo y le agradaba impartir salud a los que la necesitaban.
    • Pide a Jesús que te de un corazón compasivo como el suyo. Puedes ayudar a los demás escuchándolos y acompañándolos en sus enfermedades y en sus problemas.
  • La petición del intocable.

    • El leproso había oído hablar de Jesús, el Sanador, y de cómo había sanado a muchos de enfermedades incurables.
    • La esperanza del leproso creció al enterarse de que Jesús estaba cerca, a pesar de los obstáculos que su enfermedad le imponía:
      • Desde el tiempo de Naamán, no existía ningún registro de sanamiento de un leproso.
      • Creía que se encontraba bajo la maldición de Dios.
      • Según la ley ritual, le era imposible acercarse lo suficiente a Jesús como pedirle que le sanara.
    • Sabes que Jesús siempre, siempre, te escucha. No dudes en pedirle en oración todo aquello que necesites, aunque los obstáculos sean tan grandes que te parezca imposible que tu petición se responda.
  • Tocando al intocable.

    • Rompiendo todas las reglas, se acercó a Jesús y cayó de rodillas ante Él suplicándole: “Si quieres, puedes limpiarme”.
    • De repente, sintió que una mano se posaba sobre él. Comenzó a tener sensibilidad en su cuerpo, mientras escuchaba las palabras amorosas de Jesús: “Quiero, sé limpio”.
    • Examinando su cuerpo, observó que estaba completamente sano. La lepra había desaparecido con el toque sanador del Maestro.
    • Agradece a Jesús porque sigue siendo contigo tan compasivo como lo fue con el leproso.
    • Aunque consideres a alguien indigno de ser amado, piensa que debes mostrarle el mismo amor y la misma compasión que Jesús mostró. Actúa igual con aquellos que son rechazados.
  • Siguiendo las reglas.

    • Antes de dejarle ir, Jesús le ordenó que siguiese las reglas establecidas para un caso como el suyo.
    • Debía guardar silencio y presentarse ante el sacerdote, para que éste certificase su curación.
      • “Si los sacerdotes hubiesen conocido los hechos relacionados con la curación del leproso, su odio hacia Cristo podría haberlos inducido a dar un fallo falto de honradez. Jesús deseaba que el hombre se presentase en el templo antes de que les llegase rumor alguno concerniente al milagro. Así se podría obtener una decisión imparcial, y el leproso sanado tendría permiso para volver a reunirse con su familia y sus amigos” (DTG, 229).
    • Jesús nos enseña a ser respetuosos con la ley establecida.
  • Imposible no contarlo.

    • Una vez curado, no pudo callar su alegría y mostrar el agradecimiento a Jesús, que le había sanado.
    • Pudo volver a su casa y abrazar a su familia. Fue aceptado nuevamente en la sociedad y en la iglesia.
    • Desde aquel momento pudo llevar una vida normal, excepto en el hecho de que contaba a todos lo que Jesús había hecho en su vida.
    • Cuenta a todos lo que has aprendido de Jesús y lo que Él ha hecho por ti.

Resumen: Mostrar compasión hacia los demás es una manera de servir a Dios.

Actividades

Historia para reflexionar

La pequeña Milagro

Anónimo

En la tierra de Birmania, en una aldea llamada Mosokuin, vivía una madre birmana con cuatro hijos. Esa mujer tenía un nombre extraño. La llamaban Ma Kué, que en nuestro idioma significaría Sra. Perro.

Cada sábado de tarde, los maestros y alumnos de la escuela misionera iban a Mosokuin para celebrar una escuela sabática filial. Cuando terminaba la reunión, la enfermera misionera abría su cajón de medicinas y trataba a los adultos, y a los niños, que tenían llagas y heridas. Un sábado de tarde, alguien le dijo:

-Aquí hay una mujer que pide ayuda para su bebé.

La enfermera miró a la mujer, quien sostenía a la niña más diminuta y delgada que ella hubiese visto.

-¿Qué edad tiene su bebé, y qué le pasa? -preguntó la enfermera misionera.

-Oh, sayama (enfermera) , mi chiquita está muy enferma, y temo que se vaya a morir -fué la respuesta.

-¿Qué le da usted de comer? -preguntó entonces la enfermera.

-No puedo darle de comer. No tengo leche, y ella no puede comer arroz. ¿Qué puedo hacer? -preguntó en tono suplicante la madre.

