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Mis más sinceras, sentidas y profundas condolencias por los familiares de los fallecidos en el Airbus A320 de Germanwings, incluidos por supuesto, los familiares de Andreas Lubitz. Tras los muchísimos análisis de todo tipo, se revisarán los protocolos y mecanismos que pudieron derivar en una triste situación de “autosecuestro” por parte del copiloto, para hacer los cambios que se consideren necesarios en el futuro y evitar algo similar.

Mientras uno revisa con estupor las noticias sobre lo acontecido durante los 8 últimos minutos antes de que el avión se estrellase, llevándose la vida de cantantes, comerciales, adolescentes, madres, padres, esposos, esposas, bebés, hijos, hijas, nietos, abuelas… me asaltan preguntas desde el punto de vista pastoral. ¿Qué protocolos espirituales, morales, de liderazgo han fallado? ¿Con qué consecuencias? ¿Qué podemos aprender de esta horrible desgracia? ¿Se puede extrapolar a otros ámbitos de la vida diaria?

Creo que sí se puede aprender y extrapolar conclusiones que nos pueden llegar a sorprender. Lo cierto es que Andreas Lubitz era el copiloto, el segundo de abordo en grado y rango. Durante unos minutos se le confió el control de la aeronave y fue responsable máximo de la vida de 150 personas. Suficiente para demostrar que las decisiones que uno toma, dejando al resto del equipo fuera, pueden tener consecuencias catastróficas.

No pude evitar hacer un paralelo con otra rebelión similar ocurrida también en los cielos, miles de años atrás. El segundo de abordo, quiso usurpar el lugar del Capitán (Isaías 14:13-14). Al igual que Andreas no dejó entrar al capitán de la nave, Lucifer tampoco quiso dejar entrar al Capitán del Universo en su corazón. Nos dice la Biblia que “hubo batalla en el cielo” (Apocalipsis 12:7). En aquella ocasión, el Capitán logró hacerse de nuevo con el control de la Creación, pero el copiloto arrastró a 1/3 de la tripulación consigo (Apocalipsis 12:4) en su caída libre (Apocalipsis 12:9).

Al igual que los pasajeros del vuelo de Germanwings no fueron conscientes de la situación hasta el último momento, los pasajeros de este planeta tampoco son conscientes del descenso en picado hasta que ya sea demasiado tarde (Mateo 24:30). La diferencia entre la desgracia del vuelo 4U9525 de Germanwings y el drama que ya dura miles de años en este mundo es que en el primero, las víctimas no tuvieron opción, en el segundo sigue habiendo una salida de emergencia abierta para todo el que lo desee (Juan 3:16).

Esta desgracia me ha hecho pensar aún más en la responsabilidad del poder, del control, de la capacidad de decisión y cómo afecta a los demás. Una decisión equivocada, podría ser un accidente, pero incluso en caso de accidente, el avión podría haberse salvado. Ha tenido que ser una decisión firme, reiterada, bloqueando fuera al capitán, manipulando intencionadamente los mandos del avión. Sólo de pensarlo se pone la piel de gallina. El resultado… fatal.

Me pregunto como pastor, como departamental, como padre, como esposo, ¿estoy tomando decisiones por mi cuenta sin contar o sin pensar en aquellos que se verán afectados? ¿Estamos reafirmándonos en un camino equivocado, haciendo oídos sordos a las llamadas del Capitán a la puerta, a las llamadas desde la torre de control, a las alarmas que advierten del peligro, a los gritos de las víctimas de nuestras decisiones? ¿Estoy arrastrando conmigo a mi familia, a la iglesia, a mi entorno…? ¿Somos conscientes de que las decisiones que tomamos siempre, SIEMPRE, afectan a los que nos acompañan en el viaje de la vida?

Si te das cuenta de que estás tomando decisiones difíciles, no dejes fuera a tu equipo, a tu piloto, a tu esposa, a tu anciano de iglesia… Nunca te encierres en la cabina de mandos tú solo/a. Nunca podrás estrellarte solo, siempre hay alguien volando contigo, los que más amas y menos deseas herir. “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5). La vida es un vuelo constante del que eres el copiloto, siempre acabará bien si dejas que el Gran Piloto tome el control de tu vida.

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Revista Adventista de España