¡Vivamos enamorados del Amor! Este 14 de febrero, Día de los enamorados, la sociedad celebra el amor romántico y la amistad. Sin embargo, en esta fecha, tal vez deberíamos elevar nuestra mirada más allá del amor humano y contemplar el Amor en su máxima expresión: el Amor de Dios, el amor Ágape, que trasciende todo entendimiento y transforma vidas, comenzando por la nuestra. ¡Enamorémonos del Amor de Dios! ¡Experimentémoslo y compartámoslo! ¡No hay nada mejor!
La Escritura nos dice que «Dios es Amor; y el que permanece en Amor, permanece en Dios, y Dios en él» (1ª de Juan 4:16). Y es que el Amor de Dios no es un amor cualquiera. Ese Amor (sí, así, con mayúscula, porque es el más puro que existe; su máxima expresión) no es pasajero, ni está condicionado por emociones o circunstancias, como el nuestro. Es un Amor eterno, inquebrantable, capaz de darlo todo sin esperar nada a cambio. Un Amor muy superior a cualquier amor humano. Un Amor que solamente podemos sentir y compartir cuando estamos conectados a la fuente del Amor, que es Dios. Un Amor que experimentamos solamente cuando estamos enamorados de Dios, como respuesta a su Amor por nosotros.
Y la mayor demostración de ese Amor la vemos en Jesucristo: «Porque de tal manera Amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). ¿Existe mayor prueba de Amor que esa? La Biblia responde: «Nadie tiene mayor Amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13).* ¡Es normal que estemos enamorados de nuestro Dios! ¡Nos ha amado hasta el punto de dar a su propio hijo para entregar su vida a cambio de la nuestra! ¡Jesús nos ama tanto, que vino a este mundo y se cambió, voluntariamente, por nosotros! Sin duda no existe un Amor más grande.
El Amor encarnado
Jesús vino a este mundo infectado por el pecado, no solo para mostrarnos el Amor del Padre que habíamos olvidado, distorsionado y sepultado entre cientos de ritos religiosos, sino para ser la personificación de ese Amor. Él reflejó la compasión, la paciencia y el sacrificio, no solamente en su vida, sino también en su muerte en la cruz. Elena de White lo describe así: «El Amor de Cristo es un Amor puro y santo, sin mancha ni egoísmo. Es un Amor que no busca lo suyo, sino que se da enteramente por el bien de los demás» (Elena de White, El camino a Cristo, página 49).*
Ese Amor no se queda en palabras, sino que actúa: sana, restaura, redime. El apóstol Pablo nos recuerda que «Dios muestra su Amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). No nos ama por lo que somos, sino por lo que, de Su mano, llegaremos a ser». Su Amor nos da una nueva identidad y nos llama a reflejarlo en nuestras relaciones con los demás. Jesús es nuestro Amado y nuestro Maestro.
Transformados por el Amor de Dios
El Amor de Dios tiene el poder de transformarnos desde dentro. Cuando lo recibimos en nuestro corazón, vivimos enamorados de su Amor y aprendemos a amar de verdad. No con un amor basado en emociones fluctuantes, sino con un Amor sincero y desinteresado como el que recibimos de Él. «Nosotros amamos porque Él nos amó primero. Si alguien dice: «Yo amo a Dios», pero aborrece a su hermano, es un mentiroso. Porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y este mandamiento tenemos de Él: que el que ama a Dios, ame también a su hermano» (1ª de Juan 4:19-21).
La Biblia nos exhorta: «Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros» (1ª de Juan 4:11). Y al marcharse, ese fue el último deseo de Jesús: «Amaos unos a otros; como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. Vuestro Amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos».
Este Amor nos llama a perdonar, a ser pacientes, a servir sin esperar recompensa. Elena de White nos anima: «El Amor genuino no busca lo suyo. Se goza en la verdad y se deleita en el bienestar de los demás» (Elena de White, El discurso maestro de Jesucristo, página 119). Amar como Cristo amó es la misión de todo creyente.
Amar a los demás con el Amor de Dios
El amor que el mundo celebra el Día de los Enamorados es hermoso, pero efímero si no está cimentado en el Amor de Dios. El Amor de Dios no solo llena los vacíos del alma, sino que nos capacita para amar a los demás con parte de ese Amor genuino y eterno. Y es que el Amor verdadero «es sufrido, es benigno; el Amor no tiene envidia, el Amor no es jactancioso, no se envanece… Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El Amor nunca deja de ser» (1ª de Corintios 13:4-8). Y ese tipo de Amor, definitivamente, excede en mucho al que solemos ofrecer.
Hoy, en este Día de los Enamorados, llenémonos del Amor de Dios y dejemos que brote hacia quienes nos rodean. Seamos canales limpios, fuentes del Amor de Dios. Que su Amor transforme nuestras vidas y nos ayude a amar de verdad. Porque, como nos dice la Escritura, solamente así «Conoceréis el Amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, y seréis llenos de toda la plenitud de Dios» (Efesios 3:19).
Que este 14 de febrero, y cada día de nuestra vida, celebremos el verdadero Amor: El Amor de Dios. Amemos, conectados a Aquel que nos amó primero y nos invita a compartir su Amor con el mundo.
*Mayúsculas añadidas
Autora: Esther Azón, teóloga y comunicadora. Redactora y coeditora de revista.adventista.es