La enfermera examinó cuidadosamente a la niñita, que tenía en verdad muy triste aspecto. Sus miembros delgados eran como palitos cubiertos de piel. Aunque aparentaba tener sólo unos días, había cumplido ya seis meses.

-Ma Kué, ¿podría usted acompañarnos a casa para que le demos algo de alimento y medicina para su hijita? -preguntó la enfermera a la madre.

Ma Kué dejó a su hijita enferma con una vecina y siguió a los misioneros y a los estudiantes cuando volvieron a la escuela, que estaba situada a unos tres kilómetros de allí.

En la casa de los misioneros, se sentó y aguardó en la galería mientras la enfermera preparaba las cosas que le iba a entregar. Una maestra le explicó cómo debía mezclar el polvo de leche con agua, y cuánto aceite de hígado de bacalao debía dar cada día a su hijita.

También se le dio a la Sra. Kué un poco de jabón y explicaciones acerca de cómo debía bañar cuidadosamente a la chiquita cada día. En Birmania, son muchos los niños que no son bañados cada día, o si se los baña, es sin jabón. Además, la Sra. Kué se alegró de recibir algunas ropitas para la niña.

Antes de despedir a la Sra. Kué, la enfermera y la maestra elevaron a Dios una ferviente oración para que bendijera y sanara a la enfermita.

A la puesta del sol, llevando la leche en polvo, el aceite de hígado de bacalao, el jabón y las ropitas, la Sra. Kué se encaminó hacia su casa, con el corazón lleno de esperanza y felicidad.

Como cinco días más tarde, Ma Kué volvió a buscar más leche en polvo, y muy contenta explicó que la niña se estaba fortaleciendo. Gustosamente, la enfermera le dió otra lata de leche en polvo.

Transcurrieron los días, y se alargaron en semanas y meses, y mientras los misioneros atendían a las actividades escolares, así como a los enfermos, la enfermera se acordaba de vez en cuando de la Sra. Kué. Se preguntaba por supuesto cómo le iría a ella y a su hijita.

Una mañana temprano, oyó que alguien llamaba a su puerta. Se apresuró a contestar, y ¿quién os parece que estaba llamando? Era la Sra. Kué con sus niños. Había traído a la niña que antes había estado muriéndose de hambre, y ahora se distinguía por sus piernas y brazos regordetes. Estaba aprendiendo a caminar.

– ¡Oh, Sayama -dijo con tono feliz la Sra. Kué-, gracias por haber salvado a mi hijita! Ahora tiene un año, y como Vd. ve está sana y fuerte.

La enfermera recordó a Ma Kué que el Dios del cielo era quien había sanado y fortalecido a su hijita. Le explicó que ella no había hecho sino prestar un poco de ayuda a Dios, y que gracias al poder y a la voluntad del Señor, su hijita estaba sana.

La Sra. Kué pidió a la enfermera que pusiese un nombre a la niña. Porque en Birmania no se da nombre a los bebés hasta que tienen de seis meses a un año. Entonces hacen una fiesta especial para dar nombre al bebé. Pero cuando Ma Kué pidió a la enfermera que le pusiera nombre a su bebé, no hubo fiesta.

La enfermera pensó en varios nombres, y finalmente escogió el de Esther. Se le ocurrió que la vida de esta niñita, como la de la reina Esther en la Biblia, había sido salvada con un propósito. Tal vez Dios tenía un plan para su vida, y que llegaría a trabajar para él en Birmania. Era tal vez con este fin que había sobrevivido.

Son muchos los niños de Birmania que no conocen a Jesús, pero se llenan de felicidad cuando llegan a conocerlo. Muchos dirigen sus oraciones a ídolos, porque no saben nada del amor de Cristo. Necesitan que vayan más maestros a hablarles del Evangelio. Mientras somos pequeños podemos orar por ellos, y podemos dar ofrendas para que se puedan mandar Biblias, maestros y misioneros, a fin de que los muchos paganos de Birmania, y de otros países, puedan conocer al Dios verdadero. Así todos podemos ser misioneros aún desde pequeñitos.

Resumen, y selección de materiales, de Eunice Laveda, miembro de la Iglesia Adventista del 7º Día en Castellón. Eunice Laveda es responsable, junto con su esposo, Sergio Fustero, de la web de recursos para la E.S. Fustero.es

Foto: rawpixel on Unsplash

 

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